Por lo que se sabe -el libro de Chocón omite el dato y Chimbote y Varón no lo consideran pertinente- la difusión pública de los mensajes nunca fue orgánica ni Isaías utilizó las estructuras sindicales o del Partido para hacerlos escuchar. Isaías no pensaba en esos términos -no era John William Cooke ni mucho menos Roberto Paladino-; iba más lejos. Porque no eran mensajes partidarios sino que respondían a una concepción mucho más totalizadora. Para Isaías, El General y la Doctrina, en su absoluta perfección, eran la única Salida, y su concepto del Pueblo Elegido iba más allá de cualquier facción o mezquina identidad política.
Así, el procedimiento de difusión por lo general consistía en hacer llegar la cinta a radios, medios gráficos e incluso, en la última etapa, a canales de televisión. A veces las entregaba personalmente, a veces las enviaba por correo. Los mensajes tenían, eso sí, una especie de fecha de vencimiento, lo que es primordial para cualquier profecía que presuma de tal. Comenzó firmándolos -de otra manera no se las recibían- "Un argentino", como las Cartas Abiertas , pero después pasó a firmarlas "JIOF" (alguno creyó, en aquellos años tan propensos a las siglas, que se trataba de una organización armada más) y al final, simplemente, "Isaías", sin ninguna otra referencia.
Y tenían repercusión. Una vez Bernardo Neustadt hizo un programa con una de sus cintas y la puso en el aire para demostrar que cabía hacerle un juicio por apología de la violencia; en otra oportunidad, una investigación de la revista Gente llegó a publicar incluso la única fotografía de Isaías que circuló en los medios gráficos -falsa, vieja y compartida-, para denunciarlo "por subversivo". Todo un estilo. Menos perversamente, Tu-Sam y Horangel debatieron en Canal 9, en las vísperas del regreso de Perón, acerca de la "autenticidad" de los mensajes de El General. Isaías siempre se mantuvo al margen, nunca apareció ni siquiera para contestar.
¿Y Perón? ¿Qué se sabe de la opinión de Perón al respecto? Nada dicen ni Chocón ni Chimbote y Varón al respecto. Porque, en realidad, nunca dijo nada: ni en los mensajes ni sobre ellos. Pero lo evidente es que los escuchó… Hay un trabajo de Bosetti y Castelucci -"Constantes y modificaciones del discurso político estratégico en el regreso de Perón", revista La Marcha , junio de 1986- en donde primero registran los cambios conceptuales y de léxico, las frases hechas, los ejemplos, los "apotegmas" del último Perón respecto del de comienzo de los sesenta, y después rastrean, más allá de las evidentes en su actualización doctrinaria, las posibles fuentes inspiradoras. La lista no es tan larga: Mao y los filósofos chinos, Von Clausewitz y otros teóricos de la guerra, "los griegos", el refranero popular y -sorpresivamente- los mensajes de Isaías. Bosetti y Castelucci demuestran puntualmente, confrontando fechas, que las expresiones "león herbívoro" y "vengo descarnado" e incluso la idea de "la Hora de los Pueblos" están en boca de Isaías antes -si cabe- de que Perón las recogiera como suyas…
Por lo demás, el Viejo Conductor no hace con Isaías otra cosa que con el resto de los emergentes de las diferentes corrientes que por entonces enriquecían (y entorpecían, a la larga) el desarrollo y el accionar del Movimiento en esa coyuntura crucial en que se jugaba el regreso al poder. Perón sumaba. Isaías fue (más que) uno más.
Pero de algún modo -y la animosa biografía de Chocón lo muestra a las claras- la epopeya del Retorno, el fin del Exilio, la apoteosis de El General y la Liberación consecuente son una especie de alocado galope muerto. Muy pocos meses después del último mensaje, todo había acabado. A Isaías le tocó asistir, durante el nefasto 1974, a las muertes (enmascaradas, entre tantas otras violentas) de Jauretche, Hernández Arregui y Perón. Leer el mítico Testamento y las Profecías finales , que datan de los últimos meses de ese año y que fueron encontrados en un sobre cerrado -entre sus ropas, según algunos; en su casa de la calle Riglos después de su asesinato, según otros-, como si hubiera tenido temor o pudor de publicarlos en vida, es absolutamente desgarrador. Uno siente y sabe que en esos textos de algún modo reprimidos para evitar lo inevitable -lo no dicho no sucederá- están escritas las admoniciones que desencadenaron su martirio y el anuncio de la barbarie que vendría, que vino y que parece que vendrá.
