José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios
Здесь есть возможность читать онлайн «José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los Cipreses Creen En Dios
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los Cipreses Creen En Dios: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los Cipreses Creen En Dios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.
Los Cipreses Creen En Dios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los Cipreses Creen En Dios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– ¡Abajo los cuarteles!
– ¡Abajo el Estado!
Salieron de allí. Las luces empezaban a encenderse.
– Toda España es así -le dijo José-. Se habla de la revolución como si fuera una corrida de toros. ¡Abajo los mangantes!: esto es todo lo que se sabe del anarquismo. Hablando de Rusia se dice: ¡Entrega de los hijos al Estado! Y se acabó.
Ignacio le miró con curiosidad. Él había creído que hablaba en serio.
– Entonces… ¿tú seguías la broma?
– ¡Pues qué creías! Me gusta comprobar que esto es igual que Madrid.
Ignacio estaba pensativo.
– Así, pues…¿tú eres anarquista de verdad?
– Desde que me parieron.
– Me vas a tomar por imbécil, pero… ¿cuál es tu base?
– ¿Base? ¡Hombre! ¿Te parece poca base la libertad?
– Te diré… La libertad…
– ¡Sí, se ha hablado mucho, ya sé! Tendrías que oír en Madrid. ¡Hasta los socialistas hablan de libertad! Y luego expropian las tierras y para repartirlas te hacen firmar mil papeles. Y luego no te las dan. -Marcó una pausa-. Libertad quiere decir libertad: eso es todo. No estar ahí pendiente de las porras todo el día y con un Código más largo que la Castellana. -Marcó otra pausa-. Discutir de hombre a hombre, sin tanta estadística.
No pudieron continuar la conversación. Habían subido por San Félix y de pronto desembocado en la Plaza de la Catedral, que se erguía ciclópea sobre las grandes escalinatas.
José se detuvo. Levantó la vista. Era evidente que aquella súbita aparición le había impresionado. A la derecha se erguía el convento de las Escolapias, a la izquierda el del Corazón de María, donde iba Pilar.
José entornaba los ojos para contemplar la fachada de la Catedral. De pronto ladeó la cabeza.
– ¿Más allá qué hay? -preguntó.
Ignacio repuso:
– Empiezan las murallas.
José torció la boca como si masticara algo.
– Ahí está -dijo-. Como en Ávila, como en Segovia, como en Santiago. Catedrales, murallas. -Marcó una pausa-. ¿Sabes lo que dice mi padre…? Las murallas no impiden entrar, sino salir. ¿Me comprendes?
Ignacio movió las cejas.
– Es un juego de palabras muy bonito. Y muy madrileño.
José le miró con cierto respeto, lo cual no pasó inadvertido al hijo de los Alvear.
Subieron por las escalinatas. La fachada ocultaba el cielo y precipitaba la llegada de la noche.
Ignacio se había animado. Quería mostrarse a la altura de su primo.
– ¿Cómo compaginarás -le preguntó, incisivo- la libertad de opinión con la quema de las iglesias?
José sonrió.
– Ya esperaba eso -dijo-. Éstos -y señaló la Catedral- explotan el miedo, ¿comprendes? Dicen: ¡Obedeced; de lo contrario, no tendremos más remedio que echaros al infierno!
– Y mientras tanto pasan la bandeja, ¿no es eso…?
– Eso es -aceptó José.
– ¡Pero llevan dos mil años pasando la bandeja…!
José puso cara de anarco-sindicalista.
– Yo no creo en estas cosas, ¿me entiendes? El hombre ha de ser «libre». ¡Satanás, uh, uh…! ¿Quiénes son para dictar leyes? Le hacen a uno morder el suelo y con los cirios le van haciendo cosquillas en los pies.
Ignacio se sintió algo decepcionado. Morder el suelo… No era cierto. Él conocía eso…; y en cuanto a la esclavitud… César era tan libre que cuando obedecía pesaba menos. Le vinieron a la mente frases de púlpito: «Ser esclavo es precisamente ceder a las pasiones». Ahí estaba su primo. Llegaba a Gerona hablando de libertad y en vez de tener el espíritu libre para contemplar la ciudad, se interesaba por «el ganado». Esclavo. Por otra parte, ¿quién no lo era? El patrón del Cocodrilo, esclavo de su vientre. El sargento chusquero, esclavo de su vanidad. Aquellos soldados, esclavos de la vida en Carabanchel Bajo. Los gitanos, esclavos de los caminos. Las viejas que habían hallado por la Barca, esclavas de su columna vertebral. ¡Y su padre, Matías Alvear, esclavo de Telégrafos, confiando en la lotería para poder ir a Mallorca!
