El recién llegado dio unos pasos hacia el jardincillo del regidor y se detuvo.
– ¿Podría un jinete hambriento y sediento recibir un poco de la hospitalidad siwi que se ha hecho justamente famosa en el mundo entero? -preguntó en árabe con voz sonora.
– Sé bienvenido. El peregrino de buena fe tiene abiertas las puertas de nuestra casa, Alá el magnánimo derrame sus bienes sobre nosotros. Pasa y siéntate a mi mesa.
Hubo un murmullo de asentimiento general. El regidor señaló un espacio entre el Bey y Nicky Von Oppenheim se acercó entonces a los comensales y saludó al regidor con gran ceremonia de manos en el corazón y la cabeza y luego se volvió hacia el príncipe.
– Alteza, es un gran honor y un verdadero placer volverlo a ver después de tantos años.
– Querido Max. Hablábamos de usted en estos días y lo echábamos de menos… Pero siéntese con nosotros y cuéntenos sus andanzas. ¿Cómo es posible que esté nuevamente en Siwa?
El barón sonrió y el Bey dijo en tono amable:
– Si no me equivoco, la última vez que estuvo por aquí fue en febrero del 17. Se nos escapó por poco: hubiéramos querido tener una oportunidad y la suerte de tomar el té juntos, pero no fue posible…
– Asuntos de la máxima importancia me requerían en otro lugar y no pude tener el placer de una merienda y una charla relajada con usted, Bey, y con el mayor Desmond. Fui el primero en lamentarlo.
Se sentó entre los dos con una gran sonrisa y perfectamente relajado, como si se encontrara en familia y rodeado de amigos.
– ¿Y a qué debemos el placer de su visita? -preguntó el príncipe.
– Es muy sencillo, alteza. Desde la época de mi última visita a Siwa guardaba en un depósito seguro una serie de antigüedades, probablemente del tiempo en que Alejandro Magno visitó el templo del Oráculo. Por desgracia, no me pude llevar todo… ¡por Dios!, no es que fuera mucho, pero sí eran piezas delicadas y, me parece, de gran valor. Había pasado algún tiempo excavando y recogiendo muestras y no quería arriesgar su destrucción o su pérdida. Eran tiempos difíciles… lo recordará…
– Desde luego… Y ahora se lo va a llevar todo a Alemania.
– No, no -levantó una mano de dedos finos y fuertes-, me propongo llevarlo a mi casa de El Cairo.
– ¿Y cómo lo va a trasladar?
– Mañana llegará procedente de Mersa Matruh, en la costa…
– Sabemos bien dónde está Mersa Matruh -cortó el Bey con impaciencia, como si el nombre del poblado les trajera a todos a la memoria un recuerdo desagradable.
– … llegará de Mersa Matruh -insistió Von Oppenheim, ignorando la interrupción- un vehículo Rolls Royce que acabo de traer de Gran Bretaña. Lo viene conduciendo un representante de la firma, lord Bradbury… ¿no lo conocen? -Todos hicieron gestos negativos-. Es un medio pariente de la reina Victoria, sobrino o algo así. Probablemente sea un sobrino más alejado de la familia reinante de lo que él quisiera, pero, bueno, se hace llamar así. Lord Bradbury, conde de no sé qué. Es un joven deseoso de aventura que está empeñado en cruzar el desierto y descubrir los grandes misterios que encierra. Un buen conductor… En fin, llega mañana a Siwa para llevarse mis antigüedades de regreso a El Cairo. -Levantó una comisura de la boca en una sonrisa irónica.
– ¿Y usted que hará, Max? -preguntó Nicky con aire inocente.
– Ah, me voy a quedar por aquí durante unas semanas. Hay un par de excavaciones que me gustaría intentar en Qirba, aquí al lado.
– ¿Sí? ¿Qué clase de cosas encontraría usted en Qirba? -preguntó el príncipe con curiosidad.
– Restos romanos del tiempo de Cleopatra. Ya sabe usted, alteza, que se dice que Cleopatra y Marco Antonio vivieron gran parte de su historia de amor entre Mersa Matruhy Siwa…
– Folclore -dijo Kamal-. Me parece que todas esas historias son leyendas, pero me alegraré de que los hechos me lo desmientan, barón. Son tantos los descubrimientos y revelaciones que pulverizan cada día un mito tras otro que uno ya no sabe qué creer y con qué desilusionarse.
