Jorge Edwards - El whisky de los poetas

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Este trabajo reflexiona acerca de las particularidades del ensayo focalizadas en Desde la cola del dragón, El whisky de los poetas, Diálogos en el tejado, Machado de Assis y La otra casa. Ensayos sobre escritores chilenos del escritor chileno Jorge Edwards. Los trabajos que componen estos libros tienen la particularidad de transitar por esa delicada línea que separa el ensayo de la crónica e incluso de los artículos periodísticos. Esta suerte de indefinición fortalece uno de los aspectos centrales del ensayo: su difuminación sustantiva, particularidad que se expresa en el modo en que apela a retóricas que no siempre se mantienen a lo largo de los trabajos. La errancia del género permite entremezclar discursos y dejar a la vista una subjetividad evidenciada en un yo que se hace presente en las marcas valorativas y en el objetivo que persigue. Los ensayos que integran estos libros operan como un banco de prueba de la obra del ensayista escritor.

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La biblioteca del abuelo Ireneo, según mis notas tomadas de dos o tres estudios biográficos, tenía libros de autores españoles y franceses. Su dueño, en otras palabras, era un liberal, un afrancesado, un masón, pero que se interesaba en la tradición literaria hispánica. Al parecer, un compañero de estudios catalán introdujo al joven Octavio Paz en las ideas anarquistas. Asistió en 1937 al Congreso de intelectuales organizado en Valencia para defender a la República española. En 1987, en medio de la democracia española plenamente restaurada, me tocó observarlo presidir, en la misma Valencia, otro Congreso que conmemoraba el cincuentenario del primero. En un momento, mientras estábamos sentados al lado y asistíamos a las airadas discusiones, que terminaron en un caso en un confuso pugilato, me hizo un comentario incisivo, que no he olvidado nunca, acerca del resentimiento invencible de muchos intelectuales. Un venenoso resentimiento, un implacable y lúcido comentario.

En el Congreso del año 37, Octavio Paz conoció a Neruda, a Rafael Alberti, a Vicente Huidobro, a André Malraux, a otros personajes importantes de este siglo. Le tocó intervenir, además en algo que me parece decisivo: en el debate apasionado y dogmático, tristemente revelador, sobre la expulsión de André Gide, que un año antes había cometido el pecado político de publicar su celebre Regreso de la URSS . Según mis apuntes, Octavio Paz y Carlos Pellicer se abstuvieron en la votación que condenó a Gide, actitud que los dejó separados del resto del grupo latinoamericano. Alguien le dijo a mi viejo amigo Ricardo Muñoz Suay, que en aquellos años era un adolescente comunista: "Anda con cuidado con ese mexicano que tiene veleidades trotskistas". Ya sabemos que las acusaciones de aquella especie, en algunos años y algunos parajes de nuestro siglo, podían conducir hasta el pelotón de fusilamiento.

Lo que ocurría era que André Gide había iniciado un regreso, un viaje de vuelta, en el sentido más amplio de esta expresión, que sería continuado por Octavio Paz y, al cabo de largos años, por algunos de nosotros. En 1974 Octavio Paz, de quien me había distanciado involuntariamente la amistad con Neruda, pasó por Barcelona y le pidió a Carlos Barral que nos reuniera. Descubrí entonces que era un defensor decidido y bastante aislado de mi libro Persona non grata , que se había publicado hacia dos o tres meses, y embarcó en esta empresa, que en ese tiempo parecía destinada al más perfecto fracaso, a Mario Vargas Llosa. Uno de los motivos que me habían llevado a escribir y publicar ese libro había sido, precisamente, la lectura del Retour de l'URSS y de los retoques al primer texto, y después me dije muchas veces que el retrato de Romain Rolland de la vejez era aplicable a muchos de mis contemporáneos, personas que me abstengo de nombrar aquí por tratarse, al fin y al cabo, de una ocasión celebratoria.