Regresaron a casa. Fue una cena animada. Matías Alvear no podía ocultar que sentía por José el afecto que da la misma sangre. El primo de Ignacio contó anécdotas muy graciosas de su viaje de Madrid a Barcelona. Al parecer, a un artillero le cayó encima un paquete de harina que le blanqueó el uniforme, y entonces un marino se levantó muy serio y cuadrándose le dijo: «¡A sus órdenes, mi capitán!» Ignacio temía que en cualquier momento José olvidaría que Pilar estaba delante y soltaría alguna inconveniencia; pero no fue así. Se contuvo y a su manera se comportó con corrección. A Pilar, José le pareció también un hombre guapo y desde el balcón le había gritado a Nuri:
– ¡Nuriiiii…! ¡Tengo algo que decirteeee…!
A las diez y media, Carmen Elgazu dijo:
– José, espero que no te importará que sigamos nuestra costumbre le rezar el rosario.
– ¡Cómo! -cortó Matías-. No hay ninguna necesidad. Cada uno puede rezarlo luego en la cama.
– ¡Por favor! -intervino José-. No hay por qué alterar la costumbre. Yo me iré a acostar.
– ¿No te importa?
– ¿Por qué? Hasta mañana a todos.
– ¡Hasta mañana!
Se despidió. A Pilar le dio un tirón en la mejilla. Y en cuanto hubo traspuesto el umbral de la habitación, quedaron en el comedor, solos, los Alvear. Cerraron el balcón y Carmen Elgazu inició el Rosario.
El forastero, desde la cama, oyó las voces monótonas atravesar la puerta e incrustarse en su cerebro. ¡Cuántos años hacía que no oía rezar! La voz de Carmen Elgazu se le hacía antipática, le parecía demasiado rotunda; pero cuando los restantes de la familia contestaban a coro, José sentía que se le colaba por entre las sábanas como un levísimo escalofrío, algo apenas perceptible, pero que sin duda existía, aunque fuera por sugestión. Procuraba superar cada una de las voces, distinguirlas, y al final lo consiguió. Su tío Matías era el que rezaba con más lentitud. Con una voz grave, algo cansada. Se parecía mucho a la voz de Santiago, su padre. ¡Qué curioso! José oyó algo sobre Salve Regina y sin saber por qué recordó su entrada violentísima en la Iglesia de la Flor, poco después de instaurada la República. Llevaba una pistola y disparó contra un santo, no sabía cuál, apuntándole al corazón. Acaso disparase contra la «Salve Regina». Su padre rociaba los altares, y un compañero suyo, Martínez Guerra, iba echando por todos lados pedazos de algodón encendidos. Y de pronto los altares empezaron a ser pasto de las llamas. Aquello olía a azufre, a humo, a sacristía y a caciquismo. ¿No decían que el fuego era purificación?
Fue durmiéndose arrullado por los Ora pro nobis de su familia.
CAPÍTULO IX
Al día siguiente José dijo que podría quedarse ocho días, si no les importaba. Estaba encantado con toda la familia y además tenía algo que hacer.
Por su parte, Ignacio, después de consultar con sus padres, se fue al Banco con la idea de pedir al director que aquellos ocho días se los diera de vacaciones, a deducir de los quince anuales que le correspondían. De este modo podría acompañar a José.
El director no tuvo inconveniente. Siempre se mostraba amable con él.
– En realidad -dijo-, menos competencia para los turnos de verano. ¡Anda! Divertíos mucho.
– ¿Quién es ese primo tuyo? -le preguntaron los empleados-. ¿También seminarista?
– No por cierto -contestó Ignacio.
Matías, en Telégrafos, comentó: «Tengo uno de mis sobrinos aquí. Un chico estupendo».
De regreso a casa, Ignacio iba pensando en el programa que podía ofrecer a su primo. Desde luego, una cosa se imponía: presentarle a Julio García. ¡Canela fina una discusión entre ambos! Luego al campo de fútbol, la piscina que se había empezado a construir al norte de la Dehesa, la plaza de toros. Tal vez quisiera bañarse en el Ter, aunque el agua estaría aún muy fría. Los tres cines, el teatro. ¡El baile de las modistillas! José se haría el amo. Ni chóferes ni panaderos ni nadie. Tal vez jugara bien al billar.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los Cipreses Creen En Dios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.