– Habla entonces.
– ¿Tú y tu caravana vais derechos hacia Siwa?
– Sí, ¿por qué?
– No vayáis por ese camino.
– ¿Por qué?
– El Bey es un hombre rico y lleva consigo un gran botín. Los beduinos son codiciosos y corre el rumor de que llevas muchas cajas llenas de oro. -El Bey lo miró con incredulidad, pero el beduino prosiguió-: Los camelleros se han puesto de acuerdo con sus cómplices para asaltaros por el camino y desvalijaros. Perderás todo tu dinero y, seguramente, tu vida y la de tus acompañantes.
– Bueno, siempre podemos pelear.
– Tal vez… si llevaras muchos hombres armados [2].*
– ¿Por qué me cuentas todo esto?
– Ah, Hassanein Bey, mi nombre no te diría nada…
– Dime cuál es.
– Ali Kaja, excelencia.
– ¿Ali Kaja, hijo de Mohamed? -preguntó el Bey con sorpresa.
El beduino sonrió.
– Ah, excelencia, veo que recuerdas a mi padre. El me manda, me pide que aceptes sus saludos y que me declare tu esclavo y te ayude en cuanto necesites.
– ¡Mohamed Kaja! -exclamó Nicky Desmond-. Lo recuerdo bien. Dios mío, Ahmed. Le salvaste la vida en Qirba.
El Bey sonrió.
– Gracias, Ali, que el Profeta te recompense por tu fidelidad. -Le puso una mano en el hombro-. Voy a pensar en los peligros que me anuncias y mañana te señalaré lo que he decidido.
Esperó a que el beduino se marchara y se volvió hacia Rosita y Nicky. Y antes de que pudieran hablar de lo que acababa de ocurrir, ella dijo:
– Se diría que ha salvado usted muchas vidas en el pasado, sir Ahmed…
– Incluida la mía varias veces -añadió Nicky.
El Bey sacudió la cabeza.
– Bah… En fin, me parece que nos hemos librado de una mala aventura.
– ¿Qué piensas hacer, Ahmed?
– En la mentalidad del beduino, «cajas» equivale a «tesoro». Con todas las que llevamos, deben de pensar que cargamos con el contenido de la caja fuerte del Banco de Inglaterra. Por esto y por lo que nos ha dicho Ali Kaja me parece que debemos considerar que la amenaza es seria y que conviene tomar ciertas precauciones. No tengo ninguna gana de empezar esta aventura librando una batalla contra unos ladrones, ¿no?
– Desde luego que no -dijo Nicky.
– ¿Y no podríamos pedir al jefe de la guarnición que nos facilitara una escolta hasta Siwa? -preguntó Rosita Forbes.
El Bey la miró largamente.
– No -dijo por fin-, no podemos hacerlo. No es su problema. Su cometido es otro. No. Esta aventura nos pertenece por completo y si no estamos preparados para hacer frente a sus riesgos, mejor será que no la emprendamos.
– Bueno -propuso el Mayor-, te sugiero que prescindas de los camelleros que Ali Kaja nos señale como presumibles salteadores de caminos y que alquilemos otros animales de otros dueños. Pero no debemos hacerlo antes de mañana por la tarde a última hora, para que los bandidos no tengan tiempo de reorganizarse. ¿Qué os parece?
– Me parece un buen plan -intervino Rosita.
El Bey alzó las cejas y la miró con sorpresa.
– Vaya, si le parece bien, Rosita, no hablaremos más del asunto. -Sonrió.
– No quería parecerle impertinente, sir Ahmed, o querer dar la impresión de que tomaba decisiones que no me corresponden frente a quienes saben muchísimo más del desierto y sus avatares que yo -se apresuró a contestar-. Sólo quería decir que me parece una buena idea y que me tranquiliza -concluyó en voz baja. Después miró al Bey y esbozó una tímida sonrisa.
– Claro -dijo Nicky. Y añadió-: Y como todo esto augura un día de mañana lleno de actividad, con el permiso de ustedes dos, me voy a dormir. Es tarde.
– Nos echas -concluyó el Bey-. Muy bien… Rosita, permítame que la acompañe a la residencia de oficiales.
– Ah, estupendo. Se lo agradezco, sir Ahmed. Buenas noches, Nicky. -Una vez fuera de la tienda, preguntó-: ¿No es peligroso que andemos por estos lugares en plena noche?
