– ¿No echas de menos otra cosa? No sé, un marido, hijos. Estabilidad sentimental, como solía llamarlo yo.
– ¿La verdad verdadera? Echo de menos un mayordomo que esté bueno, lleve la casa y cada noche me dé un revolcón de muerte. Las mujeres como nosotras no estamos-nos hechas para compartir la vida con un hombre, en la vida de un hombre, necesitarnos un hombre capaz de compartir la nuestra sin estorbar. Y eso, guapa, sólo te lo consigue una agencia de colocaciones.
– Es un problema de egos -decidió Regina-. Un ego masculino no cabría en una habitación que ya estuviera ocupada por el mío. ¿Lo ves? He aquí algo sobre lo que nunca he escrito, porque me ha sido más rentable echar la culpa de los desastres que vivían mis heroínas a los hombres que se cruzaban con ellas.
– El verdadero problema, querida, es que tú tienes ego porque eres una escritora famosa. Pero cualquier hombre, aunque sea un inútil y lleve veinte años en el paro, tiene el doble de ego que tú y yo juntas. Es un regalo que les hizo su mamá.
– No es un regalo, sitio una condena. Están condenados a perpetrar a su madre en cada mujer. En cambio, nosotras somos lo que somos porque casi siempre hemos tenido que luchar contra el poder materno.
– ¡Lo ves! Ésa es la razón por la que traicionaste a Teresa. Pura autodefensa.
– Teresa lo intuía y me perdonó por anticipado. ¿Y sabes lo mejor? Me dejó en herencia una documentación valiosísima sobre la mujer y el feminismo. Tenía un cerebro privilegiado, era una adelantada. Durante años he estado usando esos papeles, utilizándolos para mis libros, sin poder dejar de sentirme culpable por hacerlo. Pero ella lo había previsto: era un regalo, uno más de los muchos que me hizo. De eso también me enteré tarde.
– Esos planes tuyos… ¿Qué piensas hacer? -preguntó Blanca.
– Lo que me salga de los ovarios. Cuando me apetezca y como me apetezca. Siempre he querido visitar Italia con calma, echándole el tiempo que considere necesario. Será lo primero que haga. Y hay otra cosa. Mejor dicho, otra persona.
– ¡Lo sabía! ¿Quién es él? ¿Lo conozco?
– Sí, pero no es él, sino ella -Regina sonrió con guasa.
Sabía lo que Blanca iba a decirle.
– ¡Era eso! ¡Te has vuelto lesbiana! -dijo, entusiasmada-. ¡Tienes una crisis de identidad sexual! ¡No puedes retirarte ahora! Sales del armario, lo escribes, y te forras otra vez.
Tuvo que interrumpirse, el camarero acababa de llegar con la dorada y se disponía a trocear diestramente el pescado. Cuando terminó, Blanca volvió a la carga.
– ¡Ya lo sé! Es esa chica, Judit…
– Guapa, tienes intuición, pero resultas muy obvia. No, no me he vuelto lesbiana ni albergo la menor intención al respecto. Se trata de un sentimiento muy distinto. Como si el recuerdo de lo que Teresa hizo por mi hubiera despertado mis sentimientos protectores hacia esa chica, Judit. Quiero ayudarla. Es demasiado inteligente para pudrirse haciendo de secretaria, deseo que aproveche el tiempo que pase conmigo para cultivarse, para encarrilar su vida.
Se acercó una camarera con el carrito de los postres. Ambas rechazaron la oferta y pidieron café. Blanca sacó del bolso una pitillera y extrajo un cigarrillo.
– Uno después de cada comida, es todo lo que me permite mi médico. Tengo los pulmones como las cuevas de Altamira.
– Teresa fumaba Celtas. ¿Sabes si siguen vendiéndolos?
– Creo que desaparecieron hace por lo menos diez años.
Se dejaron servir las dos últimas copas de champaña.
– Si por mi fuera -dijo Regina-, caería otra botella y me pasaría el resto del día durmiendo. No sabes la pereza que me da ir a la presentación. Le hace más ilusión a Judit que a mí.
La agente se puso seria.
