Manuel Rivas - Todo es silencio

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En Brétema, en la costa atlántica, hubo un tiempo en que las redes del contrabando, reconvertidas al narcotráfico, alcanzaron tanta influencia que estuvieron muy cerca de controlarlo todo: el poder social, las instituciones, la vida de sus gentes. Fins, Leda y Brinco exploran la costa a la búsqueda de lo que el mar arroja tras algún naufragio, el mar es para ellos un espacio de continuo descubrimiento. El destino de estos jóvenes estará marcado por la sombra odiosa y fascinante a un tiempo del omnipresente Mariscal, dueño de casi todo en Brétema.

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– Aquel día la monté bien, sí señor. Puedes quedártela…

Se levantó. Tiró otra lasca de piedra al mar. Emprendió el camino hacia el automóvil, aparcado en la pista que lleva al faro. Pero antes se volvió:

– El día que sepas tu precio, lo pones en el reverso.

– ¿Y qué?

Mariscal estaba allí, a la espera, en el reservado del Ultramar.

– Se metió a feo y ya no hay quien lo saque -dijo Brinco.

El Viejo iba a decir algo que interrumpió con una tos. Tenía esa habilidad. Se daba cuenta a tiempo de lo improcedente y entonces usaba la técnica de ahogarlo en la garganta.

– El padre… ¿No preguntó nada de su padre?

– No. No hablamos de la Antigüedad.

– Mejor -dijo el Viejo.

Se levantó, hizo pendular la bengala, y miró hacia el búho: «Mutatis mutandis, ¿qué hay de esa compañera, esa otra Pesquisas que lo ayuda?».

– Esa es otra. No para de escarbar. No tiene miedo a nada.

– Algo tendrá.

– Tener tiene un gato. ¡No sabía que había gatos policía!

Brinco había respondido con sorna y el Viejo sabía apreciar ese esfuerzo.

– Una vez, en el cine, alguien tiró un gato desde el gallinero. Deshizo la sesión. No sabes tú lo complicado que es cazar un buen gato.

Capítulo XXXV

Mapamundi con anotaciones fijadas con alfileres: Paraíso fiscal, Off-shore, Puerto base, Barco nodriza, Transferencia, Desembarco, Alijo… También trazos de rutas y viajes, señalados en diferentes colores. La línea negra indica tabaco y «otros»; la amarilla, hachís; y una tercera, en rojo, cocaína. Una verde, desplazamiento de personas. Entre estas últimas, una con etapas Porto-Río-Bogotá-Medellín-México-Panamá-Miami-Madrid, con el indicativo R &M (Rumbo y Mendoza). En otro panel, fotografías prendidas con alfileres de cabezas de diferentes colores, semejantes a los utilizados por las encajeras. Igualmente hay anotaciones y post-it colocados por colores y de tal manera que configuran una cierta simetría. Esta gráfica imita la forma de un árbol genealógico, con una leyenda en la cima: Sociedad Limitada. En este panel de personajes, en la cúspide aparecen las fotos de Mariscal Brancana, Macro Gamboa, Delmiro Oliveira y Tonino Montiglio, con otras siluetas sin identificar. En un nivel inferior, figuran Óscar Mendoza, con un paréntesis con interrogante, y Víctor Rumbo Brinco, que aparecen como un núcleo central del que derivan conexiones a diferentes apartados. Uno más amplio, Círculo S. L., con docenas de fotografías. Entre los muchos retratados secundarios, Leda Hortas, enmarcada en su ventana de espía, y un Chelín Balboa que parece sonreír a la cámara. En un tercer panel, con la denominación Zona Gris, los establecimientos, propiedades y empresas que sirven de tapadera o lavadero. Por último, un gráfico con la denominación Zona de Sombra, con ramificaciones que llevan a Tribunales, Fuerzas de Seguridad, Comunicaciones, Aduanas y Banca. En este caso, el epígrafe parece proyectarse sobre el contenido. No hay anotaciones concretas, sino números codificados.

El mapa, las fotos, los alfileres y adhesivos de colores, el conjunto todo de los paneles indica una laboriosa construcción artesanal y otorga a la pequeña sala de trabajo un aspecto de aula escolar. Ése es el espacio donde emplea muchas horas la subinspectora Mará Doval. Aunque es más joven que él, y una pionera como mujer en el cuerpo de investigadores, Malpica se refiere a ella en confianza como Mnemosine o también la Profesora. Alta y espigada. Pelo rapado. Un espectro de larga melena parece presente en los movimientos de su cabeza, de una inquieta melancolía. En este momento aprovecha la soledad y trabaja descalza. Está pensando en dónde colocar la foto de Mao-de-Morto.

