Fernando Schwartz - El príncipe de los oasis

Здесь есть возможность читать онлайн «Fernando Schwartz - El príncipe de los oasis» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El príncipe de los oasis: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El príncipe de los oasis»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un joven mitad árabe, mitad occidental, criado y educado en Europa, regresa a Alejandría para reencontrarse con sus raíces islámicas. Junto a su padre, un aristócrata de la corte egipcia, emprenderá un peligroso viaje a los oasis de Libia. Diplomático, escritor y excelente comunicador, Fernando Schwartz (Madrid, 1937) decidió dedicarse por completo a la literatura desde 2004. Autor de más de una docena de novelas y ensayos, ha recibido, entre otros galardones, el Premio Planeta 1996 por El desencuentro y el Premio Primavera 2006 por Vichy, 1940. Su última novela, El cuenco de laca, alcanzó un notable éxito. Reside la mayor parte del año en Mallorca.

El príncipe de los oasis — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El príncipe de los oasis», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Y así, contrariamente a lo que le pedían todos sus sentidos, que la abrasaban, se dejó hacer mansamente mientras el Bey, desde detrás, le levantaba los faldones de la abeyya y se la hacía pasar por la cabeza. Este abandono le resultó terriblemente erótico y notó que sus entrañas se fundían,

como si se hubieran reventado las paredes de una represa llena de agua tibia. Dejó que las manos del Bey acariciaran sus caderas y subieran despacio por su estómago hasta sus pechos.

El Bey murmuró:

– Ahora no hay peto que te proteja.

– Y tu espada es libre de herir.

En algún momento de las horas que siguieron tuvo la sensación de estar viviendo el cuento más sensual de Las mil y una noches.

Se despertó sobresaltada en el colchón de mantas sobre el que había dormido cubierta por varios chales ligeros y calientes. Había amanecido ya; el sol tenía encendido un costado de la tienda con el brillo de un faro en la noche, pero lo que la sacó del sueño con tanta violencia no fue la luz de la mañana, sino el guirigay de voces y gritos alarmados que había estallado en el campamento. Con el corazón desbocado por el susto, Rosita se incorporó: no entendía el árabe y, claro está, no llegaba a comprender lo que ocurría, salvo que la cosa debía de ser grave puesto que, en cualquier caso, el angustiado griterío resultaba ensordecedor.

Se vistió a toda prisa y salió de la tienda. No había nadie a su alrededor. Todo el caravansérail de camelleros, sirvientes, cocineros y encargados, además de Nicky y Ya'kub, se había precipitado al extremo sur del campamento. El Mayor, seguido de Ya'kub, se había adelantado unos pasos y miraba a lo lejos sin moverse; tenía un rifle en las manos. A un centenar de metros, Abdullahi corría alejándose, él también con un rifle dispuesto. Seguía a la alta figura del Bey, que, a lo lejos, a unos cuatrocientos metros, avanzaba despacio con un arma en las manos. Se le veía progresar inclinado hacia delante, al acecho. De pronto se enderezó, se puso el rifle en el hombro y, sin apenas apuntar, disparó. Del grupo de los que se habían alborotado en el campamento salió un gruñido de desánimo colectivo.

– ¿Qué pasa? -preguntó Ya'kub.

– ¿Qué pasa? -insistió Rosita Forbes, que se había unido a la cabeza del coro plañidero, inmóvil en el extremo del campamento.

– Una gacela… Shh -dijo Nicky, acallándolos con un gesto de la mano.

Volvió a mirar a lo lejos y se puso la mano a modo de visera sobre la frente. El Bey corría hacia delante mientras Abdullahi intentaba darle alcance. Se detuvieron por fin ante lo que parecía una hondonada del terreno y se pusieron en cuclillas. Luego, Abdullahi se levantó, se giró hacia el campamento y dio un grito de triunfo. Todos los expedicionarios empezaron entonces a brincar y a dar alaridos con un entusiasmo desmedido. Varios, Nicky, Ya'kub, Rosita y Hamid entre ellos, echaron a andar hacia donde se encontraban el Bey y su sirviente.

– Cuando comienza un safari, seguramente muy largo, por el desierto, es preciso atender a todos los presagios que se producen y tener mucho cuidado con ignorarlos -explicó Nicky Desmond pacientemente-. Los beduinos son muy supersticiosos, Rosita. Y lanzarse a cobrar una pieza, la primera pieza del viaje, como ha hecho Ahmed, es muy arriesgado porque si se falla el primer disparo, es garantía de muy mala suerte para todo el viaje.

– Pero no lo ha fallado. Mi padre no yerra nunca la puntería.

– Bueno, Jamie, esas cosas nunca se saben y una gacela del desierto es un animal muy rápido e impredecible.

– Lo que no entiendo es que la gacela no haya oído los gritos de la gente -interrumpió Rosita.

– Vaya, nos encontrábamos bastante lejos y ella, seguramente acostumbrada a la presencia de caravanas, no debió de sentirse amenazada. Además, tenía el viento en contra y estaba en una hondonada.