– Insh'allah, alteza. Ojalá que mis esfuerzos y curiosidad consigan desvelar algunas sombras de la historia. -Volviéndose hacia el Bey, Von Oppenheim dijo entonces-: He oído que empiezan una larga expedición hacia el sur…
– Cierto.
– El camino está lleno de peligros inesperados, Hassanein Bey. Confío en que no topen con ellos y que la caravana haga su camino en paz y con éxito. -Tanto el Bey como Nicky percibieron la inequívoca amenaza que latía en las palabras del barón. El príncipe, que no era ningún inocente, levantó las cejas-. ¿Cuándo se van?
– Pasado mañana.
– Entonces, con permiso de ustedes, los visitaré mañana en su campamento para desearles un buen viaje.
– Será bienvenido, Von Oppenheim.
– Y ahora, alteza, si me lo autoriza, me retiraré a mi campamento para no importunarlos más.
Kamal al-Din hizo un gesto circular con la mano derecha, dándole permiso para retirarse.
– No pierda el contacto con nosotros, Max.
Cuando el barón se hubo marchado, Nicky exclamó:
– ¡Buf!
– Pues sí -confirmó el príncipe-, buf… No lo perdáis de vista. Dime una cosa, Ahmed. ¿Qué tal se porta tu hijo en las arenas del desierto? Ya sabes que me interesa ese muchacho.
El Bey se volvió a mirar a Ya'kub, que, para no perder la costumbre, se había puesto intensamente colorado.
– Bueno, aún no ha tenido que enfrentarse a ningún reto que lo haya puesto a prueba… Pero cabalga bien, aunque subido a un camello parezca un cartero borracho, dispara con puntería certera y no le he oído quejarse… todavía.
Hamid pegó un codazo a Ya'kub sin que, al parecer, nadie lo notara.
Al día siguiente, la visita del barón Von Oppenheim al campamento de Hassanein Bey al otro lado del birket Siwa, en el linde del gran desierto, fue breve. Llegó cuando aún no había empezado a bajar el sol y encontró a todos ocupados en las diversas tareas de preparación para la marcha del día siguiente. El Bey, acompañado por Abdullahi y Ya'kub, quiso inspeccionar los camellos uno a uno mientras Nicky revisaba una vez más las provisiones y la seguridad del equipaje, listo para ser cargado a lomos de cada animal. Rosita Forbes, por su parte, se había alejado para comprobar que los cálculos de hora y posición realizados la víspera eran correctos.
Max von Oppenheim llegó solo. Ninguno de los jinetes de su guardia pretoriana lo acompañaba, lo que en lenguaje beduino equivalía a venir en son de paz, en la seguridad de que así sería recibido.
Desmontó y uno de los beduinos del Bey cogió el caballo por las riendas y se lo llevó hacia la parte trasera del campamento, donde se encontraban los restantes animales. Al minuto llegaron el Bey y Ya'kub y un instante después, el mayor Desmond.
– Ah, barón. Sea usted bienvenido a mi caravana.
Con una leve inclinación de cabeza, Von Oppenheim contestó:
– Muchas gracias, Hassanein Bey. Que la paz sea con ustedes. Vengo para desearles un buen viaje y que la fortuna los acompañe, insh'allah.
– Pasemos a mi tienda y que nos sirvan el té.
– No quiero molestar porque los veo a todos ocupados en los preparativos indispensables antes de emprender camino.
– No tiene importancia.
Al poco de sentarse en la gran tienda, y mientras Ahmed el nubio les servía el té, irrumpió en ella Rosita.
– ¡Madame Forbes! -exclamó el barón, poniéndose en pie-. Es un inmenso placer saludarla. Soy Max von Oppenheim. -Se acercó a ella y le besó la mano.
– ¿Cómo sabe usted quién soy?
– No hay en muchas millas a la redonda, y menos aún en este campamento, demasiadas mujeres europeas que se le puedan comparar en belleza. No, madame Forbes, su presencia en el desierto Líbico me ha sido señalada con gran admiración desde hace días.
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