José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios
Здесь есть возможность читать онлайн «José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los Cipreses Creen En Dios
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los Cipreses Creen En Dios: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los Cipreses Creen En Dios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.
Los Cipreses Creen En Dios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los Cipreses Creen En Dios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Ignacio veía en el policía alguien muy a propósito para satisfacer su curiosidad. Julio era muy culto, mucho más desde luego que su padre. Con una experiencia de la vida más… compleja y mundana. Siempre empleaba la palabra «Europa» y hablaba sobre muchas cosas con la misma autoridad con que en el Seminario el catedrático de Historia hablaba de los cartagineses. Muchas veces le decía: «Eso de que la parte moderna de Gerona no te gusta… cuidado, ¿sabes? Naturalmente hay arquitectos malos, y por otra parte aquí copiamos de Alemania y demás. Pero no olvides esto: «arquitectura funcional». Es curioso que un hombre que haya aprendido a declinar, tiritando, en un edificio «de los antiguos» se horrorice porque vea grandes ventanales, aceras limpias y calefacción. Al fin y al cabo, te marchaste del Seminario asqueado, ¿no es éso? -Le ponía un disco de flamenco-. Ya verás, ya verás que la República te irá enseñando muchas cosas».
Éso era lo que Ignacio había pensado: «que la República traería calefacción». Claro que él no lo había enlazado con el resto. Lo evidente era éso: que Julio sabía muchas cosas. Por ejemplo, de política sabía más que su padre, a pesar de que Matías Alvear se leyera de cabo a rabo La Vanguardia , artículos de fondo y sesiones del Parlamento, sonriera como un bendito al leer: «Risas en la sala» y se moviera inquieto en la silla al leer: «Tumulto en los escaños». Julio sabía no sólo lo que ocurría sino por qué. Por algo era policía, y además hombre culto. El día que Ignacio quisiera saber con exactitud qué diferencias existían entre radicales, socialistas, radicales socialistas, etc., no tendría más que acudir a Julio. Claro que de eso su padre también debía de saber lo suyo.
En todo caso, no le sorprendió en absoluto que, apenas transcurridas cuarenta y ocho horas de la conversación en el Neutral, Julio subiera y, después de pedir el cafetito a Carmen Elgazu, les comunicara que el director del Banco Anís estaría encantado de conocer al muchacho.
– ¿De veras? -preguntó Matías.
– En realidad, podrá empezar el primero de octubre. Cualquier día le hacéis la visita de cortesía. En fin, que vea la cara que tiene.
Fue desde luego una gran alegría para todos y Carmen Elgazu se preguntó una vez más: «¿Cómo se las arregla ese hombre para tener tanta influencia?» A decir verdad, Julio le daba un poco de miedo. No comprendía por qué se le había despertado aquel interés por Ignacio, dada la diferencia de edad. «En cuanto Ignacio se traiga algún libro suyo -se dijo-, llamo a mosén Alberto. Estoy segura de que será materia prohibida.»
Ignacio, por el contrario, se entregó sin reservas. La seguridad del empleo, la seguridad de poderse pagar las matrículas del bachillerato, la bruma en que iba quedando envuelto el Seminario y la paz de su familia hicieron de él un hombre virtualmente feliz. ¡Los tres cursos de bachillerato los aprobaría en mayo, sin dificultad! Tenía todo el invierno por delante.
Los días que faltaban para llegar al primero de octubre los empleó en éso, en ser feliz. En ser feliz, en hacer rabiar a Pilar porque mojaba las plumillas con la lengua antes de estrenarlas, en ir a la calle de la Barca y en leer. Todavía no había osado pedirle libros a Julio, pero la Biblioteca Municipal, situada en la misma Rambla, estaba abierta y llena de estudiantes con un sentido del humor que, pensando en los ayos del Seminario, le oxigenaban el pecho. También seguía allí con el dedo los títulos de los libros imitando el ademán del policía. Era incapaz de leer nada completo. Husmeaba aquí y allá. Los rusos, el Quijote, Dante. También consultaba en el Diccionario Espasa palabras que le inquietaban; aunque muchas veces los tomos necesarios habían sido requisados antes de su llegada y veía cuatro cabezas de estudiantes concentradas sobre una página.
