José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios

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La novela española más leída del siglo XX
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.

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Ignacio añadió, después de un silencio:

– Me avergüenzo de lo que está ocurriendo, en serio. Nunca hubiera creído que España pudiera ser así.

Carmen Elgazu asintió con energía.

– Tienes razón, hijo.

– La capacidad de odio que hay es terrible -prosiguió Ignacio-. Estoy verdaderamente avergonzado. Son miles de españoles capaces de cualquier barbaridad.

Don Emilio Santos dejó la taza sobre la mesa.

– ¡Ah, no simplifiquemos las cosas! -dijo-. También los hay a miles capaces de lo contrario. Y si no, al tiempo…

Ignacio no insistió. Don Emilio Santos se sentía consolado. En aquella casa se encontraba a sus anchas. Miró a César. Quería preguntarle algo y no sabía qué.

– ¿Qué se dice en el Collell? -habló por fin-. ¿A qué se atribuye todo esto?

César le miró con fijeza.

– A que la sociedad se aparta de Dios.

Por el momento, las medidas tomadas por la Jefatura de Policía eran dos: interrogatorio a Cosme Vila y detención de Teo; por otro lado se buscaba a Mateo y a los dos desconocidos que tomaron parte en el atentado contra el doctor Relken.

Ésta era la reacción práctica registrada en las alturas. Julio había dicho: «Se procederá severamente contra unos y contra otros».

Tocante a la población, la muerte del hermano Alfredo provocó indignación general, y salieron muchas personas afirmando que las acusaciones contra el sacristán carecían de fundamento. Por fortuna, parte del edificio pudo ser salvado, gracias a la eficaz intervención de los bomberos. Pero toda una ala del convento se derrumbó.

Los que con mayor vigor reaccionaron en contra del hecho fueron los innumerables ex alumnos de los Hermanos de la Doctrina Cristiana. En el patio de aquel Colegio habían jugado al fútbol muchos ciudadanos gerundenses y, en algún rincón, fumado el primer pitillo. Por lo tanto, el convento era sagrado para ellos y consideraban que ni la miseria que pudieran pasar los seguidores de Cosme Vila ni la noticia de la paliza al doctor Relken justificaban que hubiera sido incendiado.

En resumen, «la otra mitad» de que hablaba don Emilio Santos sintió por primera vez, con fuerza inequívoca, que algo vital estaba en peligro, que estaba en peligro la propia vida de la sociedad, las creencias, la historia y tradiciones por las que el país había vivido siempre. El sentimiento era inequívoco en el fondo de cada ser, y cada ser lo manifestaba a su manera. Las viejas saliendo de la parroquia del Carmen, pegada a Comisaría, y persignándose al ver pasar a Julio. Los veteranos tradicionalistas coincidiendo en tomar el sol en parajes apartados donde pudieran hablar a sus anchas. Los educandos de los Hermanos yendo una y otra vez a contemplar los escombros de su Colegio, con la esperanza de encontrar el lápiz perdido, los libros. El sobresalto de las taquilleras en los cines al ver entrar por la ventanilla unas manos ennegrecidas. La ausencia en la Rambla de toda persona que no llevase en el bolsillo un carnet obrero con todos los sellos necesarios.

No obstante, esta protesta era en el ánimo de la mayoría un simple sentimiento miedoso. Al notario Noguer, que no se cansaba de repetir: «Hay que tomar una determinación», fueron infinidad los que le contestaron. «¿Qué quiere hacer? La batalla está perdida».

En realidad, en los únicos lugares donde se perfilaba claramente una voluntad de acción, y de acción común, era en el interior de algunos cerebros repartidos por la ciudad; el cerebro de «La Voz de Alerta», los cerebros de ciertos oficiales del Ejército, los cerebros de algunos jóvenes tradicionalistas y de la CEDA, cerebros de falangistas y, dominándolos a todos, el cerebro del comandante Martínez de Soria.

Un indicio claro lo suministraba la manera de tratar a los soldados. Algunos oficiales veían sin lugar a dudas que su autoridad disminuía y eran blanco de bromas y frases alusivas; por el contrario, otros habían adoptado de repente una actitud rígida, imponiendo la más estricta disciplina, como defendiendo en cada orden el amenazado prestigio del uniforme.

