Sergio Pitol - El viaje
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– Tu desgracia no es más que una desgracia a medias. La vida es larga y habrá de todo en ella, bueno y malo. ¡Qué grande es la madre Rusia! -añadió mirando a ambos lados del camino-. La he recorrido toda, la he visto toda, y puedes creerme, hijita, habrá de todo: bueno y malo. Yo he atravesado a pie Siberia: estuve en el Amur, en el Altai, me fui a Siberia de colono, labré aquellas tierras; y terminé echando de menos a la madre Rusia y volviéndome a mi pueblo. Regresamos a pie. Recuerdo que una vez, atravesando un río en un pontón, iba yo descalzo, desarrapado, aterido de frío, más seco que una vara, royendo unas cortezas; y un señor que también iba en el pontón -Dios le tenga en su gloria si ha muerto- me miró con lástima y se echó a llorar. "¡Ay -me dijo-, tu pan es tan negro como tu vida!" Llegué a mi aldea, como el que dice, sin tener dónde caerme muerto. Era casado, pero mi mujer quedó enterrada en Siberia. Desde entonces soy jornalero. Y no vayas a creerte, he visto de todo, bueno y malo. Pero no deseo morirme, hijita. De buena gana viviría otros veinte años. Quiere decirse que lo bueno ha sido más que lo malo. ¡Qué grande es la madre Rusia! -terminó mirando de nuevo a su alrededor.
¡En un solo párrafo ha invocado tres veces la grandeza de la Madre Rusia! No sólo un ruso es susceptible de sentir el latido de la Madre Rusia. Rainer María Rilke, a quien la rusa Lou Andreas Salomé acompañó durante varios meses como guía, musa, amante, maestra, escribe el 31 de julio de 1900, a bordo de un vapor por el Volga: "Todo lo que había visto en mi vida era tan sólo un simulacro de la tierra, del río o del mundo. Aquí, en cambio, todo puede ser apreciado en su magnitud natural. Me parece como si hubiera sido testigo del trabajo del Creador". ¡Qué tal!
2 de junio
El viaje está por terminar, ¡oh, desventura! Ayer pasé un largo rato sentado en la terraza del hotel. Tomé muchas notas de mi estancia en Georgia. Fui muy temprano al Museo de Bellas Artes, sólo para ver de nuevo los cuadros de Niko Pirosmani, un pintor georgiano de principios de siglo, que vivió de pintar tablas que anunciaban las tiendas, los talleres, los restaurantes y las tabernas. Si se le compara con la pintura georgiana de la época, se dispara de inmediato muy por encima de todo lo demás. Pero no sólo en Georgia, en cualquier lugar del mundo donde se los ponga, sus cuadros se harían notar. Fue un gran pintor, pero él no lo supo. Allá por los años veinte, viejo, alcoholizado, miserable, fue descubierto por algunos conocedores de arte. Sus cuadros más notables giran en torno al banquete, esa pasión de los georgianos: mesas colmadas de manjares, botellas de vino, comensales en actitud ceremonial, como esculturas de sí mismos, y la pequeña orquesta judía al fondo o al costado. El trazo del dibujo es poderoso, las líneas son amplias, son una de las partes más importantes de la estructura. Inmediatamente después me llevaron al aeropuerto, y a las cuatro de la tarde caminaba por las calles de Moscú. El regreso ha sido sensacional. Pleno verano, 34° de temperatura. Anoche hice un paseo por el centro durante varias horas. Hoy por la mañana lo mismo. Buscaba la casa-consultorio del doctor Chéjov. Me perdí, tomé otro rumbo y llegué al viejo barrio de mi embajada; valió con creces la pena. Es un sitio donde abundan villas art nouveau muy bien mantenidas precisamente por ser sede de embajadas. Pasé por la Librería Internacional situada frente a la embajada de Italia, muchos libros en español en las vitrinas, la mayoría de Seix Barral. Bajo este sol, casi he vuelto a adquirir color. Ciudad fascinante cargada de literatura, sólo apta para ser apreciada por quien está ya de regreso. Recuerdo el entusiasmo de Pepe Donoso cuando nos encontramos a un lado de San Basilio hace años. Y la sorpresa que me produjo al decirme que se sentía mejor aquí que en Leningrado. Leningrado, en eso coincidimos ambos, es una ciudad construida toda en una misma época, regida por un canon arquitectónico único. Eso le imprime a