Fernando Schwartz - Al sur de Cartago

Здесь есть возможность читать онлайн «Fernando Schwartz - Al sur de Cartago» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Al sur de Cartago: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Al sur de Cartago»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un Famoso Fotógrafo Bélico Intenta Descubrir Las Claves De Una Gigantesca Conspiración A Escala Internacional.

Al sur de Cartago — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Al sur de Cartago», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Probablemente, habían decidido expulsarme del país, pero no sabían muy bien por qué, ni cuáles argumentos utilizar. Los costarricenses son civilizados y poco arbitrarios.

– ¿Para qué periódico trabaja usted?

– El New York Times.

Aquello le impresionó. Se mordió los labios. Un hombre de paisano se asomó a la puerta.

– Oswaldo, vení un momento…

El oficial se levantó de detrás de la mesa, la rodeó y, pidiendome perdón, salió del despacho. Estuvo ausente quince minutos, al cabo de los caules, regresó, acompañado por un joven bien vestido y con el semblante inteligente. Llevaba unas gafas de montura de concha. Se dirigió directamente a mí.

– Me llamo Julián Benítez y soy el director de La Nación. -Sonrió y me tendió la mano.

– No sabe usted lo que me gusta verle -le contesté, levantándome.

Nos estrechamos las manos.

– Ha habido una confusión -dijo el oficial -. El señor Benítez está dispuesto a garantizar su presencia en el país y, en ese caso, nada tenemos que decir. Puede usted marcharse cuando quiera.

– Muchas gracias. ¿Me devuelve usted mi pasaporte?

Se apresuró a entregármelo. Me pareció adivinar una expresión de alivio en su rostro. Un policía honrado. Salimos a la calle. Benítez me sonrió.

– No voy a criticarle sus métodos de iniciar una investigación para un reportaje… Pero aquí hay mucha gente poco fiable y debe andarse con ojo.

– Gracias. No olvidaré su consejo. ¿Cómo se enteró de mi situación?

– Rene es buen chico… muy despierto. Quiere trabajar para mí…

– Pues, en lo que a mí concierne, debe usted darle el Pulitzer… Me parece que me ha sacado de un buen lío.

– No, hombre. Tampoco hay que exagerar. Nunca ocurre nada grave en Costa Rica. Éste es un país amable y sencillo, señor Rodríguez. Cuando hable de nosotros en su periódico, no lo olvide, ¿eh?

– No lo olvidaré… ¿Quiere tomarse una copa conmigo?

– ¿Por qué no? Vamos. Yo le llevaré al hotel.

En el bar del hotel, nos sentamos ante una mesa un poco apartada. Volví a pedir el Club sandwich y el vodka con tónica que me habían sido escamoteados por la policía y Benítez quiso tomarse un coñac.

– ¿Qué quiere usted escribir, Christopher?

– Quiero escribir una serie de artículos para mi periódico en la que se analicen las causas de la actual situación en Centroamérica, las consecuencias previsibles de lo que ocurre y la influencia que tiene la presencia de los Estados Unidos en la región.

– Casi nada. -Sonrió.

– ¿Cómo es Costa Rica, Julián?

– ¿Qué quiere que le diga? ¿Sabe usted cómo nació mi país? La concesión de su independencia le fue comunicada por telegrama, desde Guatemala, a lomo de mulo. Y, cuando se enteraron los ticos de la noticia, se pasaron años intentando que la Corona española les readmitiera en su seno. No tenían ganas de luchar y los asustaba estar solos. Somos una nación de campesinos pacíficos. No queremos molestar a nadie y queremos que nos dejen en paz, pero no solos. Eso es Costa Rica…

– Una nación pacífica…

– … Mire… Esto que le voy a decir son clichés, pero me parece que son útiles para entendernos. Creo que somos el único país que ha hecho una revolución para derrocar un sistema comunista; fue en 1948… un sistema comunista democráticamente elegido… Bueno, el único, no. Pero lo que sí es único es que, una vez eliminado el sistema, el triunfador de la revolución aquella se retiró voluntariamente y convocó elecciones… ¿Qué le parece? Somos el único país americano que tiene abolido constitucionalmente al ejército… ¿Qué le parece? Somos el único país latinoamericano sin analfabetismo. La tirada de mi periódico es, proporcionalmente, la más grande del mundo… Y… -sacudió la cabeza resignadamente-somos el país con la deuda per cápita más alta del mundo… ¿Qué le parece?

