Gracias a Alain Zilberstein por su extrema cortesía y su influencia siempre benéfica.
Gracias, en fin, a Moytza por su paciencia, su alegría luminosa y su corazón generoso.
El siglo de las quimeras ,
Liubliana, Brujas, Bruselas,
Sant'Anna in Camprena, París, Parma,
2004-2007
En el gran dormitorio de los novicios, Wangchuk temblaba de frío. El aire helado procedente de las cumbres más altas del mundo caía en columnas sobre el valle y rebotaba por encima del río para regresar y azotar de lleno las austeras murallas del monasterio.
Tembloroso, el joven se envolvió en su delgada manta y plegó las piernas contra el torso para conservar un poco de calor. La noche acababa de empezar y aún tendría que esperar largas horas hasta que los rezos de la mañana le proporcionasen un poco de ejercicio. Apenas acababa de volver a dormirse cuando el supervisor Jampa irrumpió en la sala, gritando:
– ¡Los chinos! ¡Nos atacan! ¡Salvaos, hijos! ¡Deprisa!
Wangchuk se puso en pie de un salto y quiso preguntar al viejo monje, pero ya sus condiscípulos se atropellaban sin intentar comprender. Entre el tumulto general, Wangchuk fue empujado hacia delante por una marea humana que no podía contrarrestar. El patio ya era el escenario de una batalla. Bengalas de fósforo iluminaban el cielo negro y los soldados tiraban al blanco sobre los religiosos desarmados. Wangchuk intentó retener a sus compañeros, ordenándoles a gritos que se replegaran hacia el refectorio, pero cada cual pensaba tan sólo en salvar su propia vida y todos reaccionaban por instinto, sin reflexión, sin estrategia. La invasión había sido tan repentina, tan brutal, tan increíble, que no había ni un arma en todo el recinto del monasterio, y no se habían previsto posiciones de cobertura ni vías de escape. Wangchuk vio como los fusileros del Ejército popular abrían fuego sobre sus compañeros. Las balas silbaban a su alrededor, arañaban las columnas de piedra del claustro, hacían saltar los mampuestos, astillaban las estatuas de madera polícroma. Unos cuerpos se derrumbaron delante de él y la sangre salpicó su camisa de dormir. Se agachó y corrió un trecho en dirección al huerto. Una vez allí, con el corazón acelerado, intentó escalar el muro exterior, pero dos de los asaltantes se precipitaron sobre él y lo tiraron al suelo. Un dolor punzante le taladró la pierna; una bayoneta china acababa de atravesársela. Wangchuk se debatió contra los soldados como un auténtico diablo. Su mano encontró el mango de un pico olvidado contra el muro; la rabia y el miedo le dieron fuerzas para recuperarse. Blandiendo la herramienta como si fuera un hacha de guerra, clavó el hierro en el pecho del primer asaltante y, con un hábil movimiento a la inversa, en el vientre del segundo. Después, saltó el muro y se perdió cojeando en la noche.
Cuando regresó, por la mañana, todos estaban muertos. El edificio de los monjes y el templo no eran más que un montón de ruinas humeantes. Las salas de estudio y las despensas ardían aún. Por todas partes se veían cadáveres abandonados a merced de los carroñeros. Durante tres días y tres noches, sin beber ni comer, Wangchuk preparó las piras funerarias de sus compañeros y de sus maestros. Después de haber encendido la última hoguera, juró vengar a sus hermanos. No obstante, ante la dificultad de la tarea, en el fondo de su corazón dudaba de poder cumplir nunca aquella promesa.
– Sin embargo, los vengarás, puedes estar seguro -dijo una voz muy suave.
Wangchuk se dio la vuelta. Una pálida desconocida, de belleza incomparable, permanecía ante él, tan cerca que podría tocarlo. Su sonrisa era radiante y sus grandes ojos negros brillaban con una llama intensa.
– Mi nombre es Sonam -dijo la muchacha-, y si me amas como yo te amo ya a ti, nuestros hijos serán reyes…
***
[1] Colinde :villancico tradicional rumano.
[2]Buena y dulce compañera, soy tan feliz ahora, / que quisiera que no llegasen ni el alba ni el día; / porque tengo en mis brazos a la más hermosa / que haya nacido de madre, y por eso no me importan / ni los locos celos ni el alba. (N. del T.)
[3]«Cierto es, sin duda, y en verdad que lo de abajo es igual a lo de arriba y que lo de arriba es igual a lo de abajo para la realización del milagro de la unidad. Y del mismo modo que todas las cosas han salido del Uno, así también las cosas, mediante un proceso de adaptación, nacerán de la unidad. Su padre es el Sol, su madre la Luna. El viento la ha llevado en su vientre, y la tierra es su nodriza. El padre de todas las cosas maravillosas del universo está aquí. Su fuerza es absoluta; se ha transformado en tierra. Separa la tierra del fuego, lo fino de lo tosco, con cuidado y con agudo ingenio. Se alza desde la tierra hasta el cielo y desciende de nuevo sobre la tierra para recibir la fuerza de lo de arriba y de lo de abajo. Así serás poseedor del esplendor del mundo y huirá de ti toda oscuridad. Ésta es la más fuerte de todas las fuerzas poderosas, pues domina todo lo fino y escruta todo lo tosco. Así fue creado el mundo. Éste es el modo por el que se realizan maravillosas combinaciones. Por esto soy llamado Hermes Trismegisto, pues las tres facetas de la filosofía del universo poseo. Concluido está, pues, lo que yo he anunciado de la obra del Sol.» (N. del T.)
[4]Personaje de Madame Bovary. Burgués petulante e ignorante con ínfulas de sabiondo, es responsable indirecto del suicidio de Emma Bovary. (N. del T.)
[5]En castellano en el original. (N. del T.)
[6]En castellano en el original. (TV. del T.)
[7]El médico, pedagogo y escritor francés Alian Kardec (1804-1869) fue uno de los investigadores clave de su tiempo sobre espiritismo. En su obra El libro de los espíritus (1857) codificó y estructuró todo el material que había ido recopilando sobre el tema. (N. del T.)