José Santos - La Amante Francesa

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Primera Guerra Mundial. El capitán del ejército portugués Afonso Brandão está al frente de la compañía de Brigada de Minho; lleva casi dos meses luchando en las trincheras, por lo que decide tomarse un descanso y alojarse en un castillo de Armentières, donde conoce a una baronesa. Entre ellos surge una atracción irresistible que pronto se verá puesta a prueba por el inexorable transcurrir de la guerra.

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Los hombres cogieron las Mills, pero, en ese mismo instante, como respondiendo a la solicitud de Matias, aunque fuese en realidad una respuesta a la petición hecha hacía unos minutos por el capitán Afonso, comenzaron a llover en la Tierra de Nadie granadas disparadas por las Howitzer portuguesas. Se extendió la confusión entre las fuerzas atacantes; Matias aprovechó para saltar por el parapeto hacia la Tierra de Nadie y apostarse tumbado detrás del alambre de espinos defensivo y de una pila de sacos de arena. Vio a alemanes que se metían en las fosas de enfrente, como para encontrar refugio que los protegiese de las esquirlas de las explosiones portuguesas, y de inmediato apretó el gatillo.

La Lewis se sacudió con violencia y vomitó dos ráfagas rápidas. Un alemán cayó herido, varias balas golpearon el suelo a continuación y también cayó otro soldado germánico. Los restantes repararon en el fuego de la ametralladora, infinitamente más peligrosa que las Lee-Enfield que los portugueses estaban disparando hasta ese momento desde aquel punto, y se echaron todos en el suelo. Ya no había alemanes corriendo, estaban ahora tumbados, la mayoría arrastrándose hacia las depresiones del terreno, en general fosas, todos en busca de refugio. Las granadas portuguesas, sin embargo, caían demasiado lejos, lo que por lo menos tenía la ventaja de aislar a la fuerza atacante e impedir el paso de refuerzos, pero el problema es que su efecto sobre la infantería alemana que se había acercado a las líneas portuguesas era así meramente psicológico.

Se oyó un pitido en la Tierra de Nadie y, en el acto, como respondiendo a una orden, se levantaron de las fosas varias nubes de soldados alemanes, todos a la carga sobre las líneas portuguesas. Matias, el Grande, apretó un buen rato el gatillo y la Lewis comenzó a saltar en sus manos, en un frenesí loco, los sucesivos impactos de la prolongada ráfaga de la ametralladora le impidieron apuntar adecuadamente. Detrás del parapeto, los compañeros soltaron momentáneamente las Lee- Enfield y comenzaron a arrojar Mills a la Tierra de Nadie. Varios alemanes cayeron por el fuego de la Lewis; dos más cuando estallaron las granadas; sin embargo, Matias se dio cuenta de que no conseguiría contenerlos a todos y se sintió presa de un acceso de pánico. Para hacer aún más graves las cosas, la caja de municiones se agotó inesperadamente y se encontró apretando un gatillo que ya no disparaba balas. En ese instante, las Maxim alemanas lo descubrieron y comenzaron a llover proyectiles junto al soldado portugués. Era demasiado. Sin volver a cargar la Lewis, Matias se tiró hacia atrás y cayó aparatosamente en el barro y en medio de los escombros de la línea del frente portugués.

La situación se deterioró cuando el grupo que defendía la línea en Punn House vio a soldados enemigos que avanzaban rápidamente por la derecha y saltaban hasta la línea del frente del CEP, a apenas unos quinientos metros de distancia, cerca de Tilleloy Sur, que estaba siendo defendida por la Infantería 29, también de Braga. Y lo peor es que la Lewis de Matias se había silenciado y los alemanes que estaban enfrente ya se habían dado cuenta de ello, acercándose ahora peligrosamente, a pesar del fuego furioso del puñado de Lee-Enfield manejadas en Punn House.

– Los cabrones han invadido nuestra línea -gritó el teniente, que anunció lo que ya habían visto todos con gran alarma-. ¡La gente del 29 está en apuros! -Miró con impaciencia hacia la retaguardia-. ¿Qué rayos pasa con las bacoreiras?

Las bacoreiras eran las ametralladoras pesadas Vickers.

– Mi teniente, es mejor cavar desde aquí -aconsejó el pequeño Vicente, el Manitas, rojo como un pimiento, mientras recargaba el fusil-. Esto se está poniendo bravo.