– Caray. Efectivamente, con unos cuantos clichés está todo dicho…Dígame Julián, ¿cómo aciertan ustedes a sobrevivir estando rodeados, como están, por países en ebullición?

Bebió un largo sorbo de coñac.

– Vamos a ver -dijo, limpiándose la boca con la mano-. Por una parte, éste siempre ha sido un país moderadamente próspero, con una clase media sólida y, aunque dé vergüenza decirlo, sin mestizaje… Aquí no hay indios. El café, las vacas, el banano, siempre han sido suficientes para dar de comer a todos. No hay estrepitosas diferencias de nivel económico. No hay tiranía. No hay oligarcas… una familia, como en Nicaragua, o catorce, como en El Salvador… Eso nos ha dado paz hacia dentro. Un panorama así tenía que resultar atractivo para los Estados Unidos. A los gringos les interesa mantenernos así. Y eso ha sido, al mismo tiempo, nuestra salud y nuestra perdición. Tenemos muchos problemas, Christopher. Somos una tentación para cualquiera. Los propios norteamericanos quieren utilizarnos para atacar a los nicaragüenses, a los panameños… -Abrió las manos. Miró la hora en su reloj -. ¡Santo cielo! Las cinco y media. Tengo que ir a hacer mi periódico de mañana. Sabe donde me tiene, ¿eh? Si necesita algo…

– Desde luego… Julián. Me miró, alzando las cejas.

– Gracias. Sonrió.

– Por nada, hombre, por nada. -Se levantó y se alejó apresuradamente.

Apuré mi copa, firmé la nota, me levanté y me dirigí hacia el ascensor. Rene sonrió alegremente. No dije nada. Sólo cuando llegamos a mi piso, salí al pasillo, me volví y le espeté:

– Rene.

– ¿Sí, señor?

– Tus amigos son unos pillos.

Bajó la vista.

– Dile a Danilo Lewinston que tiene un contrato conmigo. Yo he pagado mi parte… Dile que si él no cumple con la suya… Pregúntale si sabe lo que quiere decir que un hombre armado empiece a moverse… Seguro que lo sabe… Pues dile que si no cumple con lo prometido, Christopher Rodríguez empezará a moverse. ¿Eh?

Rene abrió mucho los ojos.

– Sí, señor -contestó con voz asustada.

– Y, Rene, gracias por avisar a Benítez. Eres un buen chico.

– Sí, señor. ¡Ah, señor! -añadió-, llegó esto para usted por télex. -Y me entregó un largo papel lleno de nombres: la lista de pasajeros que me mandaba Pat.

– Gracias, Rene.

Una hora después, una llamada anónima me citaba en el bar del hotel a las siete de esa tarde. Me encontraría con Paola Barrientos. Ella podría contestar a mis preguntas.

– ¿Qué es lo que usted quiere de mí? -preguntó Paola, descruzando las piernas e inclinándose hacia adelante.

Durante un momento, la miré en silencio.

– No estoy muy seguro -dije, por fin-. Me da la impresión de que, a lo mejor, me puede usted ayudar a entrar en contacto con alguna de la gente a la que quiero entrevistar para mi serie de artículos.

– ¿Qué quiere usted decir? -replicó secamente.

– Mire, Paola, ¿puedo llamarla Paola? -No cambió la expresión de su rostro-. Mire. No nos engañemos. Danilo Lewinston -torció el gesto y puso cara de repugnancia-me ha puesto en contacto con usted con un propósito específico: el de poder hablar con los guerrilleros que andan sueltos por ahí…

– La gente como Lewinston, señor Rodríguez, es la que da mal nombre a este país. Habría que aplastarla como a cucarachas. -Apoyó el pulgar encima de la mesa y lo hizo girar. Le dio un escalofrío.

– Será -contesté-, pero ha resultado bastante eficaz a la hora de que usted se entreviste conmigo.

– No sé lo que quiere usted decir… ¿Guerrilleros? No conozco a ninguno. Algún rumor hay de que circulan por la selva algunas bandas, pero creo, más bien, que se trata de nicaragüenses…

– ¿Por qué ha venido entonces?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Al sur de Cartago»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Al sur de Cartago» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Al sur de Cartago»

Обсуждение, отзывы о книге «Al sur de Cartago» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x