José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios

Здесь есть возможность читать онлайн «José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los Cipreses Creen En Dios: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los Cipreses Creen En Dios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La novela española más leída del siglo XX
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.

Los Cipreses Creen En Dios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los Cipreses Creen En Dios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Éste declaró el estado de guerra, montado en su caballo. Un momento pensó en el jefe que cayó en octubre, en idéntica actitud…

«La Voz de Alerta», don Jorge y los demás propietarios habían sido liberados. Teo, al verlos marchar, apretó los puños, aunque suponía que era el término legal de la condena. «¡Decidle a Cosme Vila que es un c…!» Todos los sentimientos humanitarios de «La Voz de Alerta» habían desaparecido.

Octavio, Haro y Rosselló salieron asimismo del calabozo. Estaban pálidos como víctimas de una enfermedad. Al ver aparecer, en el calabozo, el rostro de dos guardias civiles a aquella hora de la mañana, se habían mirado inquietos. Al oír ¡Viva España! se pusieron en pie de un salto. Al ver que se les tendía un fusil a cada uno, comprendieron. Cruzaron la puerta dando gritos y al asomar a la calle miraron al cielo nítido, y luego vieron a Mateo, que los esperaba sonriendo. «¡Arriba España!», gritó éste. Los tres falangistas querían abrazarle. «¡Arriba!», contestaron. Mateo les dijo: «Vuestro puesto está en el Hospital Militar. No perdáis tiempo. Presentaos al sargento Hurtado».

Mateo había salido a las seis y quince minutos. Pedro, que los domingos se levantaba tarde, al verle aparecer en el comedor y dirigirse a la puerta temió que se repitiera la escena del suicidio de su padre.

– ¿Dónde vas? -le preguntó.

Mateo le dijo:

– A defender a España.

Pedro se incorporó. No comprendía. Temía que Mateo se hubiera vuelto loco.

Mateo le informó:

– Lo de África es cierto. Hoy nos toca a nosotros.

Pedro, súbitamente, comprendió. Le miró con ira repentina.

Mateo se le acercó con decisión.

– Te agradezco mucho lo que has hecho. Y no olvides que hay diez mil falangistas en España dispuestos a corresponderte en cuanto nos necesites.

No dio otra explicación. Comprendió que le sería imposible convencer a Pedro. Salió a la calle y no fue a ver ni a su padre ni a Pilar; directamente al cuartel. Pero pasó por la Rambla y su mirada se dirigió, emocionada, al balcón de los Alvear.

Todavía no había conseguido conocer a los dos albañiles y al electricista, los cuales montaban guardia en la estación.

Hacia mediodía, las calles se hallaban llenas de curiosos. En realidad, las fuerzas eran pocas, dada la extensión de la ciudad. Había zonas de ésta que daban la impresión de que la cosa no iba en serio. El espíritu crítico se adueñaba de muchos, pues había personas, como el subdirector, a las que el fusil en la mano les sentaba como alpargatas en día de fiesta. En cambio, don Jorge lo llevaba con maestría, lo mismo que don Pedro Oriol.

Se hablaba de sublevación en Barcelona, en Madrid y en todas partes. Alguien aseguraba que en todas partes era un éxito. Por el contrario, llegaban noticias de combates en las calles de Barcelona. La sublevación de algunas plazas, como la de Zaragoza, había dejado estupefacto al general. «¿Cómo es posible? ¡En Zaragoza está Cabanellas, republicano como yo!» El muchacho de la CEDA que le custodiaba levantaba los hombros irónicamente. «¡Qué le vamos a hacer, mi general! Tal vez Cabanellas no llevara mandil.» El alférez Roma reprendió severamente al chico. Su conciencia de militar le impedía mofarse del comandante de la plaza. A gusto le hubiera pegado un tiro al general, pero de ninguna manera consentiría ofenderle.

Ante los sindicatos, la guardia era sólida. Prohibida la entrada. Ello impidió las consabidas concentraciones. Los militantes de Cosme Vila, del Responsable, de Casal y los miembros de Izquierda Republicana y Estat Català se hablaban entre sí en una esquina, o se visitaban a domicilio. «¡Esto es intolerable! ¿Qué hacer?» Unos decían: «Yo tengo arma; yo un fusil, yo una pistola». Pero ¿cómo organizarse? Al saberse que los respectivos jefes estaban detenidos, el furor de unos y otros aumentó. «¡Hay que hacer algo!» El catedrático Morales temía que fusilaran a Cosme Vila. Olga estaba convencida de que lo mismo le ocurriría a Casal. «¡Hay que hacer algo!» Pero… aunque pocas, allí estaban, en lugares estratégicos, las ametralladoras. Y un par de cañones. Todos tenían la sensación de que habían sido unos imbéciles. «¡Si nos lo estaban diciendo ellos mismos!»

