José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios
Здесь есть возможность читать онлайн «José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los Cipreses Creen En Dios
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los Cipreses Creen En Dios: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los Cipreses Creen En Dios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.
Los Cipreses Creen En Dios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los Cipreses Creen En Dios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Una emisora desconocida los excitó lo indecible a eso de las tres. Era una «emisora fascista», instalada en algún lugar del Sur. Oyeron una voz que dijo ser la del general Queipo de Llano, el general sublevado en Sevilla. Dijo que sus tropas se desplegaban por la provincia, se dirigían hacia Huelva y Badajoz. Dijo que su propósito era enlazar con el Ejército que había consolidado todas sus bases y posiciones en el Norte, en Galicia, Castilla, Navarra y Aragón. Dijo que cuando las fuerzas del Sur confluyeran con éstas, al oeste de Madrid, se formaría el frente continuo que se dirigiría contra el país vasco, contra Madrid y luego hacia el Mediterráneo. Hizo elogios del espíritu combativo de los moros, de los legionarios, de la Medalla, de Falange. Terminó dirigiéndose a todas las personas ocultas «en zona roja», a todos los que sufrían persecución y torturas, diciendo que confiaran en el triunfo del Ejército Salvador, «que si los rojos tenían el oro, ellos tenían la experiencia militar y la moral de miles de voluntarios que se presentaban a medida que ocupaban el territorio».
El Responsable había intentado cerrar el aparato de radio varias veces, pero Cosme Vila negaba con la cabeza. Quiso oírlo todo e iba dando golpes en el escritorio, con un lápiz. Se reía, refiriéndose a la voz aguardentosa del general.
La exaltación del Comité y de las patrullas seleccionadas que esperaban en los salones contiguos era indescriptible. Al dar las cuatro, Cosme Vila se levantó.
– ¡Camaradas! ¡Por la Revolución!
Todo el mundo se puso en pie. Todo el mundo tomó el fusil ametrallador. Algunos milicianos, como Pedro, el fusil. La rapidez de movimientos era extraordinaria; cada uno conocía su puesto. Cosme Vila los despidió y con gesto confirmó en el mando de la operación al Responsable y a Teo. Los despidió en el hueco de la escalera. Las Patrullas descendieron levantando un ruido ensordecedor. En el Comité sólo quedaron Cosme Vila, el catedrático Morales y un par de milicianos de guardia.
La columna se dirigió al Seminario. La noche era estrellada como la anterior. Los milicianos de guardia en la puerta los oyeron acercarse. Estaban sobre aviso. «¡Abrir las puertas!» Sólo había una. La abrieron de par en par. Seis camiones esperaban alineados.
El Responsable y Teo subieron por las escalinatas de Santo Domingo y alcanzaron la acera del edificio. Al llegar al vestíbulo saludaron: «Salud, camaradas». «Salud.»
Eran unos cincuenta hombres los que subieron al primer piso. Los detenidos oyeron los pasos en la escalera, y sus rezos, pensamientos o sueño se interrumpieron. Se miraron unos a otros. «Ya está.»
– ¡Concentrarse todos en la Biblioteca!
La estancia mayor, conocida de todos, era la Biblioteca. Al desaparecer los libros se había visto cuan grande era la sala. La voz del Responsable fue oída por todos los detenidos en los pasillos y celdas próximas. Los milicianos avanzaron y a culatazos los iban llevando por delante. Se habían encendido las luces. Entraban en las celdas y a puntapiés levantaban a los soñolientos. «¡A la Biblioteca!»
En cinco minutos todo el primer piso quedó concentrado allí. Ciento cuarenta y siete hombres, alineados en la pared del fondo y en la lateral derecha.
El Responsable sacó una lista.
– ¡Los que nombre, que se alineen a la izquierda!
Y la lista comenzó. El primer nombre tronó en el aire.
– ¡Juan Ferrer!
Nadie se movió. Era la consigna. Nadie debía presentarse.
Pero Juan Ferrer estaba en primera fila y Porvenir dijo:
– ¡Eh, no te hagas el sordo!
Juan Ferrer bajó la cabeza y se fue a la pared izquierda.
