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Algún lugar, 19 de marzo
Ya estoy donde quería. No puedo decirles dónde. Tampoco busquen en el matasellos; he cuidado ese detalle. No es que no quiera estar con ustedes; los extraño, pero necesito este tiempo para mí sola, un tiempo exclusivamente mío. He perdido el entrenamiento de estar conmigo. Presiento que descubriré espacios oscuros. Quizá me horrorice de lo que allí encuentre, quizá me maraville. En cualquier caso, volveré siendo más yo que nunca y entonces, si ustedes quieren, decidiremos juntos qué hacer con nuestra vida en común.
Ojalá pudiera transmitirles lo que siento, es como un volcán que me conmueve por dentro y, a la vez, una paz infinita. No creo que esa clase de sensación pueda contarse, hay que vivirla. Por suerte, a mí se me dio la posibilidad a tiempo. Habrá muchos que lo experimentan tarde y otros que se mueren sin saber de qué se trata. En ese sentido soy privilegiada. No voy a hacer cambios drásticos porque creo que la cuestión no pasa por ahí; yo no puedo alterar mis genes, ni mi pasado, ni puedo cambiar a los otros. Serán pequeñas transformaciones, giros mínimos que ajustarán el mecanismo hasta que la persona emergente se parezca todo lo posible a mí, a mi verdadero yo, ése que he estado buscando por cuarenta y dos años. Sé que esto implica sufrir, como ahora estoy sufriendo, porque sólo a partir de aquí podrá resurgir una mujer nueva. Acepto el dolor no como una prueba ni como un castigo, sino como un pretexto para agradecer cada instante de felicidad, como lección de vida y no como penitencia. Me quiero como soy pero no me resisto al cambio.
Quisiera contarles lo maravilloso de este sitio. Es tal cual lo había imaginado y muy adecuado para mi necesidad actual. Estoy rodeada por naturaleza hasta donde me dan los ojos y tengo la suficiente soledad sin estar aislada. Quizá un día podamos venir aquí juntos.
Ahora voy a dejar de escribir porque siento que los estoy extrañando demasiado y corro el riesgo de obedecer al impulso de volver por donde vine. Créanme, es indispensable que todos nos tomemos un tiempo de reflexión. Sería bueno que ustedes también lo hicieran. Es una pena que no podamos ser felices queriéndonos tanto. No esperen una situación extrema para meditar acerca de lo que les digo. Les aseguro que el borde de la angustia es peligroso. Yo estuve ahí. Se necesitan muchas amarras para no dejarse caer. Mis amarras fueron ustedes, pero no me engaño, anduve muy cerca del límite. Me da miedo pensar en eso.
He escrito algunas cartas que envío junto a ésta en sobres cerrados con el nombre del destinatario. A mamá, les agradezco se la lleven personalmente; le hará bien ver a sus nietos. Ella podrá contarles más acerca de la rosa, la de papá, por supuesto, no habrá a quién enviarla. Les pido que la lean los tres juntos. Los ayudará a comprenderme mejor. También va una para ustedes, hijos. Recuerden que fue escrita por su madre que es, además, una mujer. A ti, Daniel, te he escrito una carta esperanzadora. Quizá seas al que más exijo y del que más espero.
Mientras no esté, cuiden nuestra casa y espérenme sin prejuicios, sin reproches. Están siempre en mi pensamiento. Los quiero. Hasta la vuelta.
Elena
Claudia Amengual nació en Montevideo, Uruguay, en 1969. Es traductora pública, docente de la Universidad ORT e investigadora en el área de la lingüística desde el enfoque socio-cultural. Coordina talleres de narración y escribe cuentos, algunos de los cuales han sido publicados y otros premiados en concursos. Es autora de las novelas La rosa de Jericó (2000, Punto de Lectura, 2005), El vendedor de escobas (2002, Punto de Lectura, 2005) y Desde las cenizas (Alfaguara, 2005).
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