Sin levantar la cabeza, callados, entorpecidos, maltratados entre risotadas y pares de patadas en los tobillos, culatazos, toquecitos de orto, toquecitos de luz ante los ojos, humillados, nos volvimos. No los queremos ver más por acá. La próxima vez te cortamos los huevos. Y vos zafaste: no tenemos tiempo para romperte el culo, pendeja. Aliviados nos volvimos al auto, nos metieron en el auto. Nunca estuviste acá, hijo de puta . No , dije, no , dijiste. No dijimos más. Tardé en meter primera. La caja hacía ruidos contra la noche y las puteadas, las burlas carraspeaban como los cambios. Cuando salíamos de la tierra nos cruzamos con otro auto que se mandaba. Pobre el del Fiat Fiorino , dije. ¿Vos tenés mi bombacha? , dijiste.
Pescados
A las siete de la mañana del domingo 4 el veterano vuelve por Costanera al norte, obstinado, como si la bici sola eligiera el camino. No lo van a acobardar. Primero, sobre todo por la lengua dolorida e hinchada, pensó en volverse a casa; pero después le dio lástima y prefirió quedarse ahí nomás, cerquita, no perderse la noche tan linda y con ese pique. Tiró la línea frente al Aeroparque, donde había un par de tipos con cañas y reel y comprobó una vez más, mientras miraba el amanecer más hermoso, el de nubes gordas, que para los bagres no hay como la punta, como los muellecitos. Quién sabe por qué ahora esos hijos de puta no quieren que se pesque de noche en la punta… El tipo del reel dice que seguro que quieren privatizar, que van a vender todo eso, que es tierra demasiado valiosa para que los únicos que la disfruten sean los cirujas y una manga de putas. Eso dice el del reel. El veterano no opina nada sobre los cirujas pero lo de manga de putas no le cae bien. Mueve la lengua dolorida y ardiente dentro de la boca desdentada y empieza a recoger la línea. Va juntando todo, despacito, se despide formal con un toque en el gorro de Boca y enfila para el norte de donde ha venido, de donde no lo van a echar así nomás.
Encuentra que la orilla está como si nada. Deja la bici donde siempre, recoge el tachito que le pateó ese hijo de puta. Lo llena de agua y vuelve a meter adentro los bagrecitos llenos de tierra, seguro muertos. Es notable cómo cambia las cosas la luz del día. Hay muy poca gente. Unos pibes tirando piedras al agua y el viejo que suele venir con el nieto allá, más lejos. Se saludan con la mano. El veterano arma por tercera vez la línea, la tira al río y mira el cielo. Va a llover. En un par de horas va a llover. Enciende la radio y mientras fuma escucha el noticiero de Radio Mitre que habla de Boca-Platense, de la transmisión de esa tarde. Su hijo irá a la Bombonera. Él ya no va pero escucha los partidos. La última vez que fue a la cancha fue cuando estuvo el Diego, en el 81. Se arma el mate y atiende al pique. Así pasa una hora: cinco, seis bagrecitos. Todo bien. Ha salvado el día. Cuando empieza a tronar, a oscurecerse, ya son casi las nueve. Junta todo y le da lástima tirar el resto de carnada, los cachitos cortados a cuchillo. Un poco más arriba, sobre el camino, encuentra un diario tirado, enterito. La Nación de ayer. La primera página está rota, le falta un pedazo, pero saca un par de hojas de clasificados, envuelve la carnada y mete todo en la mochila de la Barbie. En ese momento se larga a llover. Fuerte fuerte. El veterano se trepa a la bici y se apura a subir al camino porque enseguida se hace un barrizal, se pone imposible. Pedalea y con cierto esfuerzo, sin perder el equilibrio, le devuelve el saludo al abuelo que corre con el nieto al refugio de más arriba, el que tiene la antena. Tendrá que apurarse. El golpeteo del sol de noche contra el caño de la bici lo acompaña mientras va ganando ritmo y ya llueve parejito, como su pedaleo.
El muerto
Buenos días. Yo vine a ser, yo vengo a ser ya, seguro y aquí colgado a la consideración pública, todavía un poco privada, el cadáver. El cadáver de Cattaneo, el hermano de Cattaneo más precisamente. Me acaban de descubrir bien muerto por los pies, de abajo para arriba. Me bajarán como me subieron, me desvestirán, indagarán mis vestiduras para la ocasión. Contra lo que suelen mostrar los dibujos animados y los chistes no tengo los ojos como dos signos por ni la lengua afuera. Tengo la lengua larga parlanchina, recluida, serena lengua de boca mensajera. Acabo de llegar aunque estaba de antes y tengo mucho que decir. Que no se diga que no soy un cadáver elocuente. Buenos días. Hablo desde ahora, no callo para siempre. No.
