José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios

Здесь есть возможность читать онлайн «José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los Cipreses Creen En Dios: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los Cipreses Creen En Dios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La novela española más leída del siglo XX
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.

Los Cipreses Creen En Dios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los Cipreses Creen En Dios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Claro, claro -explicó, mirando a José-. Pilar se refiere a la Ley sobre las Congregaciones. -Movió la cabeza-. Un poco dura, en efecto.

– ¿Esas cosas os cuenta la Madre?

Pilar prosiguió, evidentemente dispuesta a continuar ocupando el primer plano.

– También nos ha dicho que hoy hay un mitin para protestar contra eso.

– ¿Un mitin…?

Esta vez fue Ignacio quien intervino.

– Hoy hay un mitin, desde luego. De la CEDA. Y hablarán de esa Ley. Pero -añadió- no creo que sea el tema principal.

José le preguntó:

– ¿Ah, no…? ¿Hay otros… más importantes aún?

Ignacio alzó los hombros.

– Todo en conjunto. Quieren protestar… contra la Enseñanza laica, el Estatuto Catalán. Y las concesiones a Vascongadas. -Miró a su madre e inclinó la cabeza- y a Navarra. Contra… ¡Ah! Lo principal, es pedir la amnistía para los militares que se sublevaron en agosto.

Matías preguntó:

– ¿Dónde dan eso?

Ignacio dijo:

– En el Teatro Albéniz. Los demás locales son pequeños.

José se olvidó de Pilar y de que el fin de aquel mitin era tranquilizar a las monjas. Se interesó por la CEDA.

– ¿Qué tal marchan aquí? -preguntó-. En Madrid se gastan millones para propaganda.

Matías dijo:

– Aquí… para ellos es un hueso, por el asunto separatismo, ¿comprendes? Pero en fin, hay gente que los sigue, ¡qué duda cabe! Gil Robles tiene prestigio.

José meditó un momento.

– Ya sabréis que el Partido lo fundaron los jesuitas, supongo…

Carmen Elgazu abrió los ojos, pero ante su asombro Matías asintió con la mayor naturalidad.

– Sí, sí, ya lo sabemos.

– ¿Por qué dices eso, Matías? -intervino la mujer.

Matías se volvió hacia Carmen Elgazu.

– Porque es lo cierto, mujer. Los jesuitas son los que aconsejan a Gil Robles.

Pilar intervino, inesperadamente.

– De eso, la Madre no ha dicho nada… -Todos se volvieron al oír su voz y ella sonrió con coquetería.

Poco después entraron Nuri, María y Asunción, y José se disponía a darles detalles sobre la familia de Burgos. Pero entonces el timbre de la puerta volvió a sonar. Ignacio fue a abrir. ¿Quién era? Matías y Carmen Elgazu reconocieron en seguida la voz de mosén Alberto.

– Es mosén Alberto… -informó Matías a su sobrino. Supuso que a José le divertiría tener un sacerdote tan cerca.

Pero no fue así. José, al oír la palabra mosén, arrugó el entrecejo.

– ¿Va a entrar aquí? -preguntó.

– Claro.

Se le veía dudar.

– Bueno… -dijo, con brusquedad-. Si me permitís me iré a mi habitación a escribir unas cartas.

Y levantándose se dirigió al cuarto de Ignacio. En aquel momento mosén Alberto, que se había quitado el manteo y el sombrero en el vestíbulo, irrumpía en el pasillo, seguido de Ignacio, y se cruzó con José. Éste le miró e hizo una casi imperceptible inclinación de cabeza. Ignacio se disponía a presentarlos, pero en el acto comprendió que lo que buscaba José era evitarlo, pues ya abría la puerta del cuarto y se metía en él.

Todo el mundo presenció la escena. Carmen Elgazu no sabía qué hacer ni qué decir. Era la primera vez que en aquella casa se desairaba a un sacerdote.

Mosén Alberto quiso disimular. Entró en el comedor sonriendo. Matías dijo:

– Es… mi sobrino. -Hizo un gesto de impotencia-. Tiene su manera de pensar.

Mosén Alberto se miró la sotana.

– Ya lo veo. Parece que le damos miedo.

Carmen Elgazu intervino.

– ¿Miedo él…? -Iba a añadir algo pero Matías le hizo un signo invitándola a tranquilizarse.

– Por lo demás -dijo-, es… un chico alegre. ¡Vamos! Quiero decir amable y tal.

– No lo dudo, no lo dudo -asintió mosén Alberto en gesto que daba por zanjado el asunto-. Exactamente, ¿qué ideas tiene? -preguntó, en tono de simple curiosidad.

– Pues… ya se lo puede figurar -contestó Matías.

Ignacio precisó:

– Es anarquista.

