– ¿Por qué?
– El hombre que tenemos delante es uno de los dueños. No le gusta que las mujeres pierdan el tiempo.
– Estoy contigo.
– No soy del todo un cliente. Él lo sabe. Como has visto, las mujeres que estaban aquí se han ido a la otra barra.
Ana se volvió y se encontró con la mirada y la sonrisa de Rafi.
– No lo había visto nunca.
– Viene de vez en cuando. Tiene más clubes. Evita tener problemas con él.
– Parece que te conoces muy bien el ambiente.
– Gajes del oficio -dijo Miralles. Se bebió el whisky que aún le quedaba de un trago. Después pagó las consumiciones-. Tengo que irme.
El camarero le devolvió el cambio y le dijo a Ana:
– A Rafi le gustaría tomarse una copa contigo.
Se lo dijo sugiriéndole que lo aceptara. Ana miró a Miralles, como si le preguntara lo que debía hacer. Pero no le dijo nada. El camarero esperaba una respuesta. Miralles sonrió y dijo:
– Antonio siempre da buenos consejos -se fue.
Antes de salir del local vio que Ana se dirigía a Rafi. El camarero y Miralles se miraron. Antonio quería evitarles problemas a las mujeres. Ya en el coche, reflexionó sobre el motivo que podía haber llevado a Ana a hablar con él. Era extraño que una joven tan atractiva perdiera el tiempo con un hombre al que ni siquiera había intentado sacarle la consumición de una copa. Además, mientras habían estado hablando, la otra barra estaba llena de clientes.
Juan Lloris estaba en casa, sentado en uno de los sillones del salón-comedor. Hojeaba una biografía de Leonardo da Vinci. Tres años atrás había hojeado la de Julio César, e incluso había leído algunos capítulos de la de la familia Borja. Le gustaba hojear biografías de grandes personalidades de la historia. Se saltaba todos los capítulos que narraban su infancia. Era algo que no le interesaba. Carecía del hábito de la lectura y se impacientaba con todo lo que no remitiera a la esencia del personaje. Sin embargo, había leído la biografía completa de José Fouché, elemento clave de la revolución francesa. Fouché le fascinó. Pero ya no recordaba casi nada de su vida, sólo que era un individuo astuto y frío. Leonardo da Vinci no le entusiasmaba. Tenía un problema: era maricón. Sabía que no existía incompatibilidad entre ser homosexual y ser inteligente, pero aquel defecto le incomodaba. No entraba en sus esquemas. Así que no tardaría en dejar el libro. De hecho, no retenía nada de lo que estaba leyendo. Con todo, prefería mirar las hojas a hablar con su mujer. No tenían mucho que decirse.
Su mujer se llamaba María Jesús. No era una persona culta, pero leía a menudo. En ciertas temporadas leía mucho. Pongamos que se refugiaba en la lectura como pasatiempo para atenuar su soledad. Era una mujer de poca vida social en la ciudad. Valencia nunca le había gustado. Era de costumbres sencillas y hubiera preferido quedarse en Alzira.
A veces iba al pueblo a pasar unos días. Sus padres aún vivían y con la excusa de ir a verlos huía de la ciudad, de la soledad. Lloris pasaba poco tiempo en casa. Las empresas y los compromisos sociales que se buscaba o que se inventaba lo mantenían fuera casi todo el día.
La escena aparentaba ser plácida y feliz: dos personas leyendo cómodamente en una sala espaciosa y bien iluminada, que parecía más grande porque los tabiques habían sido reemplazados por puertas correderas de cristal. El parqué y la calefacción central hacían la estancia muy acogedora. Alguien llamó al timbre de la puerta. Entonces Lloris se levantó y le cortó el paso a Amparo, una señora mayor que María Jesús había traído de Alzira para que se encargara de la casa, que ya se disponía a abrir. Iría él. Esperaba visita. Eran las nueve de la noche y Lloris pensó que Oriol, de nombre inusual en Valencia, llegaba impecablemente puntual. Oriol, un joven pulcro y educado. Lloris desconfiaba de aquella última virtud. Cuando alguien se preocupa tanto por su imagen intenta esconder algo, pensaba. Pero era un empleado eficiente.
Oriol entró, saludó a Lloris. Mientras el empresario se dirigía al despacho, el empleado se presentó a la señora. A María Jesús le gustaban mucho sus modales. Un joven encantador, el hijo o esposo que le hubiera gustado tener. Pero las familias son algo que nunca se elige y que casi siempre se soporta. Sólo fue un saludo fugaz y exquisito, de hábito, pero Oriol lo convertía en un detalle elegante y respetuoso.