Tristano no es Tristano; es Paniagua. Sin embargo, al viejo todos le dicen Tristano en el bar Las Palmas de Sarmiento y Paraná. En realidad, le dicen así pero la mayoría no sabe quién es o era Lennie Tristano. Claro que tampoco conocen -menos aún- a Milton Paniagua, el primer pianista de jazz que dio Bolivia -y el último, según los peor intencionados-. Es decir que el viejo Paniagua apodado Tristano es doblemente desconocido, lo que no es poco ni tampoco difícil de conseguir en estos tiempos. Es cierto que nunca buscó el reconocimiento, pero un redesconocimiento es demasiado incluso para él, que tiende a ser nada: lo que persiste de un hombre flaco, viejo y pobre de palabras y manos lentas que sólo se le animan cuando se cuela a la sala de ensayos contigua al bar y se sienta al piano. Y entonces sí que es parecido -dicen los que dicen que lo recuerdan- al desaparecido Lennie Tristano.
Sin embargo, hay otro equívoco ahí, porque se acuerdan mal: Paniagua no es Tristano por parecerse a Lennie. Si fuera por el perfil -la nariz enfática que gravita y le pesa, inclinada, agobiada por la sobrecarga de anteojos alevosos a lo Stravinsky-, sería un Tristano subrayado, casi un Piana aunque con todo el pelo ya blanco, incombustible y propio de los de su alta tierra. Pero no es por eso, por la pinta, el perfilo el modo de entrarle al instrumento.
No es cierto incluso lo que podría resultar más lógico: que Paniagua se hubiese ganado el apodo de Tristano por tocar como él o intentarlo, una cuestión de estilo. Tampoco. El suyo -que lo tenía- estaba más cerca, si cabe la desmesura, de la parquedad, la homeopatía rítmica y obsesiva de Monk. Tristano, el verdadero Tristano digamos, el clarividente ciego que trotó unos pocos años al fondo a la derecha de las inolvidables formaciones de Parker antes de abocarse naturalmente a la maestría, era demasiado correntoso y metía muchas más notas que las que necesitaba Paniagua para decir todo (que no era mucho, dicen los mismos peores) lo que el boliviano tenía que decir. Y no ha dejado demasiado para poder comprobarlo, excepto algunas apariciones con el quinteto de Hernán Oliva, muy acotadas, que se pueden escuchar en los viejos registros de Trova. Todo en un segundo plano contenido, tapado y sin ganas de asomar siquiera por entre los firuletes del talentoso chileno. Así que no es por eso.
En realidad, Milton Paniagua es Tristano sólo porque Tristano fue su obsesión. Y fue Enrique Villegas, jodón, harto de su insistencia con el gran maestro blanco en territorio negro, el que lo rebautizó de una vez y hasta hoy, cuando no quedan muchos para testimoniar de primera mano cómo era el ambiente del jazz en Buenos Aires a fines de los cincuenta.
Por esa fecha cayó el pianista boliviano a Buenos Aires, corrido por una de las tantas asonadas militares y periódicas trifulcas institucionales de su patria. Hombre del MNR y precoz funcionario de Cultura de alguno de los Paz Estenssoro, Milton Paniagua combinaba Mariátegui y Manuel Ugarte en la biblioteca con anónimos huaynos y Gershwin en la partitura, y Ellington y el inaudito bop en el tocadiscos. Nada de eso se pudo traer en el apuro de la escapada política. En Buenos Aires se convirtió en músico sobreviviente todo terreno y tocó y acompañó en conjuntos estables de Radio El Mundo e incluso estuvo con el versátil Santos Lipesker en Canal 9. Intentando neutralizar tanta devastadora rutina musical con incursiones a las humosas cuevas habilitadas regularmente para dar y recibir acordes más acordes con su sensibilidad, conoció y escuchó al Mono feroz, descubrió en Eduardo Lagos la posibilidad de hacer folklore sin poncho y con piano, y tuvo, acaso con Walter Thiers pero seguramente por Radio Municipal, la primera aproximación, el primer encuentro cercano y definitivo con Lennie Tristano.
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