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Jill Shalvis: Una princesa en apuros

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Jill Shalvis Una princesa en apuros

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¿Qué hacía una princesa en un rancho de Texas…? Había ido de primera a tercera clase, le habían robado, después se había calado en mitad de una tormenta y finalmente había acabado perdida en un rancho lleno de animales aterradores… En resumen, la princesa Natalia Brunner había tenido días mejores que aquel. Si no hubiera sido por el oportuno rescate de aquel guapísimo cowboy, se habría dado por vencida. Pero, como en las viejas películas del oeste, el sexy Tim Banning iba a pedirle que se olvidara de la corona y se quedara por allí un tiempo…

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Jill Shalvis Una princesa en apuros Una princesa en apuros2003 Serie - фото 1

Jill Shalvis

Una princesa en apuros

Una princesa en apuros(2003)

Seriemultiautor:02 Las princesas Brunner

Título Original:A royal mess

Capítulo 1

TIMOTHY Banning necesitaba tomarse unas vacaciones para recuperarse de los días que había pasado en Nueva York. Era imposible, ya descansaría cuando llegara a su rancho de Texas, así que allí se dirigía.

El aeropuerto estaba lleno de gente. Una típica tarde de domingo.

Se compró un billete para un vuelo con overbooking en el que ya sabía que iba a comer fatal. Al final, fue uno de los afortunados en embarcar.

Se puso a la cola mientras se apiadaba en silencio de la pobre azafata que estaba haciendo frente a los airados pasajeros que se quedaban en tierra.

Estaba agotado mentalmente, como siempre que iba a visitar a su autoproclamada abuela. La mujer tenía una energía inagotable… compras, espectáculos, charlas. Nada que no pudiera curar una buena siesta.

«Y patinar», recordó tocándose el cuello dolorido. Había estado a punto de matarlo.

No había querido oír ni hablar de irse a vivir con él a Texas y dejar que la cuidara en su vejez. Era incombustible.

Delante de él iba una niña de unos cinco años en brazos de su madre. Estaba muerta de sueño y llevaba una camiseta en la que se leía «Adorable». Se quedó mirando a Tim muy seria mientras se comía un chupachups azul.

Adorable, pero rezó para que no se sentara delante de él porque hacía un ruido insoportable.

Se sacó el caramelo de la boca y sonrió. En ese momento, un hilillo de saliva le cayó a su madre por el cuello.

– Ten cuidado, Tish -le reprendió la mujer. «Eso, Tish, no te saques el caramelo de la boca», pensó Tim.

Tish se volvió a meter el chupachups en la boca y sonrió.

– ¿Eres vaquero?

Tim se señaló el sombrero Stetson y asintió.

– Sí.

– ¿Tienes caballo?

– Sí.

– ¿Y le gusta el azúcar?

– Me parece que tanto como a ti.

Tish sonrió y siguió comiéndose su dulce. La fila no avanzaba y los de atrás empezaban a empujar amenazando con lanzarlo contra Tish y su chupachups azul y pegajoso.

El caos reinaba, todo el mundo gritaba a su alrededor y la gente iba de un lado a otro. Nada que ver con la paz y la calma de su rancho.

– Perdone -dijo una vocecilla a sus espaldas-. Tengo que embarcar.

Tim miró y vio a una joven con pinta de adolescente.

– Lo siento, pero hay overbooking -le informó la pobre azafata.

– ¡Me importa un bledo! -contestó la mujer, cuyo tono imperioso tenía poco de adolescente-. Tengo un billete de primera, así que ya puede ir dándome mi tarjeta de embarque.

Tim vio que solo le quedaban tres personas delante y estaría a bordo. Pronto podría dormir.

Por fin, consiguió que una azafata pelirroja le diera la bienvenida y le mostrara su asiento. Como de costumbre, la mujer lo miró embobada. Sí, era normal que lo encontraran atractivo, pero solo para un rato. Luego, su vida en el rancho no les llamaba la atención y ninguna quería una relación larga.

De nuevo, estaba en una fila que no avanzaba porque todo el mundo estaba de pie en el pasillo peleándose por meter algo en el compartimento de arriba.

Estaba agotado y se moría por sentarse. Por fin, pudo avanzar y hacerlo. Bostezó, se puso el Stetson sobre los ojos e intentó estirar las piernas, lo que no le resultó fácil, pero daba igual, había aprendido a dormir en cualquier sitio y en cualquier situación y aquel día no fue diferente.

