José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios

Здесь есть возможность читать онлайн «José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los Cipreses Creen En Dios: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los Cipreses Creen En Dios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La novela española más leída del siglo XX
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.

Los Cipreses Creen En Dios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los Cipreses Creen En Dios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

¿Qué ocurría? Los tres hombres extendieron sus brazos en lo alto de la escalinata indicando con ello que querían hablar a la multitud. Todo el mundo se detuvo y ellos hablaron. Comprendían los sentimientos que inspiraban al pueblo, su propósito de tomar venganza, pero… aquello sería un error fatal y la revolución tenía que ser constructiva y no destructora. ¿Qué sacarían con incendiar la Catedral? El mundo entero hablaría de ello. Si como iglesia merecía ser incendiada, como obra arquitectónica, especialmente por la amplitud de su nave, era única en la tierra y por eso tenía que ser guardada y convertida en Museo del Pueblo. Se incendiaría todo lo que hubiera en ella de religioso: altares, imágenes, misales; se fundirían incluso las campanas para fabricar armas con su bronce, armas con que sostener al pueblo donde le hiciera falta, en Zaragoza, Castilla o en Madrid, en el cuartel de la Montaña. Pero el edificio tenía que ser respetado y convertido en Museo del Pueblo, instalando allí todos los trofeos y la historia viva de las conquistas de la revolución. Cataluña entera se lo agradecería. Sería una honra para Cataluña. «¡Viva la Revolución, viva Cataluña, viva el Museo del Pueblo!»

La voz del arquitecto Ribas obró el milagro. Enardeció al propio Cosme Vila. Éste comprendió que el arquitecto tenía razón y el asentimiento del catedrático Morales a sus palabras le confirmaron en ello. ¡Museo del Pueblo…! Idea excelente. Llevarían allí el árbol genealógico de don Jorge, el sillón de dentista de «La Voz de Alerta», que parecía un sillón de tortura, el cuerpo «incorrupto» de San Narciso.

Cosme Vila se volvió de cara a la multitud.

– ¡Camaradas! ¡El camarada Ribas tiene razón! ¡Dispersarse! ¡Basta por hoy! ¡Él, el arquitecto Massana y representantes del pueblo se encargarán de este Museo! ¡Por ello el arquitecto Massana acepta presentar su dimisión de alcalde, porque tendrá que encargarse de este Museo! ¡Por ello propone como sustituto el camarada Gorki, y éste también acepta! ¡Camaradas, a las seis todos en la Plaza Municipal! -Cosme Vila sentía que debía decir algo para contentar al Responsable y a los anarquistas-. ¡Nos hemos unido todos para hacer frente al enemigo común! ¡La Cooperativa continuará funcionando para todos! ¡Que las mujeres vayan a buscar lo que les haga falta! Ahora mismo, los encargados de ella se dirigen a abrir las puertas. ¡Salud! ¡Viva la Revolución!

CAPÍTULO LXXXVIII

No hubo descanso para la ciudad, para los doscientos treinta y cinco hombres sublevados y sus familias, para los sacerdotes, monjas y militares, para todo aquel que tuviera manos finas, llevara pulsera de oro o sombrero.

La transformación había sido tal en pocas horas, que todo el mundo se sentía flotar en el aire, lo mismo los que atacaban que los que se defendían; todo el mundo excepto Cosme Vila, el Responsable, Casal, y David y Olga y los hombres que, de pronto, en las barricadas de Gerona y en los pueblos limítrofes, se constituyeron en jefes, se sentaron en la alcaldía y nombraron un Comité Revolucionario.

Acaso fuera esto último lo que dio a Cosme Vila más clara sensación de que el momento había llegado: la simultaneidad con que en el cinturón de la ciudad brotaron pequeños Comités, los Comités revolucionarios, comités que a medida que se abría el campo erigían en sus locales símbolos agrícolas, que ganaban la provincia, los mansos, la tierra y los postes telegráficos. En un santiamén cada célula comunista de campesinos quedó convertida en Comité, en unión de los anarquistas. Del cobertizo o la era pasaron a instalarse en un lugar céntrico, de la azada pasaron al fusil ametrallador, del carro al coche requisado, de lo anónimo a la dirección visible del pueblo.

Por otra parte, las radios eran implacables. El director de la Emisora gerundense se había presentado a Cosme Vila, al descender éste de la Catedral: «Camaradas, leeremos los textos que tú nos des. El catedrático Morales podría formar parte de la emisora». El catedrático Morales, mucho antes de que la multitud, a las seis en punto de la tarde, proclamara alcalde a Gorki, informó a los gerundenses de que Barcelona estaba completamente dominada, que en Madrid los militares se habían rendido en el Cuartel de la Montaña, que el Gobierno contaba con el oro, la fuerza, la moral, las simpatías de Rusia, Francia, Inglaterra y todas las grandes democracias del mundo; que aquello, en fin, había constituido un fracaso sin precedentes en la historia de los levantamientos militares. El catedrático Morales había dicho: «Antes de ocho días no quedará un solo foco faccioso en todo el territorio».