El Testamento y las Profecías finales son demasiado conocidos y difundidos (y manipulados) para volver sobre ellos. La malversación y distorsión a que los sometieron los incongruentes Mellizos, atribuyéndose la potestad interpretativa a la hora de distribuir referencias y mesianismos -lo de los noventa, sin entrar en detalles, fue particularmente patético-, no consiguen opacar la riqueza doctrinaria y la virulencia oracular de textos en los que se anuncian la inminente oleada de sangre de la Dictadura, la Guerra de Malvinas y el ulterior (¿y definitivo?) Vaciamiento Ideológico de la Doctrina en manos de falsos Mesías.
Al final queda, como siempre y más allá de aciertos y desaciertos de estos dos textos sobre un personaje tan singular, la cuestión que subyace, transparente y tan opaca a la vez: ¿Quién era este hombre? No es lo mismo haber sido Isaías, que querer ser Isaías y descubrir que se es Isaías. El malentendido -en este caso- radica en que a diferencia de Pierre Ménard -el personaje borgeano que quiere volver a escribir el Quijote , ser Cervantes- Isaías descubre o cree descubrir (qué diferencia hay) que es Isaías, se sorprende siendo Isaías.
Es muy probable -me animo a sugerir la hipótesis- que el contacto inicial e iniciático con el primo Jacobo Fijman en el Borda, en esas reuniones de la calurosa primavera del' 48 -"después" de la Visión Inaugural , vale la pena subrayarlo- haya sido determinante, corroborando en Julio Isaías Ortiz Fijman la idea de una misión oracular que combinaba lo judío y lo cristiano, el destino nacional y su propia misión, El General y lo particular.
Cabe pensar también en sus dudas, en los momentos de incertidumbre; y sobre todo en la trágica certeza al reconocerse en su propio final. Como pasa con los últimos momentos de Carlos Olmedo, de Ortega Peña o de Rodolfo Walsh, los pormenores de la muerte violenta de Isaías son conocidos. No era, como aquéllos, un militante en el sentido estricto pero sí era -para la Bestia- un enemigo peligroso. Cualquiera que lea las Profecías finales , escritas durante el convulsionado 1975 en medio del desgobierno y el terror impuesto por las bandas armadas, siente que Isaías, al denunciar la idolatría y los cultos esotéricos a que se había entregado el usurpador del poder a la muerte de El General (la referencia puntual a Menasés (sic) es un paralelo bíblico, no apunta a un comisario famoso por entonces, como han querido leer torpemente algunos), sabía exactamente lo que le esperaba.
Se sabe que un par de días antes del desenlace -Chocón sigue puntualmente la reconstrucción de los hechos según la investigación de Galasso- Isaías abandonó la casa de la calle Riglos, donde vivía solo (Jeremías y Ezequiel hacía tres meses que estaban en Madrid) y partió con lo puesto y sin decir adónde. Ahora sabemos que ese hombre de sesenta y cinco años que nunca había salido de Buenos Aires decidió no ir muy lejos: se refugió en un sector semiabandonado de los depósitos de Escorsa. La fábrica estaba por entonces cerrada tras un larguísimo conflicto que había comenzado con una convocatoria de acreedores, la quiebra, la toma gremial, la represión de los trabajadores y que terminaría con su liquidación al año siguiente. Con la complicidad del viejo sereno encargado de la vigilancia, Isaías se instaló en los fondos, donde permanecían, arrumbados y cubiertos de polvo, algunos de los prototipos de sus diseños más audaces. Estaba trabajando en ellos cuando la banda armada de media docena de hombres oscuros llegó en dos Falcon la madrugada del 17 de noviembre y fue directamente a buscarlo.
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