Lo único que pedía era que los dos asientos que había a su lado los ocupara alguien tranquilo y silencioso. Muy silencioso.

Poco a poco, se fue quedando dormido hasta que el pasajero de atrás le dio una patada en la espalda. Asomó la cabeza y vio a la reina del chupachups con la boca completamente azul.

– ¡Hola, vaquero! -saludó Tish.

Tim le dijo hola con la mano y se concentró en seguir durmiendo. Lo consiguió y, por supuesto, soñó con su rancho.

La siguiente vez que lo despertaron, creyendo que era Tish de nuevo, fingió que seguía dormido.

Pero no era la niña.

Por debajo del sombrero, vio unas piernas morenas y bien torneadas con botas altas y negras.

– Esto es increíble -dijo una voz femenina.

Era la insoportable del mostrador y, qué suerte, la habían sentado justo a su lado.

– Estos asientos están demasiado juntos -continuó, aparentemente para molestarlo.

Le dio resultado.

Tim se fijó en que llevaba una minifalda cortísima y se preguntó cómo la habría dejado su madre salir de casa así.

– Cuando lo cuente, no me van a creer – dijo estallando un globo de chicle con fuerza-. En turista y como una sardina…

Insoportable.

– Pero si no puedo ni estirar las piernas… ¡Ay! -dijo frotándose una pantorrilla-. Esto debería ser ilegal. Voy a poner una queja.

No pensaba mirarla. Ni siquiera de reojo. Tim se encasquetó bien el sombrero e intentó dormir de nuevo.

– De verdad… -continuó-. Todo lo que me ha pasado hoy…

¿Con quién estaría hablando en aquel tono que parecía… británico? Miró por debajo del sombrero. ¿Le estaría hablando a él o a la mujer que iba en el pasillo? La mujer no le contestaba y él estaba haciéndose el dormido, así que solo cabía una posibilidad. Estaba hablando sola.

Debía de estar loca.

– Seguro que la jerarquía estadounidense no tiene estos problemas -se quejó-. No creo que los Kennedy tengan que viajar en turista. -Tim apretó los párpados. -¿Cómo he terminado aquí? ¿Quién viajará en primera? ¿El príncipe Guillermo? Esto es un insulto -continuó echándose hacia un lado para intentar ponerse cómoda.

Al hacerlo, su cabellera rozó el brazo de Tim y le hizo aspirar un aroma que lo volvía loco. Flores y mujer.

Normalmente, era el olor que más le gustaba del mundo, pero no viniendo de aquella loca con pinta de adolescente.

El avión comenzó a moverse. Bien. La gente no solía hablar durante el despegue.

Quince segundos sin hablar. Tim albergó esperanzas.

– Con la cantidad de veces que he despegado y aterrizado y no me acaba de gustar… ¡Ay, madre! ¿Ese ruido ha sido el motor? -dijo agarrándose a la butaca y rozándole de nuevo el brazo «No mires, Banning», se dijo. -Perdone, ¿usted cree que ha sido el motor? -insistió.

Tal vez otra persona podría haber seguido ignorándola, pero al detectar miedo en su voz, abrió los ojos y la miró.

– No se preocupe, son solo los ruidos normales del despegue -le aseguró.

Dejó de mascar chicle y se mordió el labio sin dejar de clavar las uñas en los reposabrazos. Estaban tan pegados que eso quería decir que le estaba metiendo el codo en las costillas.

– De verdad -insistió Tim anonadado ante la profundidad de sus ojos color almendra.

La chica, que era rubia y de pelo largo, asintió. Llevaba sombras negras y azules en los párpados y pintalabios azul a juego.

La azafata pelirroja que lo había recibido, que resultó llamarse Fran, corrió la cortina que separaba la primera clase de ellos y lo sonrió con picardía.

– ¿Ha visto eso? -dijo la chica-. ¡Están sirviendo la comida en primera! ¡Mi comida! ¡Ehhhh! ¿Hola?

Fran no reapareció.

Mujer lista la azafata.

– Bueno -dijo la chica sinceramente sorprendida por que no le hicieran caso-. No hay derecho. Estoy muerta de hambre -añadió echándose hacia atrás de nuevo-. ¡Soy una princesa que se muere de hambre! -gritó.

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