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Sergio Pitol: El viaje

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Sergio Pitol El viaje

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Sí, en efecto, Sergio Pitol ha vuelto a recorrer algunos de sus territorios que suponíamos había perdido. En esta aparición nos confía algunos trozos de sus diarios de viaje. Concretamente uno que va de Praga al Cáucaso, a Tiflis, la capital de Georgia, pasando por Moscú y por la ciudad que entonces se llamaba Leningrado, en un aparente despertar de primavera.

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En París los Efrón vivieron siempre en condiciones de miseria, en los barrios pobres de la periferia, y cambiarse de lugar significaba ineludiblemente descender a otro aún más escuálido. En temporadas durmieron los cuatro en un solo cuarto, sin servicios sanitarios. Y en esas condiciones, aplastada por los menesteres del hogar, escribió sin cesar. La conciencia de su genio no la abandonaba. La intensa correspondencia que mantuvo con Rilke en el año veintiséis, y la elegía que aquél le escribió poco antes de morir, eran para ella la más alta calificación que merecía su esfuerzo:

¡Olas, Marina, mar somos! ¡Honduras, Marina, cielo! ¡Tierra, Marina, tal somos, mil primaveras, alondras a lo invisible lanzando un canto que irrumpe! ¡Lo emprendimos como júbilo: ya nos rebasa del todo!

Que Rilke la cantara en una de sus grandes elegías le permitía ser insensible a los grajos que la insultaban. Hacia 1933 todos los sectores estaban en contra de ella: los comunistas por sus desmedidos elogios a la vieja Rusia, a la corona, al zar y a su familia; y los conservadores, en cambio, por su admiración a Pasternak y a Maiakovski. Simón Karlinski anota: "Había llegado demasiado lejos por la izquierda y por la derecha al mismo tiempo. Al final nadie le hablaba". Muy al final de la estancia en Francia Efrón comenzó a trabajar en una oficina soviética de repatriación a rusos desterrados, con lo cual los rusos del exilio no tuvieron ya ninguna duda de sus actividades.

¡Luego, la gran sorpresa! En Lausanne se encontró el cadáver de un agente soviético que había desertado. Uno de los asesinos fue detenido. Había testigos de que en ciertas ocasiones lo vieron entrar en la agencia de repatriación donde trabajaba Serguéi Efrón. Este es citado a una delegación de policía para ser interrogado, luego desaparece y meses después reaparece en Moscú, donde Ariadna estaba ya instalada. Los servicios de espionaje soviético dirigieron esa fuga para protegerlo, según dijeron; tal vez temían que diera detalles sobre ese caso, y quizás de otros. ¿No parecería todo ese desarrollo de vida una venganza, aunque inconsciente, por la humillación sufrida años atrás en Praga, por acumulación de agravios, por la postergación en que lo mantiene Marina en todos los terrenos, el intelectual y el sexual?

Mientras Serguéi y Ariadna están cada vez más cerca del comunismo, Marina escribe ya sin tregua homenajes a los blancos. Al inicial, Campo de los cisnes, siguió otro concebido en París, Perekop, un largo y oscuro poema sobre la última batalla librada por aquellos cruzados que tanto la fascinaban y su rendición final en Perekop, y en los últimos años tomaba notas para escribir una elegía larga en memoria de la familia del zar, de la cual quedaron algunos fragmentos. Las dos figuras del matrimonio paulatinamente radicalizaron sus posturas. En el periodo final de París, no puede ya publicar. Comienza por primera vez a sentirse desvalorizada y fuera de sitio. Las pocas cartas que envía a amigos distantes reflejan su desencanto. Sus condiciones de alojamiento son atroces, sórdidos cuartos de hoteles miserables; está sola, comienza a sentir que hasta la poesía misma la abandona. Y en esa condición de desvarío, sin ver salidas en Francia, sin amigos, sin medios de subsistencia, comete el peor error de su vida: volver a Rusia, convivir con una sociedad a la que odia y donde es odiada, aunque allí estén su familia, algunos amigos de juventud, Ehrenburg, Pasternak, el mismo príncipe Sviátopolk-Mirski, quien, convertido al marxismo, se reintegró a su país, su hermana Anastasia, las Efrón, sus cuñadas y, sobre todo, Serguéi y Ariadna, y da el fatídico paso, la vuelta. Vive con su marido e hija sólo unas cuantas semanas, después ambos son detenidos, como también su hermana Anastasia, y durante dos años lleva en Moscú una vida fantasmal, sombra de otras sombras. Mur se rebela. La acusa de ser culpable de las desdichas de la familia, de la prisión de su padre y su hermana, de la carencia de destino que le está construyendo. Después llegó la guerra, y ella se suicidó.

