Marcela Serrano - Antigua vida mía

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De la noche a la mañana, Violeta Dasinski se vuelve noticia a causa de una tragedia tan inevitable como providencial, y su amiga Josefa Ferrer -con los diarios de Violeta en la mano- empieza a contar su historia… es decir la de ambas.
Aunque Josefa, una exitosa y angustiada cantante chilena, es la narradora, a su voz y la de Violeta se agrega la de `nosotras, las otras` (madres, abuelas, bisabuelas), suerte de coro griego y testigo de la experiencia femenina a través de las generaciones.
El relato, en un vívido contrapunto, irá trazando las búsquedas a un tiempo paralelas y divergentes de Violeta y Josefa, desde la infancia común en el Santiago clasista y turbulento de los años sesenta hasta el `viaje terapéutico` a la ciudad de Antigua.
El amor y la traición, la sexualidad y el dolor, la utopía y la muerte, las perversiones de la modernidad y la tensión entre lo privado y lo público: las vidas de Josefa y Violeta dibujan, como en un huipil multicolor, los anhelos y conflictos de la mujer contemporánea.

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– Josefa, la mamá está con pérdidas.

– ¡Mierda! ¿La vio el doctor?

– Sí, pero está encerrada en la pieza, ha llorado todo el día y no me deja entrar.

– ¿Y Eduardo?

– No llegó anoche… No sé dónde está. Ven a verla, sé buena.

Estaba haciendo la maleta, y me preparaba para ver a Andrés terminada esa tarea. Siempre me costaba separarme de él. Necesitaba que me regaloneara y me reafirmara cada vez. Además, era meticulosa para hacer mis maletas. Nada podía faltarme: desde los antidepresivos a las sales de fruta para mi porfiada acidez, de los tapones para los oídos hasta los tampax (varias veces me había sucedido que se me adelantara la menstruación por el estrés de subir al escenario). Del vestuario y el maquillaje se ocupaba Mauricio, quien me acompañaba en cada gira (era una condición de mi contrato). Pero aun así las maletas requerían toda mi concentración.

– Parto mañana al alba, Jacinta. Ya sabes, los horarios malditos de los vuelos nacionales…

– Hazte un tiempo, Josefa, apuesto a que a ti te abre la puerta.

No había notado la presencia de mi hijo Borja en la pieza. Seguía atentamente la conversación telefónica. Y su mirada -el juicio que encerraba esa mirada- bastó.

– Voy al tiro.

Debería haber cancelado mi recital. El cuadro que me encontré donde Violeta me espantó. ¿Por qué no la traje a mi casa? ¿Por qué no la rescaté?

Efectivamente, me abrió la puerta de su dormitorio. Me repelió el aire denso, encerrado, fétido. Volví a pensar en los perritos de la Amiga cuando la vi agazapada, buscando refugio y calor. Pero a ella ninguna madre nutritiva iba a acogerla. La pieza y la cama estaban desordenadas. Su cabeza, despeinada. Ni el ámbar ni el marfil: su rostro, sucio por el llanto -como el de un niño-, de nuevo amoratado.

– Violeta, ¡te volviste a golpear!

No me respondió, como si bastara con las evidencias.

– No perderé esta guagua, pase lo que pase -dijo por fin. Me pareció positiva su determinación.

– ¿Estás sangrando?

– Sí. Sé que nunca más me voy a embarazar, lo sé. Por eso quiero conservarla aunque sea lo último que haga en la vida.

– ¿Por qué estás con pérdidas? ¿No te has cuidado?

Guardó silencio y escondió la cara en la sábana.

– ¿Qué pasa, Violeta? ¡Cuéntame!

– Eduardo. Es culpa de Eduardo… Me cuesta hablar, Jose, me siento desleal…

– ¿Por qué crestas le guardas las espaldas? ¿Hasta cuándo juegas a la sometida? ¡No te viene ese papel!

– No me agredas… -apenas un hilo de voz, y yo no podía con mi propia dureza.

– ¿Qué pasó?

– Fue anoche… Me entregó unas páginas de su novela para que se las corrigiera, yo estaba muy cansada, le dije que al día siguiente, que quería dormir. Se quedó en el escritorio, enojado, y yo me vine a acostar. Entre sueños lo sentí salir. Volvió tarde. Me despertó, venía con trago. El gin se olía desde la puerta. Quiso hacer el amor, le dije que no debíamos. Se puso obsceno, tú sabes… Luego, muy violento… -a Violeta le temblaba la voz, iba soltando las palabras con dificultad, con vergüenza-: Me dijo que este embarazo era una estupidez… Le dije que por eso me había casado con él. Se enfureció.

