Laura Restrepo - La Isla de la Pasión

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Ésta es la historia estremecedora y verídica de un grupo de náufragos sometidos durante nueve años a las más duras pruebas de supervivencia, entre ellas una extraña guerra a muerte en la cual nunca llegan a verle la cara a sus enemigos.
El tragicómico Ramón Arnaud, joven oficial del Ejército mexicano, acepta una misión en una isla desierta, no por casualidad llamada de la Pasión, y parte hacia allá con Alicia, su esposa adolescente, y once soldados con sus familias. Entre tanto, su país entra en el vértigo de una guerra civil, cae el gobierno que los ha enviado y nadie vuelve a acordarse de ellos ni de la isla, donde quedan librados a su muerte.
Setenta años después de ocurridos estos hechos reales pero olvidados, Laura Restrepo les rastreó la pista, entrevistando a los familiares de los sobrevivientes e investigando en los archivos de la Armada mexicana y de la norteamericana, en viejas cartas de amor, en los decires y recuerdos de los vecinos de varios pueblos de México. El resultado es esta aventura fantasmagórica, surrealista y en buena medida inútil, pero pese a todo conmovedoramente heroica.
Escrita durante los años de exilio político de la autora en México, La Isla de la Pasión que habla de lejanías y aislamiento pero también de la dulce posibilidad del regreso, aparece como una metáfora de todas las formas del exilio.

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Toda la población de Clipperton -salvo Gustavo Schultz y Altagracia Quiroz, que viajaban por otros universos- se paró en el muelle para verlos partir.

U.S.S. Cleveland. Alternar, rumbo a Acapulco, 1914.

1. El 21 de junio, hacia las tres de la tarde, estando el Cleveland anclado en el puerto de Acapulco, se acercó un pequeño barco a cargo de L. Hansen, segundo teniente de la goleta norteamericana Nokomis. Estaba tripulado por dos hombres más. Habían partido de la isla de Clipperton 17 días antes. Llegaron en lamentables condiciones físicas, y el segundo teniente reportó haber perdido a un tercer hombre durante la travesía. Reportó así mismo que la Nokomis, de San Francisco, bajo el mando del capitán Jens Jensen, naufragó en Clipperton en la madrugada del 28 de febrero de 1914, con la siguiente tripulación: el capitán Jens Jensen, su esposa y dos hijos; el primer teniente C. Halvorsen, el segundo teniente L. Hansen; los marineros J. Oliver, H. Henrikson, J. Halvorsen y W. Miller, el grumete H. Brown y el cocinero H. Knowles. Dijo que cuando él abandonó la isla, los que se quedaron tenían comida para unos 17 días más.

2. En vista de este informe consideré que era urgente asistirlos, y partí hacia Clipperton a las 9:30 de la mañana siguiente. Previamente notifiqué al vicecónsul británico y a los agentes londinenses de la Pacific Phosphate Co. Ltd., quienes le enviaron 200 bultos de abastecimientos a su representante en Clipperton y a la guarnición del ejército mexicano allí apostada, la cual consistía en dos oficiales, once hombres y sus respectivas familias. El Cleveland llegó a la isla el día 25 a las 11:00 de la mañana.

3. Durante las horas de la tarde, recibí a bordo del Cleveland a las personas mencionadas en el primer párrafo, junto con el representante de la Pacific Phosphate Co. Ltd., señor G. Schultz, su mujer y su hija. Una particularidad llamó mi atención respecto al señor Schultz, ciudadano alemán, quien durante varios años había permanecido en la isla como representante de dicha compañía. Las relaciones entre esta persona y el comandante de la isla habían llegado a tal nivel de antagonismo, que el comandante me informó que, en su opinión, el señor Schultz había enloquecido. A su vez, las opiniones del señor Schultz sobre el comandante mexicano eran bastante agrias. Por tanto consideré prudente llevar al señor Schultz y a su familia a Acapulco.

4. A las 3:20 de la tarde se arrimó un bote mexicano, bajo el mando del capitán de puerto, Ramón Arnaud Vignon. Firmó la entrega de los 200 bultos de abastecimientos. El capitán del puerto abandonó el Cleveland a las 3:55.

Firmado,

Capitán W. Williams

U.S.S. Cleveland, isla de Clipperton, 1914.

El 25 de junio, Ramón Arnaud comía pescado con su mujer y sus hijos cuando divisó un barco en el horizonte. Le produjo la misma conmoción que un ser amado ausente que regresa, porque creyó que era de la armada mexicana. ¡Por fin llegaban a cumplirle! ¿Dónde estaba el capitán Jensen? Ramón ya sabía lo que le diría. Le diría «¿No era mejor esperar? Los míos no podían fallarme…»

De golpe Alicia vio a su marido pasar del júbilo a la postración, y adquirir el color sebáceo de los cirios: Había caído en cuenta de su confusión. Había visto la bandera norteamericana en la embarcación que se acercaba. Era el U.S.S. Cleveland, que se hacía presente para atender el s.o.s. de los tripulantes de la Nokomis.

