– Sí, los conservadores se aprovecharían.
– Por eso debéis organizar la operación vosotros.
Marimon se puso a chupar del puro como si tal cosa. Fumaba y pensaba sin dejar de observar la cara de su cuñado: tenía una mirada enérgica, como siempre que fantaseaba con las operaciones más inverosímiles. Pero pensaba también en la situación política del Front, entre la espada de los conservadores y la pared de un pueblo negligente en la información. ¿Qué podía perder haciéndole caso?, se preguntó, y se contestó enseguida: mucho. De repente le vino a la cabeza el auténtico rostro de Josep Vallès, la peculiar facilidad para los embrollos de su cuñado; siempre la había tenido, pero estos últimos años la había acentuado hasta convertirla en una especialidad peligrosa. No obstante, intuía alguna salida (o más bien la necesidad de intuirla) si era capaz de mantenerlo controlado. Pensó que no debía de ser difícil vigilar a un hombre con asuntos judiciales pendientes. No le convenía hacer el crápula. No se recorren tantos kilómetros ni se acepta el riesgo de ser un prófugo si no hay motivos serios para hacerlo. Al fin y al cabo, su cuñado era la clase de tipo que se pasa la vida soñando con un golpe de suerte. Quizá podrían compartirlo con él. No se perdía nada por intentarlo. Se repitió que sólo eso: intentarlo. Con la situación bajo control, claro. ¿Intentarlo con un elemento como su cuñado?, pensó como si de repente acabara de sufrir un ataque de lucidez. Era cierto que el Front se hallaba en una situación delicada, pero ¿tan mal estaban como para añadir a dicha situación un potencial problema de repercusiones incalculables? Controlar a Josep no era fácil y Marimon tenía demasiadas cosas en la cabeza para dedicarse a un asunto, el de su cuñado, prácticamente en exclusiva.
– Toni… pensándolo bien no es posible.
– ¿No es posible?
– Pues no, no lo es. Lo del fútbol es muy complicado. Ya sabes… depende de si el balón entra o no. Nos ha costado sangre, sudor y lágrimas llegar a donde estamos y no lo vamos a echar todo a perder ahora.
– Oye, que mi futuro, mi rehabilitación moral y social, depende de eso.
– ¿No lo hacías por nosotros?
– No soy incompatible con vosotros. Si llevamos a cabo esta operación, regresaré a África y no volverás a verme el pelo. -Dio un trago-. Tienes que ayudarme lo quieras o no.
Entonces Marimon vio aquella otra cara que ya casi no recordaba. Bajo la apariencia juguetona y traviesa de Toni Hoyos emergieron el aspecto y la actitud de un chorizo de mucho cuidado; los de alguien dispuesto a alcanzar el objetivo que se ha marcado a cualquier precio. Pero era Marimon quien tenía que poner el precio y le parecía tan caro que se resistió:
– En el partido me dirán que estoy loco. El mundo del fútbol no ha sido nunca santo de nuestra devoción.
– ¿Aún vais de intelectuales? ¿No os habíais normalizado? El fútbol es algo muy presente en la sociedad. No podéis ignorarlo. Muchos de los que os han votado son aficionados. No podéis considerarlo un aspecto fútil.
– Tenemos demasiados problemas para…
– ¿Tenéis demasiados problemas? Ahora sí que tienes uno de los gordos -lo amenazó con mirada espectral.
– ¿Cuál?
– Yo, Josep Vallès, el prófugo. Cuando salga de aquí me voy a la primera comisaría que encuentre a entregarme. ¿Te imaginas los titulares? «El cuñado del parlamentario Vicent Marimon detenido por estafador.» Y saldrá la estafa del bufete, pero también las cuentas irregulares del Grup d'Ensenyament.
– ¡Canalla! -Marimon hizo el gesto de levantarse y cogerlo por el cuello de la camisa, pero volvió a sentarse para no llamar la atención-. Matarías a tu hermana, a tu padre…
– Por no hablar de tu carrera política y de la del Front. Recuerda que el Grup estaba muy vinculado a vosotros y también investigarían las cuentas del partido.
Las cuentas del partido, ni pensarlo. Había dudas inexplicables por todas partes. Como secretario de finanzas Marimon sería considerado el responsable.
– Tranquilízate, Josep.
– Toni.
– Da igual. Tranquilízate.
– Estoy muy tranquilo. -Lo estaba-. Y no da igual. Soy Toni Hoyos, agente FIFA, valenciano residente en Senegal. Tú no me conoces.
– Ojalá -maldijo en voz baja Marimon mientras se echaba el pelo hacia atrás con nerviosismo-. ¿Cómo has dicho que se llamaba?
– Ndiane Bouba. -Marimon anotó el nombre-. Quita la a después de la ene. Bouba con dos bes. Fue la revelación de los últimos mundiales.
Él sí que era una revolución mundial, pensó Marimon.