A lo lejos, el Bey y Abdullahi habían empezado a andar de regreso. Sobre sus anchas espaldas, Abdullahi cargaba con la gacela muerta. Sonreía y sus facciones tan oscuras se habían iluminado como a la luz de una antorcha.

– No conocía la superstición del primer disparo -dijo el Bey cuando llegó hasta donde estaban sus compañeros-. Me lo acaba de explicar Abdullahi. Si llego a saberlo, me habría ahorrado el susto hasta el final del viaje. -Rio-. Bueno, la inocencia ha sido recompensada y, al menos, hoy comeremos filetes. -Se volvió hacia Abdullahi-. ¿Algún otro presagio que deba conocer?

– No, excelencia.

– Menos mal… En marcha, entonces. -Miró a Rosita y sonrió.

Todos los componentes de la caravana se pusieron a gritar al tiempo. Unos decían «mabruk!», enhorabuena, otros cantaban «Allahu akbar», Alá es el más grande, otros entonaban «naharad abyadl», es un día blanco, o «sabah al ward», es una mañana de flores olorosas, o «tnumtaz», él es el elegido. A Ya'kub aquella alegría le pareció bastante exagerada; después de todo, hasta él habría abatido la gacela de un solo disparo y, desde luego, no era mumtaz ni nada que se le pareciera…

Y así pasaron los días sin que se alterara la rutina de los expedicionarios. Casi de forma metódica, se despertaban a la misma hora, justo cuando el sol aparecía en el horizonte, hacían sus abluciones y los rezos de la mañana (menos Rosita y Nicky, claro), desayunaban mientras los camelleros, los guardias y los sirvientes cargaban los camellos y se ponían en marcha poco después. Muchos días, los personajes principales esperaban a que la caravana se hubiera puesto en marcha y, al cabo de una hora, montaban sus caballos y los hacían galopar por las duras llanuras hasta que alcanzaban al grueso de la expedición. Otros días, el Bey los hacía montar a camello durante un buen trecho y el único que parecía cómodo en su montura era el Mayor; para Rosita, que el primer día había dado algunas palmadas de entusiasmo por lo romántico de todo aquello, y para Ya'kub, el ritmo ondulante de las monturas se hacía difícil de soportar durante un tiempo largo.

Las más de las veces, sin embargo, todos iban a pie por delante o a un costado de las bestias. Las horas pasaban tan despacio como parecían caminar los camellos; de todos modos, una caminata diaria de veinticinco o treinta kilómetros por los duros senderos del desierto y a pleno sol no era un plato de gusto para nadie.

Se andaba en silencio, eso sí, pero no por conservar el aliento, sino porque la monotonía del camino enmudecía a quienes andaban por él y los hacía refugiarse en sus propios pensamientos y sentimientos.

Al caer la tarde, la caravana se detenía, en ocasiones en un pozo de agua y otras veces al pie de unas palmeras en donde corrían manantiales de agua limpia y clara. Estas fuentes naturales eran la mejor recompensa del viaje, mucho más que los pozos. Para Ya'kub, hasta entonces un pozo había sido un cosa organizada y civilizada, con brocal de piedra y una profundidad que devolvía el eco cuando se le dejaba caer un guijarro que tocaba el agua a los pocos segundos. No estaba preparado para los pozos del desierto: una mancha en la arena en la que era preciso escarbar hasta que se llegaba a un líquido turbio y de sabor terroso, que era lo que pasaba por agua potable en aquellos parajes.

Armados con sus instrumentos de medición, relojes y teodolitos, el Bey y Rosita desaparecían entonces hacia una loma o un punto más elevado del terreno para determinar con la mayor precisión posible la hora en el punto en el que se encontraban y, con la ayuda de los teodolitos para medir la altura de la Estrella Polar en el firmamento, la latitud. Las mediciones no eran sencillas de hacer y las equivocaciones, frecuentes; había que realizar una triple lectura y las horas se apuntaban en un cronógrafo cuyo error en relación con la hora local se conocía gracias a las observaciones astrológicas anotadas justo antes de establecer las latitudes, la presión atmosférica y la temperatura en cada lugar.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El príncipe de los oasis»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El príncipe de los oasis» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Fernando Schwartz - Vichy, 1940
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - El Engaño De Beth Loring
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - Al sur de Cartago
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - La Venganza
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - El Peor Hombre Del Mundo
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - El Desencuentro
Fernando Schwartz
Fernando Vallejo - La Virgen De Los Sicarios
Fernando Vallejo
Fernando García Maroto - Los apartados
Fernando García Maroto
Agustín Rivero Franyutti - España y su mundo en los Siglos de Oro
Agustín Rivero Franyutti
Fernando García de Cortázar - Los mitos de España 
Fernando García de Cortázar
Fernando González - Los negroides
Fernando González
Отзывы о книге «El príncipe de los oasis»

Обсуждение, отзывы о книге «El príncipe de los oasis» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x