Lan Chang - Herencia

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Herencia narra el rastro de una traición a lo largo de generaciones. Sólo una mirada mestiza como la de la escritora norteamericana de origen chino Lang Samantha Chang podía percibir así los matices universales de la pasión, sólo una pluma prodigiosa puede trasladarnos la huidiza naturaleza de la confianza.

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Me había dejado marchar, pero jamás dejó de susurrarme al oído. «Escucha -decía-. Escucha y observa.» Desde que yo era niña, siempre habíamos mantenido un acuerdo tácito: yo conservaría su historia igual que ella había conservado la de mi madre. Por eso volcaba en mí silenciosamente sus historias y secretos. Yo me aferraba a ellos por mi madre, transigiendo con su frialdad y su ira, aceptando su advertencia de que no me enorgulleciese demasiado de lo que veía. Me dejó ser yo misma, alejarme de su lado, siempre que no tuviese que sobrellevarlos ella sola. Me había tambaleado bajo el peso de sus historias, pero ahora que había muerto, ¿qué sería de mí? Yo había sido el testigo de su existencia y ahora que ésta había concluido, esa labor tan penosa no le importaba a nadie salvo a mí.

Hay que reconocer que en su día lo sacrifiqué todo por lealtad a mi madre. Ella era a quien yo más había querido pero, a pesar de mi sacrificio, se murió sin llegar a entenderlo jamás. Me preguntaba qué sabrían Mudan y Evita de todo eso. ¿De verdad entendía Mudan la historia del silencioso colgante que llevaba en el hueco de la garganta? ¿Qué le contaría un día Evita a su hija acerca de su propia madre? Evita era un producto de su generación, tenía esa mirada: la velada reserva de quienes han aprendido, por necesidad, a adivinar los misterios de dos culturas a las que no pertenecen por completo. Para ella, el pasado era tan misterioso como la hermosa cara que veía en el espejo, el rostro de sus antepasados.

El sonsonete áspero y grave de la salmodia nos llenaba los oídos:

Se bu i kong
kong bu i se
se chi shi kong
Kong chi shi se
Shou xiang xing shi.

¿Cómo había podido consolarse mi madre con esas palabras que procuraban la nada, y, al mismo tiempo, afirmarse en la vieja ira que la sostenía?

Nos había enseñado que el amor más poderoso se fundamenta en la posesión. Nos mantuvo a salvo durante aquella guerra espantosa y el posterior tumulto. Lo único que nos pidió a cambio fue nuestra lealtad incondicional. ¿Quién puede cumplir semejante contrato de amor? Uno tras otro, todos la defraudamos. Chanyi la abandonó, Yinan la traicionó, mi padre demostró no ser más que un hombre. Hwa le ocultó un secreto y yo la avergoncé. Ninguno la habíamos amado como quería ser amada.

El sonido de los tambores captó nuestra atención. Nos reunimos en torno al féretro. Me imaginé su cuerpecillo dentro como lo había visto por la mañana, consumido y extraño, envuelto en una crisálida de ropajes. La seda, de un violeta intenso, estaba bordada con aves fénix, unicornios y lenguas de fuego. El féretro se deslizó por delante de la concurrencia y la portezuela se cerró tras él. Nos inclinamos para verla, no con curiosidad sino con una especie de aprensión. Lo mismo ocurría cuando estaba viva y tantos de nosotros nos encogíamos en su presencia, pero ahora su cuerpo, sellado para siempre, no revelaba nada. Llegué a preguntarme si no habría tenido ensayado desde un principio ese instante de supremo hermetismo.

Normalmente, quien aprieta el botón que hace bajar el ataúd al horno subterráneo es el hijo mayor. Mi madre no había tenido hijos, así que fui yo quien lo apretó. No hubo forcejeo alguno, ni el menor rastro de un espíritu enfurecido. Tan sólo un clamor de silencio cuando el ataúd inició el descenso, y, acto seguido, el rugido de las llamas.

Esperé a que se doblase el mundo, como si mi madre siguiese agarrada a él. Durante un largo instante, percibí una lenta distensión, un brote de alivio. La cabeza me pesaba menos, como si las largas trenzas que me tuviesen amarrada se las hubiese llevado el viento. Mi madre había sido como una estrella oscura que nos arrastraba a todos. Pronto podríamos alejarnos con total libertad de ella, tan ciega y tan torturada, tan cruel y tan mortal.