– Ya…

Después de un silencio, mosén Alberto preguntó, dirigiéndose a Carmen Elgazu:

– ¿Es el que intervino en Madrid en la quema de las iglesias?

Carmen Elgazu asintió con la cabeza.

– Así es. -Y de repente añadió, como dispuesta a desahogarse-, ¡Por desgracia! ¡Me gustaría que le hablara usted delante de Ignacio! -prosiguió, decidida-. ¡Me asusta pensar que van a salir ocho días juntos!

– ¡Ni una palabra! -exigió Matías repentinamente serio.

– ¿Por qué se ha encerrado en su cuarto de esa manera? -insistió Carmen.

– Eso… mosén ya conoce su oficio…

– Cierto -admitió el sacerdote.

Ignacio añadió, por su parte:

– Y hablarle delante de mí, ¿por qué?

Mosén Alberto le miró.

– Tú… ya eres mayorcito, ¿no es eso?

– No tanto, pero en fin.

Nada podía mosén Alberto contra aquel sentimiento: Ignacio le sacaba de quicio. Nada del muchacho le caía en gracia. Sentía por él repugnancia física.

En realidad, éste era su gran drama: con aterradora frecuencia sentía repugnancia física por las personas. Era algo extraño que le recorría la piel. A veces lo notaba cuando le besaban la mano, otras cuando en el confesionario el penitente se le acercaba demasiado. Otras al dar la Comunión.

– Es algo físico, es algo físico -se repetía a sí mismo. Un médico lo atribuyó a disturbios gástricos. Otro le enseñó un libro en el que se decía que el ejercicio prolongado de la castidad puede en ciertos casos producir estas reacciones.

Carmen Elgazu creía que era Ignacio quien le pinchaba. Por ello aquel día sufrió horrores ante la actitud de Matías, quien le prohibía con la mirada empeorar las cosas.

Por suerte Nuri, María, Asunción y Pilar entraron en tromba y despejaron la atmósfera. Mosén Alberto se tomó la taza de café «sereno» y dijo: «Bueno, ahora ya los he visto a ustedes», y discretamente se retiró.

CAPÍTULO X

El subdirector del Banco de Ignacio estaba convencido de que la CEDA obtendría mayoría absoluta en las próximas elecciones. De modo que todo cuanto hacía por el Partido lo hacía con unción religiosa. Era un hombre tranquilo, de ojos bonachones, que, al igual que el cajero, no había conseguido tener hijos. Ahora miraba a Gil Robles como a hijo suyo. Un hijo que le hubiera salido precoz, brillante. Los empleados se mofaban de él, aunque en el fondo le querían porque en el trabajo les daba facilidades.

A las seis y media Ignacio subió al piso en busca de José. Carmen Elgazu zurcía calcetines junto al balcón. Cuando estaba nerviosa, Ignacio se lo notaba en algo indefinible al clavar la aguja. Ignacio llamó a la habitación de su primo y entró. Encontró a José medio desnudo, en slip , haciendo gimnasia ante el espejo.

– Anda, que es tarde. Tenemos que ir al mitin.

– Voy en seguida. Uno, dos, uno, dos.

– Estará lleno, ¿comprendes?

– ¿De veras? Uno, dos. Claro. Arriba, abajo, arriba, abajo.

– Sea lo que sea, hay que ir.

– Voy volando. ¿No tenéis ducha?

– Lo siento.

En diez minutos José estuvo preparado. Su traje azul marino, de anchos hombros; el pelo brillante, gran nudo de corbata.

Cuando salieron del cuarto fue en busca de Carmen Elgazu.

– ¡Hasta luego, tía!

Carmen Elgazu levantó la cabeza.

– Id con Dios.

Cuando salieron a la calle se cruzaron con Pilar, que regresaba del colegio.

– ¿Me compráis un helado?

– ¡Hombre! -José echó mano a la cartera. Se acercaron al carro con tres capuchas que se había instalado frente al Neutral.

– ¡Un cucurucho para la señorita!

– ¿Vainilla o chocolate?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Joseph Kanon - Los Alamos
Joseph Kanon
Joseph Wambaugh - Los nuevos centuriones
Joseph Wambaugh
José Gironella - Los hombres lloran solos
José Gironella
José Gironella - Ha estallado la paz
José Gironella
Marta Cecilia Vélez Saldarriaga - Los hijos de la Gran Diosa
Marta Cecilia Vélez Saldarriaga
José María Pumarino - El error de Dios
José María Pumarino
José Luis Valencia Valencia - Los tiempos de Dios
José Luis Valencia Valencia
José Arenas - Los rotos
José Arenas
Отзывы о книге «Los Cipreses Creen En Dios»

Обсуждение, отзывы о книге «Los Cipreses Creen En Dios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x