Lan Chang - Herencia

Здесь есть возможность читать онлайн «Lan Chang - Herencia» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Herencia: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Herencia»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Herencia narra el rastro de una traición a lo largo de generaciones. Sólo una mirada mestiza como la de la escritora norteamericana de origen chino Lang Samantha Chang podía percibir así los matices universales de la pasión, sólo una pluma prodigiosa puede trasladarnos la huidiza naturaleza de la confianza.

Herencia — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Herencia», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

A raíz de la intempestiva visita de mi padre, mi madre me dejó de hablar. No me devolvía las llamadas ni me contestaba las cartas. Intenté hablar con Hwa, pero a Hwa todavía le escocía la ira de mi madre. Cuando ésta se enteró de que Hwa había estado al corriente de mi viaje a China, la reprendió con dureza. ¿No has hecho ya bastante?, me preguntó mi hermana. ¿También tienes que hablar de todo lo que has hecho?

Pues sí, tenía que hablar de ello. No para regodearme, como sospechaba Hwa, sino porque mis conversaciones con Yinan, Yao y mi padre habían desatado sentimientos más oscuros que yo no lograba aplacar. La única capaz de darles salida era mi madre. Pero ella ya había tomado una decisión: sólo hablaría conmigo cuando le viniese en gana. De modo que, durante muchos meses, esperé a que me citase.

Hwa me contó que mi madre apenas reaccionó ante la noticia de la muerte de Yinan. Es muy probable que ya hubiese tenido algún presentimiento de su inminencia, alguna intuición o tal vez un sueño. El día en que se enteró de la noticia, mantuvo todas sus citas. Se vio con su abogado. Regañó a su agente de bolsa por vender unas acciones de la empresa de Pu Li, llegando incluso a amenazarlo con el despido, y el agente le mandó una cesta de frutas como disculpa.

Pero las semanas siguientes pareció como si la vieja ferocidad de mi madre diese paso a una mera actitud vigilante. Puede que ella también lo supiese. Ese verano mandó que le sacasen una foto en blanco y negro. Una vez a la semana, le pedía a Hwa que la llevase al templo grande. Allí guardaban las cenizas los monjes, junto a una arboleda situada a varios cientos de metros del templo en sí. Las metían en unos compartimentos que me recordaban a los armarios de las viejas boticas. Mi madre donaba dinero para garantizar que sus propias cenizas ocuparían un lugar destacado. Hwa me contó que había encargado un pisapapeles de cristal soplado para que lo colocasen en la repisa que había delante de su compartimento. Dentro del globo de cristal brillaba, impecable, una flor de vidrio rojo.

Hwa me llamó en octubre, cuando mi madre sufrió el derrame.

– Más vale que vengas ahora mismo.

Tom estaba en unas jornadas de la universidad donde daba clases, así que aterricé yo sola en San Francisco en un espléndido día de otoño y cogí un taxi hasta la casa de mi madre.

El portero estaba de pie sobre una alfombra de seda oscurecida y arrugada por las ruedecillas del material clínico y el ir y venir de las pisadas. Hwa, toda lívida, me esperaba a su lado. Nos miramos cara a cara y nos saludamos con la cabeza. Del interior de la casa me llegó el zumbido de una máquina.

– Mamá ha perdido la vista -dijo Hwa-. No saben si será pasajero o no. Pero puede hablar, está consciente.

– Me alegro de verte -le dije a mi hermana.

Hwa miró a la alfombra.

– Vamos -dijo.

El dormitorio de mi madre estaba en silencio y perfectamente recogido. Caía un poco de luz sobre su colcha de raso beis bordada con el ideograma de la longevidad repetido cien veces. Al aproximarme a ella, vi que el misterioso proceso que la mantenía con vida se había replegado. Mi madre se había convertido en una pálida y alargada filigrana de huesos cubiertos con una capa de carne blanca como la cera. Pero cuando llegué a la cama, abrió sus temibles ojos.

– Mamá -dijo mi hermana-, soy yo.

La voz de Hwa sonó aguda y débil.

– ¿Quién está contigo?

– ¿Has dormido bien? Tienes mejor aspecto.

Los ojos de mi madre se movieron hacia Hwa.

– No me mientas, so pánfila -le soltó de repente.

Di un respingo. Hwa salió corriendo de la habitación.

Mi madre apartó la mirada de Hwa y la fijó algo alejada de donde yo estaba.

– Soy yo -dije-, Hong.

