– Que ella es, a no dudarlo, un sugestivo ejemplo de la Mujer de Hoy: independiente, dinámica y optimista -por Dios, no, vade retro, no era a esta babosa de interiores a quien ella estaba convocando-, rebelde y original como toda acuariana, de armas llevar por el guerrero Aries que regentea su cuna, pero con el corazoncito apegado a las pacíficas tardes de la abuela, a causa de este pícaro y entrometido ascendente en Cáncer -que vino a cagarme la carta natal, dicho sea con todo respeto-. Sin duda hoy ha tenido un día agitado -algunas palpitaciones en la Caja, una cierta inquietud, vagos deseos de llorar porque no sabe si quiere, o sabe que no quiere la pequeña reunión programada para esta noche-, pero acá la vemos, sin mostrar rastros de cansancio, preparando estos exquisitos canapés ¿nos contará la receta? con sus propias manos, en su coqueto departamento de un ambiente -junto al cual la vecina por fin se mató, pese a los buñuelos y las tortas fritas y las novelas románticas, ¿quién daría cuenta de ese dolor tan simple?-. Dejemos un momento a Irene Lauson enfrascada en su grata tarea y aprovechemos para recorrerlo. Verán cómo, con poco dinero y mucha imaginación, se pueden conseguir efectos realmente deliciosos. Reparen en el toque original de Van Gogh colgando sobre el diván; muy divertido el contraste entre la cara ceñuda del difundido pintor holandés que se cortó una oreja, ¡qué horror!, y los cálidos almohadones de típica artesanía norteña. Otro efecto bonito se consigue con la máquina de escribir, ¡tan fría! sobre el elegante escritorio de estilo español. Y qué decir del jardincito que Irene Lauson ha improvisado en su balcón liliputiense. Usted también puede hacerlo, querida amiga, ¡anímese! Claro que todas hemos soñado alguna vez con espacios abiertos de vegetación exuberante, pero ¿por qué no conformarse con esta ingeniosa selvita de lazos de amor, alegrías del hogar, enamoradas del muro y otras conocidas especies? Y qué bien se complementa acá con este otro jardín ¡pero de grandes pensamientos! que brota de las paredes. Porque Irene Lauson, queridas amigas, no sólo es esta dinámica ama de casa que, como pueden apreciarlo, prepara con sus propias manos los canapés para sus reuniones, no sólo es una eficacísima programadora de computación; también, como lo delatan las tupidas bibliotecas, halla tiempo para dedicarse al envidiable hobby de la lectura. ¡Digno de imitarse! Y a juzgar por lo que indiscretamente se asoma en la máquina, ¿no le agradará, de cuando en cuando, borronear sus propias paginitas? Vamos a acercarnos en puntas de pie, a ver qué ha escrito.
– ¡Fuera! ¡A la cucha! Ahí no hay nada que merezca ser leído ni siquiera por una imbécil babosa curiosa. Pura paja. Pura lamentación o regodeo. Puro ruido para no oír llorar a la vecina que iba a matarse. Así que, a otra cosa, mariposa. A mí déjenme en paz con mis canapés.
– Bueno, se ve que Irene Lauson es muy celosa de su intimidad. Mejor volvamos a su tarea específica, ahora que les está dando el toque final a estas fuentes. Qué buen gusto, qué creatividad. Se nota que nuestra anfitriona sabe homenajear a sus invitados como ellos lo merecen. ¿A quién espera, querida Irene, si no es indiscreción?
– Al único hombre que quise en mi vida, si no es indiscreción. Al único hombre al que tal vez esté condenada a querer por el resto de mi vida. Con una alondra de diecisiete años. Una bruta jetona culosucio que le sorbió el seso, y le roba su tiempo, y hace que él le festeje sus más estúpidas ocurrencias como si se tratara de las carcajaditas de un arcángel. Esos son mis dos invitados, la reputísima madre que te recontramilparió.
– El estrés, queridas amigas, es sin duda la enfermedad de nuestro tiempo. Cuántas veces descontrola nuestros nervios y nos lleva a decir aquello que no queríamos decir. El lamentable ejemplo de Irene Lauson, quien a pesar de ser una mujer moderna y de mente ordenada no se ha librado de este flagelo contemporáneo, nos viene muy bien para ilustrar a nuestras queridas lectoras acerca de qué hacer si, desdichadamente, les ocurre algo así justo el día en que esperan invitados y desean estar más bellas que nunca. Ante todo, esto que con tanta prudencia está haciendo Irene Lauson. Llorar, amigas, lisa y llanamente llorar. Así, tendidas boca abajo, como si regresaran a la infancia, hasta que sientan que todo el interior se disuelve, que el entorno se borra -que no existe nada sino esta tristeza, este viejo deseo de ¿felicidad? ¿No es acaso el viejo y evasivo deseo de ser feliz lo que súbitamente la hace llorar? Todo parecía tan fácil una hora antes. Ella saliendo a la calle con su bolso de hilo sisal al hombro. Buenas tardes. Buenas tardes. El zapatero, gordo y amable, sonriéndole de oreja a oreja, y la luz de octubre murmurando en todos los rincones. Sólo que ya no era de mañana y ella amaba las mañanas, cuando el día aún tenía la posibilidad de ser perfecto. Entonces la alegría era un don de las cosas y no un esfuerzo de su voluntad. Ahora, en este crepúsculo azul, el día ya estaba marcado. Pero Irene se sobrepuso y cruzó la calle. Buenas tardes. Buenas tardes. Ella era amable y sonriente; todos la querían en la cortada Del Signo. Se detuvo ante el puesto de verduras y frutas. Apio. Era como un imperativo. O algo que le cantó adentro. Apio para deslumbrar a la princesita. Te voy a dar, princesita. Sonrió con cierto escepticismo: sabía lo suficiente sobre mujeres, de diecisiete años o de treinta, como para adivinar que a esta chica la reunión le debía hacer tanta gracia como a ella misma y que el único que la consideraba imprescindible y, tal vez, hasta divertidísima, era Alfredo. Pero logró sobreponerse otra vez. Buenas tardes, doctora. Una doctora elegantísima compraba bananas. Una mamá muy joven pedía coliflor. Ninguna parecía percibir la alegría que irradiaba de las cosas, la belleza de la palabra coliflor, el perfume del apio, la música del mundo. Raro este don de sentir en carne viva el horror de la soledad y el perfume del apio. Pero esto era ella. Con la bolsa de hilo sisal rebosante de olores entró en el almacén. Olfateó, palpó, se emborrachó. La tarde le zumbaba en la piel. A las siete y diez entró en su casa. Otra vez había conseguido triunfar. Se puso a preparar canapés. La vida recién empezaba.
