José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios

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La novela española más leída del siglo XX
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.

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– ¿Un Dick Turpin con bigote…?

Doña Amparo Campo palideció, pero en todo aquello había algo que le gustaba.

José se había levantado y, doblándose sobre la mesa en dirección a Julio, con la uña del pulgar golpeaba uno de sus dientes.

– Pero a mí ni pum, ¿comprende? ¡Ni pum! ¡Ni así!

Ignacio se había levantado a su vez. Julio permanecía impasible, como si nada ocurriera.

De pronto el policía dijo, dirigiéndose a Ignacio:

– Acompaña a tu primito a la puerta, anda. Devuélvelo a tu padre. Que hay señoras…

Doña Amparo se emocionó. José resoplaba y miraba la botella de coñac, dispuesto a derribarla de un puñetazo.

Pero se contuvo. Viendo la estúpida sonrisa de doña Amparo, barbotó:

– ¡Me asfixio! -Y dio media vuelta en dirección a la puerta. Y sin esperar a Ignacio, desapareció.

Ignacio le alcanzó ya a mitad de la calle.

– José, chico… Francamente…

– ¡Calla, hombre, calla! ¿No te has dado cuenta?

– ¿De qué?

– Ese marica es un comunista de marca mayor.

– ¿ Comunista…?

Ignacio se quedó parado en seco, y todo el discurso que había preparado se le borró de la memoria.

– ¡Si los conoceré yo! -añadió José, sin dejar de andar.

Ignacio le alcanzó de nuevo. Aquello era inesperado.

– Pero… ¿por qué crees que lo es?

– No seas imbécil. Ha empleado todos sus argumentos. Enemigo de CNT-FAI, ¿comprendes? El viaje a París… Miedo a que fracase esta República, que les sirve de trampolín. Estadísticas… Ellos a la reserva… Y los brazaletes de su mujer… Es el retrato completo.

Ignacio no podía hablar. Mil pensamientos le asaltaban.

– ¡Es curioso! -dijo por fin, olvidando el resto-. Mi madre cree lo mismo.

– ¿Tu madre?

– Sí.

José preguntó:

– ¿Desde cuándo está ahí el tipo?

– Hace cuatro o cinco años.

– Es un tío listo.

– ¡Ya lo creo! -Ignacio añadió-: Y, desde luego, sea como sea… a nosotros nos ha hecho muchos favores.

– Pues id con cuidado. Ésos no quieren a nadie.

Ignacio le preguntó, al cabo de un momento:

– ¿Y vosotros sí…?

– ¿Nosotros…? Más de lo que te figuras. Lo único cierto que ha dicho ese hombre es que somos unos románticos.

– ¿Es verdad, papá, que los rusos desnudan a las monjas y las tocan? -preguntó Pilar, inesperadamente, a la hora de cenar.

– ¡Pilar! -amonestó Carmen Elgazu-. ¡Qué barbaridad es ésa!

José estalló en una risa convulsiva, lo mismo que Ignacio. De nada servía que Carmen Elgazu pusiera cara cada vez más seria. La cosa valía la pena.

– ¿Quién te lo ha dicho? ¿Otro sermón de la Madre?

Matías quiso salvar la situación, aun cuando por dentro se reía como el que más, y preguntó:

– Bueno, ya está bien, ya está bien. ¿Qué tal la entrevista con Julio? Todavía no nos habéis explicado nada.

José exclamó:

– ¡Ay! Hacía años que no me reía tanto. -Una vez calmado, pudo contestar-: ¿Julio…? ¡Pues muy bien! -Luego añadió-: Tienen ustedes ahí un comunista de los de postín.

A Carmen Elgazu se le pasó el mal humor. Echó a su marido una mirada que valía un Perú.

– ¡No digas tonterías! -cortó Matías-. Eres más niño aún que Pilar. ¿Qué quieres que busquen en España los comunistas? ¡Caray! ¡Buen país para la disciplina!

– ¿En España? Pues muy sencillo -dijo José-. Lo que buscan en todas partes; entrar en la casa de al lado y llevarse la radio.

– ¿O sea que lo que busca Julio es llevarse mi aparato de galena?

– ¡No te hagas el tonto! -intervino Carmen Elgazu-. ¡Se entiende muy bien lo que José quiere decir! Y creo que tiene razón.

