– ¡No seas loco! Al final no será necesario que haya expedición alguna, sino que me van a expulsar sencillamente -exclamó el oficial.
– Es una broma… Toda tu ascendencia prócer debe de estar orgullosa de ver reunidas tantas cualidades en un solo varón. Volviendo a tu asunto, tendremos que movernos si deseamos salir adelante con él. Esta noche, en tu despacho, discutiremos todos los detalles, ¿estás conforme?
– De acuerdo -subrayó el capitán, satisfecho.
– ¿Vamos entonces?
– Vamos -contestó él, siguiendo al funcionario.
Al día siguiente, después de conferenciar largamente, Díaz Moreno y Alvarez sometieron al pobre telegrafista del pueblo a una tarea abrumadora. Largos mensajes en clave fueron irradiados a Rawson y Buenos Aires. A éstos siguieron pliegos que un mensajero especial llevó a la capital del Territorio, a través de ochenta leguas de viento, nieve, barro, frío y pedregales solitarios. Pero la inteligente labor de Alvarez y la simpatía y linaje de Díaz Moreno empezaron a rendir sus frutos recién muchos días después. El primero recibió una mañana un despacho telegráfico que se apresuró a llevar a su amigo.
– ¡Mira! -le dijo-. ¡Lee!
Díaz Moreno desplegó el telegrama cuyo texto leyó atentamente:
“Comisionado Territorial Comodoro Rivadavia. Instale destacamento policial Paso Río Mayo. Remítase decreto.
– Lezama Gobernador”.
– Veremos qué me contestan a mí -dijo el capitán pensativo.
Recién recobró su optimismo cuando las autoridades militares terminaron por autorizarlo también a él a realizar su “gira de control y estudio”, según rezaban los despachos recibidos.
Desde aquel momento el capitán Díaz Moreno se trasformó en la imagen de la actividad. Bajo su experta dirección el piquete estuvo pronto en condiciones de afrontar cualquier riesgo o sacrificio. Hombres, equipos y caballada, dentro de los recursos disponibles, descollaban en preparación y calidad.
– ¡Pero capitán! -lo regañaba la esposa de Alvarez-. Usted hace preparativos como para no volver más.
– No, señora -replicaba él-. Pero tengo una misión por delante, no un paseo…
– Déjalo… Cuando Díaz Moreno hace algo es lo mejor -intervenía Alvarez, que tenía fe en su amigo.
– Oye -le dijo una mañana-. Tengo al comisario que irá contigo y los gendarmes. ¿Cuándo quieres partir?
– Cuanto antes -respondió él-. A veces pienso que podría ser demasiado tarde.
– Pues por mí no demorarás mucho más… -afirmó el comisionado, y acordaron que partiría dos días después.
Así lo cumplieron, y una mañana el pueblo de Comodoro se asomó curioso a despedir al oficial y su tropa. Díaz Moreno ascendió la primera lomada y contempló a sus pies el pueblo que se desgranaba cada vez más siguiendo los caprichos de la costa y los pozos de petróleo que, con sus extrañas torres de hierros y maderas semejando monolitos geométricos, se erguían desafiando al viento bramador que bajaba por entre los cañadones.
El mar, poderoso y sobrecogedor, se rizaba en surcos de espuma que las olas glaucas llevaban ágilmente sobre sus lomos ondulantes hasta las rompientes de la costa, donde se deshacían en una lluvia de gotas esmeraldas. Las olas cansadas escalaban las restingas cercanas a las playas, cubrían con su salobre tul los bancos de fósiles y se rendían finalmente frente a las piedras pulidas que defendían los acantilados. Gaviotas y gaviotines tejían un incansable y alado arabesco bajo el firmamento, y alto, señorial y libre, el albatros señalaba el punto de una vertical que apuntaba al cielo…
El ademán de despedida del capitán estaba impregnado de melancolía hacia el pueblo de la sed. Miró nostálgico el ancho camino azul al que el sol irisaba suavemente y luego, cuadrando sus hombros, encabezó la columna que aguardaba enfilada hacia el oeste taciturno.
