Bostezó.
– ¿Y sabes qué te digo? -añadió-. Que esta conversación me tiene harta. Fuera, largo de aquí.
Judit se levantó y caminó hacia la puerta. Se giró mirándola con resentimiento.
– Supongo que estoy despedida.
– Supones bien. No te preocupes, puedes quedarte con tus vestidos. Y en cuanto al trabajo, Amat te colocará de secretaria. Le gustas mucho me he dado cuenta aunque eso ya lo sabes.
Judit interrumpió la tarea de cepillarse los dientes. Le había parecido oír un ruido en la puerta, como si alguien rascara en el exterior. Figuraciones mías, pensó. Tenía en la garganta el regusto amargo de la conversación y del whisky que había trasegado sin pensar, sólo para hacerse la valiente. Había llegado muy lejos para que todo se fuera al carajo en aquella habitación de hotel, en una ciudad desconocida, después de haber pasado una noche memorable que, en parte, le pertenecía. Ahora tendría que volver a arrastrarse, a pedir. A engañar. No todo había sido en vano, se dijo, contemplándose en el espejo. Ya no era la muerta de hambre que había perseguido a Regina Dalmau, sino una joven sofisticada y elegante que había entablado algunas interesantes relaciones. Se animó un poco.
Alguien llamaba a su puerta. Se acercó con el cepillo de dientes en la mano.
– ¿Quién es? -preguntó
– ¡El lobo feroz! -gritó Regina.
Judit abrió rápidamente y la escritora se coló en su habitación, cayendo casi en sus brazos. Iba en albornoz y estaba recién duchada, con el pelo todavía húmedo.
– ¿Quién voy a ser? -gruñó. Miró a su alrededor-. No me extraña que quieras suplantarme. Te han dado una habitación mucho peor que la mía.
– Habla más bajo. Estás montando un escándalo -dijo la otra.
– Cariño, los precios son lo único escandaloso de estos hoteles.
Se acercó al armario, una de cuyas puertas estaba abierta, dejando ver el vestido de fiesta que Judit había colgado con esmero. El dormitorio se encontraba en perfecto orden, el orden con que los pobres cuidan los tesoros que por fin poseen, pensó Regina. Se volvió hacia la joven. Su expresión había cambiado. Seguía pasada de alcohol pero en sus ojos había una desesperada tristeza.
– Tienes razón… en una cosa -balbució, levantó un dedo-, y eso no quiere decir que apruebe tu conducta. Sin embargo, eres joven y puedes, incluso debes cometer errores.
Se sentó en una de las camas y siguió hablando, más para sí misma que para, Judit:
– Cada paso que damos desencadena acontecimientos que, a su vez, originan otros y otros, y somos responsables de lo que hacemos tanto como de lo que no nos atrevemos a hacer. Me temo que no he sido ni soy la Regina que esperabas encontrar cuando entraste en mi casa por primera vez, temblando. No eres la única defraudada por mi comportamiento. Tampoco a mí me gusta cómo soy. En eso, no podemos estar más de acuerdo.
Judit siguió callada. No quería interrumpir la ocasión mágica que se presentaba, después de tantos errores. Ante sus ojos, Regina pugnaba por salir del caparazón de su personaje.
– Es posible que, después de escucharme, continúes empeñada en vivir a tu manera, y que consideres cuanto te diga un simple arrebato de mujer madura que se empeña en imponerte los dictados de su experiencia. Me da igual. Te lo debo. Se lo debo, sobre todo, a la persona que trató de impedir que yo me convirtiera en lo que soy, en lo que tú quieres ser también. Te voy a contar una verdad, la mía, que sólo tú puedes valorar, y quizá no ahora, sino dentro de mucho tiempo, para saber si puede convertirse en la tuya y salvarte, como quizá algún día me salve a mí, aunque no estoy muy segura. Por cierto, la verdad da mucha sed. ¿No tienes nada para mí en tu minibar?
