Juan Sasturain - El Caso Yotivenko

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Juan Sasturain junta en un rebaño de cuentos toda su sabiduría de tahúr del relato. Pocos pueden como el autor de Manual de perdedores esconder una carta y sacarla en el momento justo, o hacer la vista gorda hasta que las circunstancias exijan una acción inmediata. Con la velocidad estilística que lo caracteriza, Juan Sasturain presenta al personaje y a la situación sin que el lector sienta la molestia de hacer una cola de acontecimientos secundarios. La trama es concisa y directa, pero no está exenta de complejidad; la precisión verbal la disimula. Los personajes son héroes a su manera, pero que revelan antes #de un modo misterioso y sutil, de un modo que conoce sólo el narrador de estos cuentos# cuán difícil y azarosa es la vida que a todos nos toca, y cómo nos gobiernan una serie de inminencias y victorias que tienen, a la hora decisiva, cuando la ironía y el humor han desertado, la certidumbre puntual de un golpe del destino.

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Según esta leyenda muy difundida -que Chocón repite-, Isaías habría asistido ese día a la Plaza junto con su supuesto primo y, como él, habría sentido el impacto revelador de ver a la multitud ( el espíritu mismo de la tierra ) movilizada por un Líder carismático. "El sol caía a plomo cuando las primeras columnas de obreros comenzaron a llegar a la Plaza de Mayo…", escribió famosamente un iluminado Scalabrini pocos meses después, en el verano del '46. Acaso Isaías podría haber suscripto un texto como ése. Pero en el momento, aquel caluroso miércoles de la primavera del '45, él no fue a la Plaza ni estuvo cerca de ella. A esa hora estaba en su oficina burocrática de la fábrica diseñando un modelo reducido de la escalera involcable . En principio ni se enteró de que los obreros habían abandonado las máquinas a media mañana para sumarse a la caravana que ya venía por Rivadavia desde el Oeste del Gran Buenos Aires y cuando lo supo ni siquiera atinó a preguntarles adónde iban.

Todo indica, en cambio, que esa Visión Inaugural in situ se produjo exactamente tres años después, en la celebración de 1948, un 17 de octubre ya con el ritual partidario institucionalizado y un balcón poblado y muy nutrido cuya composición -incluso jerárquica- se manifiesta explícitamente en la descripción escenográfica de esa primera experiencia memorable y fundante con la que se inicia el magisterio público del profeta.

Es curioso que haya habido hasta ahora equívocos respecto de la fecha -¡nada menos que tres años de diferencia!- ya que hay datos incontrastables. En el texto definitivo en que Isaías volcó esa primera Visión Inaugural , que primero circuló en volantes callejeros anónimos y después fue difundido como una (primera) Carta Abierta al Pueblo Elegido , firmada enigmáticamente por Un Argentino y publicada para el Día de la Lealtad de 1951 en La Prensa -expropiada y puesta en manos de la CGT por el gobierno peronista- el narrador dice: "…entonces vi a El General en toda su magnificencia rodeado de su cohorte de fulgurantes figurantes…". Nunca dice " El Coronel ", como hubiera sucedido en caso de hablar del 17 de Octubre del '45, Y menciona una cohorte que de ninguna manera corresponde al improvisado balcón de la Primera Cita.

Pero, además, tenemos ahora la evidencia, con la publicación de Chimbote y Varón, de que esa (primera) Carta Abierta es sólo una estilización decantada de un testimonio genuino, de primera mano, que aparece como una de las tantas piezas recogidas en la primera parte del libro Cartas cerradas (es la N° 124-b en el índice documental), en el apartado octavo, el de la correspondencia "sin identificación de destino". Insólito, porque si bien se trata de una copia de puño y letra de Isaías de una misiva sin fecha ni receptor explícito encontrada entre sus viejos papeles -solía guardar copia de todo lo que escribía- hay datos flagrantes que permiten ubicarla. En primer lugar, tiene destinatario: está dirigida al "Querido Petiso Bernini", que los antólogos -parece increíble- no identifican. Cualquier lector más o menos atento de literatura argentina sabe que "el Petiso Bernini" es el nombre del personaje que en el Adán Buenosayres , la novela en clave generacional de Leopoldo Marechal -publicada precisamente en 1948- representa, en la barra de amigos martinfierristas, a Scalabrini, del mismo modo que Adán es el mismo Marechal y Frankie Admundsen es Borges.

