Massimo Longo - Siete Planetas

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Siete planetas: En un sistema solar paralelo, los pueblos de siete planetas se ven inmersos en una carrera contrarreloj que decidirá su suerte. Los destinos de los protagonistas se entrelazan con el odio, el amor y la ambición, con la ciencia y el misterio, en un intento de gobernar o liberar a los pueblos del sistema solar Kic. Planetas, razas y culturas imaginarias y originales unirán sus fuerzas en fantásticas aventuras para oponerse al deseo de hegemonía de un fascinante enemigo.
Translator: Miquel Gómez Besòs

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Maria Grazia Gullo - Massimo Longo

Siete planetas

El exoesqueleto y el objeto de Parius

Traducido por Miquel Gómez Besòs

Copyright© 2017 M. G. Gullo - M. Longo

Imagen de portada y diseño gráfico por Massimo Longo

Todos los derechos reservados.

Índice

Capítulo primero El mar del Silencio
Capítulo segundo Sobre sus cabezas colgaba una espada de piedra
Capítulo tercero Los pliegues resultantes eran los ojos y la boca de aquel ser
Capítulo cuarto Un pequeño oficial de complexión delgada
Capítulo quinto Un sueño muy reparador
Capítulo sexto Lo abrazó como se abraza a un hijo
Capítulo séptimo Esta distancia continua me destruye
Capítulo octavo El atacante arrancó la revel
Capítulo noveno El gancho en el extremo de su ala la hirió
Capítulo décimo Un espejo de agua cristalina
Capítulo undécimo Tanta belleza en medio de una feroz batalla
Capítulo duodécimo Irrumpió en la habitación sin ser anunciado
Capítulo decimotercero Empezó a mirarlo fijamente con las manos temblorosas
Capítulo decimocuarto ¿Tienes agua suficiente para apagar este fuego?
Capítulo decimoquinto Todo temblaba alrededor de Ruegra
Capítulo decimosexto Tan solo un gran castillo de fuegos artificiales en el cielo
Capítulo decimoséptimo Encerrados en sus propias, corazas gritaban de felicidad

Capítulo primero

El mar del Silencio

El general Ruegra observaba el espacio desde el enorme ojo de buey de su cabina. Era fascinante ver todo el sistema planetario KIC 8462852 con sus siete planetas en órbita. Desde donde se encontraba solo podía ver cinco: Carimea, su patria, con su atmósfera gris, destinado, por vocación y situación, a cumplir funciones de mando; Medusa, azul y encantador, magnético y peligroso como sus habitantes; Oria, pequeño y estéril como una luna, blanco por el reflejo de nuestro sol sobre él; no muy alejado de Oria, el Sexto Planeta, de color verde brillante, el más avanzado social y tecnológicamente, y, finalmente, Euménide, con su atmósfera rosada, tan fascinante como sus terribles habitantes.

Todo esto pronto iba a pertenecer a los anic, y él sería elegido como líder supremo, solo tenía que ser paciente y llevar a cabo su plan. Una vez que tuviera el pergamino en su poder, todo quedaría sometido a su voluntad.

El general Ruegra observaba el espacio desde el enorme ojo de buey de su cabina mientras, en su interior, crecía el ansia de poder en aquel año 7692 desde la fundación de la civilización anic.

Ruegra despertó bruscamente de sus sueños de gloria. La nave había chocado con algo. Estaban atravesando los anillos de Bonobo, así que decidió que lo mejor sería dirigirse al puente; por muy rutinaria que fuera la aproximación al planeta, podía deparar sorpresas.

Al entrar en el puente, fue recibido con deferencia por sus subordinados.

No todo iba según el plan de vuelo, parecía que algo había golpeado la nave.

—Sector ocho dañado, general, hemos recibido el impacto de una roca —le informó inmediatamente el comandante.

—Aísladlo inmediatamente y proceded a la expulsión.

El comandante ordenó el inicio de la evacuación del sector:

—Evacuación inmediata de la zona...

—¡Aíslalo! ¡No pierdas más tiempo!

El oficial cumplió inmediatamente la orden, sin que nadie se atreviera a hacer notar a Ruegra que esa decisión suponía el sacrificio inútil de soldados.

