José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios

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La novela española más leída del siglo XX
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.

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El camarada Morales intervino:

– Tal vez fuera un medio para captar otros afiliados…

Cosme Vila asintió con la cabeza.

– ¡Desde luego! Si la cantidad de víveres recogidos es la que yo pienso, el reparto podrá beneficiar a todo ciudadano que esté en huelga, sin distinción de partido. No excluiremos ni siquiera a los anarquistas.

Gorki se tocó la barriga.

– ¡Menudo rato pasará el Responsable!

El camarada Morales miraba fijamente a Cosme Vila.

– Será una anticipación dada al pueblo de lo que serían las Cooperativas… -sugirió.

Cosme Vila le miró. Todo aquello le gustaba.

– Exacto.

Faltaba organizar y poner en práctica la recogida de víveres. El partido pagaría una parte mínima de su importe, y este mínimo sería lo único que percibirían los campesinos. De momento, se aconsejaría a éstos que entregaran el lote anual de especies que correspondiera al propietario; si esto no parecía suficiente, entregarían algo de su parte.

¿Cómo estimularlos? Cosme Vila creía que la confianza que muchos campesinos tenían en el partido ya en aquel instante, bastaría; sin embargo, era preciso anunciar la presentación de las Bases Agrícolas para un plazo muy próximo, y hacer observar que todo aquello serviría de experiencia.

– Hay que emplear la palabra «Colectivización» -dijo-. Esto estimula la generosidad, pues el campesino sabe que será correspondido a su vez, y que lo que entrega no se pierde.

Gorki intervino. Preguntó si se levantarían barricadas y si se ocuparían el Gas, el Agua y la Electricidad.

– Nada de eso, nada de eso -opinó Cosme Vila-. Hay que procurar beneficiar al pueblo y no perjudicarle. Si le damos víveres y por el otro lado le quitamos el gas y el agua, la hemos fastidiado.

Morales dijo:

– Una huelga pacífica…

– De momento, lo más pacífica posible.

Morales había quedado pensativo. Le parecía imposible que las cosas no fueran más complicadas y estaba seguro de que debía de haber puntos débiles. Dijo:

– No obstante… son muchas las horas que se pasará la gente sin hacer nada. Sin barricadas que defender, sin trabajo… Habría que ocuparles el pensamiento. De otro modo, tal vez sea difícil controlarlos…

Cosme Vila le agradeció la comprensión.

– Ocuparles el pensamiento… De momento, a muchos los emplearemos en la recogida de víveres por la provincia. Otros trabajarán en la Cooperativa. Hay que darles la impresión de que lo dejamos en sus manos; sin dejar de recordarles que al primero que se propase se le caerá el pelo como a Murillo.

Gorki intervino:

– A mí me parece que Morales tiene razón. Esto no basta. Los días son largos.

Cosme Vila se mordió los labios. Le gustaba que le pusieran objeciones razonables.

Víctor dijo:

– Con El Proletario tendrán que leer.

Morales cortó:

– Eso ocupa una hora lo máximo.

Cosme Vila dudaba. Reconocía que aquello no lo había previsto. Era preciso hallar una solución, y la solución debía buscarse siempre en el centro. Abrió el cajón del escritorio. Sacó un ejemplar de las Bases y se puso a leerlas detenidamente. Dobló la hoja. Al final de la segunda página, se pasó la mano por la cabeza.

– ¿Por qué no ponemos en práctica -propuso, bruscamente- la base número nueve?

– ¿Cuál es?

– La de la Milicia Popular. La valenciana hizo un gesto displicente.

– ¡Bah! Con las armas que te dieron.

– ¡Sin armas, sin armas! -interrumpió Cosme Vila-. Hacer la instrucción sin armas, en la Dehesa.

Morales sugirió: -O hacerla con algo simbólico. Una azada o un simple bastón.

La idea fue bien acogida.

– Un bastón, un bastón -opinó Gorki.

