Pierre Szalowski - El Frío Modifica La Trayectoria De Los Peces

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Algunas navidades son inolvidables… Las de 1998 en Quebec, no se le olvidarán a un niño que, entonces tenía once años.
Sus padres le anunciaron que iban a separarse. Nunca hubiese pensado que algo así podría sucederle a él. Al día siguiente empezó la peor tormenta de hielo que Quebec había conocido jamás.
En el hielo florecieron situaciones inesperadas. Las personas recordaron sentimientos que habían olvidado. La vida cotidiana se detuvo. Algunas cosas dejaron de ser como habían sido durante mucho tiempo. Aquella tormenta cambiaría para siempre la vida del niño, de su familia y de sus vecinos. Incluso los peces, de uno de ellos, modificaron su comportamiento. Finalmente, la tormenta pasó.
A veces, las situaciones inesperadas hacen que veamos todo diferente.
El frío modifica la trayectoria de los peces. La historia de una felicidad caída del cielo.

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– ¡Eh! ¡La botella nos está esperando!

– ¡Ya voy, Alexis, ya voy!

De camino hacia el sofá, Simon vio que Alex estaba en el despacho jugando con Pipo.

– ¡Michel dice que esta noche caerán toneladas de hielo!

– ¿Toneladas?

– En casa ya tenemos electricidad, pero mi padre dice que no durará mucho.

– Si lo dice tu padre…

– Michel está de acuerdo en que nos quedemos. Trabaja en Météo Canada, o sea que sabe lo que se dice.

– Tienes razón. En cuestión de meteorología, la prudencia es la mejor consejera…

Hasta un psicoanalista es capaz de hacer creer que ayuda a alguien cuando se está ayudando a sí mismo. Sin remordimientos, uno oculta el auténtico motivo.

– Me parece que Pipo se deprimiría si te fueses.

Al entrar en el salón, Simon se acercó a la cadena estéreo. Tras echar un vistazo a la inmensa colección de LP, eligió Carmen . Entre las doce interpretaciones diferentes que poseía de la obra de Bizet, optó por un vinilo único de Maria Callas de 1964. Una ópera que la diva jamás había cantado en público. Una grabación histórica, una voz que hacía llorar. Simon se lo pensó mejor, tal vez no era el momento de poner aquel dramón con un paciente tan sensible.

– Simon… ¿Sabe que yo también grabé un disco?

– ¡No, no lo sabía!

– Nadie lo sabe…

– Cuéntemelo, Alexis…

Alexis se hundió una vez más en el sofá y estiró las piernas.

– ¿Puedo?

– Sí, sí…

Alexis colocó los pies en la mesita con mucho cuidado para no mover nada. Cerró los ojos para sumergirse mejor en sus años yeyé.

¡Ring! ¡Ring!

– ¡Mierda!

– Alexis, no pasa nada, Michel irá a ver quién llama. Relájese un poco…

Alexis, irritado, no pudo evitar tamborilear con los dedos en el brazo del sofá. Simon sacó de su estuche la preciosa botella de Chivas Salute de veintiún años. Con una mueca, llenó el vaso de Alexis. Al cabo de unos minutos, Michel volvió.

– Era la vecinita de al lado; me ha preguntado cuál era mi pronóstico para esta noche.

– Apuesto a que le has dicho que van a caer toneladas de hielo.

– ¡Pierdes! Solo he dicho kilos. Pero me ha dado la sensación de que se alegraba de poder seguir teniendo en casa a su inquilino ruso…

– Espero que a él no le haya dado tiempo de ir a comprar alcohol, si no nos espera una noche de insomnio.

– Hablando de alcohol…

Simon tendió a Michel el frasco vacío. Alexis eligió ese momento para dejar en la mesita su vaso bebido de un trago. A ciento cincuenta y nueve dólares la botella, Michel hizo una mueca. Pero una salida del armario, aunque sea a nivel de barrio, no tiene precio.

– ¿Para qué está, si no es para bebérselo?

Simon esperó a que Michel fuera a reunirse con sus escalopes Volpini y, a modo de aperitivo, se ocupó de su paciente.

– Así que grabó un disco…

Alexis decidió contestar con una canción:

Dicen que éramos jóvenes y que no sabíamos…

Cómo somos hasta hacernos mayores…

Unos sollozos interrumpieron momentáneamente la ejecución. Simon se apresuró a aplaudir.

– ¡Muy bonito, de veras!

– ¡No he terminado! Está el estribillo.

