José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios

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La novela española más leída del siglo XX
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.

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El Partido Comunista se apoyaba en los nueve puntos que en su día Cosme Vila había leído en la barbería. En el plano social exigía la inmediata implantación de la jornada de seis horas, el control obligatorio en las empresas y la participación obrera en los beneficios. Las Bases del Responsable, poco más o menos.

En el plano político, se pedía la inmediata destitución de todas las autoridades -Comisario, jefe de Policía, etc… – y la convocatoria de elecciones populares para proveer dichos cargos, elecciones en las que sólo podría votar quien presentara carnet de trabajador.

En el plano económico, se exigía la creación de tres Cooperativas Obreras: patatas, pan y aceite, y la municipalización de los servicios públicos. Toda familia provista de carnet del Partido Comunista o de un Sindicato obrero -Socialista o CNT-, disfrutaría de ellos gratis.

Al llegar al apartado de la enseñanza, Cosme Vila informó que en este aspecto el Partido Comunista depositaba un crecido margen de confianza en los camaradas David y Olga, presentes.

Cosme Vila se refirió entonces al problema religioso. El anuncio de este tema despertó inusitado interés. El jefe dijo que razones psicológicas que no podían ser desestimadas, impedían llegar en este aspecto, de un solo golpe, al ideal, que sería la completa exterminación de la fábrica de embustes que era la Iglesia Católica. Ello no se había conseguido ni siquiera en la Unión Soviética. Ahora bien, se pedía la inmediata prohibición del uso de la sotana a los sacerdotes y la clausura de todos los conventos que no se dedicaran a obras benéficas. Los locales sobrantes, lo mismo que el de la CEDA, el de la Liga Catalana y demás partidos fascistas, servirían para la instalación de las Organizaciones Obreras.

Cosme Vila había leído todo aquello con voz pausada. Dejó el papel y prosiguió:

– Faltan muchas cosas aún. Todos vosotros sabéis que se han encontrado armas en casa de unos ciento cincuenta fascistas, de los cuales sólo unos diez están en la cárcel. ¿Qué significa esto? Que los registros se han efectuado a la ligera, y que no se les castiga. Todos sabemos que no hay un solo derechista que no posea armas. Así pues, estimamos que no podemos dejarnos sorprender. El camarada Hernández, de Barcelona, ha aludido a la Milicia Popular Armada. ¡Exigimos la creación de esta Milicia en Gerona, pues todos sabéis que los militares quieren sublevarse!

La reacción fue unánime. Gritos de «¡Ar…mas! ¡Ar…mas!» empezaron a tronar en el local. A poco, el teatro entero repetía estas palabras. La palidez de Teo obsesionaba a todo el mundo, así como la manga flotante del orador de Barcelona.

Luego Cosme Vila continuó:

– Camaradas, al llegar a vuestras casas, reflexionad sobre cada uno de los puntos que exigimos. Entonces veréis que la confianza que nos habéis depositado no queda defraudada. Son reivindicaciones elementales en el programa proletario. Constituyen la primera etapa: España puede ponerse en cabeza de la revolución, junto con la Unión Soviética. Debéis de estar dispuestos a luchar por todos los medios para que nuestra voz sea oída. Si no nos oyen, entonces son los demás los que tienen que estar dispuestos… a conocer nuestra voluntad implacable.

Cosme Vila fue de nuevo premiado con gritos de «¡Viva el Partido Comunista Español! ¡Viva Rusia!» A los militantes veteranos sólo les había extrañado un detalle: Cosme Vila no había atacado ni una sola vez a los anarquistas, como era de esperar. Al contrario, incluso les había alargado una mano, lo mismo que a Casal. Algunos supusieron que era una cuestión táctica.

Al ponerse en pie, el camarada Vasiliev interrumpió aquellas especulaciones. El dirigente ruso recobró la sequedad con que entró en el escenario. Recibió la ovación de la masa, sin mover un músculo de su rostro. Sólo de vez en cuando asentía con la cabeza o levantaba el puño.

