José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios

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La novela española más leída del siglo XX
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.

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– Amigos, yo creo que no hay que perder la cabeza. El Frente Popular ha resultado ficticio, de acuerdo. En España pactar con gente como Gorki o el anarquista ese de las botas resulta peligroso para los que amamos el orden y el progreso; y por ello la República se ha preocupado desde el primer momento de la instrucción pública. Sin embargo, no hay que olvidar lo que teníamos antes de la victoria del Frente Popular. En las elecciones compramos la libertad de conseguir avances sociales, la posibilidad de que las grandes potencias no nos consideraran un país de inquisidores y esclavos; es justo que ahora tengamos que pagar un tributo. No hay que perder la cabeza por ello. Que cada uno se mantenga en su puesto. En Madrid saben adonde van, y lo que se tiene ante los ojos no debe perjudicar la visión del conjunto ni de lo futuro. Yo pido, de un lado, que el jefe de Policía se muestre enérgico y, de otro, moderación a los que quisieran tomar medidas draconianas. La Historia no se hace en un día y creo que desde 1931 hemos dado un gran paso en la civilización. Soportemos los contratiempos en homenaje a los ideales que nos unen.

Pocos fueron los que salieron convencidos. El general comprendió una vez más que el coronel era un ingenuo y recordó lo que sus tres hijas solteras decían siempre de él: «¡Qué excelente marido haría!» Julio estaba desesperado viendo que nadie tomaba en serio, ¡ni siquiera los militares!, el peligro del levantamiento. Ni siquiera viendo lo que ocurría con el asunto del teniente Martín, con el traslado del comandante. En cuanto a Casal, al llegar a su casa dejó los guantes blancos sobre la mesa y fue a dar el consabido beso a sus tres hijos. Su protuberante nariz los despertaba a veces. Su esposa no le aconsejó, como antaño, «que obedeciera a los que eran más altos que él». Por el contrario, de un tiempo a esta parte, se había puesto a la defensiva y le contó lo que la mujer de Cosme Vila le había dicho: «Cosme cree que ha llegado la hora».

– ¿Qué significa eso? -dijo-. Anda con cuidado. Ya sabes que el instinto no me engaña.

De pronto vio los guantes del tipógrafo sobre la mesa. Los tomó y exclamó: «¡Jesús, qué sucios están! He de lavarlos en seguida».

CAPÍTULO LXXVII

Cosme Vila había mandado una nota a Julio hablándole del peligro militar, y ofreciéndole todos sus afiliados de la ciudad y provincia para cuando lo considerase oportuno. Julio había pegado un puñetazo en la mesa. El primer puñetazo nervioso que Antonio Sánchez observaba en su jefe.

Cosme Vila había reunido luego el Comité Ejecutivo, en el cual el catedrático del Instituto, señor o camarada Morales, según el interlocutor, ocupaba el lugar de Murillo. Cosme Vila entendía que a los intelectuales debía hacérseles poco caso, pero que, en cambio, daban gran prestigio al Partido.

En la reunión faltaba Teo, y la valenciana estaba nerviosa por ello. A Víctor le había parecido excesivo lo ocurrido en los Hermanos y temía por la opinión pública y aun por la de los propios afiliados en cuanto reflexionaran en frío.

Cosme Vila cortó las lamentaciones del viejo.

– No vamos a hacer marcha atrás, ¿verdad?

En opinión de Cosme Vila, la confabulación de autoridades, falangistas y otras fuerzas de la ciudad contra el Partido Comunista era tan notoria que ella sola bastaba para unir en bloque a los militantes.

– No cesan de tener reuniones, de discutir para acabar con nosotros. Todo esto es del dominio público y no hay mejor argumento para justificar nuestra conducta. Obramos en defensa propia.

Gorki asintió a las palabras de Cosme Vila.

– Por lo demás -prosiguió éste-, ¿qué puede ocurrir? Nada. Dispondremos de la imprenta de El Tradicionalista para explicarnos. Y, sobre todo, de la huelga, para acaparar la atención.

Miró a Gorki.