– Es un concha de su madre… -la rabia me subía por el cuerpo-. Te violó, ¿cierto?

– Sí.

– Y tú, ¿qué hiciste?

– Lo que hace cualquier mujer frente a la fuerza bruta: resistir y resistir. De repente pensé que eso le haría peor a la guagua y me entregué… Fue como si no estuviera ahí. Cuando ya todo había pasado, le dije que si esto volvía a suceder yo lo mataría.

– ¿Y te tomó en serio?

– Me pegó.

– Hay que denunciarlo a la policía.

– Es mi marido, Josefa, no llegaríamos muy lejos.

Le tomé la cabeza, le arreglé el pelo, como a una criatura dejada de la mano de Dios.

– ¿Qué vas a hacer, Violeta?

– Conservar esta guagua. Lo demás, lo voy a pensar después. Por ahora sé que volverá arrepentido y avergonzado, y eso me dará una tregua.

– Voy a hablar con Andrés. Él puede ayudar.

– ¡No! No abras la boca. Te lo digo en serio. No le he contado nada a nadie, Eduardo no es sólo mi marido, será también el padre de mi hijo. No quiero que se sepa nada. No hables con Andrés, por favor.

– Está bien, está bien. Si tú quieres…

Y me fui al norte.

14.

Las últimas páginas del diario de Violeta no tienen fecha. Ha cambiado el color de la tinta y pienso en sus dedos siempre sucios, con el rastro de lápices y lapiceras. La tinta de las últimas páginas es color café.

Son frases cortas, pequeños párrafos… Nada de lo que escribe se aparta de la abstracción. ¿Fue a propósito? ¿Su propia finura le impidió un testimonio más carnal? Quién sabe cuántas cosas no incluyó en su diario; quizás esa misma omisión fue lo que sugería -debiera sugerirme- la acción que no estaba descrita.

Menos mi vientre.

Que se profane mi cuerpo, que se profane la existencia misma.

Menos mi vientre.

*

Busco la luz cantarina, la del amanecer. Si ella me limpiara… ella nunca me ha fallado.

Las horas transcurren él con él, yo sin él.

*

En el sexo se está muy sola.

*

En mis horas de extravío acaricio mi estómago, tomándolo, aprehendiéndolo, anidándolo. Hubo un instante de una eternidad bendita: el instante en que se gestó. Aquello es lo que mi corazón tiene presente.

*

Ya no queda un solo demonio en el infierno. Se fueron todos a mi cabeza.

*

Toda sangre termina por llegar al lugar de su quietud, dice el Chilam-Balam. Debo creerle.

*

Uno a uno rompió los pétalos: el deshojador.

*

Introducirse en lo interior de un espacio. Introducir un cuerpo en otro por sus poros. Con exceso, con atrevimiento, con osadía. Lo que ha hecho no es sólo penetrar. Ha desmigajado.

*

Supongo que habrá alguna conquista -alguna que sea- que se haga de una vez para siempre, ¿o es que todas deben requerir nuestro esfuerzo diario para retenerlas?

*

Le tengo miedo a la pesadilla. Vuelve y vuelve. Sueño que estoy pariendo culebras, pequeñas serpientes resbalosas saliendo de mi vagina. No, no son niños, son culebras.

*

Estoy vigilante. Estoy en alerta. Estoy en la víspera de.

Pienso obsesivamente en la muerte y sus aliados.

No le temo al peligro heroico. Le temo al peligro feo.

*

Presiento al espíritu malo, al Invasor. Busco mi refugio. El último bosque: el lugar del cobijo, donde las sombras nos sugieran la utopía del sol que se colará por las copas y nos calentará algún mediodía, donde nos burlemos de las lluvias con la certeza de que no han llegado para quedarse, donde habrá techo para todos, donde nadie dejará de guarecerse, donde la geografía será más solidaria que temerosa. El lugar de la compasión. El lugar donde no aceche la añoranza.

Más que a nada, le temo a la orfandad ética.

*

Las mujeres son diosas al parir. El poder de dar vida es el poder total. Soy todopoderosa.

Invoco a la diosa Deméter, que me auxilie.

Estoy preparada. Ya se secó la última flor rosada de la azalea, ya puedo cerrar.

*

El cuerpo es una trampa, es una trampa, es una trampa.

*

EL ABUSO MATA ALGO MUY VALIOSO: LA MISERICORDIA.

*

Y en la página anterior a la página en blanco, con una letra enorme y desquiciada, leo su último dolor, el último que escribió:

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