Samar se quedó callado. Se detuvo y miró al cielo. Luego, a los árboles y después a una vidriera que movía el viento en lo alto de una casa y daba con el Sol explosiones de luz.
– Era una mañana como ésta.
Yo no decía nada. Llegamos al extremo de la Ronda, cerca de las Ventas. No podía más, con el gallo bajo el brazo y en la otra mano las pistolas. Samar se dio cuenta:
– Vamos ahí al lado. Están esperando los del comité.
Pasaron dos motocicletas con guardias civiles y un automóvil militar. Otra vez le pedí su impresión y me dijo que la huelga era incompleta en Madrid, pero que el estado de guerra y la paralización de los servicios más importantes hacían un efecto muy profundo. Fuera de Madrid -añadió- las cosas van mejor. Aquí, la falta de unanimidad la hemos compensado con el sabotaje, que aunque no fue completo ha hecho mucho daño.
Yo hice una pregunta que me aguantaba con dificultad.
– ¿Vamos por todo, digo, esta vez?
Samar afirmó. Esperaban noticias decisivas de Barcelona, Coruña y Sevilla. Si la consigna de huelga general respondía a la declaración del estado de guerra se iría a fondo. Había muchos resortes todavía intactos. Lo veía a Samar lleno de fe. Llegamos a un cafetín, una especie de cantina de suburbio. Estaba cerrado. Daba a dos calles y tenía una puerta entreabierta. Vi un grupo reunido en el centro y conocí algunas caras. Una vez dentro, el dueño cerró. Por los montantes entraba luz. El dueño era viejo y tenía bigote quemado por el tabaco. Acercaba algunas tazas de café y me trajo a mí otra. Yo solté el gallo, dejé las pistolas en una mesa y sorbí un poco. El viejo no me conocía, pero cuando vio las pistolas sonrió y mirando el gallo me dijo:
– ¿Lo quieres? Claro. A lo mejor lo has criado tú desde pequeño.
Entre los reunidos está Villacampa. Ahora se habla de Fau y hay sorpresas y lamentaciones. Luego se oye un “conforme” bastante unánime y Villacampa advierte:
– Hasta que lo sepan los demás compañeros del comité no hay que hacer nada. Además, la comisión debe enviar informe escrito.
Preside Urbano:
– Compañero Crousell. Informa sobre los ferroviarios de M.Z.A.
– Pronto está dicho. La subsección del Centro va a la huelga y puede parar dos terceras partes del tránsito. Hemos tirado un manifiesto escrito por Samar y se han repartido ocho mil ejemplares.
Al mismo tiempo distribuye algunos y dos compañeros lo leen mientras Crousell sigue hablando:
– Como la directiva está en la cárcel y el centro clausurado hay dificultades para tomar acuerdos, pero existe mayoría en favor de la huelga y van a ella con entusiasmo.
Yo miro a Urbano y lo veo con un aire de secretario de juzgado muy grave y serio. Crousell sigue:
– Lo que es necesario saber es si la última parte del manifiesto la aprueba el comité revolucionario.
Esta reunión es de delegados de grupos. No es de los sindicatos. Claro es que en ella hay tres miembros del comité local y que el comité revolucionario nacional lo forman a un tiempo representantes de los sindicatos y de la federación de grupos. El final del manifiesto lo lee Urbano: “La solidaridad del resto de la organización se os garantiza. Yendo a la huelga no hacéis sino iniciar el paro total en todas las líneas de España. Dar el primer paso para el triunfo de la causa que en estos momentos es amenazada por todas las fuerzas de la reacción…”, etcétera.
– Desde luego -añade Urbano-, el comité revolucionario ha enviado órdenes de huelga a todas las secciones.
– ¿Se sabe -insiste Crousell- la posición del comité nacional en esto?
Villacampa aclara:
– El comité nacional ha aprobado la constitución del comité revolucionario en principio. Aquí está: “Agitación contra las represiones y las prisiones gubernativas. -Huelgas generales de protesta en cuanto algún compañero caiga bajo los fusiles de la reacción.- Manifiestos poniendo de relieve la colaboración de los socialistas en los crímenes de la burguesía. -Sabotaje.- Vuelta al trabajo según lo aconsejen las circunstancias”.
