La División Auxiliar pasó a ser denominada División de Instrucción. En abril de 1916, el Ministerio de Guerra publicó una lista de treinta y dos regimientos que deberían movilizarse, y la Infantería 8, que pertenecía a la 8 aDivisión, era uno de ellos. La primera opción fue, sin embargo, hacer que sólo cuatro divisiones se preparasen para las hostilidades, con la 8 ade reserva. A pesar de ello, un grupo de oficiales del 8, incluido Afonso, fue destacado a finales de mayo en Tancos, donde se implicó en el colosal esfuerzo de preparar la tropa para la guerra europea.
Un mar de soldados llenó toda la zona entre Mafra, Tancos y Vendas Novas, en total veinte mil hombres instalados en un gigantesco campamento de barracas de madera y de lona que se había montado en una gándara recién desmatada.
Ya el primer día, cuando se daba prisa para cumplir una orden recibida del mayor Montalvão, vio que otros oficiales refrenaban su entusiasmo.
– ¿Adónde vas con tanta prisa, Afonsiño? -le preguntó el capitán Cabral, un republicano conservador, displicentemente apoyado en un pino manso.
– El mayor Montalvão me ha mandado llamar a los hombres para la gimnasia, mi capitán.
– ¿El mayor Montalvão? -El capitán se rio-. Ese tipo quiere ascender en la vida y cree que va a la guerra.
Afonso lo miró, cohibido.
– Mi capitán, para eso justamente nos estamos preparando…
– ¿Eres tonto, Afonsiño? ¿Alguna vez vamos a ir a la guerra con esta gente ordinaria? ¿Crees que los ingleses nos quieren allá?
– No lo sé, capitán. Pero las órdenes son para…
– ¡Qué órdenes ni qué diablos! Así pues, si te mandan tirarte a un pozo, ¿tú te tiras? Esta gente quiere usarnos para sus fines, sus negociados, sus ambiciones. ¡Sé más sensato y abre los ojos!
– Con su permiso, mi capitán -dijo Afonso, que se dio cuenta de la inutilidad de seguir conversando y que tenía prisa por ir a llamar a los hombres.
– Anda, anda, pero no te dejes engañar por esos listos.
Quedó inmediatamente claro que el cuadro de oficiales de Tancos estaba dividido en cuanto a los preparativos para la guerra. Sólo los republicanos afectos al Partido Democrático de Afonso Costa parecían de verdad empeñados en el proceso de instrucción, rebosantes de entusiasmo y del deseo de hacer cosas. Los otros, monárquicos o republicanos opositores al partido del Gobierno, se mostraban escépticos, su postura era negativa y su actitud revelaba un gran cinismo. Para ellos todo era imposible, la falta de equipamiento aparecía como un obstáculo insuperable, los soldados no eran más que unos pretenciosos y desharrapados, los comandos jefe estaban formados por incompetentes y oportunistas.
El clima se politizó en extremo y, por más que intentase mantenerse alejado de aquel debate, Afonso se vio irresistiblemente atraído hacia la polémica, era imposible mantenerse distante, el asunto surgía en cualquier conversación, no había modo de evitarlo, hasta su mejor amigo dentro del regimiento lo estimulaba a la discusión. El teniente Pinto, el Zanahoria, se alineaba con los antiintervencionistas, y, aunque sin sorpresa, Afonso lo descubrió la primera mañana en Tancos, cuando salieron de la tienda en busca de las letrinas.
– Pero ¿qué es lo que estamos haciendo aquí? -se preguntó el Zanahoria, insatisfecho, con el paso rápido en pos de su amigo, mirando el destartalado campamento de barracas y tiendas que se prolongaba alrededor hasta perderse de vista-. La ciudad de Leño-Lona. Dime si esto tiene algún sentido.
Afonso se pasó la mano por el pelo revuelto, intentando peinárselo con los dedos.
– Estamos haciendo lo que nos mandan.
– Pero yo no sé si quiero hacer lo que nos mandan estos idiotas.
– La solución es fácil, Pinto -le replicó-: sales del Ejército.