El teniente se dio cuenta de que, sin la ametralladora de Matias en la Tierra de Nadie barriendo las líneas enemigas y con las Vickers ocupadas con el flanco derecho, no conseguiría frenar la avalancha de alemanes que, en cuestión de uno o dos minutos, se les vendría encima. Además, aunque lograsen resistir al ataque frontal, lo cual era improbable, estaban en peligro de ser pillados de lado por los soldados enemigos que se encontraban en la línea portuguesa en Tilleloy Sur.

– Vamos a retroceder -decidió-. ¡ Retrocedan, retrocedan!

El pelotón disparó una última salva hacia la Tierra de Nadie y abandonó deprisa el parapeto en dirección a la trinchera de comunicación; el teniente les enseñaba el camino. Matias ya había recargado la Lewis y fue el último en salir, con la ametralladora preventivamente apuntada por encima de los parapetos.

Los Minenwerfer empezaron a disparar, mientras tanto, sobre Punn House, tal vez alertadas por la infantería alemana hacia aquel foco de resistencia portuguesa. Una sucesión de explosiones conmovió con violencia las trincheras en aquel sector, y el grupo dirigido por el teniente Cardoso se deslizó veloz por la línea. Los soldados encorvados e intentando protegerse la cabeza corrían.

Una granada alcanzó de lleno la trinchera de comunicación por donde iban los portugueses, y produjo un fragor tremendo que levantó una nube que envolvió al grupo. Cayeron todos en el suelo, y Matias, como venía más atrás cerrando la fila, fue el único que miró hacia el lugar de la explosión, justo enfrente. Oyó los gemidos de un hombre sin un brazo, era el teniente Cardoso, que, tumbado en el suelo, miraba sorprendido y aturdido el muñón ensangrentado que fuera su hombro y que se agitaba absurdamente en el aire. Pero lo que de verdad quedó grabado para siempre en la memoria de Matias fueron los dos segundos siguientes.

En el primer segundo se precipitó del cielo un cuerpo decapitado, como si fuese un fardo de mucho peso. Pof. Después, pasado otro segundo, cayó la cabeza, como una piedra. Poc. Matias se acercó, con el corazón acelerado, lleno de angustia, sin querer ver pero queriendo, miró la cabeza cortada y reconoció, con los ojos revirados hacia arriba y la lengua fuera en la mejilla rasgada a medias, el rostro de su amigo Daniel, el Beato, el compañero de infancia en las vendimias de Palmeira y padre del boche Zelito, el hombre delgaducho que hacía apenas dos horas le había dado noticias de la tierra y novedades sobre el perdiguero de Assunta, el camarada de armas que rezaba fervorosamente durante cada bombardeo y cuyas oraciones, en resumidas cuentas, de nada le sirvieron, a no ser tal vez librarlo de nuevas tribulaciones en la miseria de la guerra.

El puesto de señales se animaba al ritmo de una sinfonía de comunicaciones. Todos los teléfonos sonaban y los telégrafos emitían información en morse, en un «tut-tut-tutut-tut» continuo e incansable. El telegrafista leyó el último mensaje, se levantó del escritorio y salió deprisa del puesto, para reunirse con el capitán Afonso Brandão, que fumaba un nervioso cigarrillo junto a la puerta, con el ordenanza a su lado.

– Mi capitán -dijo.

– ¿Qué pasa ahora? -preguntó Afonso, irritado, volviéndose hacia el telegrafista.

– Ha llegado hace un instante la comunicación de que el enemigo ya está circulando en la línea del frente.

– ¿ Qué? -exclamó el capitán, que veía que se confirmaban sus peores temores-. ¿Dónde?

– No está muy claro -repuso el telegrafista-. Pero el mensaje menciona Tilleloy.

– ¿Qué? -se sorprendió Afonso, muy alarmado.

– Tilleloy, mi capitán.

– ¿La carretera?

– No, mi capitán. Una trinchera.

– Ah -suspiró Afonso, aliviado-. ¿Norte o sur?

– Esa información no consta. Sólo dice Tilleloy.

– Informe inmediatamente a la brigada -indicó.

– Sí, mi capitán.

Si los alemanes estuviesen en la Rué Tilleloy, la importante carretera que se prolongaba desde Neuve Chapelle hasta Fauquissart siempre paralela a la primera línea, la situación sería gravísima. Siendo una trinchera, quería decir que la acción estaba circunscrita, en Neuve Chapelle, al sector entre Sunken Road y Min Street.

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