– Gorki… -le dijo-, vas a tener mucho que hacer. Es preciso convertir El Proletario en diario. El camarada Morales nos ayudará, puesto que es profesor de literatura. -Dirigiéndose a Víctor añadió- : Mañana hay que sacar el primer número. -¿Mañana…? -Desde luego.

A todos les pareció imposible.

– Y tened eso en cuenta: lo importante para nosotros es la huelga, es decir, las bases. La gente las aplaudió, pero en realidad no sabe lo que significan. Hay que explicárselo con detalle, una por una, machacar hasta que las entiendan. -Luego añadió-: También hay que protestar contra el atentado al doctor Relken.

El catedrático del Instituto intervino:

– ¿Hay que aludir al levantamiento militar?

Cosme Vila arrugó el entrecejo.

– Sobre eso… de momento mutis.

Cosme Vila entendía que el periódico debía mantener el espíritu revolucionario en un sentido positivo.

– Ésta es nuestra misión. Lo que nos proponemos con la huelga es muy grande; es definitivo. Nada, pues, de presentarla como una merienda en el campo. Al contrario… Hay que hacer comprender a los camaradas que no será cosa fácil; pero que, con tenacidad, a las autoridades no les quedará más remedio que ceder. Tampoco era fácil lo que se consiguió en Rusia en 1917.

Víctor dijo:

– Convendría presentar en seguida puntos positivos.

Cosme Vila asintió con la cabeza.

– Naturalmente, naturalmente… -Reflexionó-. Habría que presentar en seguida puntos positivos… -Continuó hablando, concentrado-. Habría que decirles… eso: que, aunque poco a poco, las autoridades cederán. Mejor dicho, que ya han empezado a ceder… ¿Por qué no, si es lo cierto? De momento, hemos clausurado cinco locales enemigos. Y además, tenemos imprenta. Alquilada, pero a nuestra disposición. Eso antes de empezar.

– ¿Y ahora…?

– Ahora… vamos por la jornada de seis horas. Y por la entrega al pueblo de varios edificios. Eso caerá, eso caerá sin ninguna duda. Luego a la reelección de alcalde.

Miró a todos.

– Mientras se progrese, la gente aguantará. Lo peligroso para una huelga es la situación estacionaria. Gorki habló del hambre, de las tiendas cerradas. Esta vez Cosme Vila no vaciló un instante. Se sintió a sus anchas.

– No creerás que somos tan memos como el Responsable, ¿verdad?

– ¿Qué quieres decir?

Morales pidió también una aclaración.

– Desde el primer momento -explicó Cosme Vila- pensé en el problema del hambre, de la falta de reservas. Hablé de ello largamente con los camaradas de Barcelona; y, como siempre, encontramos la solución.

– ¿Solución…? -repitió Gorki como un eco.

– Sí. ¿Por qué no? No sé si conocéis esta frase: «En las huelgas, quien tenga el campo resistirá mucho tiempo». -Ante la actitud expectante de sus camaradas, prosiguió-: Pues bien, nosotros, en la provincia, tenemos el campo.

Entonces Cosme Vila expuso su plan. Desde febrero no había hecho más que recibir visitas de campesinos que no confiaban sino en él para liberarse por fin del yugo del propietario. «En la manifestación había más de doscientos campesinos, entre ellos cinco colonos de don Jorge.»

– De modo que conseguir víveres será un simple problema de transporte -dijo-. Cada célula en el campo recogerá los donativos de los campesinos.

Después de una pausa prosiguió:

– Hay que recorrer la provincia con camiones y carteles que digan: «Víveres para los huelguistas de Gerona». O mucho me equivoco, o el resultado será sorprendente. Se trata de encontrar aquí un local, donde almacenarlo todo. Vamos a ver si podemos utilizar el de las Congregaciones Marianas, que está en planta baja. -Cosme Vila añadió-: Estos víveres serán entregados gratuitamente a los huelguistas, y barrerán de paso a los que hayan imaginado rendirnos por hambre.

La idea entusiasmó a todos. La valenciana gozaba de lo lindo imaginándose junto a una báscula entregando víveres a los camaradas.

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