su belleza una indecible monotonía, una artificiosidad que carece de los misterios de Venecia, de Praga. "Haber conocido el interior de San Isaac -me dice Pepe- lo dice todo, me reveló otra ciudad. La vacuidad del poder." ¡Estoy tan feliz de haber vuelto! Ver y sentir el inicio de esta resurrección. El progreso de la ciudad resulta evidente en su limpieza. Han restaurado muchos edificios durante mi ausencia y las editoriales traducen más. Se publican libros que hace apenas cinco años parecía imposible imaginar en Rusia. El hombre sin cualidades, de Musil, Mrs. Dalloway y Al faro de la Woolf, Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh, Los sonámbulos, de Hermann Broch. Es evidente que un nuevo deshielo ha comenzado. ¡Lástima que en el campo de los hispanistas, de los latinoamericanistas, no se advierta la misma intensidad! Por lo visto nuestras literaturas no cuentan con defensores capaces. Inna Terterián, que acaba de morir, ha hecho el prólogo para las obras de Borges. Queda Vera Kuteshikova. Quizás haya nuevos jóvenes que desconozco. Por lo pronto, el momento de nuestra literatura aún no ha llegado, pero se acerca. Pronto aparecerá Rayuela y el libro de Borges. En el hotel vi por televisión la inauguración de la Copa Mundial de Fútbol. Nuestro presidente no pudo hablar; fue interrumpido por un público vociferante que lo obligó a callarse. Hago listas de personajes en mi novela. Tres o cuatro grupos familiares. Todos tienen hermanos o hermanas, no me explico por qué, pero así lo requiere la trama. La lectura de Gógol es indispensable. Será la columna fuerte de la estructura. Gógol, sus biógrafos, sus personajes… La figura fundamental tiene que ser la mujer, la viuda del antropólogo que estudia las fiestas indígenas en México. Y he resuelto que su contrincante existencial sea un licenciado que resuma todas las miserias humanas que detesto: la avaricia, la mezquindad, la inautenticidad, otras cositas de este tenor, y que es un fanático (inconcebiblemente) de Gógol. Concibo como un homenaje al autor de La nariz y del Diario de un loco.
Hazañas de la memoria
"Unos veinte años después emprendí un viaje a Lausanne para ver a la vieja señora suiza que había sido institutriz de Sebastian y después mía. Debía de tener casi cincuenta años al dejarnos en 1914; había cesado la correspondencia que nos unía, de modo que no estaba seguro de encontrarla viva en 1936. Pero la encontré. Había allí, como pude descubrir, una unión de viejas damas suizas que habían sido institutrices en Rusia, antes de la revolución. Vivían 'en su pasado', como me explicó el amabilísimo caballero que me guió; aguardaban la muerte -y muchas de esas damas eran decrépitas o estaban chochas- comparando notas, riñendo entre sí y denostando las condiciones de Suiza, que habían descubierto después de los muchos años vividos en Rusia. Su tragedia consistía en el hecho de que durante todos aquellos años pasados en un país extraño se habían mantenido totalmente inmunes a su influjo (hasta el punto de no aprender la más simple palabra rusa). Hostiles, en cierto modo, al mundo que las rodeaba -cuántas veces había oído a Mademoiselle lamentarse por su exilio, quejarse del abandono y la incomprensión en que se la tenía, anhelar su tierra natal-, cuando esos pobres seres errabundos regresaron a su patria se encontraron como extranjeros en un país cambiado, y un capricho de los sentimientos hizo que Rusia (que había sido para ellas un abismo arcano, un retumbar remoto, más allá del rincón iluminado de un cuarto apartado, con fotografías en marcos de madreperla y una acuarela con la vista del castillo de Chillón), la desconocida Rusia, adquiriera ahora el aspecto de un paraíso perdido, un lugar vasto e incierto, pero -retrospectivamente- acogedor, poblado de pensativas fantasías. Encontré muy gris a Mademoiselle, pero tan llena de energía como siempre, y después de los primeros y efusivos abrazos empezó a recordar menudencias de mi niñez, tan deformadas o tan lejanas a mi memoria que dudé de su pasada realidad."
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