Al salir del templo, me sobresaltó la luz. El sol lucía alto y débil tras las nubes blancas, una esfera difusa engastada en un huevo inmemorial. Bajo el pálido cielo de otoño, marché con los demás hasta la fila de limusinas que nos esperaban. Me movía lentamente, tanteando el terreno, pero la tierra no tembló. Tan sólo el eco apagado de los tambores resonaba en mis oídos.

Agradecimientos

Quiero dar las gracias, por su generoso apoyo durante la redacción de esta novela, al Programa de Escritura Creativa y al Consejo de Humanidades de la Universidad de Princeton, al Radcliffe Institute for the Arts, al National Endowment for the Arts y a la Rona Jaffe Foundation. La MacDowell Colony, la Corporation of Fado y la Ucross Foundation me proporcionaron un tiempo y un aislamiento muy valiosos.

Me complace igualmente dar las gracias a Sarah Chalfant y Jin Auh por sus esfuerzos y su estímulo, y a Jill Bialosky por su inestimable paciencia e infalible instinto.

Este libro no podría haber sido concebido ni escrito sin el certero asesoramiento de mis padres, Helen Chung-Hun Hsiang y Nai-Lin Chang. Estoy, asimismo, en deuda con la catedrática Eileen Cheng-yin Chow de la Universidad de Harvard por su inteligencia y conocimientos, y con Siqin Ye, por su ayuda con el mandarín y su duro trabajo. También quiero dar las gracias al difunto Wen Guangcai, de Hangzhou, por ayudarme en mi documentación sobre China y, en particular, sobre el Hangzhou de las décadas de 1920 y 1930.

Estoy especialmente agradecida a los siguientes amigos y amigas por sus perspicaces y generosos comentarios al manuscrito: Eileen Bartos, Andrea Bewick, Nan Cohen, Craig Collins, Alyssa Haywoode, Ray Isle, Elizabeth Rourke y Kris Vervaecke.

En los últimos siete años, he mostrado con frecuencia mi agradecimiento por su sabiduría a Eavan Boland, Connie Brothers, Deborah Kwan, Margot Livesey y Gay Pierce. También me he mantenido a flote gracias al apoyo moral de Augusta Rohrbach, Scott Johnston y mis queridas hermanas Ling Chang, Huan Justina Chang y Tai Chang Terry.

Por último, quiero dar las gracias a Robert Caputo por su sentido del humor, su perspicacia y su confianza inquebrantable.

Lan Samantha Chang

1Juego oriental en el que dos jugadores colocan alternativamente fichas - фото 2
***
1Juego oriental en el que dos jugadores colocan alternativamente fichas - фото 3

[1]Juego oriental en el que dos jugadores colocan alternativamente fichas blancas y negras en un damero de veinte por veinte escaques y que gana quien acota un área mayor. [ N. del T.]

[2]Vestido tradicional chino de mujer, de talle ceñido y sin mangas. [ N. del T. ]

[3]Término que define a los individuos étnicamente chinos para diferenciarlos de otros grupos étnicos (manchúes, mongoles, tibetanos, etc.) con los que comparten nacionalidad. [N. del T.]

[4]Se dice de los huevos que, de acuerdo a una receta china tradicional, se mantienen enterrados durante un mes o dos (o incluso más) antes de servirse. [ N. del T. ]

[5]Voz sánscrita que designa a los seres que por pura compasión renuncian a acceder al nirvana para salvar a otros, y que son adorados como deidades en el budismo mahayana. [N. del T.]

[6]No existe en China, ni siquiera hoy día, la costumbre de colocar pañales a los bebés, sino una suerte de calzón con una gran abertura en el fondo por donde evacúan cuando y donde sienten necesidad. [N. del T.]

[7]Tzu-ven Soong (1894-1971), una de las personalidades más relevantes del Partido Nacionalista chino. Llegó a ser ministro de Economía y, posteriormente, de Asuntos Exteriores del gobierno de Chiang Kai-chek. [ N. del T. ]

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