Fernando Savater - La Hermandad De La Buena Suerte

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La Hermandad De La Buena Suerte: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta novela obtuvo el Premio Planeta 2008, concedido por el siguiente jurado: Alberto Blecua, Alfredo Bryce Echenique, Pere Gimferrer, Álvaro Pombo, Carmen Posadas, Carlos Pujol y Rosa Regás.
Un caballo invencible que ya ha sido vencido, un jockey que desaparece misteriosamente cuando busca el secreto de la buena suerte, dos magnates sin escrúpulos que pretenden zanjar sus rivalidades en la pista del hipódromo… Ya se acerca la fecha de la Gran Copa, la carrera internacional que desata pasiones. Cuatro aventureros deben encontrar al desaparecido a tiempo para que pueda montar en la prueba crucial: mientras, cada uno de ellos lucha contra los fantasmas de su pasado. Su búsqueda los hará enfrentarse con enigmas y peligros, hasta el desenlace en una isla del Mediterráneo donde se encontrarán con la traición… y con el acecho de los leones. Una novela de aventuras, aliñada con gotas de metafísica y ambientada en el fascinante mundo de las carreras de caballos.

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El espectáculo era simpático, familiar y poco exigente. Un tenor muy joven, de voz bastante desabrida pero entusiasta, cosechó el previsible aplauso cantando Questa é quella y La donna é mobile . Le siguió un fornido contratenor, barbudo y calvo, que interpretó con mucha delicadeza un par de arias barrocas que no llegué a identificar pero que me gustaron mucho. Bueno, la verdad es que mi minestrone era muy aceptable también y yo me sentía a punto de estar contento. El pianista que acompañaba sin hacerse notar demasiado a los cantantes no era Rubinstein, pero cumplía decentemente. Entonces apareció Siempreviva, recibida por una discreta ovación mayoritariamente suscrita que demostraba su rango estelar. Se hizo un silencio general, apenas roto por algún entrechocar de cubiertos en el plato o el tintineo de alguna copa. Iba vestida con un traje largo quizá un poco anticuado -¡qué sabré yo!- pero de buen gusto: bastante alta, más bien huesuda, no mal parecida aunque ajada. Seguramente ya pasaba de los cincuenta años, aunque aún podía declarar con verosimilitud cuarenta y pocos. El piano insinuó su entrada y ella atacó con toda dignidad J'ai perdu mon Eurydice . Tenía una voz suave, muy bien educada, sin gran potencia pero con encanto. Cuando terminó, aplaudí con sincero entusiasmo y también el Príncipe, que asentía muy satisfecho con la cabeza.

Siguieron otras actuaciones de cada uno de ellos y después se hizo un alto y comenzaron a pasearse entre las mesas, saludando a la gente y departiendo amablemente con los clientes, la mayoría de los cuales se notaba que eran asiduos. Cuando Siempreviva se acercó a nosotros, el Príncipe se puso en pie y le comentó brevemente la recomendación de la Hermandad de la Buena Suerte que nos había traído hasta ella. Después la invitó a acompañarnos a la mesa, si le estaba permitido.

– No quisiera privar al resto de los clientes del placer de su compañía…

Pero el encanto de los ojos azules también funcionó en este caso.

– Bueno, creo que me dejarán charlar un ratito con unos amigos… -Después sonrió, mirando con admiración un punto maternal al Príncipe-. Me gusta ese color de pelo. ¿Sabe que Vivaldi también era pelirrojo? Le llamaban en Venecia il Prete Rosso.

Se depositó en la silla con un cuidadoso repliegue de la cola del vestido. Lo mismo que cuando cantaba, al hablar destilaba juntamente primor y melancolía. O quizá fuese solamente fatiga, pero no ese cansancio del que puede uno reponerse sino otro ya incurable. Pensé que daba la impresión de… sí, no te exagero, de majestad. Porque una reina no deja nunca de serlo aunque se vea destronada.

El Príncipe elogió con finura su forma de cantar y yo administré subrayados con murmullos de aquiescencia. Por supuesto, ella debía de haber actuado ya en teatros importantes…

– Canté en Parma, en Venecia… Y hasta en la Royal Opera House de Londres. Estuve a punto de ir al Lincoln Center de Nueva York, pero… Todo se echó a perder. -Buscó un momento una ilustración adecuada de su caída y luego prosiguió, con una risita casi de excusa por la imagen que se le había ocurrido-: Como un sueño del que nos despierta el estruendo grosero de la cisterna del water…

– No logro imaginar… -La delicadeza del Príncipe era proverbial en tales casos.