– Hablaré con alguien del partido que entienda de fútbol. No sé por qué te hago caso.
– Yo sí -dijo Hoyos sonriendo.
– ¿Dónde te hospedas?
– En el Meliá Plaza, el antiguo hotel Oltra. Toma nota de mi número de móvil.
Se lo apuntó.
– ¿Pasarás muchos días allí?
– Estaré todo el tiempo que os haga falta.
– Oye -le advirtió Marimon en tono grave-, que conste que no nos haces falta. No aparecerás para nada… en caso de que lleguemos a algún tipo de acuerdo.
– Bueno, pues me quedaré todo el tiempo que haga falta.
– Hazme el favor de no hacerte visible.
– ¡Pero si no me has reconocido!
– A lo mejor no tenía ganas de verte.
Marimon se levantó. Rodeando la pequeña mesa que ocupaban se mostró dispuesto a irse.
– Vicent…
– ¿Qué quieres ahora?
– ¿De dónde sacasteis el dinero para convertiros en partido bisagra?
– Tú dedícate al fútbol, ¿vale?
– Por supuesto, pero recuerda que soy experto en contabilidades fraudulentas.
Lo tendría presente.
El proyecto de la Ruta Azul, promovido por la Generalitat Valenciana, pretendía urbanizar veinte kilómetros de litoral entre Valencia y Sagunt… y dañaría zonas húmedas muy importantes, según un detallado informe de Greenpeace (aún no se había hecho público) filtrado al Front por un afiliado que trabajaba en la organización ecologista. En el silencio y la soledad de su piso, Francesc Petit lo leía tumbado en el sofá. En el País Valenciano, a causa de la arbitraria construcción de hoteles, puertos deportivos y otros edificios, sólo quedaban once kilómetros de playa virgen. Con los nuevos proyectos había diecinueve puntos amenazados desde Peñíscola hasta la desembocadura del Segura, en Guardamar, prácticamente de un extremo del país a otro. «Especialmente amenazados», añadía el informe. Como enclaves irreversiblemente destruidos citaba los arenales de la costa de Dénia, en los que la regeneración artificial se había llevado a cabo con arena extraída del fondo marino. Según el criterio de Greenpeace, la Generalitat sólo protegía el quince por ciento del litoral, formado por cuatrocientos treinta y siete kilómetros de costas. El informe acababa advirtiendo que la destrucción era cada vez más acelerada y que nadie parecía preocupado por ello.
Nadie. Petit cerró la carpeta. Aquel «nadie» los acusaba indirectamente. Es cierto que los ecologistas sufren de una innata tendencia a exagerar; obviamente no podían hacerles responsables de todos los disparates que citaba el informe de la organización ecologista. Pero en el proyecto de la Ley de Ordenación del Territorio, al menos, el Front ejercía el papel de comparsa. El problema de los ecologistas es que no les interesan las encuestas. Están al margen de todo y de todos. La mayoría de los votantes estaba entusiasmada con el proyecto diseñado entre Valencia y Sagunt, ya que suponía unas cuantas playas más (ahora de piedra rocosa y sólo ocupadas por pescadores o por coches de parejas ansiosas) y un espectacular paseo marítimo. ¿De cuántos electores gozaba el Front entre los ciudadanos encantados con el proyecto? Petit temía hacer una encuesta. Probablemente había unos cuantos. No sabía con exactitud si muchos o pocos, pero seguro que una cantidad imprescindible para el partido. La política de normalización implicaba adentrarse en sectores desideologizados, aunque era consciente de que la base pertenecía justo a la facción contraria. Los necesitaba a todos: los primeros habían posibilitado el porcentaje del siete por ciento, los segundos habían sido fieles durante los veinte años de la travesía del desierto extraparlamentario. Pero los segundos eran también los más críticos, líderes de opinión, aquellos que podían decidir, también, el liderazgo del partido, la llave que abría la puerta del poder interno y, por extensión, la del externo. Su poder estaba en manos de ellos; en cambio el proyecto de política parlamentaria, el hecho real de erigirse en partido bisagra, con los otros. El equilibrio se convertía en algo necesario. Hasta el momento los malabarismos ideológicos y la equidistancia política (y la ayuda altruista de Juan Lloris) los habían conducido al éxito anhelado. Pero todo aquello se había hecho bajo la promesa de entrar en las instituciones y llevar a cabo una política pragmática pero rigurosa. El equilibrio que le hacía falta a Petit implicaba salir del Govern con un mínimo desgaste, es decir, sin verse perjudicados por la bolsa de votantes que los consolidaba entre el electorado. En pleno silencio, el timbre de la puerta sonó con estridencia. Fue a abrir sin saber que una de las posibles soluciones se encontraba, inquieta, en el rellano de su apartamento. Abrió y ante él apareció la robusta figura de Juan Lloris, lengua larga y paciencia corta, Cohibas en mano. Dio una calada y sonrió. Petit presagió una conversación inquietante.
Читать дальше