Uno a uno fueron cayendo los nombres, hasta ciento, que era la cifra prevista. Imposible escapar. Nunca faltaba un miliciano que los reconocía. Los que verdaderamente no estaban, era porque se hallaban en el segundo piso. A medida que se alineaban, Teo iba atándolos unos contra otros, pasándoles una cuerda por la muñeca. Había empezado por las muñecas izquierdas, pero en muchas de ellas estaba el reloj de pulsera, que molestaba. Los ató por la muñeca derecha. Hizo tres grupos, dos de quince hombres y uno de dieciséis.
Recogieron cuarenta y seis hombres. Entonces el Responsable se dirigió a todos:
– No temáis nada. Hay que despejar esto. Seréis trasladados a la Cárcel Modelo, de Barcelona.
Los detenidos se miraron. Nadie daba crédito a sus palabras. Y sin embargo…
Teo dijo a Porvenir:
– ¿Están los camiones abajo?
Porvenir hizo un gesto de asombro.
– ¿No los has visto…?
Los detenidos fueron conducidos abajo y montados en tres camiones llenos de milicianos. Los camiones se pusieron en marcha.
El Responsable y los demás subieron al segundo piso y repitieron la escena, esta vez en el dormitorio mayor.
– ¡Todos al dormitorio!
También se habían encendido las luces.
Ciento doce hombres se alinearon en la pared del fondo. El Responsable había observado que en el primer piso sólo había un cura. Se dio cuenta porque en la lista los curas figuraban con una cruz.
– ¡Los que nombre que se alineen a la izquierda!
La labor fue más penosa. A muchos de los curas no los conocía nadie, ni siquiera los milicianos. Vestidos de paisano, los sacerdotes estaban transformados. De todos modos, casi todos respondían a la llamada, a pesar de la consigna. Lo hacían porque si al nombre cantado por el Responsable seguía el silencio, los ojos de éste despedían fuego, y los sacerdotes temían que ello significara un nuevo nombre en la lista. A veces el Responsable y Teo se acercaban a las filas y les interrogaban, uno por uno, y los obligaban a dar media vuelta para ver la tonsura.
– ¿No eres tú el cura Morató? ¿No eres tú el cura Morató? -Y luego-: ¿No eres tú el párroco de la Catedral?
Al cura Morató le descubrieron porque fueron pidiendo la cartera de cada uno y entre los papeles estaba la cédula: «Jaime Morató, presbítero». Al párroco de la Catedral no hubo necesidad de pedirle documentación. El hombre no había respondido a la llamada de su nombre: Eusebio Turón; en cambio al oír: «¿No eres tú el párroco de la Catedral?», estiró el cuello y dio un paso al frente. «Sí, yo soy.»
– ¡Pues a la izquierda!
Y fue atado con los demás.
El profesor Civil no fue llamado; pero sí César.
– ¡César Alvear! -En la lista figuraba con el número 78 y al lado del nombre también había una cruz.
César dio un paso al frente. El profesor Civil le retenía la mano. César le dijo: «Déjeme, déjeme, me llaman».
César había reconocido, entre los llamados, a varias personas. Un hombre que siempre iba al Museo a preguntar: «¿Podría ver el retablo del martirio de San Esteban?» Otro que siempre estaba en el Neutral resolviendo crucigramas. Luego el señor Corbera, de la fábrica de alpargatas.
Este hombre había producido gran expectación, porque todo el mundo sabía que había sido patrono del Responsable. El señor Corbera se alineó a la izquierda mirando a su ex empleado con una sonrisa indefinible. Cuando estuvo en su sitio dijo:
– Responsable…
– ¿Qué hay?
– Que Dios te maldiga.
A César aquello le había dolido en el alma. Hasta entonces le había afectado particularmente la llamada de los sacerdotes. Sabía la falta que hacían en la Diócesis, donde alguno tenía que cuidar hasta de dos parroquias. Si se iban tantos… También le había afectado la presencia de otro seminarista, al que conocía sólo de vista, pero que sabía que estudiaba dos cursos más adelantados que él; pero al oír las palabras del señor Corbera…
A César le hubiera gustado que le ataran junto a él. Que su muñeca tocara la del señor Corbera. La del señor Corbera y, al otro lado, la de cualquier sacerdote: el párroco de la Catedral, por ejemplo. De este modo podía conseguir dos cosas. Pedir la bendición sacerdotal en el último memento y decirle al señor Corbera: «Señor, señor, tan cerca de la muerte no maldiga a nadie…»
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los Cipreses Creen En Dios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.