Los lugares comunes habituales, las ideas recibidas sobre la obra de Octavio Paz, manejados con majadería por sus detractores, conducen a separar al poeta del ensayista. Para mí, sin embargo, es un poeta intelectual, un poeta que tiene el pensamiento en la punta de la lengua, como decía T.S. Eliot a propósito de los poetas metafísicos ingleses y de si mismo, y un ensayista poético. Si tuviera que hacer un balance brevísimo, diría que lo más notorio de la escritura de Paz, en prosa y en poesía, es la movilidad, el diálogo constante y cambiante, infatigable y silencioso, consigo mismo y con los otros, con los vivos y con los muertos. Es un Montaigne latinoamericano, menos tranquilo que Montaigne, menos sedentario, menos instalado en su torre, y que llega mejor, debido, precisamente, a su mayor espíritu de aventura, a la síntesis poética. A primera vista, sus orígenes intelectuales se encuentran en la filosofía de la Ilustración, en la razón crítica y en la reacción contra ella, en la revolución romántica, antípodas que abrieron el camino de la modernidad y que él ha seguido en todos sus desarrollos, hasta desembocar en el surrealismo y en toda la vanguardia estética. Sin embargo, creo que el pensamiento de Octavio Paz, pensar en movimiento, nunca detenido ni anquilosado, proviene también de otras fuentes. Su libro sobre Sor Juana Inés de la Cruz demuestra que ha examinado a fondo el tema del reformismo y de la crítica en el mundo hispánico. Paz es el campeón de la visión crítica en nuestra cultura, visión opacada por nuestras diversas inquisiciones, por el conformismo dominante, pero que resurge a cada rato de sus cenizas y tiene, como él lo demuestra y a pesar de las apariencias, una tradición sólida entre nosotros. Como escribí en un texto más o menos reciente, Octavio Paz "hace la crítica de la poesía en forma poética, y hace la defensa de la poesía por medio de la crítica".

Insisto, en resumen, en que la separación del poeta y el prosista, en el caso de Paz, es inútil y desorientadora. Su escritura, por el contrario, tiende a disolver los géneros. Me acuerdo, al decirlo, de los textos de El mono gramático , y me encuentro, de un modo puramente accidental, con la cita oportuna, cita del prefacio de Baudelaire a sus Pequeños poemas en prosa: "¿Quién de nosotros no ha soñado, en sus días de ambición, con el milagro de una prosa poética, musical, pero sin necesidad del ritmo y de la rima, lo suficientemente flexible y consistente para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la conciencia?" En sus momentos mejores, la prosa de Paz se ha acercado a este ideal de uno de sus grandes antepasados literarios. Ha seguido con maestría, sobre todo, en su constante movilidad, los sobresaltos de la conciencia de este siglo.

Cantos materiales

Después de una pasada fugaz por Biarritz, en la costa vasca francesa, de un par de horas en San Sebastián, en el Norte de España, de tres días en Benidorm, en el Sur, con regreso vía Calafell, en Cataluña, y París, me siento, además de mareado, inclinado a entonar cantos materiales, odas elementales. Porque me tocó estar, debido a la buena estrella o a los privilegios de una edad respetable, en algunos de los grandes lugares de este mundo, en el Hotel du Palais de Biarritz, en el Arzac de San Sebastián, y sólo quedan en mi memoria unas cuantas cosas sencillas, sólidas y sencillas. Queda, desde luego, una memorable langosta cocinada en honor de Roberto Matta y de la que fui invitado a participar, pero queda sin sus agregados, sin sus salsas y hasta sin sus atributos, como una pura entelequia de langosta. Y de las dos horas en el Arzac permanecen un Viña Ardanza tinto de no sé que año y el interior blanco e increíblemente delicado de una merluza de aquellos parajes.

Se imponen, sin embargo, con perfecta nitidez, a gran altura, muy cerca de la perfección en su respectivo género, dos clásicos de la tradición popular. Mis viejos amigos de Calafell quieren llevarme, para celebrar mi reaparición en el pueblo, a un establecimiento más bien complicado, difícil y caro. "¡Por favor!", protesto: "¡Mi único deseo es comer una buena tortilla de patatas!" Vamos, entonces, al paseo de La Espineta, a un restaurante que he frecuentado mucho, pero cuyo nombre ni siquiera recuerdo, y pronto me encuentro sentado, tenedor en mano, frente a una circunferencia dorada, alta, que promete ser una fiesta prolongada y sin sobresaltos. Se escucha hablar en todas partes de tortillas a la española o de arroces, pero sólo es posible comer una verdadera tortilla en un lugar como éste, así como sólo hay arroces a banda dignos de ese nombre entre Benidorm y Oropesa o Castellón de la Plana, pero no más al Norte ni más al Sur. Pensé que no llegaría hasta el final de la tortilla, pero llegué, con ayuda de la conversación y de algún vino del Penedés, y hasta se me pasó por la cabeza la idea de pedir otra, envolverla en una servilleta y traerla hasta las playas de Chile, de recuerdo, "para memoria en lo futuro", como dijo en una ocasión don Quijote de la Mancha.

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