Los datos que existen son objetivos: en diciembre de aquel año Isaías pide intempestivamente vacaciones anticipadas en Escorsa -luego convertidas en solicitud de licencia sin goce de sueldo, primero por seis meses y luego por tiempo indeterminado- y a partir de ese momento su rastro se pierde.
Desde la partida de Sibyla a Europa vivía solo -en realidad, con Felisa, la vieja criada santiagueña- en la misma casa familiar de la calle Riglos, en Flores, a diez minutos de marcha de la empresa. Ahí aparecen un día los mellizos, ahí se criarán y ahí seguirá viviendo él mismo durante los años de su ministerio profético, por así decir. Nada indica que se haya movido o mudado. Más aún: Isaías jamás salió de Buenos Aires; no se fue ni se lo llevaron a ninguna otra parte.
Sin embargo, Chocón adhiere a la versión romántica -alimentada por cierto equívoco nacionalismo populista- que pone a Isaías, en esa coyuntura del '48, en medio de un tironeo existencial que literalmente lo moviliza. Ante la alternativa insinuada "por el mandato religioso familiar sionista" (sic) de viajar a Palestina y volver a la Tierra Prometida materializada al fin en el flamante Estado de Israel -una opción que "muchos en su familia y entorno habrían barajado" (Chocón dixit) y pocos o ninguno concretado-, Isaías, desechando esa posibilidad, se queda y se aparta.
Ahí es donde nace el mito: el futuro profeta habría realizado un gesto de "internación" literal, emprendiendo un largo periplo al y por el Interior, hacia las otras fuentes, las nativas, en un viaje de iniciación argentina (similar al de Ernesto Guevara, poco después, por Latinoamérica) que lo habría llevado por una docena de provincias durante más de dos años de secreta trashumancia. Se entiende después -aunque las fechas no coincidan- que Chocón vea en los oscuros mellizos "el fruto palpitante" de ese contacto con algo más que la tierra.
Nada de lo que se insinúa es cierto. La verdad es mucho más lógica y pedestre. Jeremías y Ezequiel son nietos de Felisa. Su hija adolescente Ramona Carbajal los concibió en una accidentada visita a Buenos Aires con bailes de carnaval incluidos y los parió de regreso en La Banda. La chica murió en el parto y la abuela fue a buscarlos y se los trajo a la casa de Flores para criarlos con el permiso benevolente del dueño de casa. El padre nunca apareció y a los pocos meses un conmovido Isaías cuarentón -que veía señales por todos lados- les dio alevoso nombre y su apellido. Eso es todo.
La explicación de Chimbote y Varón sobre estos años es muy diferente aunque comparten en algún caso endebles fuentes similares. Siguiendo a Basualdo y Cagna -"Psicopatología del misticismo político: el caso Isaías O.", Nueva Revista de Psicología Aplicada , Vol. IV, N° 14, noviembre de 1987-, sostienen la teoría del brote psicótico y la secreta internación, a cargo de la familia y con su consentimiento. Para confirmarla se basan en el silencio consecuente de los actores al respecto -que en realidad no prueba nada- y en dos fuentes discutibles: el registro reiterado de las entradas de Isaías en el Borda durante ese año y el siguiente, y la lectura intencionada y algo caprichosa de dos de las cartas que Isaías envió a Sibyla a París en esos meses (N° 357-a y 357-b) y que, por los sobreentendidos y referencias a otras piezas perdidas (las cartas de ella, por ejemplo) no pueden ser leídas con tanta levedad.
Ambas cartas están encabezadas "Querida S.", con esa modalidad de abreviar los nombres propios con iniciales que Isaías usa en las copias de los originales y que ha provocado tantos equívocos. En la primera, de mediados de noviembre del '48, sin duda contestando a preguntas surgidas de una carta de ella, le dice: "Ha sido por mi propia voluntad. Me hace bien estar solo y no pienso volver hasta no ordenarme las ideas". Y en la siguiente es más explícito: "Acá estoy, internado y feliz. Prácticamente no salgo. Me sostienen y mantienen alerta las dosis de CO, CP, LRV y sobre todo las homeopáticas VV. Una por día, y a meditar", escribe en la decorada esquela que le envía a París para la Navidad del '48.