En vida suya algunos de los que la trataron, quisieron y admiraron se asombraban por la liga establecida entre su genio y la incapacidad para percibir la realidad.

Pasternak, uno de sus amigos entrañables, traza algunos rasgos de Marina en su Ensayo de autobiografía:

Durante toda su vida, Marina Tsvietáieva ha podido evitar lo cotidiano gracias a su creación. Cuando esta última se convirtió en un lujo que no se podía ya permitir y comprendió que por el momento le era necesaria a su hijo: sacrificó esa pasión devoradora con el fin de ver la realidad cara a cara, y entonces vislumbró un caos que jamás había pasado por el crisol de la creación, un caos extraño, petrificado y sin vida. Retrocedió aterrada. Y al no saber hacia dónde volver para huir con la mayor rapidez de aquel horror se refugió en la muerte. Como si reposara la cabeza en una almohada, metió la suya en la soga que la esperaba.

28 de mayo

En el hotel Iberia. Llevo un día entero en Tbilisi. Mi habitación está en el séptimo piso. La vista es soberbia. Hice hoy infinidad de cosas y me siento cansado. Ayer, aún no sabía que llegaría a Georgia. Pero les mandé a decir a los alcaldes de la literatura que estaba harto de sus imprecisiones y misterios, de modo que lo mejor sería interrumpir el viaje por la URSS y regresar a Praga. Me dieron a entender que así sería, pero un rato después llegó un mensajero con un pasaje, sí, para Tbilisi, un empleado de escasa jerarquía, así se calificó a sí mismo, no sé si para disculparse o para reprocharme mi ingratitud, pues como me dispensaron tantas atenciones a las que en nada correspondí, tenía ahora lo que me merecía, es decir su humildísima compañía. Ni siquiera en el avión lograba creer que me dirigía a Tbilisi, Tiflis en español (nombre obsoleto, pues aún en sus publicaciones en castellano los georgianos escriben sólo Tbilisi), adonde llegué a las diez de la noche, con una luna espléndida. ¡Sensación de pisar tierra real! Por lo que pude vislumbrar a la luz de la luna, es una ciudad espléndida, diferente a todas las soviéticas. Hoy inicié el recorrido, empecé a tocar los estratos que la componen, una operación constante de construcción y deconstrucción mental, un viaje a través de varias capas culturales que se han sobrepuesto en la región, dejando vestigios de lo que ha sido. La Hélade, Bizancio, Persia, los eslavos del primer milenio, las iglesias cristianas del siglo V, la influencia del Asia Central, el sufismo. Visualmente, bañada por la luz nocturna, Tbilisi es una ciudad andaluza enclavada en el Cáucaso. La presencia persa equivale a la árabe en España. Ya de día tiene otros atributos, una orografía majestuosa, una ciudad de colinas y barrancas cruzada por un río que se ve en todas partes. Las casas parecen precipitarse en el vacío, las terrazas y los balcones volar por el aire, sobre los acantilados, por entre los cuales fluye el caudaloso Kura. Acabo de estar con los escritores en la sede de su organismo. Son verdaderamente la insurrección; por lo menos el puñado de ellos con quienes conversé. Me invitan a un banquete a las dos de la tarde. Anoche, desde que llegué al aeropuerto, supe que mi estancia en Georgia sería una maravilla. A pesar de los disgustos y molestias pasadas puedo decir que ha sido un viaje memorable, y que las trabas para llegar a la meta hicieron un efecto notable, acrecentaron mi interés por la región. En La tempestad, Próspero ha arreglado mágicamente una intrincada trama para que Miranda, su hija, y el heredero del reino de Ñapóles se enamoren. Es el primer paso para que sus enemigos sean desenmascarados y pidan perdón por haberlo destronado y exiliado. Han pasado muchos años, y ya es tiempo de restaurar las heridas. El amor de los jóvenes y su posterior matrimonio será el lazo que una a las partes segregadas. Bastó que los dos jóvenes se vieran a los ojos para quedar hechizados. Próspero está feliz porque ese movimiento es parte fundamental de su estrategia, pero, como hombre inteligente, decide entorpecer el coloquio de los enamorados, castigar su amor, pues sabe que cuando los triunfos de amor son fáciles, su valor decrece. De haber leído bien a Shakespeare, los escritores rusos no me habrían puesto tantas trabas y dificultades para llegar a Georgia. Su estrategia fue errónea. Me destinaron a encontrar todas las virtudes del universo en este lugar. Ya en el aeropuerto advertí que el nivel de vida es muy superior al de las dos más importantes ciudades rusas: Moscú y Leningrado. Apenas salí del aeropuerto mi sinusitis desapareció. Y toda la mañana de hoy he respirado maravillosamente.

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