Inma Chacón - La Princesa India
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Los días se sucedían en la desesperación del tiempo estancado, mientras los combates continuaban cargando la noche de relámpagos y de truenos. Los caciques de Tlaxcala enviaron espías que fueron descubiertos y devueltos mutilados a sus jefes. Algunos perdieron sus manos, otros tan sólo el dedo pulgar. Muchos guerreros aprovechaban la oscuridad de la noche para huir.
La visión de sus espías con las manos cortadas y el hecho de que sus propios soldados huyeran espantados de las armas de fuego debieron convencerles de que los extranjeros eran invencibles tanto de día como de noche, y se unieron a la Coalición.
En la capital de Tlaxcala doña Aurora se alojó con don Gonzalo en el palacio de Ocotlana, Piedra que Gira, uno de los notables de la ciudad. Piedra que Gira tenía esposa y cinco concubinas. Entre todas sus mujeres le habían dado veintisiete hijos, pero los ocho varones murieron en la guerra y cinco de sus hijas habían emparentado ya con otros notables; las catorce restantes vivían en habitaciones contiguas a la que ocupaban doña Aurora y su señor. La mayor parte de las noches don Gonzalo se llevaba a una de las jóvenes a su habitación y compartían la estera con la princesa. Valvanera se instaló en las habitaciones destinadas a las esclavas.
Serpiente de Obsidiana seguía sin aparecer. Doña Aurora pidió a Valvanera que visitaran a los dueños de doña Beatriz y de doña Mencía para que intercedieran por él en secreto. Pero los secretos mejor guardados son los que no salen de la boca y no pueden convertirse en rumor. Cuando don Gonzalo se enteró de que la esclava había visitado a los capitanes, las probabilidades de ver al guerrero con vida se redujeron a un imposible.
Hacía tiempo que doña Aurora sabía que los españoles no eran teules, Valvanera aprendió su lengua y le enseñó el significado de los objetos que antes creían sagrados. La espada, el caballo, el cañón, el arcabuz, las corazas que pintaban de betún para evitar que se oxidaran, su crucifijo, su Virgen, las velas. La princesa intentaba pronunciar aquellas palabras imposibles aprovechando las noches para que nadie las escuchara, no se cansaba de preguntar aunque sus párpados se cerraran a pesar suyo. Valvanera terminaba la conversación cuando ambas caían rendidas por el sueño.
– Mañana seguimos. Ahora duerme, mi niña, y recuerda que don Gonzalo no debe enterarse de que entendemos lo que dice.
Valvanera continuó con sus enseñanzas hasta que doña Aurora asimiló todo lo que ella había aprendido. Se llamaban españoles, su emperador gobernaba grandes extensiones de tierra y sangraban y morían como cualquier guerrero.
Los de Tlaxcala los recibieron con la misma admiración que arrancaron a su paso en Cempoal. Después vendrían los intentos de derrocar a sus ídolos. La desolación. La horca y la picota. Y también los regalos, el oro, la plata, las plumas de quetzal, las mantas de algodón y las jóvenes a las que cambiarían el nombre.
Las princesas regaladas se bautizaron en la ceremonia de inauguración del nuevo templo. Después de la misa, se repartieron entre los capitanes. Una de las hijas de Piedra que Gira se encontraba entre ellas. Doña Aurora contempló la despedida y la bendición de sus padres. Un punzante vacío se apoderó de su estómago.
Don Gonzalo le permitía salir de la habitación en raras ocasiones.
El anciano cacique la observaba caminar, cabizbaja y pálida, seguramente se preguntaba cómo trataría su dueño a su pequeña. Se interesaba por su bienestar a través de las concubinas y de Valvanera, le enviaba frutas y cacao y la animaba a bañarse junto a sus hijas en la fuente del jardín. Al principio no aceptaba el ofrecimiento, prefería bañarse sola aprovechando las ausencias de don Gonzalo, pero a medida que éste se encaprichaba de una de las hijas del cacique, comenzó a relajar su vigilancia y podía recorrer todas las dependencias de la casa.