– Pero ahí no se habla de las atribuciones nacionales del comité. Ésas no son más que las funciones de una federación local.
– Es que no pueden reconocerlas -advierte alguien- sin someter el acuerdo a un referéndum nacional.
– Lo que no quieren esos compañeros de Barcelona es potabilidades -aclara Gómez.
Samar pide la palabra y saca unos papeles:
– Aquí lo que pasa, compañero Crousell, es que todos estamos de acuerdo en la parte de agitación con consignas negativas. Pero el Comité Nacional hace muy bien en no querer saber nada cuando otros órganos como el comité revolucionario que se ha constituido tratan de encauzar un movimiento hacia el triunfo y de articularlo constructivamente. No quieren saber nada porque no existe una conciencia formada sobre el porvenir inmediato y rechazan la responsabilidad de lo que en ese aspecto hagamos nosotros o puedan hacer otros. Es muy natural. Ahora bien, yo opino que estando las cosas como están hay que ir a fondo arriesgándolo todo. Si no queremos fracasar una vez más, hay que avanzar construyéndonos al mismo tiempo el camino. Si no, nos despeñaremos. Ese camino se puede trazar aquí y podemos imponérselo al Comité Nacional. Si lo sometemos a su parecer, nos dirá que no. Lo considerará provocador o en todo caso creerá que se debe someter a referéndum. Ya se ve que en estas circunstancias se tarda en conseguir el refrendo de la organización quince días. Si se lo notificamos sin pedir opinión y lo llevamos a la práctica se callarán y esperarán acontecimientos. Mi posición es: o volvemos al trabajo inmediatamente o mañana mismo lanzamos las consignas netas, concretas e inmediatas para sustituir el poder burgués.
Hubo un momento de silencio. Vacilaban todos. Villacampa dijo que por su parte estaba conforme, pero el viejo de las melenas blancas levantó la mano y dijo:
Plantea el compañero Samar un dilema cuyos términos no pueden escapar a nuestra consideración. O sustituimos el nefando poder burgués o no hacemos nada. Yo no puedo entrar en “disgresiones” sobre el segundo término porque rechazo abiertamente el primero y me imposibilito por lo tanto para continuar avanzando ya que en buena ley, es decir en buena lógica -rectificó rápidamente como si al citar la ley se hubiera quemado la lengua antes de dar el segundo paso hay que “cimentar” el primero. No se puede sustituir el poder burgués porque decir tal cosa equivale a decir que podemos implantar otro poder y yo, consecuente con mi ejecutoria de nobleza anarquista, rechazo todos los poderes.
Samar reía y comentaba:
– ¡Ejecutoria de nobleza!
El viejo se creyó en el caso de explicar que había dos noblezas, que no sólo existía la de los aristócratas. Samar tenía prisa y estaba como desazonado y nervioso. Dijo que traía dispuesto un proyecto de comunicación al Comité Nacional en el que se les decía lo que íbamos a hacer sin pedirles el refrendo.
Comenzó a leer. El viejo interrumpió:
– Eso no se puede confiar al correo.
Samar advirtió que iba en clave y que no se le hicieran observaciones tan ingenuas. Las consignas eran sencillas. Cosas que se podían hacer y que revelaban de pronto lo fácil que era la revolución. Al final el viejo movió la cabeza tristemente:
– Yo no voto eso.
Urbano, aunque con respetos para Samar, dijo que tampoco lo firmaba porque aquello no era el comunismo libertario. Gómez dio un puñetazo en la mesa:
– Yo soy anarquista pero yo voto eso y lo firmo. No se puede abandonar a los compañeros que luchan en la calle, en nombre de la pureza de una doctrina que nosotros no podemos implantar de momento.
Samar miro a Gómez, conmovido por su acento de sinceridad, y después a los otros. Los jóvenes estaban con él. Pero eran pocos. Liberto García, el gigante blanco, de pelo de panocha; Elenio Margraf, el tipógrafo descolorido y adusto, y los otros dos, también de Artes Gráficas -José Crousell y Helios Pérez- lo apoyaban. A la hora de votar, vencieron, sin embargo, los viejos. Samar se levantó:
Читать дальше