– Lo que me faltaba, salir del Ejército por culpa de los cabrones de los republicanos.
– Entonces, si te quedas, te sometes. ¿Qué quieres que te diga?
– Lo que quiero es emplear bien mi tiempo, en vez de andar metido en cabalgatas idiotas, mientras estos tipos se llenan de dinero y están llevando el país a la ruina… Y nosotros colaborando con semejante estupidez.
– Pinto, nosotros estamos aquí para hacer nuestro trabajo -se impacientó Afonso-. Todo lo demás es puro blablablá.
– No es exactamente así, Afonso -repuso el Zanahoria, irritado-. Estamos siendo cómplices de esta locura. ¿Realmente crees que tiene algún sentido que Portugal se implique en esta guerra? ¿Así que vamos a meternos en este matadero que no nos sirve de nada sólo porque los señores republicanos están en un aprieto por el descontento que crece en el país?
– No tiene nada que ver una cosa con la otra.
– ¡Ah, no, no tiene nada que ver! Entonces, ¿por qué crees que esos idiotas quieren meter a Portugal en la guerra?
– Bien… -titubeó Afonso, que se quedó quieto para concentrarse en la respuesta; al fondo ya se veían las letrinas y la fila de hombres esperando su turno para defecar en aquel descampado inmundo, el olor a heces se sentía a la distancia-. En primer lugar, para defender las colonias y el imperio. Y, además, es importante que el país se afirme en el concierto de las naciones…
– ¿ Concierto de las naciones?
– … y marque la diferencia en relación con España.
– ¡Eso del concierto de las naciones es bueno! Estás leyendo mucho la prensa republicana.
– ¿Por qué? ¿No es verdad?
– Claro que no -se exaltó Pinto, gesticulando con exageración-. ¿No ves que todo esto sólo tiene que ver con el canguelo que estos tipos tienen de que el régimen cambie?
– No, no lo veo.
– Afonso, métete esto bien en la cabeza -dijo, con el dedo en ristre y el bigote pelirrojo temblando-: el Gobierno está preocupado por la oposición a su política desastrosa y espera hacer de la guerra una causa común, quiere crear una unión sagrada que acalle las disidencias y consolide el régimen. Todo a costa de nuestra sangre. Todo para que aquella cáfila de aprovechados mantenga sus privilegios.
– Estás loco.
– No tengas ninguna duda de que es tal como te lo digo. Mientras todos estamos apoyando a los soldaditos que van a la guerra, pobres, nadie se opone al Gobierno. Los republicanos están intentando hacer de su causa una causa nacional, una unión sacrée como los franceses, y con eso pretenden mantenerse en el poder, el verdadero objetivo de todo este ejercicio.
– ¡Qué exageración!
– Puedes creerme, pues es verdad. Esto no tiene nada que ver con el tal concierto de las naciones.
– Claro que sí, claro que tiene que ver, ¿o no sabes que Alemania quiere apoderarse de nuestro imperio? Además, no te olvides de España.
– ¿España? -Pinto se rio-. No me vas a decir ahora que queremos entrar en la guerra por culpa de los españoles.
– Ríete, ríete. Pero no te olvides de que los ingleses están fastidiados por el derrocamiento de la Monarquía y han comenzado a hacerles guiños a los españoles. ¿No has leído en el periódico que los tipos han dicho que la alianza militar no implica la defensa de nuestras fronteras terrestres, sólo la defensa de la costa y de las colonias? ¿Qué crees que quiere decir esto, eh? Los gringos están tramando algo. Y no te olvides tampoco de que ya están en España hablando de la necesidad de anexar Portugal y de aplastar al bichito de la República antes de que llegue allí. Además, recuerda que fue de allí de donde partieron las incursiones militares de Paiva Couceiro en los últimos años. Junta a los ingleses y a los españoles… y estamos perdidos, ¿o qué piensas?
– Todo son patrañas, molinos de viento, espantajos para asustar al personal. Pero, no te preocupes, esa tramoya de que vayamos a la guerra no va a pasar de puro blablablá.
Читать дальше