– Creo que hay algo de esa jovencita que debo contarte. A lo mejor no es más que una chiquillada, pero… Regina, no he sido sincera contigo. Me tenías tan preocupada, y esa chica me parecía tan ideal, la ponías tanto por las nubes, que la alenté a que te cuidara y hemos mantenido grandes conversaciones a tus espaldas. Que si estabas mejor, que si tenías alguna idea para la nueva novela, en fin… Me ha tenido al día de tus depresiones.
– ¿Mis depresiones?
– Sí, tus ataques de mal humor, tus rabietas. No sé, me parecía que cuidaba bien de ti, ella misma me contó como mejoraste a medida que te solucionaba problemas. Y como tú me habías hablado tanto de su eficacia y buena disposición, creí que…
Regina alzó el brazo para llamar al camarero.
– ¿vas a pedir otro café?
– No -dijo la escritora-. Voy a pedir mi whisky de malta sin hielo.
– Pues que sean dos. He metido la pata, ¿no)
– Judit me ha ayudado, en eso no te equivocas, pero no de la forma que ella pretende. Al principio, pensé utilizarla como secretaria y, al mismo tiempo, como modelo para la novela sobre jóvenes que me pediste. Fue una tontería, tomé un montón de notas que no me sirvieron para nada. No obstante, Judit removió algo en mí, creo que me hizo pensar en mis propios veinte años, y de ahí yo sola volví al pasado, a Teresa. Es una historia compleja, y ya te la he resumido antes. La verdad es que le tengo cariño. Me parecía tan desprotegida, tan necesitada de afecto. Se quedó mirando a Blanca. -hay algo más, ¿verdad? -preguntó, con un hilo de voz.
– De desprotegida, nada. Y falta de algo, desde luego, lo está, pero no creo que sea afecto lo que persigue. Hace un par de días recibí esto.
Rebuscó en el bolso y sacó un sobre grande. Se lo alargó.
– Contiene -dijo- un proyecto de novela firmado por una tal Judit F. Catitín. F de Fernández, supongo.
Regina abrió el sobre.
– No te recomiendo que lo leas antes de que vengan con el whisky -le advirtió Blanca.
Haciendo caso omiso, la escritora, se entregó a la lectura de los folios. Cuando el camarero depositó las copas en la mesa, cogió la suya sin desviar la mirada.
– Ésta sí que es buena -dijo, cuando acabó-. Brillante, una prosa excelente, algo cargada de adjetivos, pero eso es lógico en una principiante. Y la trama, también hilvanada, al menos en la sinopsis.
– No sabes cómo lo siento.
– ¿Sentirlo? Si insiste en escribir eso, te recomiendo que le ayudes. Es un proyecto muy comercial, y viene de una mente muy joven. ¿No era lo que querías, lo que quieren los editores? Me pregunto en quién se habrá inspirado para la protagonista. Es obvio que es alguna mujer madura, escritora de éxito, que a pesar de tenerlo todo lleva una vida miserable, y, que hace lo imposible para impedir que su mejor discípula triunfe en la literatura.
– Me quedé horrorizada cuando lo leí. afortunada de la aludida-. «Una vez más, nuestra sin par Regina Dalmau, completamente trompa y con las nalgas caídas nos indica a las mujeres españolas el camino a seguir.
– Ponte algo, por favor, que vas a pillar una pulmonía.
– ¿Una pulmonía, en este lujoso ambiente dotado de calefacción central? Cómo se nota que no tienes costumbre, cielo. No se cogen enfermedades, en los hoteles de primera.
– De hoteles puede que no sepa. Pero de borracheras sí, y la tuya es de cinco estrellas. ¿O prefieres que diga que sólo estás achispada?
– Está bien, está bien. Venus madura va a darse una ducha. Y tú no te largues, que tengo que decirte un par de cosas.
– ¿Más? -preguntó Judit, algo desconcertada-. Si no paras de desbarrar. La verdad es que no sé si estás bebida o de mal humor.
– Las dos cosas. Y, además, me duelen las cervicales.
– Es por la tensión. ¿Quieres que te dé un masaje?
– Gracias, pero no. Cuando precise que me desnuquen, acudiré a un profesional.
Entró desnuda en el baño, dando un portazo, pero salió segundos después, envuelta en el albornoz del hotel.
Читать дальше