A pesar de las muchas misivas que Arnaud había enviado a sus superiores a través de los cuatro holandeses, no era su gente la que acudía. Era la gente de Jensen. Este había tenido razón al desconfiar y actuar por su cuenta, pensó con amargura Ramón Arnaud.

Lo golpeó tan fuerte el desencanto que se quedó sentado, sin mover un dedo, mientras los demás se precipitaban al muelle, y siguió así una hora entera, mientras el buque anclaba al otro lado de las rompientes, mientras llegaba a tierra un bote con dos emisarios, y hasta que un soldado le entregó una nota del capitán del Cleveland, junto con una carta enviada desde México.

La nota del capitán -llamado Williams- aclaraba que venía con el único propósito de llevarse a los náufragos de la Nokomis, averiguar por el alemán Gustavo Schultz, entregar provisiones y ofrecer ayuda. La carta era de su suegro, don Félix Rovira, y estaba dirigida a Alicia. Ella la leyó en voz alta:

Niña adorada:

No podía ser más grande mi alegría. Sobra decir que desde ya voy a estar esperándote, así tenga que pasar una semana parado en el puerto.

Por fin se ha de cumplir lo que he soñado durante cada uno de los días de cada uno de estos años. Volveré a verte -a tí, a Ramón y a mis nietos- y a estar con Ustedes, ya sin el temor y el agobio de una nueva partida.

Busqué al coronel Avalos para ponerlo al tanto de las urgencias de Ustedes, pero ya no está en Acapulco. Lo trasladaron y no pude averiguar a dónde. El comandante de la zona es ahora el coronel Luis Griviera, quien reconoció que por el acoso de los rebeldes no está en condiciones de mandar barcos a Clipperton. Dijo que lo mejor sería que Ustedes regresaran en el Cleveland, aprovechando la voluntad de su capitán de prestar ese servicio. La impresión que me hizo el coronel Griviera es que está demasiado ocupado en salvar su pellejo, para preocuparse por el de los demás.

Tampoco he podido hablar personalmente con los tres marinos holandeses que llegaron a este puerto con noticias de Ustedes, pero sé que reportaron que en la isla quedaban provisiones para tres o cuatro días más. Yo le ruego a Dios que no se terminen antes de que lleguen las cajas enviadas por el cónsul británico.

Te escribo a toda prisa, pues hace apenas dos días me comunicaron las novedades. Viajé inmediatamente de Salina Cruz a Acapulco, y las gestiones que te refiero no me han dejado un minuto libre. El barco norteamericano que te lleva esta misiva y que ha prometido traerlos a este puerto, zarpa en unos minutos.

Por ese motivo no te comento nada sobre la situación que atraviesa nuestra patria. Ya nos sobrará tiempo para ello (aunque parece que el tiempo no basta para comprender tantos y tan caóticos acontecimientos).

Te envío, sí, recortes de los diarios sobre la invasión norteamericana por Veracruz. Es algo que tiene indignado al país, y me atrevería a decir que al continente. Creo que a Ramón le conviene estar informado sobre esto, dado que estarán Ustedes navegando con miembros de la armada del país invasor. Sobre las intenciones personales del capitán Williams, creo que son humanitarias y honestas. Sea como sea, considero que es de suma urgencia que regresen con él, pues las posibilidades de que viaje a Clipperton un barco mexicano, se ven remotas en las actuales circunstancias.

Mi corazón sacará fuerzas de donde no tiene para esperar los días que faltan para tu regreso.

Tu padre

– Un momento -dijo Ramón cuando ella terminó la lectura-. Vamos por partes, que no entiendo nada. Le escribí a las autoridades, y contesta tu papá. Pido que me manden un barco mexicano, y llega uno gringo. ¡¿Invasión a Veracruz?! Dame los recortes.

Se devoraron los diarios enviados por don Félix y lograron sacar en claro que el general Huerta seguía oficialmente en el poder, sin el apoyo del país que estaba en manos de los revolucionarios, y sin el apoyo de los norteamericanos, que habían invadido el puerto de Veracruz. Los acontecimientos se habían precipitado el 7 de abril. En Tampico, un oficial y siete hombres del crucero norteamericano Dolphin desembarcaron para comprar combustibles. Al pisar tierra fueron arrestados por funcionarios de Huerta. Dos horas más tarde un general mexicano los dejó libres, lamentando el error y pidiendo disculpas. El presidente Wilson exigió que en señal de desagravio los mexicanos izaran la bandera norteamericana y la saludaran con una salva de 21 cañonazos. El general Huerta contestó: México haría la salva de honor, si los Estados Unidos honraban de la misma manera la bandera mexicana. Dándose por ofendido, Wilson ordenó una intervención armada que tenía preparada de tiempo atrás, y envió su flota a aguas mexicanas. El 21 de abril, los marines ocupaban la aduana de Veracruz. Los cadetes de la Academia Naval resistieron durante doce horas, y el 22 de abril, tras la muerte de 126 patriotas, cayó la plaza. Miles de mexicanos, por todo el país, se ofrecían como voluntarios al ejército huertista para ir a pelear contra el invasor. A su vez, las fuerzas revolucionarias de Venustiano Carranza, que tenían bajo control más de la mitad del territorio, también condenaron la intervención extranjera.

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