De repente, en medio de un párrafo cualquiera, encontraba una frase que le penetraba como una bala. Así le ocurrió con un libro de Unamuno. Refiriéndose a las personas sin ímpetu ni curiosidad leyó: «caracoles humanos». ¡Caracoles humanos! Era cierto. El Seminario estaba lleno de caracoles humanos. Debía de estar lleno de ellos el mundo. Los Julio García y los Matías Alvear no abundaban como sería menester. ¿Cuántos caracoles humanos habría en Gerona? ¿Cuántos en el Banco Arús…?
En la cima de Montilivi, sintiendo el azote del viento, se decía luego que por el hecho de ser caracoles los hombres no eran despreciables ni mucho menos. Tal vez tuvieran que ser doblemente amados por éso. Recordaba unas palabras de Carmen Elgazu: «No digas tonterías, hijo. Todos somos hijos de Dios».
De todos modos, su felicidad era tan grande que no podía compartirla con nadie, excepción hecha de su padre. Cuando se cansaba de estar solo, le buscaba donde fuera: en el balcón, en el Neutral y aun en Telégrafos. Varias veces se había presentado en Telégrafos, con cualquier pretexto, y al ver a Matías Alvear con bata gris, el paquete de la merienda sobre la mesa, captando misteriosos mensajes, sentado ante una máquina incomprensible, experimentaba una auténtica emoción. Porque pensaba que con aquel aparato su padre ganaba el sustento de todos, los había educado a él, a César y a Pilar. «Ta-ta-ta», «ta-ta-ta.» Había algo muy noble en el acto de intercambiar esfuerzo y sustento. Por lo demás, Matías Alvear no perdía su ironía mientras vigilaba el aparato, por lo menos estando él allá, y se veía que los demás funcionarios le querían mucho. «Ya lo ves, hijo. Comunicando horarios de llegada, y si la cigüeña ha traído chico o chica.» Ignacio le preguntaba: «¿No podrías comunicar con el tío de Burgos y decirle que estoy aquí?» Matías se reía. «Hay que pasar por Barcelona, ¿comprendes? Y además… hoy no es Navidad.» Con gusto hubiera leído Ignacio todo el montón de telegramas de la mesa. «Léelos, léelos. De vez en cuando se aprende algo.» Ignacio los leía. «Es verdad -decía-. ¡Cuántas cosas pasan, cuántos problemas hay!»
Quedaba demostrado que el director de Nuestra Señora del Collell era un hombre irónico. Cuando, en presencia de Matías Alvear y Carmen Elgazu, le dijo a César que aquel año se iba a construir una pista de tenis, no se refirió a que César podría jugar al tenis, sino a que en aquel curso los «fámulos», además de sus trabajos habituales, tendrían éste suplementario: construir dicha pista.
La verdad era que mosén Alberto había pecado de optimista, o tal vez las cosas hubieran cambiado desde que él estuvo allá. Los «fámulos» trabajaban de lo lindo. El director estaba convencido de que la cifra de trece bastaba para servir holgadamente a ciento veinte estudiantes de pago. Este cálculo era erróneo si se tenía en cuenta que las monjas sólo cuidaban de la enfermería, la cocina y el lavado de ropa. Todo lo demás cortar leña y cortar pan, poner la mesa y servirla, barrer el monstruoso edificio, reparar grifos, matar ratas y hasta quitar el polvo al esqueleto de la clase de Historia Natural, todo iba a cargo de esos trece, el más pequeño y enclenque de los cuales aquel año resultaba ser César Alvear.
El aire era realmente sano, y la comida abundante; pero apenas si les quedaba tiempo para estudiar. En cuanto a los catedráticos, siempre mostraban con los «fámulos» una prisa exagerada.
De los trece había diez que eran de la comarca, surgidos de los bosquecillos salvajes por los que el coche de línea cruzó. Ésos lo resistían todo con facilidad pasmosa y hubieran allanado no una pista de tenis, sino un campo de fútbol; para César y otros dos chiquillos de la ciudad, la cosa resultaba más seria.
Estos dos chiquillos fueron retirados por sus padres a primeros de noviembre, con gran escándalo por parte de las monjas. César, en cambio, se sentía dichoso y así se lo escribía a los suyos y a mosén Alberto.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los Cipreses Creen En Dios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.