José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios
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Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.
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¡Bendita tregua, que permitía reflexionar! ¿Qué se proponía Mateo respecto del doctor Relken…? «Se enterará de que con España no se juega.» A Ignacio le parecía adivinar, y temía que las consecuencias fueran graves para su amigo. Por otra parte, faltaban quince días para los exámenes y Mateo se había retrasado mucho. Sin contar con que el muchacho tenía prohibido ausentarse de la localidad. ¿Cómo haría para examinarse en Barcelona? El profesor Civil sufría por ello, además de que la noticia de que su hijo Benito era de Falange le había acortado la vida.
Ocho días de espera. El sábado, Mateo le propuso a Ignacio ir precisamente al valle de San Daniel. Ignacio le acompañó. Anduvieron en silencio, contemplando la naturaleza. El Galligans, convertido en arroyo, el camino que lo bordeaba, la tapia del convento de clausura. Al otro lado de la tapia se erguían unos cipreses… y se oían risas. Las monjas. La media hora de recreo al día. Se decía que en aquella media hora podían reír y saltar y perseguirse por el jardín… entre cipreses. Mateo se detuvo para escuchar estas risas. ¿Estarían las monjas al corriente de lo que ocurría en la ciudad?
Mateo pensó en César. Arrancó un poco de hiedra de la tapia. Luego la tiró, porque no olía. Cantaban las ranas en el arroyo. Cruzaron un pequeño puente de madera. Con sólo volverse veían aún el campanario de la Catedral. Flores, flores silvestres entre los prados, en las orillas del camino. Margaritas, amapolas. Los perros se paraban para ver a los dos muchachos. Era la tregua, que permitía reflexionar, que permitía el despliegue dulce de la primavera.
Mateo dijo por fin:
– A veces uno tiene ganas de irse a vivir a una isla.
Ignacio no contestó. Mateo se le acercó y le asió del brazo un momento.
CAPÍTULO LXXIV
La reunión que Julio tuvo con los Costa y Casal, a la que asistió el doctor Relken en calidad de consejero, fue un fracaso. El plan de Julio era conceder a Cosme Vila algo de lo que pedía -para dar impresión de imparcialidad- y negarse a todo lo restante. Pero al precisar este «algo» fue cuando se produjeron las discrepancias.
Cuando Julio sugirió acceder a la clausura de los locales derechistas, los Costa se opusieron a ello en nombre de la libertad de asociación que preconizaba la República. Cuando sugirió la clausura de los conventos, se opuso Casal en nombre de la libertad de cultos. Las Cooperativas obreras, subvencionadas por los bienes del Obispado y los Bancos, a los Costa les parecieron una patochada. No hubo acuerdo.
Ni siquiera el doctor Relken, con su eterno sonsonete de «unidad», consiguió mejor resultado.
De modo que, después de prolijas discusiones, los reunidos se dispersaron. ¡Y, sin embargo, era preciso hacer algo en contra de Cosme Vila! Los Costa decidieron apelar a la Generalidad, Casal consultó con Barcelona y el Partido Socialista le contestó: «No es cosa de que por un puntillo de provincias echemos a perder las buenas relaciones que nos unen con el Partido Comunista». Por si fuera poco, la logia le ordenó: «Aténgase a las normas generales del Sindicato».
Y, no obstante, nada de ello alteró la decisión de Julio: las bases fueron denegadas. Julio, de acuerdo con el Inspector de Trabajo, publicó la nota oficial. Sólo se accedía a la número cinco: clausura de los locales de los partidos derechistas y del taller en que se imprimía El Tradicionalista . Lo demás era considerado un atentado, y las autoridades tomaban las medidas necesarias para sofocar cualquier intento de imponer las bases por la fuerza.
Apenas la radio y El Demócrata hicieron pública esta decisión, todo el mundo comprendió que la ciudad entraba en un momento decisivo.
Todo el mundo sabía que el Comité Ejecutivo del Partido Comunista estaba reunido en sesión permanente, en compañía de dos delegados de Barcelona que quedaron en Gerona en espera de la respuesta oficial; era de prever que la réplica de Cosme Vila sería fulminante.
Y, no obstante, Cosme Vila dio prueba, una vez más, de sangre fría. Recibió la nota escrita. Teo se levantó como una torre y preguntó: «¿Qué se hace?» Cosme Vila le miró y contestó: «De momento, ir a la Comisaría, agradecer la aceptación de la base número cinco y preguntar cuándo será puesta en práctica. Luego veremos».