En cuanto a los jóvenes tradicionalistas y de la CEDA, tuvieron una curiosa reacción, parecida a la del cajero de la Tabacalera: leyeron con avidez y se pasaron de mano en mano las octavillas de Mateo.

«Es un error suponer que los militantes comunistas se han lanzado a la calle para tener una piscina como la de Novogorod. Nadie se juega la vida por una piscina. Sólo se combate por algo espiritual, aunque a veces los propios protagonistas no se dan cuenta.»

«Si Falange ha puesto rosas rojas en las tumbas de Jaime Arias y Joaquín Santaló, ha sido porque respeta a los que dan la vida por una idea.»

Los hijos de don Santiago Estrada no daban crédito a lo que leían sus ojos. Habían visto arder su Internado en Mataró y ante el incendio de los Hermanos revivieron la escena. Las palabras de Mateo penetraban en ellos certeramente. «Nadie combate por una piscina.» Nadie combate tampoco por unas prendas de abrigo.

Los dos muchachos se encontraban sin partido y con el local clausurado. Desde aquel momento no pensaron sino en la manera de entrar en contacto con Mateo. ¿Qué hacer? No querían comprometerle; por otra parte, querían oír de sus labios explicaciones concretas. Finalmente, fueron a ver a Marta…

En cuanto a «La Voz de Alerta», la entrada de Teo en la cárcel acabó de convencerle de que el dilema estaba claro: matar o morir. Verse obligado a compartir la celda con el gigante era una tortura superior a sus fuerzas. A través de las rejas del locutorio le dijo a Laura: «¡Vete a ver al comandante Martínez de Soria y dile que te de una pistola! En el momento señalado usaremos de ella, saldremos de aquí y nos uniremos a las fuerzas. Don Jorge está decidido, a pesar de la edad, y los demás lo mismo. Y el primero que desaparecerá será Teo».

Laura se había horrorizado viendo a su marido en aquel estado; el comandante Martínez de Soria, a quien los nervios de aquella mujer inspiraban escasa confianza, le dijo: «No sé de qué fuerzas está usted hablando».

En cuanto a Mateo, por primera vez se atrevió a confiar a sus camaradas que, en efecto, se preparaba un movimiento militar para el caso de que el Gobierno no se decidiera a poner orden en la nación. Después de la paliza al doctor Relken y de restituir la imagen al Museo, aprovechando el caos por la manifestación comunista, se había ido a casa del Rubio y allá se quedó, en la cocina. La madre del Rubio estaba convencida de que era un músico de la Pizarro-Jazz y de que también eran músicos Padilla y Rodríguez, los únicos camaradas que, vestidos de paisano, iban a verle.

Mateo, en ausencia de Octavio, Haro y Rosselló, y por ser los dos guardias civiles los únicos no conocidos como falangistas, los nombró jefes de escuadra. Serían los encargados de enlazar con Roca, Jorge y Benito Civil, a quienes, de momento Julio parecía dejar en paz a pesar de lo del cementerio, y con Marta; así como de dar instrucciones a los que ingresaran de nuevo.

Fue, pues, a Padilla y Rodríguez, a quienes Mateo comunicó que el comandante Martínez de Soria estaba en contacto con Barcelona y Madrid «para defender a España con la sangre.»

– Está claro que no hay otro remedio -dijo-. La pasividad de Julio y la de todos los Julios en el resto de nuestra pobre Patria resulta monstruosa. Hay una auténtica conspiración masónico-socialista-soviética contra España. Los movimientos de salvación que se inician son muchos, especialmente dentro del Ejército. Falange ha dado la orden de no obedecer sino al jefe militar que pronuncie la palabra «Covadonga»; y ésta es la palabra que pronunció el comandante Martínez de Soria al llamarme, por mediación de Marta. Así que ya lo sabéis. La cosa está prevista para octubre o noviembre, quizá más tarde. Cuando la red quede establecida con seguridades de éxito; en estos meses nos defenderemos como podamos, captando el mayor número posible de adeptos y sin perder nunca contacto.

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