Inma Chacón - La Princesa India
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3
Las princesas sabían que una vez regaladas no era posible la vuelta atrás, la deshonra caería sobre la familia del que no la entregara a su dueño. Durante los días de la revuelta, vivieron en sus casas esperando la orden de prepararse para la partida. Una vez establecida la tranquilidad, los notables se dirigieron a la casa donde se alojaban los teules para cumplir su palabra. Los nuevos dioses les esperaban en la puerta con la mujer que hablaba su lengua.
Ehecatl apretaba su colgante de ónice bajo la blusa. Hasta ese momento, no los había visto tan cerca. Tras una larga reverencia, su padre recibió el abrazo de uno de los teules, que ya no cubría su cuerpo con placas metálicas, sino con una malla plateada. Chimalpopoca habló dirigiéndose a la joven intérprete.
– Dile a tu señor que aquí le traemos a nuestras hijas, que las tomen para hacer generación.
El teul sonrió y extendió los brazos hacia arriba.
– Alabado sea nuestro Señor Jesucristo, que os abre los ojos a la nueva vida y os perdona vuestros pecados. Bautizaremos a las princesas para que puedan emparentarse con nosotros.
La mujer obedeció un gesto de su dueño y se acercó a las jóvenes.
– Venid conmigo.
Antes de seguirla, las princesas se volvieron hacia sus padres para pedir su bendición. Inclinaron la cabeza y los ancianos las cubrieron con sus manos abiertas. Chimalpopoca rozó los cabellos de su hija evitando cruzarse con los ojos que quizá le miraban por última vez.
Las jóvenes se encaminaron hacia el jardín, acompañadas de sus esclavas. Lo atravesaron ante la mirada de un grupo de soldados de los teules que, entre murmullos y sonrisas, seguían sus movimientos mientras ellas se dirigían a las alcobas destinadas a las concubinas. Ehecatl caminaba erguida, con la mirada baja. Unos pasos antes de llegar a la alcoba, una piedra cayó delante de sus pies. La princesa siguió su camino sin inmutarse hasta que Pájaro de Agua le tiró de la manga y le susurró al oído.
– ¡Mira, mi niña! ¡Mira quién está allí!
Ehecatl miró hacia el lugar que le señalaba su esclava: Serpiente de Obsidiana la saludaba desde el otro lado del patio. Formaba parte del grupo de guerreros que lucharía junto a los nuevos dioses contra Moctezuma.
Cuando entraron en la habitación de las concubinas, las princesas comprobaron que no eran las únicas que compartían destino. Más de veinte jóvenes, ataviadas con faldas y blusas bordadas de colores, esperaban sentadas en las esteras.
Antes de salir del cuarto, la intérprete se dirigió a las princesas.
– No tengáis miedo. Los dioses os tratarán bien. A mediodía será el bautizo y después os repartirán entre ellos. Podréis conservar a vuestras esclavas.
Pájaro de Agua se retiró del grupo y avanzó hacia la joven.
– ¿Hasta cuándo estaremos aquí?
– Mañana, cuando salga el Sol, marcharemos hacia Tlaxcala.
La esclava se horrorizó ante el nombre de la ciudad enemiga de Moctezuma, cuyos guerreros tenían fama de valientes y feroces. Bajó la voz mirando de reojo a la princesa y continuó interrogando a la intérprete.
– ¿Nos dirigimos a Tlaxcala?
– Se encuentra en el camino hacia Tenochtitlan, es allí adonde nos dirigimos, también pasaremos por Cholula.
La joven se giró para marcharse, dando la conversación por terminada, pero Pájaro de Agua la siguió con una última pregunta.
– ¿No habrá bodas?
– No.
4
Antes de marcharse, los teules nombraron un capitán para que gobernara a la población y vigilara que los sacerdotes barrieran y enramaran el templo, y no celebraran sacrificios. Cambiaron el nombre de la ciudad y comenzaron a reconstruir las casas derruidas en la batalla. A la entrada del pueblo, colocaron una columna de piedra donde atarían a los guerreros que no cumplieran sus órdenes. Y en el centro de la plaza, unos palos de los que colgarían a sus enemigos atándoles una soga al cuello.