Los dos delegados de Barcelona asintieron con la cabeza; y Cosme Vila, acompañado de Gorki, realizó la gestión.
Julio los recibió en su despacho. Cosme Vila llevaba la lista de los locales afectados por la orden de clausura: imprenta de El Tradicionalista; redacción de este periódico, que era a la vez el local de los monárquicos; CEDA, Liga Catalana, Acción Católica, Congregación Mariana. Cosme Vila preguntó:
– ¿Cuándo será cursada la orden?
Julio contestó:
– Ya está cursada, excepto Liga Catalana. Liga Catalana -añadió en tono enérgico- continuará abierta…
Cosme Vila le miró y no insistió. Luego, el jefe del Partido Comunista dijo:
– Nosotros deseamos alquilar la imprenta de El Tradicionalista . En cualquier caso, pagamos cinco pesetas más que el mejor postor.
Julio contestó:
– Se abrirá un concurso legal.
Cosme Vila y Gorki se retiraron. Hasta media tarde, pues, no informó Teo de que las órdenes habían sido efectivamente cursadas a don Pedro Oriol, a don Santiago Estrada, al Obispo en persona, y que los guardias de Asalto habían sellado los locales. Entonces el jefe del Partido Comunista decidió movilizar a sus afiliados. Se personó en la emisora y decretó la huelga general. Luego convocó a todo el mundo para el día siguiente, a las tres y media de la tarde, en el Puente de Piedra. Y mandó enlaces a las células de los pueblos, especialmente a los campesinos, para que acudieran en masa a la manifestación.
Mosén Alberto, que desde la muerte de la sirvienta parecía otro hombre, obsesionado por la idea de hacerse digno del trágico fin que tuvo la mujer, al oír la alocución de Cosme Vila se levantó, se dirigió a su cuarto y arrodillándose rezó con toda su alma para que Dios tuviera compasión de la ciudad. Mateo comprendió que el momento era propicio para actuar. Comprendió que ni el señor obispo ni don Pedro Oriol ni don Santiago Estrada estaban en condiciones de replicar de una manera eficaz. La independencia ideológica de Falange le abría las puertas, una vez más… Cuando el hijo de don Jorge fue a verle a la Tabacalera, cumpliendo el encargo que le había hecho Pilar, Mateo le puso al corriente de su conversación con Julio y le dijo:
– Mi despacho está sellado, y el Partido declarado ilegal. Y, sin embargo, tengo que hablaros. El Rubio ha accedido a que nos reunamos en su casa. Avisa, pues, a todos los camaradas para que vayan allí a las siete y media. A todos, excepto uno: Roca. Dile a Roca que le excluyo simplemente porque es indispensable que, por lo menos, uno de nosotros quede a salvo… En el puesto de Roca asistirán dos nuevos camaradas ingresados… dos guardias civiles: Padilla, muy eficaz, ya le conoceréis, y otro llamado Rodríguez. Avisa también a Marta.
Jorge cumplió. Y, entretanto, Cosme Vila hizo su declaración por radio. De modo que Mateo se dirigió a casa del Rubio consciente de la importancia capital de aquella reunión.
Se reunieron en la cocina, y el Rubio salió al balcón, con el casquete de la Pizarra Jazz , para distraer a los vecinos…
Mateo se dio cuenta en seguida de que un punto de desánimo había ganado a sus camaradas. Sólo la presencia de los dos guardias civiles operó benéficamente. Pero todos pensaban en el peligro, y en el calabozo en que se mordían los puños Octavio, Haro y Rosselló. Mateo les dijo:
– Camaradas, la huelga general ha sido decretada. La situación será caótica. Es el momento propicio para hacer oír nuestra voz, al modo como elegimos el de los incendios en las montañas para repartir nuestras primeras octavillas. Esta vez es preciso obrar. No temáis que nuestras acciones queden diluidas por el hecho de que Cosme Vila ocupe el primer plano de la actualidad; por fortuna, Falange tiene estilo propio y nada de cuanto hagamos, por insignificante que sea, pasa inadvertido. Yo propongo a vuestra aprobación dos acciones simultáneas. Una, que demuestre que estamos en contra de quienes, en nombre de la izquierda y de los avances sociales, desintegran a España; otra, que demuestre que estamos en contra de quienes, en nombre de la derecha y de la defensa de España, cometen barbaridades. Es decir, iremos de un lado, contra el teniente Martín; de otro, contra el doctor Relken.
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