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Jill Shalvis: Una princesa en apuros

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Jill Shalvis Una princesa en apuros

Una princesa en apuros: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Qué hacía una princesa en un rancho de Texas…? Había ido de primera a tercera clase, le habían robado, después se había calado en mitad de una tormenta y finalmente había acabado perdida en un rancho lleno de animales aterradores… En resumen, la princesa Natalia Brunner había tenido días mejores que aquel. Si no hubiera sido por el oportuno rescate de aquel guapísimo cowboy, se habría dado por vencida. Pero, como en las viejas películas del oeste, el sexy Tim Banning iba a pedirle que se olvidara de la corona y se quedara por allí un tiempo…

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– Claro que no -la interrumpió Tim acariciándole la espalda.

Natalia sintió que se derretía, pero se dijo que no podía dejarse llevar como una adolescente por un ranchero guapísimo cuyos vaqueros tendrían que estar catalogados como arma ilegal.

– No quiero que haya problemas por mi culpa.

– Estupendo -dijo Sally abriendo la puerta de la cocina-. Pues, nada, todo arreglado. Ahora mismo te llamo un taxi -sonrió- y te vas donde quieras.

Tim cerró la puerta.

Pero Natalia ya iba hacia ella hablando sola, como tenía costumbre de hacer desde los dos años.

– Me voy a…

– Quedar -concluyó Tim.

Natalia lo miró con el ceño fruncido.

Tim la miró con el ceño fruncido.

Sally los miró con el ceño fruncido.

– Las cocineras no van vestidas de cuero y enseñando el ombligo -apuntó su hermana-. Por lo menos, en Texas.

– Es que no soy de Texas -dijo Natalia.

– Humm -dijo Sally cruzándose de brazos y mirándola como si, por el hecho de no ser de Texas, no mereciera la pena-. Creía que ibas a contratar a alguien vieja y fea -le dijo a su hermano.

Tim se sonrojó levemente.

– Te dije eso porque querías contratar a Nick el desaliñado, ¿recuerdas?

– Bueno, me habría importado un bledo a quién contratases si no le hubieras dicho a Josh que si volvía a tocarme le cortabas los…

– Sally, me estás volviendo loco.

– Me alegro. Hablando de locos, ¿qué tal está la abuela?

– Más loca que tú todavía.

Natalia observaba fascinada aquella pelea entre hermanos. No era que ella no se hubiera peleado con sus hermanas, claro que sí, sobre todo con Annie porque Lili, como era la pequeña, no aguantaba y, además, se chivaba.

Lo que le llamaba la atención era ver a Tim Banning, un vaquero serio y duro, ejerciendo de hermano mayor.

– ¿Y dónde la has dejado? Seguro que has conseguido engatusarla para apartarla de la vida que quiere vivir para traértela aquí en nombre de las responsabilidades familiares.

– Ahí duele -apuntó Seth.

– No, no ha querido venir conmigo -confesó Tim.

– Seguramente porque sabe que también le destrozarías la vida a ella.

Tim se quedó de piedra.

Natalia, que al ser la hermana del medio estaba acostumbrada a poner paz, dio un paso al frente para intentar rebajar la tensión.

– ¿Qué os parece si hago la cena?

– Muy bien -contestó Sally sentándose a la mesa con los hombres-. Te advierto que, como le hagas daño a mi hermano, tendrás que vértelas conmigo. ¿Llevas un pendiente en la lengua, por cierto?

Natalia la miró anonadada.

Aquellos estadounidenses, desde luego, estaban locos.

– ¿Por qué le iba a hacer daño?

– Solo te lo digo para que lo sepas. Es una advertencia amistosa.

– Ya, amistosa -contestó Natalia.

– Sally, ¿tienes un abrigo de sobra que le puedas dejar a Natalia? -intervino Tim.

Sally la miró con los ojos entornados.

– ¿Y dónde está el suyo?

– Me lo han robado -contestó Natalia-. He venido a Estados Unidos a una boda real y…

– ¿A una boda real? -preguntó Sally enarcando una ceja.

– Soy una princesa -le aclaró Natalia.

Sally miró a su hermano.

– ¿Qué has hecho?

– Te iba a preguntar lo mismo -contestó Tim-. ¿Qué tal todo por aquí?

– ¿La vas a meter en el vallado con los demás?

– ¿Los demás? -preguntó Natalia.

– Sí, es que mi hermano se dedica a recoger todos los seres débiles, desvalidos y patéticos que ve.

