Cerdos & Peces
A las tres, sin mirar el reloj el veterano sabe que son las tres del domingo 4 por el informativo que viene después de la media hora especial de D'Agostino-Vargas, a las tres llegan los tipos, aparecen desde la loma que está sobre el muellecito. Adelante el resplandor de las linternas, detrás ellos. La puta que los parió. Apenas si ha sacado media docena de bagrecitos y el veterano sabe que se va a tener que ir. Ni clarea todavía y otra vez estos tipos. Primero no los ve, ve las luces, las linternas grandes, profesionales que buscan entre los árboles, y después los ve en silueta y los oye. Son dos esta vez, vestidos de negro como el viernes, y vienen por la orilla cortando líneas, arreando a la poca gente tan temprano vamos, vamos qué mierda hacen acá, vamos rajen rajen, no los queremos ver por acá ya les dijimos, carajo. Cuando llegan no hacen falta comentarios. El más viejo le patea el tachito, los bagrecitos se derraman, coletean en la tierra; el más joven le levanta la mochila de Barbie, se la tira contra el pecho, que abaraje, para que se pire rápido, el más viejo amaga revolearle el sol de noche al agua, el más joven lo apura, le pega con el diario doblado en la cabeza y le hunde los anzuelos que tiene enganchados en el gorrito de Boca. Le duele. Sacá la lengua dice el otro. El veterano la saca y le enganchan un anzuelo al toque. Cuidado con la lengua dice el joven y le da con el diario en la nuca. El veterano no sabe si cerrar la boca, si no, si lo matarán ahora o más tarde, supone, intuye con la boca abierta, mientras los ve irse, que no son policías. Los canas no leen La Nación .
La viva bis
Llegará tarde, no apenas tarde dentro de lo que se permite, exacta y natural, sino muy tarde, casi sobre el final de la sesión. La licenciada Carla se hará apenas a un costado para que pase, deje saludo de pasada que es casi ni saludo y se zambulla al diván como a la pileta: la licenciada Carla conoce el mecanismo, suele sucederle a su joven paciente después de haberse borrado un par de veces. Y precisamente: esta vez llegará y se tirará en el diván una semana después de haber faltado martes y viernes y dirá:
– Es muy fuerte lo que pasó. ¿Puedo confiar en vos, en tu reserva, digo? Porque reconozco que soy muy lengua larga y lo que pasó…
…
– Está bien, está bien, Carla… El sábado pasado hubo una cena con baile, ya te había contado que nos juntaríamos…
…
– Universitarios. Profes, ayudantes, compañeros de todas las facultades. La agrupación nuestra había organizado una salida el Día de la Primavera que se suspendió y hubo que inventar algo para recaudar guita. Los de Exactas solemos ir a veces a los restoranes de la Costanera porque quedan cómodos. Son un poco decadentes pero no te afanan como en Puerto Madero.
…
– Qué sé yo cuántos seríamos. Cuarenta, cincuenta. Bueno: me levanté un tipo. En la fiesta. Me lo levanté yo.
…
– Un tipo raro, medio nabo, medio grande, profesor de literatura o de sociales, creo, con un verso extraño, mezcla de tímido y zarpado… No me gustaba demasiado pero de aburrida, lo histeriqueé un poquito y entró. Habíamos tomado bastante y nos pusimos a bailar.
…
– No sé. Es increíble pero no sé cómo se llama. Seguro que me dijo, claro, pero no sé. Me olvidé. La primera vez que me pasa.
…
– Lo del nombre, digo. Pero eso es lo de menos. Porque fueron todas confusiones. Él creyó que lo había tratado de pajero, cuando en realidad, con la música que había…
…
– Supongo que sí, que fue una cuestión de hormonas. Que cualquiera o… No, cualquiera no, pero poco menos. Y no fue de aburrida. Yo me había ido reyegua, con la pollera corta. Necesitaba hacer algo después de lo que me hizo Raúl. Ya sé que es una taradez pero quedamos en que iba a ir a dormir al departamento de él después de la cena y eso me jodía.