Todo el mundo se preguntaba en qué idioma iba a hablar. Se decía que el español resultaba terriblemente difícil a los rusos. Por ello, cuando el camarada Vasiliev pronunció las primeras palabras de saludo en catalán, la multitud se enardeció. El dirigente ruso hablaba penosamente, pero en forma clara. Tenía que meditar cada palabra y la manera de pronunciarla. Ello surtía un gran efecto. Cada sílaba que después de aquel esfuerzo brotaba de sus labios, cobraba importancia excepcional. Así que su discurso, en realidad muy breve, duró mucho.

– Camaradas… Catalanes. Yo, en nombre Unión Soviética… os traigo saludo Rusia. Felicito… camarada Cosme Vila, vuestro jefe. Por… su… inteligencia, por… su lealtad. Su… gesto expulsar… camarada… me ha conmovido… pienso dar parte… a jefes Unión Soviética. Camaradas… apruebo programa… revolucionario… que… vosotros… habéis… también… aprobado. Se acerca… momento triunfo… proletariado. Camarada Stalin… me ha encargado… salude pueblo… español… y catalán. Luchad… liberad a vuestros hermanos. Todos los países… están con vosotros. España… muy atrasada… por culpa… religión… y dictadura burguesa. Pero… Unión Soviética… hermana España. Camaradas… de… Gerona. Disciplina… y… heroísmo. ¡Viva… el… proletariado universal! ¡Viva… Rusia! ¡Viva… el Partido… Comunista… Español!

CAPÍTULO LXXIII

Hubo varias personas a las que el carácter clara y ferozmente revolucionario de aquellas bases, no sorprendió. Entre ellas el profesor Civil. El profesor Civil pensaba que ni por un momento Cosme Vila había supuesto que las autoridades las aceptarían; estaba seguro de antemano de que, exceptuando tal vez lo relativo a lo religioso, las rechazarían una por una. Pero, a su entender, la negativa era precisamente lo que Cosme Vila buscaba. Denegadas las aspiraciones del pueblo, decretaría la huelga general, que coincidiría con la de los anarquistas. Absoluta confusión en la ciudad; a las autoridades se les escaparía el orden público de las manos, se enlazaría con los movimientos revolucionarios que se anunciaban en Barcelona. El profesor Civil estimaba que Cosme Vila conseguiría su máxima aspiración: que su aliada la negra miseria cundiera en la ciudad.

Por su parte el comandante Martínez de Soria prestó especial atención a la entrega de armas del Ejército a las organizaciones obreras, y a la creación de la Milicia Popular armada. Pidió audiencia al general y al coronel Muñoz. Consiguió verles juntos, en el Gobierno Militar. Ambos jefes pensaban que quería interceder en favor del teniente Martín, lo cual no era cierto. «La propuesta de Cosme Vila -dijo- constituye un ultraje al honor del Ejército. Por otra parte, de no accederse a la creación de esta Milicia Popular, las Organizaciones Obreras procederán a la desmoralización de los cuarteles. Gran número de soldados asistieron a la Asamblea, y al parecer algunos de ellos, al salir, pisotearon su gorro militar. Yo suplicaría al general que tomara las medidas necesarias para garantizar la integridad del Ejército en la plaza.»

El comandante Martínez de Soria vio que sus palabras surtían efecto, y que el general y el coronel Muñoz no estaban seguros ni mucho menos de que exagerara. El general, bajo y cuadrado, despidió llamas por los ojos y se paseó de arriba abajo soltando interjecciones. El coronel Muñoz tenía más dominio de sí. Por otra parte, llevaba muchos sábados entendiéndoselas en la Sala de Armas con el comandante. Le dijo a éste:

– El general ha recibido una copia de las bases y está estudiando la respuesta adecuada. Por mi parte no me siento autorizado para darle al general ningún consejo, máxime teniendo en cuenta que sé que no lo ha pedido a nadie. Me consta que resolverá lo mejor.

El comandante Martínez de Soria insistió. El general, bruscamente, pidió que le dejaran solo. El comandante y el coronel salieron juntos del despacho. Entonces el comandante Martínez de Soria dijo a su acompañante:

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