En suma, Étienne se excita, le brillan los ojos, Juliette se lo ha dicho: le gusta que le brillen los ojos. Le gusta su emoción y la comparte, pero en el tándem que forman le corresponde más bien a ella tener los pies en el suelo, recordar en cada ocasión el principio de realidad. Dice: hay que reflexionar. Siempre se puede decir que no cuesta nada apelar al derecho europeo para derrotar a la jurisprudencia nacional, pero no es cierto, puede costar muy caro. Impugnan esta jurisprudencia asociaciones de consumidores con las que Florès está en contacto y que libran contra ella una guerra de trincheras. La Blitzkrieg que están imaginando los dos por su cuenta amenaza, si fracasa, con minar esta labor de tanto tiempo y esfuerzo. Si el TJCE les dice que no, las entidades de crédito explotarán durante mucho tiempo el fallo.
Siguen unos días febriles, de llamadas por teléfono y de e-mails a Florès, pero también a una profesora de derecho comunitario, Bernadette Le Baut Ferrarese, que, consultada, se apasiona por la cuestión. La respuesta del TJCE, según ella, no es segura, pero vale la pena intentarlo, a sabiendas de que es como el indulto presidencial en el caso de una pena de muerte: te lo juegas a una carta, es la última que te queda. Por último, deciden probar. ¿Quién asume el mando? ¿Quién va a redactar la sentencia provocadora? Podría ser cualquiera de los tres jueces, pero la cuestión, al parecer, no se plantea: es a Étienne al que más le gusta estar en primera línea.
Hace varios meses que se amontonan en su despacho expedientes relativos a un contrato ofrecido por nuestra vieja conocida, la sociedad Cofidis, y que luce el bonito nombre de Asugusto. El contrato Asugusto podría estudiarse en la escuela como ejemplo de coquetería a fondo con la estafa. Se presenta como una «petición gratuita de reserva de dinero», en la que «gratuita» aparece en negrita y el tipo de interés, en cambio, figura en letra muy pequeña en el reverso y es del 17,92%, lo que sumado a las penalizaciones supera la tasa de usura. Étienne escoge al azar del montón el expediente en que insertar su pequeña bomba: Cofidis SA contra Jean-Louis Fredout. No es un gran caso: Cofidis reclama 16.310 francos, de los que 11.398 son capital y el resto intereses y penalizaciones. En la audiencia no comparece Fredout, que no tiene abogado. El de Cofidis, por el contrario, es un cascarrabias del colegio de abogados de Vienne, un viejo asiduo de la casa que no se alarma cuando Étienne señala que «las cláusulas financieras no son legibles», que «esta falta de legibilidad debe compararse con la mención de la gratuidad, presentada de forma especialmente visible» y que por este motivo «las cláusulas financieras pueden considerarse abusivas». No se alarma, se sabe de memoria las sutilezas de Étienne, al que, por otra parte, aprecia, y con un tono guasón pero nada agresivo, como quien canta su parte en un dueto muy ensayado, responde que da igual si las cláusulas son abusivas, puesto que el contrato data de enero de 1998, la citación de agosto de 2000 y el plazo de prescripción ha vencido hace mucho, así que lo siento, señor presidente, era una maniobra simpática para salvar el honor, pero la ley es la ley y a ella nos atenemos.
Bien, dice Étienne, nos atenemos a ella. Sentencia dentro de dos meses. Cuanto más parece rebajarse, más goza por dentro. Si sólo dependiera de él, dictaría sentencia la semana siguiente, pero hay que fingir que no pasa nada, observar el plazo habitual. La audiencia finaliza el viernes a las seis de la tarde y el sábado por la mañana está delante del ordenador, en su casa. Redacta febrilmente y jubiloso, se ríe solo. Al cabo de dos horas ha terminado, la sentencia tiene catorce páginas, que es una extensión infrecuente. Llama a Juliette para leérsela en voz alta y ella también se ríe. Después le toca el turno a Florès y a Bernadette, totalmente inmersa en la conspiración. Se deja reposar el texto, se comprueba todo, se pesa una y otra vez cada palabra. Es sumamente técnico, por supuesto, pero la idea se resume simplemente. La sentencia consiste en decir: no puedo emitir un fallo porque la ley no está clara, y para aclararla debo formular una pregunta al TJCE. Esta pregunta, que se llama cuestión prejudicial, es la siguiente: ¿se ajusta a la Directiva europea que el juez nacional, al expirar el plazo de prescripción, no pueda señalar de oficio una cláusula abusiva en un contrato? Respóndanme sí o no, yo juzgaré en consecuencia.