La Coalición abandonó la ciudad entre el silencio de los que antes la habían aclamado. Los hombres-venado encabezaban la marcha seguidos de los soldados a pie. Tras ellos, los cincuenta guerreros que entregaron los ancianos a petición de los teules. Las princesas y sus esclavas cerraban la comitiva delante de los porteadores, que llevaban sobre sus espaldas la comida, las mantas y las joyas, vigilados por soldados armados.
Serpiente de Obsidiana se situó en la última fila de guerreros, a unos pasos de Ehecatl. La princesa caminaba tras él recordando las palabras de su madre: «No muestres tu corazón.» «No entregues en vano tu cuerpo.»
Las mujeres no pueden descubrir sus sentimientos, acatan, obedecen, sirven a su señor, se someten sin preguntas. Preguntar es dudar, es buscar alternativas, pero la búsqueda se carga de emociones cuando existen preferencias de unas respuestas sobre otras. Ehecatl aprendió desde pequeña que las mujeres no preguntan. Nunca se cuestionó el rechazo de su padre. Hay respuestas que aumentan el dolor de la duda. Ni por qué fue ella quien sobrevivió a su hermano gemelo. El Dueño del Cerca y del Junto marcó su destino impar, los libros sagrados no pueden volver a escribirse, pero ella añoraba a su pareja y no se preguntaba la razón por la que su dios se lo permitía. Le dolía contemplar el nacimiento de dos cachorros a la vez, buscaba en el espejo de obsidiana una imagen que no era la suya, sentía un vacío que rodeaba su cuerpo, una ausencia que la envolvía sin rozarla y al mismo tiempo la ahogaba. Sin embargo, preguntar el porqué sería insistir en el dolor de las preguntas sin respuesta. Tampoco se preguntaba ahora si el dios que la había tomado como suya venía de la región de las sombras.
Ehecatl no se preguntaba por qué abandonaba la tierra de donde nunca había salido, y que ahora no reconocía. Nuevos gobernantes, nuevos templos, nuevas calles y plazas. Una ciudad diferente, cuyo nombre era incapaz de pronunciar. También ella había cambiado, las magulladuras de una noche de humillaciones la obligaban a sujetarse al brazo de Pájaro de Agua para seguir el ritmo de sus compañeras de viaje. Le ardía el pubis, pequeñas gotas de sangre recorrían sus muslos doloridos. El bálsamo de corteza de pasiflora que le untó Pájaro de Agua no evitaba que los pezones le escocieran con el roce de la blusa. No, Ehecatl no era la misma. El agua con que la bautizaron los nuevos dioses arrastró consigo mucho más que el nombre que le dieron al nacer.
Capítulo V
1
La princesa se cruzó con el calafate en tres ocasiones, en cada una de ellas le dedicó su letanía en nahuatl mirándole a los ojos. Las esmeraldas y las plumas finas llovieron sobre su cabeza, produciendo en el carpintero la confusión que ella buscaba.
Unas horas después de que le repitiera sus versos por tercera vez, el marinero se presentó en la zona de cubierta donde ella jugaba a las cartas con su esclava, con doña Gracia y con doña Soledad. Llevaba el cuerpo repleto de manchas y la cara desfigurada. Se dirigió a la princesa y gritó mientras se sujetaba el estómago con las manos.
– ¡Maldita bruja! ¿Qué me has hecho?
Mientras las mujeres se levantaban, el calafate caía al suelo vomitando sangre. Los marineros acudieron al oír sus gritos y rodearon al grupo. El operario se retorcía en el piso apretándose la mano izquierda con un pañuelo. Apenas podía respirar. Todos callaban procurando mantenerse apartados del carpintero, que mantuvo los ojos fijos en la princesa hasta el último estertor. La esclava se acercó al cuerpo y retiró la pañoleta de su mano. Cinco picaduras en forma de círculo destacaban entre la hinchazón que deformaba sus dedos.
– Mordedura de araña. El veneno le ha llegado a la garganta. No hay planta que lo remedie.
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