Natalia sintió un nudo en la garganta. No quería que Tim le tuviera lástima y no se le había ocurrido que pudiera ser así. Ella quería caerle bien y que la respetara.

Claro que, ¿quién en su sano juicio iba a querer y respetar a una princesa mimada que estaba acostumbrada a no hacer nada?

Buena pregunta. En aquel preciso instante. Natalia decidió que había llegado el momento de ser una mujer de verdad, por derecho y no por nacimiento.

– No soy un ser débil ni desvalido -contestó.

Sally se encogió de hombros y le señaló te ventana.

– ¿Ves ese vallado de ahí, el del cerdo de tres patas, el caballo viejo y la cabra ciega?

– Eh…sí.

– Pues eso eres tú para Tim. Mi hermano recoge a los necesitados. Y a los patéticos.

Natalia recibió el mensaje alto y claro: la acababan de añadir al vallado de los desvalidos.

Tim llamó a un amigo policía, pero no habían denunciado la desaparición de nadie que encajara con la descripción de Natalia. Miraron a ver si se había escapado de alguna institución mental, pero tampoco era así. Tim se sintió más tranquilo.

Lo que no le tranquilizó en absoluto fue darse cuenta de que deseaba con todas sus fuerzas que se quedara.

La cena fue tan exquisita que Tim no podía ni pronunciar el nombre de los platos. Natalia parecía muy orgullosa, así que todos intentaron hacer que les gustaba, pero en cuanto se dio la vuelta, se miraron horrorizados.

– ¿Qué es esto? -dijo Red en voz baja.

Sally se encogió de hombros y le dio su parte a Grumpster, el perro de trece años de Tim, y todos se apresuraron a imitarla.

El can, que solía comerse todo lo que le daban en un abrir y cerrar de ojos, olió la cena y giró la cabeza hacia otro lado, así que todos tuvieron que agacharse y recoger los restos con las servilletas para hacer ver que se lo habían comido todo.

Al ver los platos vacíos, Natalia sonrió orgullosa. Tim sintió una punzada de dolor en el corazón, pero consiguió sonreír. Sus hombres lo imitaron.

Sally puso los ojos en blanco.

– Estáis muertos -sentenció.

El desayuno del día siguiente fue muy parecido. Una cosa pequeña con mucha salsa y nombre francés que todos alabaron por miedo a herir sus sentimientos.

Natalia, con vaqueros, camiseta y labios verdes, sonrió encantada. En cuanto se giró, todos hicieron muecas de horror y buscaron en vano a Grumpster, que por primera vez en su vida no había entrado en la cocina a las horas de las comidas.

Estaban solos.

Después de desayunar, Tim entró en la cuadra y se encontró a Seth vendiendo chocolatinas a cinco dólares. Un robo, pero Ryan, Pete y Red estaban rebuscándose en los bolsillos para pagar.

Sally, que estaba cepillando a su caballo, levantó la cabeza y miró a su hermano disgustada.

– ¿Por qué no le dices que cocina fatal?

– Ni se te ocurra -contestó Tim comprando dos chocolatinas del hambre que tenía.

– Esto es increíble -dijo Sally-. ¿Ha llamado ya a papá el rey?

– No -admitió su hermano.

– ¿Porqué?

– ¿Qué más da?

– Claro que da -protestó Sally-. No llama a casa porque no tiene casa.

– No podía dejarla en la parada del autobús, Sally. Tú tampoco habrías podido.

– Eso es lo que tú te crees -contestó su hermana-. Tim, no puedes hacerte cargo de todo el mundo -añadió mirándolo con cariño.

Tim suspiró y dio buena cuenta de la primera chocolatina.

– Mira, ya sé que cocina un poco raro.

– Está claro que te ha mentido. No sabe cocinar para mucha gente.

– Nunca dijo que supiera.

– ¿Me estás diciendo que la contrataste sin preguntar? -dijo Sally con la boca abierta-. Maldita sea, Tim.

– Se está esforzando, que es lo que cuenta. Además, solo se va a quedar unos días…

– ¿Entonces no le vas a decir lo mal que cocina? -suspiró su hermana-. Menudos días nos esperan. Chicos, ¿queda alguna chocolatina?

Cuando se la terminó, se la llevó a un aparte.

– Sally, ¿te importaría ir a hacer la compra? -preguntó sabiendo que la respuesta sería no.

– No.

– Si vas…

– ¿Qué? ¿Me dejarás salir con Josh?

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