– No. Aquí nadie se atrevería a intentar nada contra nosotros. No hay ningún peligro, no se preocupe.
– Pero… ¿y Ali Kaja?
– No se preocupe, Rosita. Ali nos advirtió del peligro en el camino, no en Sollum. Aquí -repitió- nada nos puede pasar, nadie se atrevería.
– No imagina, sin embargo, cuánto me tranquiliza su presencia a mi lado, sir Ahmed…
– Bueno, Rosita, no me da usted la sensación de ser una pobre mujer indefensa. No, a juzgar por cómo maneja usted el florete… y la musculatura que luce en los brazos…
Rosita dejó escapar una carcajada alegre.
– Ah, Ahmed -contestó, apeándole el tratamiento por primera vez; el Bey no reaccionó-. No estoy completamente ciega: ni por un momento creí haber sido capaz de derrotarlo en nuestro combate de esgrima. Usted se dejó tocar…
– Esos toques no son los más agradables que se pueden recibir de una mujer…
Ella se interrumpió, sorprendida. Luego, de pronto, volvió a echarse a reír y enlazó su brazo en el de él. Pero el Bey tomó la mano de Rosita y, con delicadeza, la apartó.
– No debemos ser vistos… Dos extraños, una mujer y un hombre, tocándose… No es correcto. Comprometeríamos su buen nombre y eso no puede ocurrir.
– Está bien, está bien. Perdóneme la osadía… Pero no se desvíe del tema: usted se dejó ganar en el club de Ezbekiya.
– En absoluto. Me ganó usted en buena ley.
– No se ponga a la defensiva, Ahmed. Yo no podría derrotarle ni en un mes de domingos. Sé bien lo que pasó… y me parece que su hijo Jamie también: lo vi en sus ojos. -Agitó una mano en el aire-. No. Ese tema queda zanjado. Lo que quiero saber ahora es por qué lo hizo a la vista de todos, por qué lo permitió. ¿Para que yo pudiera luchar por seguir en la expedición…?
El Bey sonrió.
– Nada de eso.
– ¿Nada de eso? ¿Qué otras armas debo usar para convencerle?
– ¿Armas? No me parece que sean necesarias armas para que usted resulte seductora…
– Huy, Ahmed, ¿está usted coqueteando conmigo?
– Desde luego que no. No me atrevería.
– Pues lo disimula usted muy bien.
Habían llegado a la residencia de oficiales y, en la puerta, Rosita se giró hacia el Bey.
– Buenas noches, amigo mío -dijo mirándole a los ojos con expresión risueña. Ahmed se aproximó a ella y le cogió la mano derecha entre las dos suyas, la llevó a sus labios y la besó con gran delicadeza.
– Buenas noches. Esperaré con impaciencia hasta que mañana volvamos a vernos, insh'allah.
Rosita Forbes suspiró.
– Santo cielo. Y todo esto mientras a la luz de la luna nos contempla el poblado de Sollum en pleno y nuestro descaro nos compromete gravemente… bueno, quería decir: me compromete. -Rio silenciosamente y después añadió-: Yo también espero que pasen deprisa estas horas hasta mañana, Ahmed.
Dos días después, muy de madrugada, al mando de Abdullahi el nubio, asistido por Ali Kaja, la gran caravana de cuarenta camellos cargados hasta arriba con los bultos de la expedición, en la que iban también los cuatro caballos pertenecientes a las cuadras del Bey, echó a andar con lentitud por el camino que ascendía por las escarpas al sur de Sollum. Empezaban la andadura de nueve o diez jornadas que los llevaría hasta el fin de la primera etapa, el oasis de Siwa.
En vista del riesgo de que la expedición fuera asaltada por los bandidos beduinos, Hassanein Bey, siguiendo los consejos del Mayor, había cambiado a la mayoría de los camelleros. Pero, al tiempo, había decidido por prudencia realizar el viaje con su gente y rechazar el ofrecimiento del príncipe Kamal de llevarlo al oasis en los nuevos Citroën. Sólo se quedarían en Sollum hasta por la tarde y los automóviles del príncipe los llevarían a donde se encontrara la caravana al final de la primera jornada. Recorrerían apenas unos veinticinco kilómetros hasta darle alcance.
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