El camarero, muy ceremonioso, llegó con los dos vasos de un caliente color ambarino, y la cuenta. Sin mirar siquiera el importe, Virgilio dejó su tarjeta sobre la factura y, con un gesto displicente de la mano, le hizo entender a Gabriel que invitaba.
– ¿De Gustav Winter? ¿Del presunto nazi que construyó la casa grande?
– La casa Winter, sí, exactamente. Te dije que en 1962 Winter vendió la península de Jandía, pero no la parcela de la casa. En esa parcela estaba incluida la casa que la señora ocupaba. El caso es que, por lo que parece, la alemana dice que la casa es suya, que su padre se la compró a Winter, y asegura que tiene las escrituras de propiedad. No las tenía consigo en el momento de la detención, evidentemente. Pero los abogados de los herederos de Winter niegan ese hecho y dicen que, si hay una escritura, debe de ser una falsificación. En fin, un lío.
– Y todos estos años, ¿nadie se había fijado en la alemana? ¿Nadie la conocía? Es raro…
– Tú mismo viste que, escondida entre los bancales y construida con la misma piedra seca de éstos, la casa está perfectamente camuflada. Además, está situada en un lugar por el que apenas pasa nadie. Tiene una planta pequeña, dos habitaciones y un lavadero, y eso es lo que nosotros vimos desde fuera. Pero lo que no pudimos apreciar es que la casa no es sino la punta de un iceberg. ¿Recuerdas que le dije que antes de irse de la casa Winter se tapiaron los sótanos? Bien, nunca se sabrá la extensión de aquellos sótanos o si contaban o no con un túnel hasta el mar, pero la casa en la que encontramos a la alemana también está edificada sobre un sótano. Sospecho que, durante años, se han podido guardar armas en él, es el escondite perfecto porque nunca imaginarías que existe.
– ¿Armas? ¿Qué quieres decir? -Gabriel le pegó un buen trago al güisqui. Empezaba a marearse.
– Verás… Como todo el mundo sabe a estas alturas, la tal Heidi fue detenida hace muchos años en Alemania porque formaba parte de un grupúsculo nazi que se dedicaba a imprimir y repartir folletos negacionistas. La detuvieron, pagó la fianza y, cuando estaba a la espera de juicio, huyó de.Alemania antes de que éste tuviera lugar. De alguna manera llegó a Canarias y consiguió un pasaporte y una identidad nueva. Ya os dije que ese tipo de trapicheos y de nuevas identidades eran moneda corriente en los años cincuenta e incluso sesenta en España, pero el caso de esa mujer, de Heidi como se llame, porque tiene varios pasaportes con varias identidades diferentes, es muy particular. -Se detuvo para pegarle un trago a su güisqui, imprimiendo una pausa dramática al discurso, y Gabriel pensó, por enésima vez, que aquel hombre, en lugar de mantener conversaciones, impartía conferencias en tono doctoral, incluso en situaciones presuntamente distendidas como aquélla-. Verás, te conté que la Kameradenwerk era una asociación de excombatientes que se ayudaban entre sí, pero en este caso no ayudaron a un excombatiente, sino a la hija de uno: de Rudolf Barth. El nombre original de la alemana no era Heidi; en realidad se llama Isolde Barth.
– ¿Isolde? Joder, qué nombre tan horrible.
– Bueno, su padre era un alto dignatario nazi, ¿qué le iba a gustar más que un nombre wagneriano?
– ¿Cómo has dicho que se llamaba el padre?
– Barth, Rudolf Barth.
– Lo siento, pero el nombre no me suena.
– Un nazi conocido. Quizá no lo suficiente para que a ti te suene, pero sí reconocible para muchos. Parece que Barth había restaurado la antigua casa de medianero con la intención de crear un refugio en caso de necesidad. Si un hombre necesitaba esconderse del mundo, Cofete era el lugar ideal. Es fácil subsistir allí siempre que se disponga de una escopeta. Hay agua potable gracias al aljibe y a los numerosos manantiales, y el clima es excelente. Hay tuneras y marisco en abundancia. Y, por la noche, siempre se pueden quemar las numerosas aulagas disponibles para hacer fuego.
– ¿Qué son aulagas?