– Ah…

– «¡Bebé!… Te tengo a ti, bebé… Te tengo a ti, bebé…»

Alex se sobresaltó. Aquella canción era suya. ¡Hablaba de su madre y de él!

Te tengo a ti, para darme la mano…

Te tengo a ti, para entenderme…

Te tengo a ti, para caminar juntos…

Te tengo a ti, para abrazarme…

La segunda repetición del estribillo fue más laboriosa, pues los sollozos de Alexis hacían incomprensibles las palabras. Quizás era mejor así.

– «Be… Te… tengo… be… bé… ti…»

Alex se tapó los oídos, no quería seguir oyendo. No era el único.

– ¡Alexis, déjelo ya! Pipo se va a poner a llorar.

Cuando se hizo el silencio, se oyeron claramente unas carcajadas procedentes de la cocina; curioso, porque una escalope Volpini jamás ha hecho reír a nadie. Simon no quería herir a Alexis. Y un paciente tan providencial hay que cuidarlo.

– Una canción muy bonita… ¿Es suya?

– ¿No la ha reconocido?

– No… ¿Por qué?

– Es una versión de « I got you babe » de Sonny and Cher.

– Qué curioso, no recordaba así la melodía.

– ¡Porque es la versión disco!

Desde el despacho, con Pipo descansando en sus rodillas, Alex escuchó a su padre contar su vida como no lo había hecho nunca. Así fue como descubrió que su madre y su padre habían grabado un disco.

– ¿Funcionó bien?

– Un fiasco, no vendimos ni cien… Tengo el sótano lleno…

– Alexis, ¿cómo vivió ese fracaso?

– No lo viví, ni siquiera sobreviví a él…

– Hay que saber aprender de los fracasos. Esos momentos permiten construir el futuro.

– Pues a mí me lo destruyó…

– Cuéntemelo, Alexis…

En su cocina, Michel ya no reía. Había renunciado definitivamente a servir los escalopes Volpini en su punto. La confesión, la verdadera, es como la tragedia griega, es un momento raro, intenso y de cierta duración. Si te pierdes el principio, no entiendes nada.

– Tenía diecinueve años y estaba llena de vida. Era tan guapa… Había trabajado duro para venir desde México a estudiar aquí. Pintaba. No hacía ni un mes que estaba aquí. Yo cantaba en un bar. Ella entró, era tan pura…, ya solo quise cantar para ella…

Alex salió del despacho, Pipo lo siguió. Entró en el salón y se sentó al lado de su padre, sin preguntar nada. Simon esperó un instante para observar la reacción de Alexis. Michel asomó la cabeza por el marco de la puerta de la cocina. Hasta Pipo había comprendido que era un momento grave, el momento en que la cara oscura de un ser está a punto de iluminarse. Se tendió en el suelo. Simon susurró:

– Siga, Alexis…

El corazón de Alex empezó a latir con fuerza. Por fin iba a saberlo todo.

¿Puedes hacer algo al respecto?

– ¿Sabes por qué los gatos caen siempre de pie?

– No, papá.

– ¡Porque saben hacerlo!

Dos días en el frío habían transformado a mi padre. No lo reconocía. Hasta se burlaba de sí mismo. Debía de ser una de las virtudes de la congelación. Cuando recuperó su temperatura, todo era alegría. No dejaba de agitar los dos puños enyesados. Parecía una marioneta, pero él existía de verdad y no tenía hilos que lo sujetasen.

– ¿Jugamos al Monopoly?

¿Cuándo fue la última vez que jugué una partida de Monopoly con mi padre?

– ¡Anda, ven a jugar con nosotros!

¿Cuándo fue la última vez que jugué una partida de Monopoly con los dos? Me parece que nunca. Según mi madre, no era suficientemente educativo para mí.

– ¡Odio ese juego ludo capitalista! ¿No es mejor un Trivial?

– Para jugar al Trivial no es muy práctico tener las dos manos enyesadas.

Mi madre se preguntaba si el hombre que tenía delante era realmente mi padre.

– Sí, papá tiene razón, prefiero jugar al Monopoly. Los tres juntos…

Puse mi vocecita melosa, como cuando pedía algún capricho a mi madre. Papá me apuntó con ambos yesos, como si yo poseyera la verdad universal. Mi madre se sentó, se había rendido. Eso sí, quiso decir la última palabra.

– ¡Vale, pero solo un rato!

No tardé ni un minuto en salir corriendo a mi habitación a buscar la caja, traerla, abrirla y repartir los billetes en la mesita del salón. Como fichas, mi padre cogió el sombrero y me dejó a mí el coche. A mi madre le tocó el dedal.

– Empezamos bien…

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