Lloris preparó dos whiskys. Puso tres cubitos en cada vaso, aunque Oriol lo prefería sin hielo. Pero él no: le gustaba muy aguado. Le extendió un vaso, se sentó en una butaca de la mesa, hizo una señal ofreciéndole la de enfrente y entonces se encendió un puro.
– Cuéntame -le dijo expulsando una espesa nube de humo.
– Según lo previsto, has conseguido la plaza de vocal.
Aunque Oriol tenía veintiséis años menos, era el único empleado importante del grupo de empresas de Lloris que lo tuteaba.
– ¿He conseguido muchos votos?
– No lo sé exactamente -respondió precavido Oriol-. No he esperado al recuento. Pero los previstos -la votación había sido muy ajustada, pero prefirió no decírselo. A un hombre como Lloris, con una autoestima exagerada, era mejor mantenerlo tranquilo-. Entrar en la directiva o alcanzar la presidencia son otra cosa. Ya sabes que es muy complicado -era imposible-. No obstante…
– Mira, Oriol, todo eso de la Cámara de Comercio es una puta mierda. Ser vocal no sirve para nada.
– Por ahora ya has metido la cabeza.
– Mientras yo meto la cabeza ellos meten la mano.
– Tenemos que empezar con una nueva estrategia a partir de la plaza de vocal, pero exige tiempo y paciencia.
– No les importa que sea vocal, así creen que me tienen más controlado, pero al margen de eso no me dejarán progresar más.
– Ya veremos. Félix García me ha dicho…
– Félix García vendería a su madre si pudiera. Tú no le conoces, yo sí.
– Si eres vocal es gracias a los votos que él te ha conseguido.
– Me ha pagado el favor del solar.
– No nos interesaba.
– Él no lo sabía -Lloris echó una larga calada mientras le iba dando vueltas al puro-. Me he pasado el día en el coto, reflexionando.
Si Oriol hubiera sido un hombre indiscreto, se le hubiese notado un gesto de inquietud. Las ideas singulares de Lloris hacían que se echara a temblar, especialmente las referidas al ámbito social o político. Sus ideas empresariales eran otra cosa. Como la mayoría de empresarios valencianos de su época tenía intuición, pero también como a esa mayoría le faltaba orden y planificación, porque no se había curtido en ningún tipo de formación teórica empresarial, una insuficiencia común entre los empresarios formados en los sesenta. Lloris, sin embargo, era alguien a quien había que escuchar cuando «reflexionaba».
– He pensado en optar a la presidencia del Valencia C.F.
– No es mala idea.
La idea era más bien nefasta. Oriol bebió whisky; lenta y suavemente. Después, aún se tomó algo más de tiempo. Lloris le daría tanto como hiciera falta. Había temas sobre los que prefería contrastar sus ideas con él.
– Es una plataforma social importante -dijo Oriol tras unos instantes de reflexión-. La presidencia de un club de fútbol otorga prestigio y garantiza influencia política. Pero implica algunos problemas que deberías tener en cuenta -Lloris se removió en la butaca-. Por lo que sé de fútbol -Lloris no tenía ni idea-, es obvio que, si el equipo va mal, todas las miradas van contra la directiva. No dependerá de tu lucidez -un pequeño elogio en el momento oportuno-. Tú tienes carisma -no tenía absolutamente ninguno-, sabes dirigirte a la gente del fútbol, pero si las cosas no funcionan la prensa te echará la culpa. Los clubes de fútbol son empresas atípicas y me parece que correrías un riesgo innecesario. Una empresa que depende de los sentimientos de la gente es algo bastante delicado. Si fueras madrileño y quisieras optar a la presidencia del Real Madrid, sería otra cosa. El Madrid es una institución más del Estado; en cierto modo, sentimentalmente, ha sustituido a la selección española. Es una situación social distinta. Si la economía del Madrid va mal es un problema de Estado, y se emplean todos los medios posibles para resolverlo, como así ha sido. En la última asamblea extraordinaria del club, se hizo público que el Valencia tiene una deuda de veinte mil millones de pesetas. No tendrá ningún apoyo institucional para afrontarla. Además, el club pertenece a la familia Roig. Fundamentalmente a Paco Roig, el principal accionista. Tendrías que comprarle sus acciones y tengo entendido que no las vende. Y aunque te las quedaras no serían suficientes, tendrías que llegar a un acuerdo con los dos hermanos restantes.
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