– Unos arbustos que crecen sólo en lugares secos y rocosos V que prenden en seguida porque tienen poca hoja verde. Allí, en Jandía, hay también abundancia de caza, conejos y perdices. Imagino que Barth, que se había refugiado en Canarias con un nombre falso, había mantenido la casa como posible refugio en caso de necesidad. Tengo la sospecha de que muy probablemente la Kameradenwerk usó durante años ese refugio para esconder a perseguidos en caso de estar tramitándoles una nueva documentación o preparándoles el viaje hacia África o Sudamérica.
– Y esa sospecha,;se podrá probar algún día? -Otro trago de güisqui, y la sensación de que la realidad se iba diluyendo, o convirtiéndose sólo en narración.
– No lo sé. De momento lo que se sabe es que Heidi mantuvo la casa durante años bien encalada y adecentada, con la misma idea. Porque en caso de tener problemas podía refugiarse allí durante varios meses. Como son numerosos los turistas alemanes que viajan a Cofete en excursiones de Land Rover, nadie se fijaría mucho en dos turistas alemanas. Amén de que la zona está casi despoblada, ¿quién podía verlas? En los sótanos de la casa había latas de conserva suficientes corno para que Heidi y Ulrike pudieran aguantar varios meses en Jandía. Después, una vez se hubiera calmado la tormenta mediática, y cuando los aeropuertos estuvieran menos controlados, ambas tenían planeado huir a Sudamérica. O, bueno, eso es lo que cree al menos la policía, porque ellas no han abierto la boca.
– Y su padre, ¿cómo has dicho que se llamaba?
– Rudolf Barth.
– ¿Quién era exactamente? ¿Un carnicero estilo Adolf Eichmann? ¿Uno de esos que estaban en la lista del Mossad?
– No es uno de los nombres más conocidos entre la alta cúpula de poder nazi, pero sí fue uno de los más poderosos. Barth era uno de los altos magos de la Sociedad de Thule, un grupo esotérico proveniente de la logia ocultista Germanenorden.
– Me estoy liando. Mi alemán es pobre, y mis conocimientos históricos también…
– Sí, perdona, cuando me pongo profesoral, me embalo y no paro. Sé que a veces nadie me entiende. Verás, todos los grandes hombres del Reich, todos los que detentaron poder, habían pertenecido a sociedades esotéricas y ocultistas. Y Rudolf Barth no era una excepción. Barth trabajaba directamente con la Das Ahnenerbe y la Amherge. Y, antes de que me preguntes de qué hablo, ya te lo aclaro yo: la primera era la Sociedad para la Herencia de los Antepasados, dedicada a la arqueología, la etnografía y la antropología. Y la segunda fue un centro de estudios esotéricos sobre la herencia aria, el centro que junto con la Das Ahnenerbe organizó y financió las expediciones antropológicas al Tibet y Asia Central, así como el estudio de diversas expediciones a Canarias. Unas para visitar las pirámides de Huimar, y otras, esto es lo importante, a… Fuerteventura.
– ¿Fuerteventura? Y ¿por qué? ¿Qué tiene que ver esta isla con el ocultismo? ¿O con la herencia aria?
– Mucho, aunque no lo parezca. Esta puede ser una de las islas más antiguas del mundo. Desde luego es la más antigua de este archipiélago, por eso la llaman la Isla Madre. Y, además, aquí se reportan muchos fenómenos paranormales. No sé si has oído hablar, por ejemplo, de la luz de Mafasca…
– Nunca.
– Bueno…, pues es una luz. Eso, una luz que acompaña al viajero por los senderos solitarios de la isla de Fuerteventura. Aparece de pronto, desaparece de pronto. Creo que algún equipo ha llegado a grabarla, incluso… Y lleva siglos en la isla…
– Y ¿qué se supone que es? ¿Un ovni? ¿Un espíritu?
– No se sabe. Una presencia sobrenatural, dicen. Aquí se cree que es el espíritu de un muerto que se quedó sin cruz en la tumba porque unos caminantes que tenían frío quemaron los maderos de la misma para hacer una fogata… Leyendas locales, ya sabes… Es que en esta isla hay mucha tradición de espíritus y aparecidos. Hay una casa en Tacande en la que se oyen ruidos extraños, y arrullos, por no hablar de la montaña mágica de Tindaya. ¿Tampoco has oído hablar nunca de ella?
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