Silenciosa, Judit preparó dos whiskies en sendos vasos. Le alargó uno a Regina y, con el suyo en la mano, se sentó frente a ella, en la otra cama. En sus fantasías adolescentes había soñado con un momento así, se había visto compartiendo dormitorio con su maestra, intercambiando confidencias. Iba a cumplirse su antiguo sueño.
– Debo decirte, primero, que yo tampoco jugué limpio contigo. Has dicho antes que estoy sola porque no sé mirar. No, Judit. Estoy tan sola como tú y como cualquiera, y no me parece mal, porque la soledad es la única certeza de la vida. En cuanto a saber mirar, me he nutrido de eso como cualquier escritor. o, mejor dicho, como un escritor cualquiera. Te contraté para adueñarme de ti. Necesitaba una fuente de inspiración que me sirviera para proseguir en mi carrera de estafas. Cada libro, una suplantación. Funcionaba y no dolía, ¿qué más podía pedir? He huido del dolor como de la peste, pero el dolor, junto con la soledad, es lo que nos enseña a crear. Iba a basarme en ti para escribir una novela sobre la juventud actual.
– Por eso escribías de mí en tus cuadernos.
Regina soltó una risa ácida.
– Veo ave eso tampoco se te escapó. Sí, lo hice, pero tiré a la papelera todo el material, como recordarás. Y te dije que una novela tiene que ser como una pasión.
– No lo entendí. Para mí, una novela es algo que se escribe sobre cosas interesantes que te suceden. Lo malo es que todo lo importante ha ocurrido siempre lejos de mí.
– Quiero hablarte de Teresa. Cuando termine, espero haberte convencido de que sólo cuenta lo que sucede dentro de uno. A mí me hicieron un regalo cuando era un poco más joven que tú y tenía tus mismas ambiciones. Entonces no supe que lo era, lo confundí con una amenaza o un ajuste de cuentas, y sólo mucho más adelante me atreví a desenvolverlo. La verdad Judit, me dieron la verdad, que es algo que nunca hace daño, aunque te torture. No me gustaría que nos despidiéramos sin que te llevaras eso, al menos, de mí. Mucho después de que hayas olvidado de qué color era el vestido que ahora cuelga en tu armario, de nuestra pelea, del motivo por el que nos peleamos e incluso de quién fui y cuánto te defraudé, recordarás, porque así lo deseo, que esta noche empecé a verte como eres y a quererte sin engaños.
Durante largo rato, Judit escuchó. Supo quién había sido aquella Teresa que había descubierto en el cuarto secreto y el verdadero significado del cuarto mismo. Le pareció ver el piso al que llegaba el rumor del mar y a una joven Regina que se preparaba para ser adulta bajo los dictados de su maestra. Escuchó y calló, y dejó a la escritora llorar arrebatada por sus recuerdos.
– Y eso es todo -acabó-. Hace unos días comprendí, por usar tus palabras de hace un rato, que he llevado una vida de mierda.
Judit, pensativa, preguntó:
– Todo eso, ¿qué tiene que ver conmigo?
– Mucho, porque no quiero que la historia se repita.
Me siento responsable de ti. Eso que has escrito puede darte mucho éxito, pero eres demasiado buena, tienes demasiado talento como para seguir mis pasos. Sé valiente hazme caso. No seas como yo, que he retratado muy bien el exterior, pero nunca he intentado asomarme a mis barrancos. Has intuido a tu modo la gran verdad de Regina Dalmau, y puede que, algún día, nuestra historia te dé material para una novela en la que la protagonista sea una mujer de verdad y no un estereotipo. Antes tendrás que averiguar quién eres, bucear en ti y en tus raíces, ser auténtica. No tengo nada que darte, ningún santo grial que entregarte, salvo algo que no es mío y que otra persona me dio. Te diré lo que me dijo Teresa. Sé tú misma. Trabaja y púlete como una joya, porque sólo entonces serás capaz de crear y de dar. El dinero no es importante. Lo que hay detrás de ti, incluso aquello que odias o, sobre todo, aquello que odias, es la savia de la que te alimentarás si eres una verdadera escritora.
Regina se reclinó sobre un costado, con las rodillas dobladas asomándole por la abertura del albornoz los cabellos mojando la colcha.
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