Es decir: en esas dos páginas cubiertas de una letra pequeña y pareja, Isaías le cuenta en caliente a Scalabrini su experiencia en la Plaza. Primero, el deslumbramiento ante lo que llama "Su presencia". Luego, la sensación de que "algo Grande" se desplegaba frente a él y que ni la multitud (narra en tono jocoso el incidente de El General diciendo "Que se calle el del bombo…") ni él mismo, arrimado de a poco, insensiblemente, al balcón con la ilusión de "dialogar con Él, ya que sentí que me hablaba a mí", eran dignos de "Su mensaje y Su perfección". Ahí es cuando, de algún modo embobado por el discurso y la presencia de El General, se quema los labios con el vasito de café Sorocabana que le había comprado a un vendedor ambulante y toma el hecho como una señal -"Me quemé. Bah, en realidad, Él me quemó los labios, Petiso, me hizo callar, ¿entendés?"- y se promete interiormente dar testimonio de la Verdad y la grandeza de El General y su Doctrina "una vez que haya estudiado y me haya purificado".

No se sabe cuál habrá sido la reacción del destinatario de tan extraña y fervorosa confesión -de algún modo Isaías le estaba devolviendo, refirmada y exacerbada, su propia certeza- porque no hay respuesta documentada. Incluso podríamos suponer que Isaías escribió esa carta pero nunca la envió. Pero por algo eligió a ese amigo y no a otro como receptor de su deslumbramiento. De todos modos, en ese momento "el Petiso Bernini" estaba ocupado en cuestiones materiales de inmediata resolución, como asesorar a Perón en la nacionalización de los ferrocarriles o en ciertos rasgos puntuales de la redacción del nuevo texto que sancionaría el Congreso Constituyente del '49.

Lo cierto es que este documento íntimo, breve y crucial que recién ahora conocemos no sólo nos permite fechar indudablemente la experiencia de la visión reveladora sino atestiguar la hondura y continuidad de los lazos de Isaías con sus compañeros de aventura intelectual. Tanto es así, que incluso hay quienes -ver el artículo del Grupo Megafón sobre "Onomástica y claves en el Adán Buenosayres "- han encontrado referencias al propio Isaías, casi premonitorias, en el texto marechaliano.

Acaso no haya suficientes elementos probatorios para llegar a tanto, pero es una buena línea de investigación, sobre todo si se tiene en cuenta que otro de los personajes principales de un largo tramo de la novela -coprotagonista en las andanzas del grupo- es el filósofo Samuel Tesler, transparente y piadosa referencia al poeta Jacobo Fijman. Y ahora sí cabe la precisión: este personaje trágico, el extraordinario poeta judío bautizado católico, autor de Molino rojo y Estrella de la mañana , ya por entonces internado desde 1942 en el Hospital Psiquiátrico J. T. Borda y dado por loco incurable, era, él sí, según parece, pariente pobre -lejano primo segundo- de Isaías.

Al menos eso es lo que ambos creían y lo que se desprende de otra carta sin fecha firmada Isaías F encontrada en este caso entre los muchos papeles inéditos de Jacobo Fijman recuperados por su biógrafo y editor, Vicente Zito Lema, a la muerte del poeta en 1970, y que recogen Chimbote y Varón (doc. 315-a): "Sólo Dios y vos saben, primo Yaco, todo lo que te debo", dice en uno de sus párrafos.

Así, y resumiendo, es muy probable que haya sido el mismo Jacobo -y no Scalabrini- quien lo acercó al grupo Martín Fierro, pero también lo es que la gratitud explícita de Isaías debe referirse -la carta puede ubicarse no antes de 1946 ni después de 1952- a otras cuestiones más profundas que un simple contacto con un grupo intelectual. La clave debe de estar en sucesos muy posteriores: y todos los caminos conducen a ese año 1948.

De acuerdo con el testimonio del mismo Zito Lema, y consultado el libro de registro de entradas y salidas de aquellos años, cuando todavía el Borda no era el caos deplorable en que se convirtió, constan visitas más o menos regulares de Isaías a la institución desde fines de los cuarenta. Fue -dice Zito- de los pocos de su círculo que siguió viendo al poeta alienado. Es significativo. En realidad, todo lo que tiene que ver con las dos ramas familiares que confluyen en el personaje lo es.

Como bien consigna Chocón, la madre de Isaías, Berta Fijman, era argentina, hija menor de un inmigrante bielorruso, oficial ebanista, que a principios de siglo ya tenía el mejor taller de muebles de Balvanera. Sus hijos varones, los cinco hermanos de Berta, siguieron largos años con el negocio, una reliquia que aún subsiste en la calle Alsina. Berta se casó muy joven con Julio Ortiz, el padre de Isaías, que era segoviano, mucho mayor que ella y socio de una empresa familiar, por entonces importadora de maderas finas, proveedora de los Fijman. En su momento los unieron, más allá de las creencias religiosas -Berta las tenía, Julio no- el amor, el espíritu independiente, la literatura rusa y la simpatía por el socialismo. Así que no obstante cierta resistencia inicial de la familia de la novia, no hubo oposición a la boda mixta, acaso -o sobre todo- por la evidencia del embarazo de Berta.

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