Me senté en la butaca que había junto a la cama. Estuvimos un rato en silencio. Miré por la ventana y vi la silueta de un roble recortada contra las colinas, que habían agotado toda la gama de verdes hasta llegar a un amarillo leonado. Las ramas, nudosas y retorcidas, se estiraban hacia el cielo de la tarde. Percibí la antigüedad del árbol, el declinar del día, y una energía incómoda y refunfuñona que se dirigía a su final.

Era verdad que nos habíamos hecho enemigas, aunque ése nunca había sido mi deseo. Mi madre no tardaría en pasar a mejor vida… y yo ya no correría peligro. Pero seguíamos enfrentadas. Lo notaba en el runrún de los aparatos; lo sentía en el aire, en el crepúsculo que se avecinaba. Sentía la necesidad de derrotarla, de atacar, como si no me pudiese creer que el núcleo oscuro y violento de mi universo fuese a desaparecer jamás.

– Estamos enfadadas la una con la otra -dije.

– Sí.

– Ya sé que no te pareció bien que fuese a verlos, pero todos estos años tú misma has debido de pensar en ellos muchísimas veces. ¿No te alegraste siquiera un poquito de que lo hiciese? ¿De haber podido verlo una vez más antes de morir?

– Nuestras vidas no son asunto tuyo.

– Pero es que vuestras vidas son lo único que recuerdo. Son el centro de todo lo que sé.

No dijo nada pero movió ligeramente la cabeza hacia un lado: un asomo de su viejo gesto de impaciencia.

– Te crees que sabes mucho -dijo.

– ¿Ni siquiera querías saber si habían sobrevivido? -le pregunté-. Pues sí, sobrevivieron, para que lo sepas, a pesar de todas tus decisiones. Ni siquiera tú puedes controlar completamente a los demás.

Me acordé de que mi padre ya le había insinuado eso mismo una vez, en aquella última tarde lluviosa en Shanghai. ¿Cómo le habría sentado escucharlo ahora, entre tinieblas? Un espasmo de debilidad, o tal vez de dolor, le atravesó el rostro, pero no me pude reprimir. Me estaba acordando de mi padre, con su abrigo de lana; de mi tía Yinan, llorando después de cuarenta años. Me estaba acordando de Hu Ran, que se murió ahogado mientras los muebles de mi madre burlaban tranquilamente el bloqueo; veía a mi hermano Yao, con la vida destrozada y los ojos inyectados de sangre, diciéndome que ya era demasiado tarde para él.

– No lo entiendo -le dije-. Cuando los tratas con crueldad te haces daño a ti misma. No tienes en cuenta tus propios sentimientos. Los amabas más que a nadie y los sigues amando. Los amas a los dos y, sin embargo, les has arruinado la vida.

– Dime -replicó mi madre-, ¿qué habrías hecho tú? Te crees que me conoces muy bien, pero ¿te conoces a ti misma? ¿Cuánto habrías sacrificado tú para quedarte con aquel a quien más deseabas?

Abrí la boca pero no logré articular palabra.

Mi madre miraba al frente, con coraje, hacia la oscuridad. Puede que entonces volviese a sacudir la cabeza; el caso es que se le cayó hacia a un lado, señal de que había llegado el momento de marcharse. Cerró los ojos.

– Tú siempre fuiste su hija -dijo, casi para sus adentros-. No lo entenderías.

Tenía razón. Qué poco sabemos de los que nos preceden. De manera que mi madre y yo firmamos una especie de tregua. Nos quedamos esperando en silencio, escuchando cómo la noche desplegaba sus alas sobre nuestras cabezas. Antes de salir de la habitación, le di el rosario de pequeños budas que tenía encima de la mesilla. No podía mover los dedos pero le gustaba tener las cuentas en la mano. Su regularidad la confortaba, igual que las plegarias que había repetido en las últimas décadas. Ahora me di cuenta de que no rezaba por obtener la liberación ni el perdón ni una muerte plácida. Las oraciones le daban fuerzas. De alguna forma, afianzaban su firme propósito de vivir hasta el final sin cambiar un ápice.

Los tacones de Hwa resonaban en el suelo inmaculado de la cocina. Estaban encendidas todas las luces, y casi dolía mirar los grifos de limpios y relucientes como estaban. Hwa se despistó y se le salió el agua de la tetera. Al ir a dejar en la mesa un plato de cristal con dulces de ajonjolí, se le cayó uno al suelo. Me agaché y lo recogí para que no le diese mayor importancia. Cerró un cajón tan bruscamente que pegué un bote. Fue con paso decidido hasta la lumbre y se plantó ante la tetera, a esperar.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Herencia»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Herencia» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Herencia»

Обсуждение, отзывы о книге «Herencia» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x