Nunca te escribo delante de Albert. Sabe que lo hago, se lo he dicho, y me ha prometido entregarte los papeles, en el caso de que no aparezcas antes del final. Escribirte es un acto privado que no puede admitir más testigos que tú y yo. No quiero que espíe mis emociones. Siempre lo hace, me observa como si quisiera descubrir en mi semblante, en mis gestos, los días que me quedan por vivir. Me dice que no ha dejado de quererme. Extraña forma de amar la suya. «Desde el renunciamiento», insiste. Sufre mucho por mí. Supongo que, en el fondo, le gusta. Espero que no se atreva a confiarme que también reza por el bien de mi alma. No sé si tendría paciencia Para tolerárselo.
Voy a parar Me duele la espalda. Cuando no es una cosa, es otra.
A Regina también le dolía la espalda. Había pasado varias horas en el cuarto, doblada ante el escritorio, y al tumbarse no se había relajado. Notaba la columna arqueada sobre el colchón, vértebra a vértebra, y cómo éstas se encaballaban en la región occipital. Qué gran novelista habría sido Teresa, pensó, si en lugar de mostrarse tan puntillosa con la teoría hubiera dado alas a su imaginación. Con pocas pinceladas había trazado un diestro retrato de su padre, cargado de lucidez y compasión.
Estaba resentido. Sabe luchar para ganar el sustento de su familia, pero no puede ir más allá. Conmigo, se explayó. Lo atormentaba el pensamiento de que su hija vivía en un ambiente insano, sin más cariño de mujer que el de la sirvienta. En aquel entonces no había guarderías como las de ahora, y a los tres años te metió en el colegio de monjas. Al menos, no te mandó a un internado, no se desentendió de ti, lo que habla en su favor.
Fuiste una niña preciosa, Regina, llena de carácter. Las tardes que Albert pasaba conmigo metido en la cama, le pedía que me hablara de ti. Le dije la verdad, que mi curiosidad tenía relación con Marta, la protagonista de mis libros, pero se la conté al revés. No le confesé que aquel personaje que inventé en París porque necesitaba creer en un futuro mejor para nosotras, las mujeres, era el modelo en el que me habría gustado convertir a una niña de verdad, la mía.
En la cama, conversando acerca de ti con tu padre, que me pedía consejo para cuanto tenía relación contigo y me contaba lo que hacías, tus travesuras, tus desobediencias, comencé a quererte como si fueras hija mía. No la hija que pude haber concebido en la inconsciencia de la juventud y que hubiera nacido marcada por el mundo atroz en el que me tocó vivir, sino la hija de mi madurez, aquella que podría contribuir a cambiarlo y que ya no aceptaría ser la sombra del varón ni uncirse a su destino.
Entre los papeles que pienso darte para que los utilices como mejor quieras hay varios ensayos que escribí sobre los cambios experimentados por la mujer europea a raíz de la segunda guerra mundial, así como ciertas visiones que tengo del porvenir y una crónica, que empecé a redactar pero que no he acabado, como siempre me pasa, sobre el comportamiento de las mujeres en el bando republicano durante nuestra guerra civil. Pienso que pueden serte de ayuda, pero si no estás de acuerdo puedes quemarlos, tirarlos o hacer con ellos lo que se te antoje. Tú padre, que finge ante mí que tiene más noticias tuyas de las que realmente recibe, me ha contado, a su manera, lo que haces. Le parece que te dejas arrastrar por el descontrol. Yo lo llamo libertad. Me deslumbra lo libres que sois los jóvenes de ahora, lo arraigados que están en vosotros el concepto de paz y la práctica del hedonismo, vuestra insolencia con los mayores. Aplaudo, más que nada, que hayáis eliminado fronteras entre vosotros. Construiréis un mundo más noble que el que os dejamos.
Tal vez era mejor que Teresa hubiera muerto en el 76, con Franco recién salido de escena y la esperanza intacta por delante, sin presenciar los errores que se cometerían y el diligente tránsito hacia el conformismo que había realizado aquella generación que admiraba. Regina le dio otro tiento a la botella, pensando que al día siguiente, hoy, su cabeza le pasaría factura, pero no tenía el ánimo como para rechazar la eficaz complicidad del licor. Teresa se había ahorrado, entre otras cosas más importantes, aunque quizá no para ella, ver a Regina convertida en la antítesis de aquello para lo que la educó.