Cuando oyó el toque en la puerta, y el rechinar que provoca la manilla, su primera reacción fue la de buscar las sandalias y calzarse. Así que cuando levantó la vista se encontró ya con los rostros conocidos de Malpica y el comisario Carro. Y un tercer hombre desconocido, uniformado. La mirada de Mará registró el significado de insignias y galones. Él miró, sólo un instante, un reflejo involuntario, las uñas pintadas de los pies de la mujer.

– Mará Doval, señor.

El teniente coronel se puso los lentes y escudriñó, con mucha atención, con un mirar geológico, todo aquel mundo que emergía de lo oculto. Ella estaba al principio y al final de la mirada.

– Todo este trabajo…

– No, no es sólo cosa mía.

Malpica aprovechó para poner a la flaca por las nubes. Era la primera oportunidad.

– La diosa de la memoria, señor. La mismísima Mnemosine. Todo está en esa cabeza.

Ella quiso callarlo con el lenguaje de los gestos, pero Malpica no obedeció.

– Y además, todo hay que decirlo, es la única aquí que de verdad habla idiomas.

Tomaron asiento en una mesa circular. En el medio hay colocado un aparato magnetofónico Uher, de bobinas. Mará pulsa la tecla de reproducción y la cinta se pone en marcha. Dos voces de mujer. Una de las conversaciones de Leda y Guadalupe. Mará mueve los labios en silencio. Se sabe de memoria cada una de las frases que vienen. La persistente referencia a Lima y a Domingo.

– Explique, Fins, quiénes figuran en el elenco -dijo el comisario al término de la escucha.

– Quien llama es Leda. Leda Hortas es la pareja de Víctor Rumbo, conocido en Brétema como Brinco. Un mítico piloto de lanchas planeadoras. Ahora parece que está en stand-by, pero todo indica que cada vez tiene más poder en la organización. El papel de Leda, en ese momento, era el de espía de los movimientos de los patrulleros de Aduanas. Ella llama a un salón de belleza, de nombre Belissima. La otra voz es la de la dueña. Guadalupe, la mujer del señor Lima. Y Lima, señor, es Tomás Brancana. Para todo el mundo en Brétema, Mariscal. El Viejo. El Patrón. El Deán.

– ¿Y Domingo? ¿Quién es Domingo?

Domingo o Mingos son los patrulleros de Vigilancia Aduanera, señor.

– ¿A día de hoy seguimos con ésas? -estalló Alisal.

Mará se había levantado para consultar algo en uno de los paneles. Traía una de las fotos para ponerla encima de la mesa. Pero antes respondió a la pregunta escandalizada del teniente coronel.

– Disculpe, señor. Ya no necesitan espía. Contrataron directamente a un jefazo de Aduanas.

– Supongo que todavía estamos en el terreno de las hipótesis -dijo Alisal.

– Escuche -dijo Fins-. Se mueven con mucha cautela, con muchas complicidades, pero a veces nos dan alguna alegría. Escuche.

Volvió a pulsar la tecla de la escucha. Leda se despide de Guadalupe en tono menos distante del habitual y le dice que será la última conversación.

– ¡Qué sorpresa! ¿Y ahora? -pregunta Guadalupe.

Se nota que Leda está muy contenta: «Nos vamos a mudar. ¡Ya era hora de dejar esta garita!».

– ¿Y qué será de Domingo?

Hay una pequeña pausa. Al fin, Leda ríe y suelta con espontaneidad: «¡A ése le tocó la lotería!».

– Pues el señor Lima no me dijo nada.

Hay otra pausa. Leda, distante: «Ya sabes que esas cosas no se predican». Dice: «Chao. ¡Hasta pronto!». Cuelga el teléfono.

– ¡Qué joya! -comentó Alisal-. Toda una maravillosa indiscreción.

– Una rareza, señor -dijo Malpica-. Porque también tienen buenos servicios en la Telefónica. Cuando van a ser intervenidos, siempre lo saben antes. En este caso tuvimos suerte. Y mucha paciencia.

– Mucho trabajo de pedicura, ¡eh, Mará! -dijo el comisario.

Ella asintió en silencio.

– ¿Y cómo sabemos que Lima es Mariscal? -preguntó de repente el teniente coronel.

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