Por ello los ocho incendios de la ciudad y la noticia de que Cosme Vila, el Responsable y Casal constituirían aquella noche un Comité Revolucionario local, a imitación de los barrios y los pueblos, llevó al interior de las casas una cantidad de zozobra mayor que la que podían absorber sus habitantes. Por eso se veía a Laura corriendo desesperada en dirección a casa de sus hermanos; a las monjas del convento de clausura de San Daniel, buscando a tientas quién accedería a recogerlas; a Corbera, el de la fábrica de alpargatas, subiendo a Palacio con un mono azul para disfrazar al señor obispo y llevárselo a su casa en espera de un escondite mejor; a don Pedro Oriol negándose a salir del piso, a pesar de los ruegos de su esposa; a mosén Alberto y al matrimonio Noguer detenerse en taxi a veinte kilómetros de la frontera, y hablar con un hombre que les pedía dos mil pesetas a cada uno para conducirlos al otro lado de los Pirineos; a los dueños de la fábrica Soler haciendo planes para embarcarse en el puerto de Palamós; a Matías Alvear recibiendo en Telégrafos comunicaciones de este tono: «Felicitaciones triunfo proletariado, Vasiliev». «Llegaré mañana tarde incógnito, Vasiliev.»

Todo el mundo sintió que la eterna mesa con mantel amarillo y flores bordadas, alrededor de la cual, mejores o peores, amándose más o menos, se sentaban los seres queridos, se iba a convertir en una superficie plana con un plato vacío, o dos, y el comedor en una estancia con una o dos sillas que reclamarían inútilmente su complemento humano, aquel al que estaban habituadas.

En muchas familias las ausencias eran ya un hecho, como en casa del comandante Martínez de Soria, en casa de Mateo, en casa de don Jorge, del doctor Rosselló, de los albañiles y el electricista…

Estas familias, y muchas más, se hallaban en la situación de desear tener a los suyos a la vez próximos y lejanos. Lo más cerca posible de su corazón; lo más lejos posible de los fusiles ametralladores de los murcianos, del Comité Revolucionario que iban a constituir Cosme Vila, el Responsable, Casal.

La propia doña Amparo Campo tenía que lamentar en su piso una ausencia: la de Julio. Julio todavía no había regresado. Llevaba cuarenta y ocho horas fuera. La víspera de la sublevación se refugió en casa del doctor Rosselló. Al saber que los militares se habían rendido, se presentó en la Rambla junto con Cosme Vila y el Responsable; luego se fue a Jefatura y todavía no había regresado. Doña Amparo Campo le decía al coronel Muñoz: «Natural, quiere ver si consigue encauzar las cosas»; y el coronel Muñoz le contestaba: «La batalla ha sido demasiado dura en todas partes. Ha corrido demasiada sangre del pueblo».

El general lo veía todo fácil. «¡A la cárcel, a la cárcel!» Pero doña Amparo Campo tenía miedo y el propio Comisario se confesaba a sí mismo que disminuía de peso.

Julio era quien conservaba la serenidad, aun cuando en algunos instantes había estado a punto de perderla y en ninguno negó la gravedad de las circunstancias. Por de pronto, no creía ni en la cárcel ni en el procedimiento de perder peso para solucionar nada. ¿Por qué negarlo? Los hechos eran amargos, no tanto por sus efectos como por sus causas. Porque lo que en realidad inspiraba temor a Julio era la transmutación total, absoluta, de valores, de la escala jerárquica. En otras palabras, que Comisaría y Jefatura se hubieran convertido por arte de magia en despachos muertos. Que en otros lugares de la ciudad brotaran, independientes, como plantas salvajes, otros organismos que se arrogaran sus derechos, que ni siquiera les pedían autorización para ello, que ni siquiera les informaban de sus decisiones. Que el nudo de la autoridad estuviera enteramente en manos de los Partidos Políticos y Sindicatos.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Joseph Kanon - Los Alamos
Joseph Kanon
Joseph Wambaugh - Los nuevos centuriones
Joseph Wambaugh
José Gironella - Los hombres lloran solos
José Gironella
José Gironella - Ha estallado la paz
José Gironella
Marta Cecilia Vélez Saldarriaga - Los hijos de la Gran Diosa
Marta Cecilia Vélez Saldarriaga
José María Pumarino - El error de Dios
José María Pumarino
José Luis Valencia Valencia - Los tiempos de Dios
José Luis Valencia Valencia
José Arenas - Los rotos
José Arenas
Отзывы о книге «Los Cipreses Creen En Dios»

Обсуждение, отзывы о книге «Los Cipreses Creen En Dios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x