– Pues nada, ya ve: la bebida. -Lo dijo con tanta naturalidad e indiferencia que estuvimos a punto de echarnos a reír-. Soy una alcohólica reformada, aunque mi reforma llegó tarde, como tantas otras. Salvó mi vida, pero no mi carrera. Bebía para calmar los nervios y lo que conseguí es perder la voz, los contratos y parte del hígado. Por lo demás, sigo tan nerviosa como siempre. Y ahora aquí me tienen… Vivita y cantando, pero en tono decididamente menor. Y echándolo todo de menos: teatros, éxitos, buenas críticas, viajes… Hasta la bebida. Sobre todo, la bebida. Supongo que por eso me interesa tanto saber un poco más de la buena suerte. ¡Es algo tan exótico para mí, tan lejos de mi experiencia!

Con hábil dulzura, el Príncipe fue llevando la charla hacia el jockey inencontrable. Sabíamos que ella y él eran especialmente amigos…

– ¡Pat! Es el pequeño gran hombre más adorable que he conocido en mi vida. Solemos hablar mucho, ¿ve usted? A los dos nos encanta charlar pero a mí me gusta todavía más escucharle. Tiene una chispa para contar las cosas y una imaginación… no sé, vuelvo a sentirme viva cuando me envuelve con sus historias. O con sus razonamientos, ¿eh?, porque es bastante filósofo. Uno de sus temas preferidos son las semejanzas que encuentra entre su oficio y el mío. Dice que ambos se ejercitan no cuando uno quiere sino en un momento obligado, predeterminado por las circunstancias. Y ante la presencia del público vivo, que espera y juzga. Si te equivocas, no puedes volver a empezar, no queda más remedio que seguir adelante como puedas. Y por lo visto en el arte del jinete ocurre lo mismo que en la lírica: el mejor no es quien hace aspavientos y finge luchar heroicamente contra lo imposible, sino el que se deja llevar sin aparente esfuerzo y parece que tropieza con la perfección antes de haber llegado a buscarla. Los realmente buenos son los menos vistosos. Por eso la gente suele preferir a los segundones efectistas tanto entre los jinetes como entre los cantantes…

A mí el tema me interesaba sólo de refilón, pero el Príncipe estaba verdaderamente apasionado por ese planteamiento. «De acuerdo, completamente de acuerdo, siempre he sostenido… ¡naturalmente!…» Se volcaba sobre la mesa y por un momento tendió la mano y apretó la muñeca de nuestra invitada. Hasta se hubiera dicho que ya no recordaba para qué estábamos allí. Fue Siempreviva quien volvió a Kinane, con afectuosa nostalgia.

– Yo no entiendo nada de caballos, ni siquiera he estado en un hipódromo en toda mi vida. Pero Pat se empeña en contarme cosas de las carreras, anécdotas, ejemplos de buena suerte… por ejemplo, aquel caballo, no recuerdo su nombre, que en plena recta final del Derby tropezó y se fue de rodillas al suelo, sólo para levantarse inmediatamente, recuperar el paso y ganar…

Alysheba , en el Derby de Kentucky -rememoró el Príncipe-. Creo que fue el año 1986 o en el 87.

– Y también casos de suerte pésima, como otro caballo, el más veloz del mundo, que a punto de ganar la carrera de su vida se asustó por algo, quizá una sombra que vio en el suelo, pegó un salto y perdió por un cuello.

Dayjur , en la prueba de sprint de la Breeder's Cup…

Como me impacientaba un poco ese repaso a dos voces de la historia pintoresca del turf , decidí hacer una aportación provocativa:

– Yo conozco otro caso de mala suerte y me tiene muy preocupado. Se trata de un excelente caballo que puede perder próximamente la Gran Copa porque ha desaparecido el jinete que mejor sabe montarle…

Siempreviva alzó la mano, pidiendo un momento de silencio. Y señaló hacia su compañero, el joven tenor, que se disponía a cantar. El piano inició una melodía leve y sugestiva.

Favorita del re!… Spirito gentil…

Aunque la interpretación era vacilante y a veces sonaba áspera donde más delicadeza hacía falta, la belleza del aria de Donizetti logró abrirse paso. Al constatar nuestro arrobo y sorpresa, la prima donna pareció muy complacida.

– No debe de ser mera coincidencia… -insinuó el Príncipe.

– No, por supuesto que no lo es. Mi amigo Rafael ha incorporado el aria de La favorita a su repertorio (aún tiene que pulirla un poco, aquí entre nosotros) a petición mía y para dar gusto a Pat. ¿Pueden creerlo? Me hablaba frecuentemente de Espíritu Gentil , pero no sabía de dónde había sacado el nombre su caballo… fui yo quien se lo descubrí. Ya les digo que cada uno teníamos nuestra especialidad. A partir de entonces, siempre que Pat venía a verme pedía que Rafael la cantase. ¿A quién puede no gustarle?

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