…
– Eso. Sentía que era una manera de ir al pie. Que otra vez, pese a todo, él chiflaba y yo iba. Sin embargo, le di una oportunidad: lo llamé, cuando todavía no sabía qué iba a hacer… Si él me hubiera…
…
– Serían las dos, dos y media. Y él me dice tenés llave y el turro sabía que no tenía, que se la había devuelto la última vez, y le digo no . Entonces me dice si vas a venir apurate porque me voy a dormir y no me vas a hacer bajar… Lo mandé al carajo. ¿Estuve bien?
…
– Ya sé que no tengo que… Entonces nos pusimos a bailar y apretamos un rato con Luis Miguel.
…
– No, él no se llama Luis Miguel, ya dije que no sé cómo se llama. Digo que bailamos con boleros de Luis Miguel. Dele apretar, todo bien, yo me sentía bárbara y con un pedo bárbaro hasta que salimos. Él andaba en auto y no sé por qué, por dilatar la cosa, por hacerme la canchera, no sé, le digo: vamos a ver el río.
…
– Ya sé que había luna ahí también pero quería decir vamos a la orilla del río… Y ahora viene lo que te quería decir.
…
– No, no es eso: sí que lo hicimos, eso sí… Pero no es eso lo que…
…
– ¿Cómo que ya es la hora, Carla? ¿Qué hora es?
…
– No lo puedo dejar para la próxima, Carla.
…
– ¿Sabés dónde terminamos? Ahí, ahí, justo ahí…
…
– Dejame que te lo diga: donde apareció el…
…
– Está bien: conste que me echaste. Nunca me había pasado que…
…
Puerta y fuera. Nunca le habrá pasado tampoco a la licenciada Carla que no supiera, no debiera, intuyera que no quería y que no querrá enterarse, no saber nada de nada.
El vivo, finalmente
Si nos bajamos, si nos bajamos del auto, digo, con lo bien que estábamos en el renodoce después de los cabeceos entre la tierra para conseguir semejante platea solitaria frente al río fue para encontrar con qué abrir las cervezas y la idea fue tuya, atorranta. De pronto ya no estabas ahí a mano, te movías en la noche y entre las luces de los faros como en una pasarela, como si hubieras encontrado tu hábitat, animal; como si te hubieras preparado sólo para ese momento y ese lugar sagrado donde no pasaba nadie, donde pasaría tanta gente. Poné las altas , dijiste para que te iluminara el camino a las ruinas, al refugio. Para que te iluminara a vos, una liebre con las orejitas paradas en medio del camino, mueve el hocico, saluda, echa a correr. Y detrás de las luces fui yo también, claro. La puerta hizo crac al cerrar, y me acuerdo porque sonó muy fuerte en la noche, como las voces con semejante espacio de silencio alrededor. El rumor de los pies sobre la tierra, las ramitas quebradas, tal vez ponga grillos que no había. Te empinaste: Allá, debajo de esas lucecitas rojas, doy clase yo, y señalabas detrás de los árboles, tierra adentro, el bloque más oscuro que las nubes de los edificios donde desculabas algebritas incomprensibles con esa misma voz. Ahí te besé en el cuello y trastabillamos; nos detuvo la pared. Abrila . La abrí, un cowboy no lo habría hecho mejor, de un golpe contra el filo de fierro oxidado. Los tragos y los forcejeos con la ropa nos ocuparan las manos pero recuerdo el ruido opaco de la botella al caer, la sensación blanda previa mientras nos deslizábamos al suelo. Vamos al auto , dije o dijiste; no, acá, dijo el otro. Y quedé arriba, eso sí, pero sentí sin sorpresa, con halago, cómo me usabas, violante algebrita, me besabas con furia, me empujabas la cabeza, me orientabas, te aflojabas, extendías los brazos para atrás. Lo último que vi, creo, fue que te faltaba un premolar superior, a la izquierda de tu boca vista desde abajo. Y no vi más. La oscuridad borró todo. Se acabó la batería , llegué a pensar o dije. Hay unos tipos, dijiste vos. Puedo recordar que en ese instante, cuando otras luces más potentes y móviles nos rociaban, nos recorrían como brochazos de pintura brillante, pensé me ven el culo blanco, lo primero que me ven es el culo blanco . Y me volví. Seguí, lengua larga, seguí , dijo la voz detrás de la linterna. Y enseguida el primer golpe.
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