– Y qué bien hace este sencillo tratamiento para el cutis. Claro que después hay que pensar en esos ojitos hinchados que quedan tan feos. La receta ya la conocían nuestras abuelas: unos algodoncitos empapados en té frío. ¿Y qué les parece si aprovechamos el tiempo para que actúe una buena máscara nutritiva? Esta es la preferida de Catherine Deneuve: “ Mezclo por partes iguales huevo, yogur y miel. Los resultados son notables”. Si una perfecta como Catherine lo aconseja, por qué no probar nosotras. Ahora, cuando el problema es la grasitud, nada mejor que una receta secreta que usan las hermosas de Beverly Hills: una generosa capa de puré de berenjenas: los resultados son sorprendentes. Mientras la máscara actúa, relajen el cuerpo y sueñen que estamos en una dorada playa del Caribe; una suave brisa nos acaricia y la música del mar nos arrulla suavemente. Al quitar la máscara nuestro cutis estará como nuevo, y nuestro espíritu… mejor ni hablar. Ahora sí, amigas, ya estamos en condiciones de prepararnos para la noche. Luego de limpiar, refrescar y humectar su cutis, cubran sus ojeras con la barrita blanca antiojeras. Para las arrugas, nada mejor que Regeneratiffe, la increíble crema hecha con estrógenos equinos y aceite Surukun, directamente extraído del Mato Grosso venezolano; ciento veinticinco Concursos Internacionales ganados por bellezas venezolanas son la mejor garantía para esta maravilla que, en contados segundos, borrará toda arruga o marca de expresión en sus caritas. Naturalmente, para pequeñas protuberancias o depresiones les recomiendo usar una barra correctora especialmente indicada para estos problemitas. Las irregularidades del rostro, en cambio, desaparecen como por arte de magia utilizando una base más oscura en aquellas regiones que se quieren disimular. Si considera que sus orejas son grandes o paradas, lo mejor es ocultarlas con un corte carré, con flequillo suavemente desflecado. El maquillaje ha de ser ligero, dando idea de frescura y juventud. Una base liviana, un polvo etéreo. El rubor se aplicará desde el centro del pómulo con un trazo firme, resuelto, y luego se expandirá como una delicada nebulosa. Un toquecito en la frente y el mentón dará esa idea de vitalidad y alegría que tan lindo nos sienta a todas. Por supuesto, los ojos son la gran vedette de la temporada. Basta un juego de tres sombras hábilmente combinadas, el delineador que se aplicará con trazo fino, dando idea de gran naturalidad, y una buena máscara para pestañas. Ya está. Sus ojos serán tan intensos y personales que cautivarán a todo el sexo masculino apenas usted haga su aparición. Los labios, en cambio, exigen un moldeado especial. Luego de contornear la forma deseada bastará rellenar el dibujo con un pincel más grueso. Unos toquecitos de brillo darán ese acabado húmedo que tanto seduce. Para el cabello se imponen los cálidos irisados; poseen un brillo vital y apasionado que proyecta sobre el cabello una luz especial. Ese brillo la transformará en una mujer realmente única. Ahora, lista ya para vestirse, no olvide que debe destacar lo mejor. Si quiere triunfar, mírese al espejo y sepa qué parte de su cuerpo debe poner en relieve. Si lo suyo son unas buenas caderas, destáquelas con un moño de raso shocking. ¿Rodillas bien torneadas? Las faldas deben ser superfemeninas, con buenos tajos a la vista, revelando aquello que antes ocultaban para desgracia de ellos. En todos los casos, el escote debe dominar el horizonte y declararse rey. Anímese, escuchará suspiros. Y si la naturaleza la ha dotado sólo de una hermosa dentadura, sonría, querida, sonría todo el tiempo, haga que él caiga rendido por esa sonrisa y se olvide de todo lo demás. Pero usted… ¡no lo olvide! En los detalles descansa ese poder de seducción que hará que los hombres caigan como moscas en su red. Tacos altos para mirar por encima del hombro, mucha simpatía y toda esa audacia que en un rapto de timidez mandó a los cuarteles de invierno. Y una buena postura: eso es fundamental. Para lograrla, manténgase en todo momento muy derecha, los músculos abdominales hundidos, las nalgas levantadas hacia el techo, el pubis arqueado hacia el ombligo. Ahora sí, espontaneidad y alegría. Mucha alegría, ganas de divertirse y… ¡a resplandecer!
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