Era evidente que ante el enemigo común se despertaba de hombre a hombre un sentimiento de solidaridad. Muchos militantes se repartían por la ciudad en actitud provocadora. Elegían los lugares custodiados por los muchachos de la CEDA y de Falange. Se detenían y sacaban la petaca. Rosselló y el hijo mayor de don Santiago Estrada no se avenían a razones y se les acercaban apuntándoles. Ante el Matadero Municipal, Mateo ordenó a varios: «¡Manos arriba!» Y procedió a registrarlos. Halló un bulto extraño. Era una pipa. El militante sonrió. A otro le halló un revólver. Mateo se llevaba detenido a este militante. Un alférez se le acercó. «¿Qué ocurre? No hagas nada sin consultármelo a mí.» Fue el alférez quien se llevó al detenido.

Gran número de familias habían prohibido a sus hijos salir de casa. Algunas no les permitieron ni siquiera ir a misa. El número de personas que encontraban justificada la sublevación era crecido, pero de una parte el desconocimiento de las verdaderas intenciones de los militares y de otra el temor de que todo aquello fuera un fracaso, con las terribles represalias que ello traería consigo, mantenían los ánimos en un estado de angustia incalculable.

Matías Alvear había prohibido a los suyos que salieran. Sólo hacia las once de la mañana, al ver que en realidad en las calles no había nada que temer, accedió a los constantes ruegos de Ignacio y Pilar y permitió que ambos fueran a dar una vuelta, con la orden de no separarse. Ignacio quería ver el aspecto de la ciudad, a los sublevados en acción, y a Marta; Pilar quería ver a Marta con el botiquín… ¡y sobre todo a Mateo! Las cuatro horas de espera, de las siete a las once, se le habían hecho interminables. Continuamente oteaba la Rambla desde los cristales del balcón. Había visto a muchos soldados, al notario Noguer, a «La Voz de Alerta», pero no a Mateo. Al salir, cruzaron calles y más calles sin resultado. No veían ni a uno ni a la otra. Finalmente, delante del Matadero, vieron a Mateo.

Pilar perdió la respiración. Allí estaba su novio, con camisa azul, unas flechas bordadas en el pecho, arma al brazo. Pálido por la encerrona; larguísimos cabellos, que reclamaban unas tijeras. Mateo no la veía. Fue Padilla quien le dijo: «Me parece que allá viene alguien sospechoso».

Mateo se volvió como un rayo. Al ver a Pilar quiso acercarse, instintivamente. Pero el alférez le miró con fijeza. La chica vio que Mateo, sin insistir, desde lejos se dirigía a ella inclinando la cabeza, y comprendió que aquello era lo máximo que le estaba permitido. Apretó los dientes y se hubiera puesto a patalear. Entonces se dio cuenta de que a cinco metros escasos había una ametralladora y que unos soldados les hacían signos de que se alejaran. Pilar contempló aquel artefacto diabólico, nervudo, con tentáculos de muerte. Se hubiera echado a llorar. Quería gritar: «¡Mateo!»; pero éste había dado media vuelta otra vez, cumpliendo alguna orden. Por su parte Ignacio, al ver a su amigo con el arma, había recibido una impresión fortísima y todas sus conversaciones sobre la «dialéctica de las pistolas» le vinieron a la mente. ¡Mateo, en 1935, ya se había alistado a un proyecto de marcha sobre Madrid, desde la frontera de Portugal! Ahora observaba sus gestos siguiéndolos uno a uno. Al verle acercarse a un grupo de hombres y registrarlos, experimentó un indecible malestar, a pesar de que Mateo actuaba sin fanfarronería. Luego dirigió la vista hacia la ametralladora, lo mismo que Pilar. Y su angustia aumentó. El cañón, increíblemente estrecho y delgado, apuntaba a la fachada de Correos, a la puerta por donde a diario entraba y salía Matías Alvear.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Joseph Kanon - Los Alamos
Joseph Kanon
Joseph Wambaugh - Los nuevos centuriones
Joseph Wambaugh
José Gironella - Los hombres lloran solos
José Gironella
José Gironella - Ha estallado la paz
José Gironella
Marta Cecilia Vélez Saldarriaga - Los hijos de la Gran Diosa
Marta Cecilia Vélez Saldarriaga
José María Pumarino - El error de Dios
José María Pumarino
José Luis Valencia Valencia - Los tiempos de Dios
José Luis Valencia Valencia
José Arenas - Los rotos
José Arenas
Отзывы о книге «Los Cipreses Creen En Dios»

Обсуждение, отзывы о книге «Los Cipreses Creen En Dios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x