Empecé a comunicarme contigo a través de los cuentos que le di a tu padre para que te los entregara. Pensaba que leyendo a Marta te convertirías en Marta. Es una pena que ya no me queden ejemplares. Cuando me dijeron que tenía cáncer hice un paquete con todos y los mandé a una escuela para huérfanos del Besós. Me arrepiento, debería haber conservado al menos un ejemplar de cada título, Porque no estoy segura de que tú guardes los que te regalé. Con esa agitación, lo más probable es que se hayan perdido en un traslado. Pero si aún los tienes y los relees, no te costará verte reflejada en ellos.
Qué feliz me hace escribir tan seguido. Pero no puedo disfrutar de este relativo buen estado de salud durante muchos días. No debo. No quiero acostumbrarme a sentirme bien, ni hacerme ilusiones acerca de que duraré lo suficiente como Para volver a verte.
¿Qué pasó entre nosotras? No fue sólo que necesitabas marcharte, respirar, integrarte con los tuyos, los de tu edad, asomar la cabeza, crecer. Hubo algo más, ¿verdad? Si pienso en la peor de las posibilidades, que no aparezcas más por esta casa, en la que voy a morir en relativa paz gracias a mi doctor Pons, que me ha jurado no dejarme en el hospital cuando empeore; si no vuelves, Regina, al menos tengo que morirme con la seguridad de que, un día u otro, conocerás la verdad acerca de mis sentimientos hacia ti. He de intentar que mi cariño por ti me sobreviva y te llegue. Porque mi cariño, en algún momento, puede resultarte necesario.
Allí estaba. La conclusión de la frase incompleta. «He de intentar que mi cariño por ti me sobreviva y te llegue.» En su cama, Regina pensó en aquella otra cama del pasado desde donde su padre y Teresa manejaron su pequeña existencia, como si la engendraran de nuevo.
Cuando Albert te trajo a casa por primera vez, nuestra relación había cambiado. Nos queríamos, pero ya no hacíamos el amor. Ésa fue una parte del pacto, la que impuso él. Desgastado el ímpetu de la pasión, tu padre sentía más que nunca el peso de los remordimientos. Supongo que yo contribuí bastante, con mi manía de que habláramos de ti incluso en la cama. Debió de resultarle insoportable conciliar su agobiante sentido de la responsabilidad con la cruda verdad de la carne satisfecha. Un día me dijo que teníamos que cortar todo contacto físico y sustituirlo por una gran amistad. Amor platónico, lo llamó él. Si he de decirte la verdad, y esto que quede entre tú y yo, pobre hombre, no ha sido un amante excepcional. En París tuve mis aventuras, e incluso aquí, en Barcelona, conocí a hombres mucho más mañosos que él. Si, a tu edad, has tenido ya la dicha de acceder al sexo en toda su gloria, sabrás a qué me refiero cuando te digo que, al perderlo como amante, no me quedó ese vacío demoledor que te produce la perdida del otro que colma todas tus exigencias. Lo que me humilló fue su egoísmo, la naturalidad con que, en nombre de su sacrosanta rectitud, me impuso sus normas.
Te parecerá raro que piense en el sexo, pero ésta es mi acta de recapitulación y, aunque te sorprenda, el sexo ha sido importante para mí. Recuerda que, aunque me educaron como a tu padre, rompí con mi familia y corrí hacia la libertad que entonces me esperaba en las calles. Tuve la suerte de abrirme al amor en una España en donde la mujer recibía más consideración como ciudadana que la que le reconocería el país al que regresé y en el que tú naciste. Nolúe Maten quien me rescató. Le amé a él, precisamente, porque ya había decidido ser libre. Un paso así es para siempre, borra de una cualquier atisbo de mansedumbre. Es muy importante, Regina, no ser sumisa ni siquiera en el sexo. No hay esclavitud peor que la que produce el amante perfecto cuando no está dispuesto a colmar tu medida, y siempre llega el día en que eso sucede. Los amantes que se saben indispensables nunca se entregan afondo. Te lo digo por si te sirve de algo, aunque en esto, como en todo, sólo te será útil tu propia experiencia. No te hablo de tácticas de camuflaje como las que practican las mujeres tradicionales, sino de la propia estima.
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