Sólo una lectura apresurada y prejuiciosa de esos dos textos puede confundir el retiro voluntario con la internación psiquiátrica. Y sobre todo asimilar las abreviaturas de la esquela con el nombre de distintos medicamentos, cuando es evidente que se trata de referencias bibliográficas a La Comunidad Organizada, Conducción Política, La Razón de mi Vida y -es revelador lo de "homeopáticas"- Las Veinte Verdades . Es decir: tras la Visión Inaugural del palco y El General, el 17 de octubre de 1948, Isaías deja todo y se recluye, se "interna" a estudiar los textos fundamentales de la Doctrina para formarse adecuadamente antes de manifestarse, tal cual se lo adelantaba al "Petiso Bernini". Tanto es así, que no sabremos nada de él hasta la publicación de su (primera) Carta Abierta al Pueblo Elegido , tres años después.
Así, más allá de las distorsiones y errores en que recaen los autores de estas dos recientes publicaciones, queda claro que el magisterio de Isaías -se opine lo que se quiera sobre su valor o significado- no es el resultado de un brusco desequilibrio mental (Chimbote y Varón), ni la consecuencia del descubrimiento de una realidad sociopolítica que desconocía (Chocón) sino el desenlace único y coherente de una lectura peculiar de ciertos hechos y mensajes -palabras y textos- convertidos en experiencias significativas, propuestas enigmáticas que requieren una exégesis de la cual ha de derivar un mandato -creemos- más ético que político.
Un análisis somero de los textos reunidos en el apartado de las "Cartas abiertas" (1951-1956) 10 demuestra. De las seis, sólo la primera, la Visión Inaugural , y la famosa quinta Carta, conocida como "Pequeño Apocalipsis", publicada en Democracia en el otoño de 1955 -que prevé el intento frustrado de la destrucción del Templo (bombardeo del 16 de junio), la ulterior caída de la Ciudad a manos de los traidores (la Libertadora) y el Exilio en Viejas Tierras por dieciocho años (la proscripción de El General)- son clara y únicamente profecías.
Las otras cuatro son tremendas admoniciones, formas -en su lenguaje- de la profesía . La segunda Carta es contra los corruptos y obsecuentes (sindicalistas y políticos) que alaban y rinden tributo a El General pero se olvidan del Pueblo y no cumplen con el espíritu de la Doctrina. La tercera está orientada contra el lujo de las damas que copian mal el sentido de la magnificencia en el atuendo a la Fundadora mientras el Pueblo debe asumir solo los sacrificios de las épocas malas que se avecinan (los objetivos de productividad del Segundo Plan Quinquenal tras la muerte de Evita). La cuarta Carta -ya mencionada- es la que advierte contra el peligro de aliarse con los mercaderes (Viejos y Nuevos), mientras que la última y conmovedora admonición, la sexta Carta -publicada en la clandestinidad y difundida en medios de la Resistencia en el verano del '56-, es un apóstrofe cuasi desesperado contra los Sacerdotes y los Soldados, Traidores que diciendo servir al Pueblo se han olvidado de El General y de la Doctrina, único camino de Liberación. Es a ellos a quienes -en el final, y ya en plan oracular- amenaza con que si, tras haber entregado la Ciudad, se obstinan en no escuchar la Palabra, "se llenarán las manos de sangre de hermanos". Anunciaba así Isaías la represión al levantamiento de Valle y Cogorno y el fusilamiento de civiles de ese mismo invierno. Pero apuntaba mucho más lejos, también. En el tiempo y en el concepto.
En algún artículo precursor de Salvador Ferla -"La Sexta Carta de Isaías, premonición y tragedia nacional", en Cuadernos de la Liberación , N° 13, septiembre de 1975- el autor de los memorables Vencedores y vencidos y El drama político de la Argentina contemporánea destacaba el sentido amplio, mucho más allá de la perspectiva partidaria, de ese texto conmovedor. Si Walsh -dice Ferla- llega con Operación Masacre a la verdad desde afuera de la política, desde la investigación periodística "objetiva", en busca de un orden legal, una justicia "burguesa" independiente, Isaías accede a la verdad partiendo desde arriba (o Arriba, como le gustaría escribirlo a Marechal) de la mera política y señala una culpabilidad colectiva insoslayable, una Caída: todo debe suceder para que la Verdad finalmente se imponga. El Mal no es externo o pertenece sólo a una facción sino que es absolutamente necesario, una prueba más que el Pueblo ha de sortear si y sólo si mantiene la fe en El General y la Doctrina, porque vendrán tiempos difíciles, y muchos claudicarán. Es ahí donde Feria vincula la quinta y sexta Cartas de Isaías con la conmovedora "Canción del nomeolvides" de Jauretche, también publicada durante la Resistencia. En ambos casos se subraya -ante la perspectiva inmediata del Exilio y la Persecución prolongadas- la necesidad de mantener el vínculo del Pueblo Elegido con El General (el Innombrable) preservando la Doctrina, fuente de toda Justicia y Único Camino.
Читать дальше