La víspera de la huelga, Ignacio y José, después de cenar, salieron al balcón con una silla cada uno y tomaron asiento. Las luces de la Rambla estaban semiapagadas. En las mesas del paseo, gente sentada con indolencia; debajo de un farol dos conocidos de Ignacio jugando, absortos, al ajedrez.

Pilar también salió un momento, pero luego su madre la mandó a la cama. Entonces los dos muchachos quedaron solos. Era una noche clara y dulce, una de las noches dormidas de Gerona.

Hablaron con lentitud, como si cada uno midiera las palabras. Ignacio preguntó, después de un silencio, con la cara vuelta hacia el firmamento:

– ¿Te impresiona a ti la noche…?

– ¿La noche…? Según.

– ¿Cómo te explicas que haya estrellas?

– Pues… allá están.

– Ya, ya, pero… ¿cómo han ido ahí?

– Eso mismo digo yo: ¿cómo?

Al cabo de un rato, José preguntó:

– ¿Así que… cuánto te falta?

– ¿Para qué?

– Para terminar el Bachi.

– Pues, si en mayo apruebo, me faltará un año.

– Y luego, ¿qué harás?

– Abogado.

– ¡Abogado! ¿Pleitos de ricos?

– ¿Por qué?

– ¡Qué sé yo…! Los pobres…

– Lo que crea justo.

– Habrá que mantener cierta posición social…

– ¡Yo no pretendo eso!

– Ya me lo dirás por teléfono…

Más tarde Ignacio dijo:

– ¿Te pregunto una cosa?

– Anda.

– ¿Has matado a alguien?

– ¡Tú, a jugar limpio…!

– Es una pregunta.

– ¿Por qué te interesa?

– Pues… no lo sé.

Luego José comentó:

– Hablando de otra cosa… ya has visto a la mujer de tu amigo, ¿no?

– ¿Qué quieres decir?

– Se te come con los ojos.

– ¿A mí…?

– ¿Pues a quién, a Romanones?

Por último añadió:

– ¿Por qué no me hablas de César?

– ¡Bah! No entenderías nada.

– Hoy sí, mira. Hoy estoy de buenas.

– Pues… por el Collell anda, afeitando a los criados.

– ¿Cómo…?

– Ya te dije que no entenderías.

– ¿Todavía se echa sal en el agua?

– Todavía.

– Los hay de remate.

– Si le miraras de frente, verías que no.

A Ignacio le gustaba el cariz que tornaba Gerona en un día de huelga. Las tiendas cerradas tenían un encanto especial, como si los comerciantes hubieran dicho: «¡Al diablo el trabajo! Nos vamos al campo y allí viviremos felices». Los trenes, parados; la maquinaria de las fábricas, muda.

El jueves se confirmó la noticia dada por Julio: la huelga empezaría al día siguiente, viernes. Lo anunció la radio y también El Demócrata . El Demócrata informó que la UGT se había desinteresado de la cuestión, así como Izquierda Republicana y demás partidos, a causa de la intransigencia de los dirigentes de la CNT.

Ello significaba que las Empresas más afectadas serían: la fábrica Soler, la más importante de la ciudad -botones, cintas, artículos de mercería-, la fábrica de Industrias Químicas, situada en los arrabales, y la fundición de los hermanos Costa, diputados. En estas tres empresas el porcentaje de anarquistas era muy crecido, suficiente para paralizar el trabajo. El resto de huelguistas quedaba repartido entre talleres más pequeños, especialmente del ramo de metalurgia, y luego, en bloque, los ferroviarios. Los conductores, revisores y personal administrativo de los ferrocarriles pertenecían a la UGT, de modo que el servicio de trenes quedaba asegurado.

Ignacio no comprendía que los socialistas no se adhirieran a la huelga. No comprendía que, si verdaderamente los ferroviarios y los obreros de las tres grandes fábricas cobraban jornales insuficientes, no se solidarizaran con su causa todos los demás, que prevalecieran rencillas de Partido o Sindicato.

Lo más entusiastas eran los limpiabotas del bar Cataluña. El jueves por la noche le dijeron al patrón del bar: «Guárdanos ese betún, que mañana no trabajamos ni por ésas». Y le entregaron las cajas, los cepillos.

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