La princesa encontró en el cacique al padre que nunca la acarició. En uno de sus paseos la joven vio al anciano en el huerto, cortaba flores que depositaba en una bandeja. Cuando se acercó hasta él, el cacique eligió una rosa y se la ofreció.
– Pareces triste, pequeña, ¿podría hacer algo para remediarlo?
Le sorprendió su dulzura, le agradeció sus atenciones, y compartió su preocupación por Serpiente de Obsidiana. Piedra que Gira le sonrió.
– Que no sufra tu corazón, los últimos embajadores que llegaron están en el templo, los engordan para el sacrificio. Pronto será un compañero del águila. Pero si tú me lo pides, yo haré que lo liberen.
Doña Aurora no pudo evitar el llanto. Sabía que, aunque le ofrecieran la libertad, Serpiente de Obsidiana no renunciaría al honor de acompañar al Sol en su camino hacia su cenit. El anciano levantó su cara tomándola de la barbilla y le hizo sonreír.
– Nadie podría resistirse a esos ojos negros. Le diré que estás conmigo y vendrá.
Sin embargo, además de la reacción de don Gonzalo, le preocupaba que el cacique confundiera su amistad con el adulterio. Las leyes eran muy estrictas, ella las conocía desde pequeña. La muerte y el deshonor para ambos.
Piedra que Gira volvió a mirarla con la ternura de un padre.
– Pequeña niña, estás unida a tu señor como la liebre al ave rapaz. Los dioses nos perdonen, esconderé a tu amigo hasta que también nos protejan.
Durante días, esperó al anciano recorriendo el jardín en compañía de Valvanera y de las hijas de Piedra que Gira, incluso se atrevió a visitar a doña Mencía y a doña Beatriz, que ya tenían contracciones y reclamaban constantemente a Valvanera. A veces infringía las normas que prohibían a las jóvenes de la nobleza salir solas a la calle, y visitaba a los heridos mientras su esclava atendía a las embarazadas. La criada siempre mostraba su preocupación ante el riesgo de que don Gonzalo conociera sus salidas.
– Esto es una locura, algún día nos lo encontramos en el camino.
Sin embargo, doña Aurora había recuperado su capacidad de reír y explotaba en una carcajada que rápidamente se extendía a Valvanera y a las otras jóvenes de la casa. La esclava se rendía a sus deseos sin ofrecer excesiva resistencia.
– Está bien, vendrás conmigo otra vez, pero no te separes de mí.
En ocasiones, se cruzaban con Piedra que Gira cuando volvía de buscar al guerrero en todos los templos de la ciudad.
– Lo siento mucho, pequeña, hoy tampoco lo he encontrado. Algunos emisarios de los teules se fugaron en lugar de venir hasta aquí, quizás esté entre ellos.
La princesa no creía en esa posibilidad. Serpiente de Obsidiana no se marcharía sin avisarla antes. El anciano la tranquilizaba mientras las acompañaba de vuelta a casa.
– No te preocupes. Mañana volveré a buscarle. Si está en la ciudad, tiene que aparecer.
3
– ¡Despierta, mi niña, despierta!
Valvanera zarandeó a la princesa, que dormía sola en su habitación desde que don Gonzalo trasladó su estera a la de la hija de Piedra que Gira.
– ¡Despierta! El anciano señor quiere verte.
La princesa se vistió una túnica sobre su cuerpo desnudo y corrió descalza en busca de Piedra que Gira. Al atravesar el jardín que la separaba de las habitaciones del cacique, escuchó su nombre a sus espaldas y se paró en seco.
– ¡Ehecatl!
Doña Aurora se giró hacia el muchacho que ella habría aceptado por esposo. Serpiente de Obsidiana la miró de arriba abajo.
– Pareces una campesina, así me gustas más.
Ehecatl se lanzó a sus brazos, ambos rodaron por el suelo en una noche de bodas en que negaron el dolor de las heridas que no habían llorado. Pasión para olvidar lo perdido.
Sí, por supuesto que habría dicho «Sí» en el caso de que sus padres le hubieran preguntado. En su papel de intermediarias, las ancianas habrían acudido a su casa varias veces en nombre de la familia del guerrero. La costumbre obligaba a que la primera vez obtuvieran una negativa.
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