Las cincuenta leguas que se alargaban por mesetas y cañadones, hasta el Paso, fueron cubiertas por la tropa, en marchas metódicas y escalonadas. Durante las largas y monótonas jornadas, el capitán y el futuro comisario del Paso estrecharon un vínculo de camaradería provechosa para los dos: aquél, instruyendo históricamente al comisario sobre el conjunto de una tierra nueva ganada definitivamente para la nación, éste, con una parquedad incisiva y directa, iniciándolo profundamente en el conocimiento esencial del terreno y de los hombres, prolongando la visión de un panorama ciclópeo que huía, como un gigante desmelenado, de las definiciones tan caras a la razón. Así, hablando del petróleo y la lana, las dos riquezas que la Patagonia veía crecer con pujante vigor, solía el capitán discurrir con extraordinaria clarividencia.
– La dirección razonada de una riqueza, estimado comisario, es obra de estadistas, más que de técnicos o realizadores -decía-. El primero abarca el conjunto de la riqueza en sí; el segundo considera sólo un beneficio personal e inmediato y los dos olvidan la unidad virtual de la riqueza como medio y no como fin; su relación en el campo social al que debe integrarse para beneficio de la masa social y no para su explotación, ésa es la misión que los estadistas deben llenar si realmente tienen conciencia de su cometido. Al margen de estas consideraciones es necesario diferenciar las riquezas temporales, cuya fuente es previsiblemente limitada en el tiempo y en el espacio y la que, por el contrario; se proyecta en forma continuada y constituye una base permanente de acercamiento para el país y para los individuos.
“Cuando una nación deja en manos de un individuo la realización de una riqueza del primer tipo, origina una ola súbita de poderío personal indisciplinada y llena de peligros… Su paralización acarrea las más dolorosas consecuencias y la historia del mundo ofrece claros ejemplos. Cuando sucede lo mismo con riquezas del segundo orden, se está cimentando el arbitrio irrazonable o egoísta de unos pocos en perjuicio de la mayoría, a quienes el acceso a dichos bienes les está negado a perpetuidad. Los poderosos de la tierra lo saben y se acorazan en su poder, alzándose más allá del bien colectivo en defensa de su propio bien.
“La dirección del Estado, entidad impersonal, suma y compendio del pueblo, su representación y su brazo, su cerebro y su corazón, con todos los riesgos aceptables, pues en términos físicos está ejercida por hombres, será siempre más razonable y más lógica, a condición de que quien la ejecute sea realmente la cabeza visible de su pueblo, su voluntad en acción, de que el pueblo a su vez otorgue su poder sólo hasta los límites justos de su libertad y su facultad soberana” -sobre la lana volvía a insistir en sus conceptos:
– La lana, por ejemplo, es una riqueza limitada en dos sentidos. Primero: habrá lana hasta que la tierra tenga el mínimo valor nutritivo que requiere la oveja, y aquí, sobre ser pobre el suelo, se lo utiliza con la más absoluta despreocupación por el futuro; pero la hierba no crece tan fácilmente y el suelo aumenta su valor negativo… ¿Dónde están los altos pastizales que poblaban valles y cañadones, según los relatos tradicionales de los viajeros del pasado siglo?… ¿Usted lo sabe?
– ¿Pastos altos? ¡Bah! Apenas si se ven en la precordillera…
– Después, aunque parezca exagerado, algún día la técnica despreciará el uso de la lana o hallará sustitutos más ventajosos, pues el valor del producto y el espacio necesario para extender las inmensas majadas del futuro superarán el valor relativo de su rendimiento. No, un país no puede adormecerse en la seguridad de un presente basado en algunas riquezas circunstanciales. El legislador, el estadista deben extender su visión proyectándola hacia el futuro; hacia los caminos que los hijos de sus hijos recorrerán un día… Nada de lo que nos rodea puede sernos indiferente. Vivir es una obligación impuesta, no un regalo de los dioses y hay que vivir, aun a pesar nuestro… Y lo que todavía es más tremendo y maravilloso, hay que hacerlo mirando hacia el sol… por algo el Creador nos ha vertebrado en flexible vertical.
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