– Eso ya lo veremos -cortó Cosme Vila-. Lo importante es que la instrucción se haga. Ya llevaba días pensando en ello. Hay que formar las secciones, las escuadras; hay que darles mando. Estamos aquí sin organizar, como si no tuviésemos nada que hacer.

Guardó silencio y construyó algo más su teoría.

– Escuadras de seis hombres. Cinco bastones excepto un miliciano, que tendrá su fusil. Y este fusil servirá para enseñar su manejo a todos.

Víctor supuso que no se obtendría permiso para el fusil.

– Hay un procedimiento sencillo -opinó Cosme Vila-. No pedirlo.

Nadie se atrevió a replicar.

Morales asintió. Al catedrático le sugestionaba aquello.

– Que vayan a la Dehesa a quitárnoslo, eso es -repitió Cosme Vila.

La valenciana preguntó:

– ¿Y de dónde sacamos los pum pum?

Gorki la miró con desdén.

– Algo hay almacenado. ¿O es que crees que estamos dormidos?

La valenciana alzó los hombros.

– Perdona, guapo.

Cosme Vila estaba entusiasmado. «Ocupar el pensamiento…» Se movilizaría el campo, las carreteras plagadas de camiones con carteles, víveres al pueblo, los demás cayéndose de envidia. Julio vería que podían resistir un año. En la Dehesa, instrucción. Esto Julio no lo permitiría jamás. Esto no lo permitiría ni él ni el Comisario. Y mucho menos el general. La caballería… La caballería irrumpiría en la Dehesa exigiendo la entrega de los fusiles. «Sobrará para mantener el espíritu revolucionario…»

Ante el Comité, de momento quería quitar importancia a lo de la Milicia.

– Eso de los pum pum se arreglará -dijo-. Ahora lo que interesa es el local. El local -repitió-. Para almacenar los víveres.

Gorki miró a Morales. Y le preguntó si no podría utilizarse parte del edificio del Instituto.

El catedrático sonrió.

– En primer lugar, yo no soy el director -dijo-. Y luego no me parecería prudente expulsar a los alumnos y substituirlos por coles.

La valenciana le miró con desconfianza.

– ¿Por qué? Serían víveres para el pueblo.

Cosme Vila zanjó la cuestión.

– Dejar eso. Hay que hacer una gestión para el local de las Congregaciones Marianas.

A la valenciana le preocupaba otro asunto.

– ¿Y el transporte…? -preguntó.

Consideraba que nadie como Teo sería capaz de organizar el transporte de aquello…

Cosme Vila le miró con intención.

– Unos días en la cárcel no sientan mal a nadie -dijo.

Morales preguntó:

– ¿Estás seguro de que los campesinos se desprenderán de algo…?

Cosme Vila se encogió de hombros.

– Supongo que sí…

Gorki también tenía confianza. Había recorrido la provincia con su muestrario de perfumes y estaba hecha un jardín.

– Es el momento, ¿comprendéis? Si esto hubiera caído en enero…

– ¿Buena cosecha…? -preguntó Víctor.

– ¡Uf…! Hay de todo. Frutas, verduras, legumbres…

Morales asintió con la cabeza.

– Claro. Estamos en junio.

Cosme Vila dio por terminada la sesión.

Se levantaron. Cada uno recibió instrucciones. Gorki, Víctor y Morales fueron a la imprenta de El Tradicionalista . Cosme Vila se dirigió a la radio. Consideraba que hablar por radio era eficaz. El día de su alocución habían conectado el aparato en muchos cafés.

Quería informar a los afiliados de cuanto habían acordado. Era preciso dar a entender que el Partido Comunista actuaba con un poco más de sentido común que la CNT. «De momento, no hablaré de la Milicia. Víveres para todos, y salida del primer número de El Proletario para mañana.» También pensaba hablar de Murillo, el cual se había constituido jefe de la célula trotskista, amenazando con no sé qué.

CAPÍTULO LXXVIII

El doctor Relken quedó muy satisfecho al oír a Cosme Vila hablar de él por radio. Y más aún al día siguiente, al desplegar El Proletario y ver su nombre cruzar la página, y noticias sobre el curso de su curación.

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