Después se muerden las uñas durante los dos meses reglamentarios, al cabo de los cuales envían a las partes, y sobre todo al TJCE, esta sentencia que no lo es realmente, puesto que aguarda la respuesta que recibirá la cuestión prejudicial. Algún tiempo después, Étienne se cruza en un pasillo con el abogado de la empresa Cofidis, un poco desconcertado por este objeto jurídico no identificado. Pero bueno, si eso le divierte…, bromea. Nosotros vamos a recurrir, el tribunal de casación fallará, es lo suyo, y al emitir sentencia anulará la cuestión. Sólo habremos perdido un año, a mí me da lo mismo, a usted también, lo único es que el pobre hombre va a hacerse ilusiones y al final pagará el pato entero. Étienne, que ha previsto esta respuesta, sonríe. No creo, dice, que la cosa sea así: el propio tribunal de casación dice que el recurso sólo es posible contra las sentencias sustanciales, no contra las sentencias preliminares, que es la que usted ha recibido. El otro arquea las cejas. ¿Está seguro? Seguro, responde Étienne.
Ah, bueno.
La compleja maquinaria se pone en marcha. Empieza por la traducción en Luxemburgo de la cuestión de Étienne a todas las lenguas comunitarias, y el texto se envía a todos los Estados miembros. El que quiera es libre de actuar. Pasan seis meses. Una mañana de abril de 2001 llega al juzgado un sobre grueso con el membrete del TJCE. Étienne está solo en su despacho, pero se contiene: espera a Juliette para abrirlo. Ordenan que nadie les moleste. El sobre contiene dos documentos: uno, muy grueso, es un informe de Cofidis; el otro, más corto, es el dictamen de la Comisión Europea. No dudan del contenido del primero, todo el suspense se concentra en el segundo, y por eso, para disfrutar de ese suspense torturador y delicioso, se fuerzan a leer antes el primero. Veintisiete páginas de letra apretada, redactadas por un equipo de abogados reunidos en comité de crisis. El enemigo presiente el peligro y saca la artillería pesada. En el preámbulo hablan de un «clima de rebelión improductivo», de la «actividad sediciosa que mantienen algunos jueces relevados por determinados sindicatos, e incluso por determinados miembros del sindicato de la magistratura». Ya ves, dice Étienne, encantado, los versalleses siempre escriben parecido, en todas las épocas. Siguen, en orden de combate, los argumentos propiamente jurídicos de los que hago gracia al lector y que refuerzan el argumento principal, que es político: si se sigue buscando las cosquillas a las entidades de crédito y favoreciendo a los pródigos, todo el sistema se resentirá y el prestatario honrado pagará las consecuencias. Nada inesperado, en suma, aparte de la vehemencia del tono. En un marco distinto parecería inocuo, en el de la prosa jurídica es un ataque personal, con bazuca. Es halagador, excitante. Han leído el informe sin saltarse una línea. Ahora queda por conocer el veredicto. La Comisión no es el TJCE, emite dictámenes, no decisiones, pero por lo general se siguen, y si la Comisión dice que no, es seguro que el tribunal dirá que no. Un no sería la derrota, la humillación. Habrá que aguantarlas. Étienne y Juliette no van a hacerse el haraquiri en el despacho, pero los dos son conscientes de que será un golpe muy duro de encajar. Lee tú primero, dice Étienne, eres más fuerte que yo. Juliette empieza a leer. Principio de efectividad…, compensación por parte del juez de la ignorancia de una de las partes…, referencia a la sentencia de Barcelona…
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