Las compuertas que separaban el módulo del resto de la nave se cerraron. Solo unos pocos tuvieron la presteza de lanzarse bajo la compuerta mientras esta se cerraba para, así, evitar ser arrastrados a la deriva, pero no para evitar la imagen de soldados con los que, momentos antes, habían compartido la existencia y que ahora golpeaban la compuerta desesperadamente y desaparecían en el vacío.

El desprendimiento se llevó a cabo y el módulo fue abandonado a la deriva en el espacio.

Todas las naves carimeanas, de combate, tenían la forma de un enorme trilobite con segmentos diferenciados, preparadas para expulsar las secciones dañadas y, de este modo, preservar al máximo el rendimiento durante las batallas. A excepción de la cabina de mando, que consistía en una gran placa con un contorno que variaba de semielíptico a poligonal y la parte que hacía la función de columna vertebral, todas las secciones centrales y la cola, con forma de concha de ostra, eran expulsables.

A su alrededor se encontraba la interminable extensión de los enormes anillos grises del planeta Bonobo, formados por los grandes restos de la negra muerte de un asteroide que se había acercado demasiado a KIC 8462852.

Bonobo, el segundo planeta en distancia a la estrella enana, poseía una gran masa que había atraído hacia sí los escombros, protegiendo al más pequeño, Enas, y dando lugar así a uno de los espectáculos más sorprendentes de toda la galaxia.

En el centro de los anillos, el planeta, maravillosamente rico y heterogéneo, la reserva del imperio anic de caza, esclavos y fuente de aprovisionamiento de materias primas. Su población, de forma antropomórfica, estaba todavía en los albores de la civilización; los bonobianos mantenían una postura erguida, tenían pies prensiles y gran parte de su cuerpo cubierto de pelo.

Grandes como gorilas, pero ingenuos y dóciles como niños, se reproducían rápidamente y eran resistentes al trabajo duro. Tenían, en definitiva, las características ideales que hacían de ellos los esclavos perfectos.

Bonobo era el único territorio conquistado por los anic que aún estaba bajo su control, gracias a la proximidad entre los dos planetas que describían órbitas similares y simultáneas alrededor de KIC 8462852.

Carimea había conseguido ocupar otros planetas, pero perdía sistemáticamente el control de los mismos debido a las revoluciones fomentadas por la Coalición de los Cuatro Planetas y facilitadas por la distancia entre las órbitas.

La nave aterrizó según el horario previsto. Los suministros ya estaban listos en la base. Ruegra bajó a tierra para hablar con Mastigo, el gobernador local. Al general no le caía bien aquel evic, lo encontraba demasiado rudo, pero sus métodos con los locales eran efectivo. Pertenecía a una de las tribus dominantes de Carimea.

Los evic eran enormes reptiles de color gris verdoso capaces de caminar sobre sus robustas y poderosas patas traseras. Ligeramente más bajos que los anic, tenían todo el cuerpo, a excepción de la cara, cubierto de escamas. Su rostro, en su mitad ovalado, se ensanchaba a la altura de los agujeros de las orejas hasta adoptar una forma de media campana, estaba desprovisto de pómulos y poseía una nariz apenas visible, como la de las serpientes. Agresivos, pero con poco ingenio, eran la única etnia capaz de competir, por número y fuerza, con los anic por el poder. Vestían un largo chaleco de seda que les cubría hasta por encima de la rodilla, abrochado sobre el vientre con un par de botones. Para asegurarse su apoyo, Ruegra había elegido a uno de ellos como gobernador de Bonobo.

El general fue recibido con gran pompa en el salón acristalado del palacio de gobierno desde el cual se podía admirar un espléndido paisaje tropical. Era una tarde maravillosa y el cielo brillaba con los reflejos de los anillos.

Ruegra miró a través del cristal que reflejaba su imagen. El color de su poderoso cuerpo cubierto de escamas, capaz de adaptarse al color del entorno, se distinguía ahora apenas de los árboles del paisaje exterior. Una rígida corona de escamas queratinosas de unos treinta kidus, o centímetros, de altura rodeaba su silueta desde la cabeza y se extendía alrededor de su cuerpo, desplegándose en momentos de peligro y convirtiéndose en una coraza que los anic habían utilizado en la antigüedad para intimidar a sus adversarios. Sobre el brazo, una vez abierta, se seguía utilizando como protección.

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